miércoles, 6 de mayo de 2015

CAPITULO 73



La chica salía de su cuarto y estaba vestida solo con un shortcito de pijama y un corpiño azul ínfimo. Estaba tan incómoda que quería salir corriendo. No sabía como hacer para mirar a otro lado… y más cuando sus ojos acababan de clavarse en uno de sus costados, arriba de su pequeña
cintura, y en letra cursiva, el nombre del hombre que ella había estado besando segundos antes.


Sin poder enfocar los ojos en otra cosa, palpó con las manos el sillón hasta alcanzar su remera y se la puso rápida como un rayo.


No podía ser su signo del zodíaco. Eran muchas coincidencias. La chica se había tatuado el nombre de él.


Por Dios, que fuerte.


El buscaba también su remera y la miraba como si hubiera visto un fantasma.


—¿Qué hacés acá? – preguntó nervioso.


—Tenía ganas de verte. – dijo ella poniendo una mano en su cadera. —Tenía ganas de estar con vos. – soltó el aire con una especie de risa indignada. —Te quise sorprender, porque desde que cortamos no parás de llamarme, y mirá. – los señaló. —Vos me sorprendiste a mí.


Oh por Dios. Demasiada información.


Se paró y sin esperar a nada más, salió corriendo por la puerta.


—¡Paula! – gritó él corriendo por el pasillo para alcanzarla. —No te vayas, por favor.


—Tienen mucho que hablar. – dijo mirando ansiosa la puerta del ascensor que todavía no llegaba.


—Ey. – le dijo acercando su rostro al de ella. —La llamé porque cortamos muy mal… no quería lastimarla. – le explicó. —Nunca me imaginé que después de un mes sin cruzar una palabra iba a aparecer así…. – cerró los ojos. —Me había olvidado de que tenía llaves todavía.


Maldito. Le creía cada palabra y por más que quería, no podía enojarse con él.


Asintió despacio.


—Igual me parece que tienen que charlar. Yo no tengo nada que ver acá. – sonrió todo lo que pudo. —Mañana podemos vernos.


—Si tenés que ver. – la miró frunciendo las cejas. —Yo estoy con vos, no con ella. – la tomó por el rostro. —No quiero que te vayas. – con los ojos le rogaba que se quedara, pero el momento se había roto.


Ese tatuaje había sido como darse un golpazo contra la pared, y todavía le duraba la conmoción.


—Prefiero irme Pedro. – al ver su tristeza, lo abrazó por la cintura, y suavizando el tono, le dijo. —Mañana te preparo algo rico para comer. – y lo besó.


El la abrazó también y acariciándole la mejilla con la punta de su nariz, suspiró cerrando los ojos.


—Perdoname, bonita. Había sido todo tan… perfecto… – ella se rió y asintió.


—Y me encantó. – lo volvió a besar. —Menos la parte de ver a tu ex casi desnuda saliendo de tu habitación… pero todo lo demás fue… hermoso.


El bajó la cabeza lamentándose.


—Hasta mañana, bonito. – le dijo soltándose y entrando al ascensor que por fin estaba en su piso.


—Hasta mañana. – contestó viendo como se iba y saludándola con la mano. Parecía inmensamente decepcionado.


Apenas se quedó sola, cerró los ojos y maldijo en todos los idiomas.


Entendía que él quisiera hablar bien con ella, que quisiera arreglar su situación, que quisiera cuidarla… después de todo habían sido pareja y la chica lo había ayudado en momentos difíciles de su vida. Eso hablaba bien de él. Pero ¿En serio? ¿Justo esa noche? ¿Justo en ese momento? Y lo
más importante de todo… ¿Tenía que tener ese cuerpo?


Nunca había sido insegura… ¿Qué le pasaba?


En serio, todo eso no puede ser natural, pensó. Tiene que tener cirugías… Se fue a su casa pensando en que estarían hablando esos dos. Y en qué términos…



****


Para cuando terminó de llorar, Soledad estaba furiosa. No podía entender que él estuviera con otra persona. Mierda. 


Que mala puntería había tenido. Había tenido intenciones de contarle que las cosas iban más en serio con Paula, pero no había podido. Cuando ellos dejaron de hablar, él recién la estaba conociendo.


De todas maneras, su ex ahora sabía que se estaba enamorando de otra…


—Igual vine a verte como amiga. – le dijo sollozando. —Bueno, obvio también quería sexo. – se miró, con la poca ropa que traía y rió haciéndolo sonreír. —Pero quería charlar un rato.


El sacudió la cabeza riendo y se sentó cerca de ella.


—Podes considerarme tu amigo. – le dijo mirándola a los ojos. — ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?


No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que había estado tomando más de la cuenta y por su perfume, también fumando algo.


—Es mi papá. – rompió en llanto. —Está amenazando con dejarnos sin un centavo… ya no se hablan con mi mamá.. – se secó con una mano las lágrimas. —Me echó de casa.


No sabía que tenía esa chica cada vez que lloraba, que hacía que su pecho se estrujara de manera dolorosa.


Angustiado, la abrazó y la dejó llorar un rato.


—Te podés quedar acá todo lo que quieras. – le ofreció.


Ella se rió y puso los ojos en blanco.


—Gracias. – lo empujó cariñosamente por el hombro. —Pero tu novia me va a arrancar todos los pelos de la cabeza.


El también se rió.


—Paula no es así. – ella lo miró con atención.


—Estás enamorado… – dijo pensativa. —Me alegro por vos.


El sonrió sin saber que decir. Ahora no podía ponerse a pensar en todo lo bueno que tenía su vida, cuando la de ella se estaba desmoronando.


—Deberías hablar con alguien. – sugirió preocupado, sabiendo que a ella, las crisis la llevaban a estados peligrosos. Ya había pasado por unas cuantas depresiones y había llegado a estar medicada, pero para no recordárselo, buscó de decírselo con palabras suaves.


—Estoy tomando pastillas otra vez. – dijo ella misma. —Y estoy yendo al psicólogo… desde hace unas semanas.


Su corazón se hundió rogando que no tuviera él nada que ver con esa decisión.


—Me parece bien. – volvió a abrazarla. No debería tomar alcohol con los medicamentos, pensó en seguida… pero no era momento de regañarla. —Para lo que necesites ya sabés que estoy. Y en serio te digo, podés quedarte acá.


—Mmm… primero hablalo con ella. ¿Paula se llama? – él asintió. —Primero hablalo con Paula. ¿Si?


—¿Y esta noche? – la miró serio. Al ver que no contestaba, le dijo.


—Te quedas, yo duermo en el sillón.


Ella asintió con lágrimas en los ojos y tras un largo abrazo, se fue a dormir.


Se sentía mal por Soledad. No le gustaba para nada verla así… Tenía culpa por haber discutido un mes antes, justo en el momento que estaba viviendo.


Y sobre todas las cosas, se sentía frustrado.


Se suponía que en ese momento tendría que haber estado con Paula, disfrutando de ese primer mes que cumplían. 


Gruñó.


Ella había bajado por completo sus barreras y por primera vez estaba hablando de sus sentimientos.


“Nunca me había pasado esto con nadie”… le había dicho.


Se dio vuelta para poder dormirse pero no pudo.


Se preguntó si sería muy tarde para mandarle un mensaje
haciéndole saber que pensaba en ella…


Si, era tarde.


Se tapó hasta la cabeza y se dejó ir, soñando con ella. La
protagonista de todos sus pensamientos.




CAPITULO 72





Le hizo gracia descubrir que iban a cenar en una pizzería. 


Una de las mejores, pero de todas formas…


El insistía que esa no era la sorpresa, pero le había encantado. La música sonaba fuerte y apenas podían hablar. 


Así que se dedicaron a comer


y a besarse en cada oportunidad que tenían.


La estaba pasando genial.


Apenas terminaron de comer, Pedro pidió una cerveza. Era su idea de brindis. Cualquiera hubiera pedido champan. Pero no él.


Y esa era una de las razones por las que ahora su panza estaba hecha un nudo y no podía parar de sonreírle.


—Estás hermosa. – le dijo al oído. —Te quiero comer a besos… en todas partes… – tenía la piel de gallina.


—Y vamos a casa... – sugirió ella besándole el cuello cerca de la oreja.


—Todavía falta lo mejor. – la besó en los labios muy despacio. — Bueno, lo mejor viene más tarde, pero todavía falta la sorpresa.


—Me estoy muriendo. – dijo entre risas. —Quiero saber… –
insistió casi haciendo pucheros.


El miró su reloj, y la tomó de la mano para llevársela de ahí.


Estacionaron frente a uno de los boliches más conocidos, y le llamó la atención la cantidad de gente que había.


Siempre había mucha gente en ese lugar, pero esa noche era ridículo.


Entraron apenas un amigo de Caro les hizo señas y los ubicaron en los mejores lugares.


Aparentemente habría un espectáculo. Y ellos estaban en uno de los palcos más cercanos al escenario. Les pusieron una pulserita en la muñeca y les sirvieron unos tragos.


Lo miró impresionada y él le sonreía travieso.


—Pareces un nene. – se rió. —¿Por qué te reís así?


—Porque te va a gustar la sorpresa. – dijo asintiendo de manera misteriosa.


Las luces se apagaron y empezó a sonar la banda.


Babasónicos.


Lo miró con la mejor de sus sonrisas y le dijo casi a los gritos.


—No te puedo creer… – él la abrazó por la espalda y se pusieron a ver el show mientras se movían con la música.


Sonaba “Irresponsables”.


Nunca había ido a ver a una banda en vivo y estaba tan emocionada, que no dudó en cantarse todas las canciones, y bailar con Pedro encantada.


—Gracias. – le dijo abrazándolo por el cuello. —Me encantó la sorpresa… me encantó todo. – dándole besos agregó. —Me encantás vos.


El la besó con más fuerza, tomándola del cuello, y sonriendo le contestó.


—Vos también me encantás. – contestó mirándola emocionado.


Era el momento perfecto.


Las canciones iban pasando, y ellos, en su propia burbuja, cantaban y bailaban. En las más románticas solo se mecían comiéndose a besos.


Tenía el corazón revolucionado.


Fueron al departamento de él, que quedaba más cerca, como aquella primera noche, y entre besos, fueron a parar al sillón.


Tiró de su remera hasta sacársela y ella hizo lo mismo con la suya.


Lo deseaba con locura.


Se separaron para mirarse y ella se mordió los labios pensando en las cosas que estaba sintiendo en ese momento. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Tal vez porque nunca las había sentido.


Como pensando en voz alta, dijo.
—Nunca me había pasado esto con nadie. – él le sonrió
acariciándole las mejillas.


—A mí tampoco… – le contestó él. Levantándola en brazos, la sentó en su regazo a horcajadas recorriéndole la espalda con las manos.


—¿Pedro? – la voz de una mujer los interrumpió, y a ella la hizo saltar de donde estaba y taparse con un almohadón. 


Pero la cara de él era un poema.


—¡Soledad! – gritó con los ojos abiertos como platos.





CAPITULO 71




El sol entraba de lleno por la ventana del departamento de Pedroiluminando toda la cama. Y como siempre que se quedaba a dormir en su casa, él no estaba cuando despertaba.


Sabía que estaba en la cocina preparando el desayuno para
llevárselo.


Sin querer sonrió.


Le encantaba ese detalle.


Se tapó la cara dándose cuenta de que se había acostumbrado a tantas cosas que antes hubiera creído imposibles.


No sabía si era por esa fecha especial o qué, pero se sentía
sensible… como si solo por ese día pudiera ser capaz de disfrutar sin pensar tanto. Suspiró. Tal vez se debía a que había pasado tantos días dándole vueltas al asunto, aterrorizada… que ya se había quedado sin ganas de pensar.


¿Qué más daba? Ya no podía hacer mucho. Ya era viernes, y no podía salir huyendo.


El se acercó con una bandeja llena de cosas ricas y la besó en los labios sentándose a su lado.


—Buen día, bonita. – le sonrió.


—Buen día. – se rió. —¿Sabés que día es hoy? – preguntó ella viendo atentamente su reacción.


Primero se quedó quieto y después se aclaró la garganta.


—Viernes. – era malísimo para fingir calma. Para fingir en general.


—¿Y además? – preguntó levantando una ceja.


—¿Vos también te acordaste? – se rió un poco más relajado. —No te iba a decir nada, porque pensé que te ibas a desesperar…y te iba a explotar la cabeza o algo…


Los dos se rieron.


—Un mes. – comentó ella asintiendo. La sonrisa de él se hizo más grande.


—Un mes. – volvió a besarla y ella, respondiendo lo tomó de la nuca acariciando su cabello húmedo. Se había dado una ducha y olía maravillosamente.


—¿Me vas a decir a donde vamos esta noche? – le insistió entre besos.


El negó con la cabeza sonriendo.


Ella protestó, pero de todas maneras él se rehusó a darle aunque sea una pista en todo lo que había durado el desayuno.


En la empresa todo el mundo corría de un lado al otro, desesperados porque se habían reportado unos problemas con el servicio y el área técnica no daba abasto. Tendrían que sacar un comunicado y solucionarlo antes de que fuera más grave. La noticia ya daba vueltas en todos medios y redes sociales.


Mierda.


¿Justo hoy?


Eso además significaba retrasar un día a todo el cronograma que tenían armado para la campaña.


Cerca de las cuatro de la tarde su nivel de estrés había alcanzado un pico desesperante. Le dolía la cabeza, y estaba intentando mantener una conversación telefónica con una persona, a la vez que contestaba correos electrónicos y firmaba formularios. Quería ponerse a gritar. No era un buen
momento para quedarse sin asistente.


Se acordó de Marcos de una manera no muy agradable. De Marcos y de toda su familia.


Se dio energías acordándose de que por algo ella estaba en donde estaba. Si, ella era capaz de superar esta crisis, y las que fueran.


Suspiró. Iba a hacer todo lo posible por terminar todo rápido.


Pensar que antes tenía miedo de que llegara ese día…y ahora no podía esperar a ir a esa cita sorpresa.


La curiosidad la mataba.


Una hora después su celular vibró con la llegada de un mensaje y como tenía las manos ocupadas no pudo responder.


A los tres minutos le entraba una llamada.


Atendió poniendo el altavoz.


—Hola, bonita. – dijo Pedro en tono cariñoso.


Contuvo la risa y habló por el auricular del fijo.


—Ingeniero, lo llamo mañana para comentarle como solucionamos. – y cortó rápido.


Ahora si, agarró el celular y lo atendió bien.


—Hola, perdón. – se rió. —Te tenía en altavoz.


—Uh, disculpame, no sabía. – se rió también. —¿Te falta mucho? – se lo notaba ansioso…


—No. Ahora termino de mandar unos documentos y estoy lista. – contestó con una sonrisa.


—Mmm… ya se fueron todos… – dijo pensativo en voz baja. — Nos encontremos en la máquina de café así bajamos juntos al estacionamiento. Un beso, bonita.


—Dale. – sacudió la cabeza y se mordió los labios. —Un beso, bonito. – dijo sintiendo un hormigueo en su estómago.


Cortó rápido y se concentró en terminar los papeles para poderse ir.


A los cinco minutos estaba caminando a su encuentro.


Y ahí estaba, parado frente a la máquina de café esperándola con las manos hacia atrás y esa sonrisa blanca y tierna que la hacía sonreír también.


Se acercó y tomándolo suavemente del rostro, lo besó. El sonrió y sacando una mano de su espalda la abrazó por la cintura con fuerza.


Se separaron apenas para mirarse y él, sacando su segunda mano de la espalda, le entregó lo que estaba sosteniendo.


Una rosa rosada. Igual a la que le había regalado aquella vez.


Ella la aceptó algo emocionada y lo volvió a besar.


—Te diría algo como “Feliz primer mes”, pero no sé como te lo vas a tomar. – dijo entornando los ojos.


Ella se rió.


—Feliz primer mes para vos también. – él sonrió conforme y
asintió. Dándole otro rápido beso la tomó de la mano y subieron al ascensor


—Vamos a tu casa, y te cambias… – le explicó. —Después vamos a ir a comer.


—¿No estoy bien así? – pensando en su cita se había puesto un vestido precioso. Uno de sus favoritos, de hecho.


—Mmm… – dijo mirándola. —Estás hermosa, pero te conviene ponerte algo más cómodo.


Lo miró confundida.


—¿Algo como qué? – estaba al borde del estallar. Odiaba no saber.


—Un jean… una remerita. – le dijo encogiéndose de hombros.


—Me va a dar un ataque. – dijo ventilándose con la mano.


El se rió y sin hacerle caso, la llevó en auto a su casa.


Lo que más se acercaba a la descripción que él le había dado del código de vestimenta para esa noche era un jean azul oscuro, una remera negra con tachas que usaba para salir a bailar, y unas botinetas negras también. Se maquilló a tono y se recogió el pelo en una colita alta. Se miró al espejo y se rió. Parecía la Paula adolescente que había dejado atrás al terminar el secundario.


Pasó a la sala y se señaló dando una vuelta.


El se paró frente a ella, la miró con atención y metiendo las manos en sus bolsillos traseros la acercó a él.


—Estas preciosa. – ella sonrió.


—Me siento rara. – él la apretó más y suspiraron rozándose.
Buscando su boca, lo besó con impaciencia. Sentía sus manos acariciándola y sus labios desesperados entre jadeos la estaban poniendo a cien.


Lo mordió suavecito mientras con sus manos tocaba la piel de su espalda por debajo de su remera.


—Mmm… tenemos mesa reservada. – se quejó cerrando con fuerza los ojos y pegando su frente a la suya.


—Vamos. – dijo también agitada tirando de una de sus manos. Si se quedaban ahí un segundo más, iban a terminar en la cama y chau cena, chau sorpresa.








CAPITULO 70



Pasaban los días y cada vez estaba más enganchado.


Salían a comer, iban a eventos, salían de fiesta, pero también tenían sus momentos de más tranquilidad en donde solo querían quedarse en el sillón de su casa abrazados mirando alguna de todas las películas que Paula nunca había visto, y quería ver.


De hecho, había empezado a leer algunos de los libros que tenía pendientes, con él.


Era raro, y era la primera vez que lo hacía, pero le encantaba.



Se acostaban juntos, y abrazados, leían el mismo libro. Era íntimo, y tan estimulante como cualquiera de las cosas que hacía con ella.


Todavía había situaciones que la ponían nerviosa. Como por
ejemplo el día que encontró una de sus maquinitas de afeitar en el baño. La había escondido con cuidado, pero ella de todas maneras la había encontrado.


Cerró los ojos lamentándose, mientras escuchaba como ella se volvía loca.


Espero a que terminara y le dijo.


—Paula, no te estoy invadiendo. Es una maquinita, nada más. – dijo levantándola para hacérsela ver. —Es una cuestión práctica. De acá me voy a la oficina, y allá me queda incómodo llenarme la cara de espuma y afeitarme. – se explicó.


Ella se quedó callada, tal vez dándose cuenta de que no estaba siendo justa.


Dejó pasar unas horas y volvió hasta donde él estaba, y más
tranquila, le dijo.


—Podés traer todas las maquinitas que quieras. – suspiró. 
—Pero no me las escondas. ¿Si? – él asintió. —Perdoname. – lo miró fijo con esos ojos verde esmeralda, y a él se le vino el mundo abajo.


Le sonrió, y tomándola de la cintura asintió olvidando por completo la discusión. Se abrazaron y se quedaron así por un buen rato.


A pesar de que todavía se ponía ansiosa ante ese tipo de cosas, tenía que reconocer que habían hecho un gran avance.


Las semanas pasaron y finalmente ese viernes se cumpliría un mes entero desde que estaban juntos. Sabía que era arriesgado, pero tenía ganas de hacer algo lindo para festejarlo.


No podía esperar.



****


Esos días con Pedro habían sido maravillosos. Podía sentir como de a poco empezaba a relajarse con todo el asunto de la casi convivencia, y de su casi relación.


Ese viernes se cumplía un mes desde que todo había comenzado, y aunque ninguno había hecho mención al asunto, ella venía recordándolo desde hacía unos cuantos días.


Estaba inquieta.


Cómo le hubiera gustado ser una chica normal, y estar ansiosa por esa fecha… esperando que él le dijera como se sentía, y pudiendo ser capaz no solo de sentir esas cosas, si no también de decirlas.


Pero no.


Ella estaba aterrada, rogando que no se le ocurriera recordar lo del mes, y que no se pusiera sensible… porque podía agarrarle un ataque.


Esa tarde, como contestando a sus preguntas, le dijo.


—Este viernes no hagas planes. – dijo entusiasmado aunque
simulando tranquilidad. —Salís conmigo.


Ella le sonrío, aunque por dentro gritaba.


Estaba a punto de inventarse una excusa para no poder, algo relacionado con la cantidad de trabajo que tenía… no era necesariamente una mentira… Pero entonces lo miraba a los ojos.


Esos preciosos ojos celestes ilusionados que no podían esconder sus emociones, y su corazón se estrujaba. Maldito chico… pensó. La debilitaba su dulzura.


—Dale. – volvió a sonreír. —¿A dónde vamos a ir? – quiso saber.


—Es una sorpresa. – le dijo sonriendo y la besó.


Dos días después, esa cita era en lo único en lo que podía pensar. Se estaba volviendo loca.


Todos en su trabajo pretendían que estuviera con todas las luces. Se acercaban fechas importantes y tenía que ocuparse de miles de actividades diferentes, y justamente ahora, no podía ni con una.


Había intentado descargarse con sus amigas, pero estas estaban todavía en Córdoba, acompañando a Gabriela, quien estaba mucho peor. Al lado de lo que le había pasado a ella, lo que su cita eran estupideces.


Respiró profundo y trató de sacar su lado más racional y práctico.


Se concentró en las reuniones, y trató de mantener la cabeza en eso por unas horas.


Pedro la notaba rara, pero no le decía mucho. La verdad es que a él también lo había notado raro.


Estaba más inquieto que de costumbre, y eso la aterraba.


Esa noche estaban abrazados en el sillón de su departamento después de cenar mientras miraban una de esas series del cable de acción que tanto le gustaban a él, y ella miraba fijo la pared sin ver nada.


—Ese es el actor que te decía el otro día. – dijo sobresaltándola. — ¿Todo bien? – agregó sonriendo al ver su reacción.


—Si. – contestó rápido. —Me estaba quedando dormida y me asusté. – mintió.


—Ohh, perdón. – dijo besándole la frente. —Vamos a dormir.


—Nos quedemos un rato más acá. – sugirió abrazándolo. Si se iban a dormir, se la pasaría mirando el techo con los ojos abiertos y la cabeza dándole mil vueltas. Por lo menos así, el ruido del tele apagaba un poco sus odiosos pensamientos.


—Mmm…– le acarició la espalda. —Vos dormite y yo después te llevo.


Ella asintió y lo besó en el pecho quedándose muy quieta.


Realmente esperaba que no fuera capaz de escuchar su corazón latiendo a toda carrera.


Finalmente el día había llegado.


Era viernes.