domingo, 19 de abril de 2015

CAPITULO 16




Ese miércoles, apenas llegó a su casa, el corazón se le agolpaba en la garganta. Estaba nerviosa.


Ahora que Pedro sabía de que iba lo que ella pretendía, estaba nerviosa.


Por varias cosas a la vez.


Temía que él no estuviera listo, y como ese chico con el que una vez había estado, la juzgara y reaccionara de manera violenta.


Temía que le gustara demasiado, y que luego quisiera buscar por su cuenta otras experiencias parecidas.


Y más que nada en el mundo, le temía a sus ojos celestes. 


No quería lastimarlo. No quería que esperara más de esa relación, no le podía hacer eso. Por alguna maldita razón que desconocía, no podía hacérselo. El era un chico dulce, interesante, y la ponía histérica.


Se sentía como si estuviera a punto de verse con el chico que le gustaba en plena edad adolescente.


Tomando aire se relajó y se fue a dar un baño de espuma. 


Eso la tranquilizaría hasta que fuera hora de verlo.


Había puesto velas, música suave y su aceite favorito de rosas.


Cerró los ojos y su mente viajó a otro lugar y otra época totalmente diferente.


Tenía dieciocho años. Acababa de cumplirlos, y estaba en la casa de quien era su novio en ese momento. Hacía meses que venían hablando de su primera vez. El era más grande, tenía más experiencia y eso le daba confianza. Sabía que podía sentirse a salvo con él. Podía confiarle todos sus secretos.


¿Las personas parecidas se atraen? ¿El había sentido en ella alguna cualidad particular? ¿Le había dado alguna señal?


Desde ese día creía que si.


Recordaba como después de estar horas besándose como siempre hacían, él la llevó a su habitación y tras taparle los ojos con su propia remera, empezó a indicarle paso a paso lo que tenía que hacer.


Su tono era firme. Autoritario.


Al principio como era de esperar, ella se asustó. Nunca lo había sentido así. Era su primera vez, y él le inspiraba un poco de temor. Y no sabía si era por eso justamente que cada vez lo deseaba más. Había algo en que él tuviera todo el control, que la relajaba. Se resignaba a no poder hacer nada para cambiar la situación, y se entregaba por completo.


El la había tocado por unos minutos, enloqueciéndola, alternando suaves besos, con mordiscos por todo su cuerpo. 


Pensó que iba a explotar.


Lo necesitaba con urgencia. Movía sus caderas desesperada buscándolo.


Pero no lo encontraba, no podía verlo, no estaba segura de donde estaba.


Todo se volvía un torbellino.


Justo cuando pensó que la tortura terminaba, y que por fin la
tomaría, la dio vuelta y colocándola sobre su regazo, azotó su trasero con fuerza una vez.


Ella se vino instantáneamente.


Recordaba lo intensa que le había resultado la situación. 


Estaba aturdida, pero a la vez, una sensación del más maravilloso placer la recorría.


Le masajeaba la zona sensible con fuerza, para después volver a golpearla. Era demasiado. Sus caderas empezaban a moverse otra vez hacia delante y atrás. Estaba fuera de control.


Tenía los ojos llenos de lágrimas, y el cuerpo ardiendo pero no podía parar.


Se estremecía por completo.


Justo cuando estaba por dejarse ir por segunda vez, volvió a darla vueltas y poniéndose por encima de ella, la penetró de manera abrupta.


Se acordaba del grito que había dado. Todavía le parecía
escucharlo. Un grito desgarrador. Acababa de robarle la virginidad de manera brutal, y le había encantado. El se movía con violencia, y ella entre lágrimas solo podía pedir más, mordiendo la sábana y sofocando más gritos.


Habían terminado agotados, pero había sido una experiencia única.


Una que marcó su vida para siempre. No entendía que otros pudieran disfrutar del sexo si no era de esa manera.


Y así fue como su joven y experimentado novio, la había llevado por un camino de aventuras y fantasías que la habían apasionado casi al punto de volverse una obsesión.


El había sido su instructor. Le había enseñado todo. Y ella había sido su sumisa por casi dos años.


Muchas veces, debido a su falta de conocimiento y a su edad, se había sentido culpable. Había llegado a pensar que lo que hacían no estaba bien. Influenciada por sus amigas, que le contaban sus propias vivencias, se sentía que vivía una realidad paralela, casi perversa.


Se angustiaba y lloraba pensando que había algo mal en ella, que no era normal.


Pero había sido después de unas extrañas vacaciones que se dio cuenta de que no había nada malo en lo que le gustaba. De hecho, no estaba sola en el mundo. Había toda una comunidad de personas que disfrutaban de lo mismo.


Se había quedado impactada cuando después de cortar con su novio, un chico la había invitado a un club. Era un lugar destinado a estos placeres. A explorar esas fantasías sin inhibiciones, con gente que sabía de que iba la cosa, y que sabía el funcionamiento de estas prácticas.


Ella estaba algo triste y despechada por como su ex la había dejado por otra chica, y quería desquitarse de alguna manera.


Pero lo que obtuvo de esas vacaciones de tres semanas, era mucho más que una revancha. Había encontrado exactamente lo que había deseado toda su vida sin saberlo.


Tres semanas enteras en un club, que era una especie de escuela de verano para un grupo de jóvenes adultos ricos, con intereses raros y muchas ganas de dar rienda suelta a su imaginación.


Había sido educativo.


Se había enterado de todos los pormenores del BDSM, en concreto.


A partir del día en que volvió del Club Rojo, era otra persona. 


Sabía lo que le gustaba y lo que no.


Aprendió que le gustaba más ejercer el control, que ser sumisa, y que odiaba con todas sus fuerzas la solemnidad en ese tipo de actos. El protocolo, las etiquetas. Los rituales. 


Creía en algo más libre.


No podía pensar en sus sumisos como esclavos o esclavas. 


Le resultaba cómico, ridículo y un poco patético. Eran sus compañeros de juegos. Y si bien ella tenía el poder y el dominio, el otro o la otra, jugaban una parte igual o más importante en la relación.


Disfrutaba sin prejuicios de ambos sexos cuando se trataba de los juegos. Los hombres tenían la fuerza y la potencia, mientras que las mujeres la delicadeza y el erotismo.


Prefería los hombres, pero reconocía haberla pasado muy bien con mujeres en algunas oportunidades.


Los años habían pasado, y todavía existía un vacío que no podía llenar. Le gustaba el sexo, pero ya no le bastaba. Quería conjugarlo con algo más. Necesitaba un compañero.


Creía que por las características de sus preferencias, iba a ser imposible, pero Juany le había demostrado lo contrario. 


Con él podía ser ella dentro y fuera del cuarto. Podía presentárselo a sus amigas, a sus padres, salir con él, proyectar un futuro.


Le tenía afecto.


Sabía que tarde o temprano le iba a suceder, y tomó la decisión de mantener con él una relación monógama. Iban a restringir esos juegos que tanto les gustaban, para ellos solamente. Iban a ser una pareja.


Hasta que había aparecido Pedro.


Estaba tan confundida…


Se vistió rápido y se preparó para esperarlo.


Las manos le sudaban y el corazón se le agitaba en el pecho
haciendo que todo su cuerpo temblara.


¿Qué mierda le pasaba?









CAPITULO 15





El viaje se le había hecho eterno. Se suponía que no tendría tiempo ni para aburrirse de tantas reuniones y convenciones a las que tenía que asistir. Pero aún así se sentía miserable.


Había tenido que soportar a su asistente pegado como una mosca desde que habían llegado y ya no podía ni verlo. 


Trabajaba con ella desde hacía dos años, pero una cosa era tenerlo en la oficina ocho horas, y otra muy distinta tenerlo las veinticuatro soldado a su cuerpo sin dejarla respirar.


Ella sabía que el chico tenía un enamoramiento, porque él no hacía nada para disimularlo. Y maldecía porque llegaría el día que tendría que ponerle un freno y sería incómodo.


Marcos la miraba como si fuera una diosa.


Seguía todos sus pasos, hacía lo que ella hacía, comía lo que ella comía y cada cinco minutos le preguntaba si estaba bien o necesitaba algo porque la había notado rara. Era eficiente en su trabajo, no podía quejarse, pero se pasaba.


Y claro que estaba rara.


Estaba harta. Quería irse a casa.


Quería que fuera miércoles, quería volver a ver a Pedro

Quería volver a tenerlo en su casa.


Quería hacer todas las cosas que en ese momento se le ocurrían.


Quería ponerlo a prueba.


—¿Te parece que nos quedemos una noche más para a la mañana terminar de recorrer las sucursales? – le preguntó Marcos sacándola de sus fantasías.


—¿Otra noche más? – ni en pedo. —No va a poder ser. Tengo un compromiso el miércoles.


Su asistente parecía decepcionado. Asintió y le preguntó.


—¿Volvió Juan? – sabía que odiaba a Juany con todas sus
fuerzas. Pero eso no le daba derecho a hacer esas preguntas. Ella era su jefa.


Lo asesinó con la mirada más fría del mundo mientras le respondía secamente.


—No. – levantó una ceja y vio que el chico se sonrojaba. —
¿Seguimos trabajando por favor?


Asintió avergonzado y no volvió a sacar el tema.


En otras circunstancias le habría gustado esa reacción. 


Mucho más que gustarle… la hubiera vuelto loca. Pero ahora no podía ni fijarse.


Seguramente su asistente sería un buen candidato para sus juegos, pero no estaba interesada. No es que no fuera atractivo. Era morocho, tenía unos preciosos ojos grises y era simpático. Tenía que admitir que era lindo. Pero nunca sucedería.


No mezclaba el trabajo con el placer.



****


Esa mañana se levantó temprano. No podía explicar la ansiedad que sentía. Todavía faltaba un día para que Paula volviera, y no podía dejar de pensar en ella.


Las horas se le hacían eternas.


Varias veces al día se encontrara en el lugar que se encontrara, su mente volaba a la última vez que había estado juntos. La charla que habían tenido. ¿En qué se estaba metiendo? Se contuvo de buscar en Google las implicancias de lo que había aceptado. Quería entenderlo, quería enterarse, pero a la vez quería que ella se lo enseñara. Que ella se lo explicara. De solo imaginársela hablando de esos temas lo ponían a mil.


También podría habérselo contado a sus amigos, pero se dijo que no era una buena idea. Ellos conocían a sus amigas, y no sabía si podía hablar de esos temas si quiera. 


No quería causarle problemas, por si acaso.


¿Ellas sabrían algo de todo eso?


Seguro algo podían imaginarse si conocían al chico con el que Paula salía. Frunció el ceño. No quería pensar en él.


Ese día tenía una entrevista en una empresa importante de telefonía.


Había llegado a ella por recomendación de uno de sus profesores, y aparentemente tenía todo lo que estaba buscando. Era toda una oportunidad, y aunque trataba de no hacerse ilusiones, porque no tenía ninguna experiencia laboral, algo le decía que iba a tener suerte.


Lo atendió una chica pelirroja de Recursos Humanos, que le hizo una entrevista formal como cualquier otra. Le sonreía cada tanto, y él lo tomó como una buena señal. Le había caído bien. Su nombre era Silvina.


—Bueno Pedro, me gustaría que tengas una pequeña charla con el jefe de departamento de publicidad, si te es posible. El va a querer ver tu portfolio. – cerró su carta de presentación y se la alcanzó. —Final del pasillo. Yo ahora lo llamo para decirle que vas.


Le sonrió abiertamente. Tenía una preciosa sonrisa blanca, casi infantil. Se la devolvió mientras se levantaba de la silla.


—Claro. Fue un gusto, Silvina. – le apretó la mano.


—Igualmente. – tenía las manos frías, pero su apretón era firme. Le pareció ver que se sonrojaba.


Tras una breve y profesional despedida, se fue a buscar la oficina que le había indicado.


Si, había empezado con el pie derecho. Le había gustado un poco la entrevistadora, y sintió que había sido mutuo. Siempre se llevaba bien con las mujeres en general. Sabía como tratarlas. Y ellas se sentían cómodas con él. Solo podía rogar que su jefe también fuera una mujer.


Pero no.


En la oficina lo esperaba un hombre de aproximadamente cuarenta años, alto, morocho, con el pelo lacio peinado prolijamente y unos penetrantes ojos azules. Tenía una sombra de barba, que le daba un aspecto juvenil y despreocupado.


Y aunque estaba vestido en un traje azul de diseñador, parecía casual y relajado.


Se saludaron y presentaron rápidamente, tomando asiento. Se llamaba Gabriel y era una persona simpática y agradable. En seguida notó que llevaba años trabajando en su puesto. Le había contado en que consistía el trabajo, y que es lo que se esperaba de él. Charlaron de publicidad e intercambiaron opiniones sobre campañas que ambos conocían.


Había quedado impresionado con su material, de manera impulsiva le sonrió aplaudiendo una vez.


—Si es por mí, empezas mañana. – dijo entusiasmado.


Pedro se había sobresaltado un poco, y había quedado con la boca abierta sin saber que decir.


—Si te interesa, claro. – dijo Gabriel.


—S-si. Claro que me interesa. – dijo sonriendo de a poco. —
Significaría muchísimo para mí…además…siempre soñé con…


Lo interrumpió levantando una mano.


—Me estoy adelantando. – cerró la boca en una línea apretada. No podía ser tan fácil. —Tenés que hablar con la jefa antes.


—Por supuesto. – estuvo de acuerdo. “Jefa”, pensó. Bueno, tendría que hacer uso de todo el encanto que sabía que tenía. Cada segundo que pasaba en ese lugar, más fuertemente quería que lo tomaran.


—Voy a organizar una reunión para el jueves a la tarde. – lo miró por un momento. —¿Podrás?


—A la hora que me digan, acá estoy.


Gabriel se rió y asintió.


—A las tres de la tarde. – contestó mientras miraba la agenda de su celular. —Seguro que te contratan. Voy a hacer lo posible.


—Muchas gracias. – dijo sinceramente.


Se despidieron sonrientes, y él partió a su casa con tanta emoción que no entraba en su cuerpo.


Sintió la necesidad de hablar con alguien para contarle.


Por un momento se imaginó contándole a Paula, mientras ella le sonreía y lo besaba de esa manera suave pero intensa que tanto le gustaba.


Disgustado, recordó que aun faltaba un día para verla, y se fue al gimnasio, donde por lo menos sus amigos lo escucharían.


Además no podía olvidarse de lo particular de su relación. 


¿Podían hablar de esas cosas? ¿A ella le interesaría si quiera?








CAPITULO 14





Se despertó temprano, aunque ese día no tenía que ir a la empresa a la mañana. Era una costumbre y no podía evitarlo. Miró su reloj. Las siete.


Se dio vuelta y Pedro dormía abrazado a su cuerpo tan tranquilamente que no pensaba despertarlo. Como había hecho la primera vez, se fue separando de él con sigilo hasta que pudo salir de la cama.


Caminó en puntas de pie y se metió a la ducha.


Su cabeza daba vueltas todavía con los acontecimientos del día anterior. No podía dejar de pensar en lo bien que la había pasado.


Nunca había hecho algo así. Las relaciones que había mantenido hasta el momento, eran tan distintas. Por lo general primero salía por meses. Meses enteros con sus candidatos. Y ellos siempre habían sido como ella. 
Interesados en lo mismo. Se llegaba a un nivel óptimo de
confianza y se establecían los límites. Solo una vez había procedido distinto, y había sido terrible.


Llevaba una semana viéndose con un compañero de la universidad, y una noche estando borrachos se habían ido a la cama. No se acordaba los detalles. Tal vez los había reprimido a propósito. No estaba segura. Pero no había podido seguir viéndolo.


Habían cortado todo tipo de relación.


Sus gustos eran especiales, y no eran bien aceptados por todos.


Requería de confianza. Mucha.


Y aquí estaba, otra vez.


En la misma situación.


No podía juzgar aun como había salido con apenas una noche. Cerró los ojos haciendo la cabeza para atrás mientras se detenía a recordar sus besos, sus ojos, su manera de moverse, su perfume…


Sonriendo se secó y salió para poder cambiarse.


Se sorprendió al no verlo en la cama, pero de todas formas, siguió en lo suyo.


Acababa de decirle como eran las reglas del juego. No eran una relación, y si él quería irse sin darle explicaciones al otro día, estaba en toda libertad de hacerlo.


Aun así le extrañó.


Buscó ropa interior y se puso una bata de seda corta que usaba para estar en casa por encima sin secarse el pelo.


Lo tenía largo hasta los hombros, y como era bastante finito, se secaría en pocos minutos.


Tenía una rutina estricta de ejercicio, pero se dijo que por ese día, podía salteársela. Después de todo a la noche habría quemado bastantes calorías. Todavía le dolían los músculos.


Estiró los brazos mientras caminaba en dirección a la cocina. 


Le encantaba esa sensación. Era siempre indició de que la noche anterior había sido excelente.


Cuando entró a su cocina se quedó congelada.


Leo Pedroestaba parado descalzo, preparando café en su cafetera, y haciendo tostadas en su tostadora. Y por si fuera poco, estaba vestido solo con sus jeans oscuros.


Su cabello se despeinaba rebelde y lo hacía lucir tan sexy que se le secó la boca.


Se había quedado quieta ante semejante invasión. No solía dejar que nadie tocara su cocina sin su permiso. Pensó en lo atrevida de su actitud, en una casa ajena. Es decir apenas la conocía y se sentía tan cómodo…


No sabía si le chocaba, si la enojaba, o si la atraía como pocas cosas lo habían hecho.


Sus músculos se marcaban y flexionaban de manera sugestiva y a ella le daban ganas de morderlo.


Suspiró y él al sentirla cerca la miró sonriendo como si nada.


—Vos me hiciste de comer anoche, te iba a llevar el desayuno a la cama. – así de simple. Para él era tan natural como respirar.


—No llevo comida al cuarto. – dijo más seria de lo que había
querido sonar.


El la miró esperando que fuera un chiste, pero no lo era, así que asintió y se disculpó.


—Perdón, no sabía. – dejó el café listo en la mesada, y las tostadas en un platito y la volvió a mirar. —Me voy a cambiar.


Ella asintió.


Maldijo.


No podía ser tan mala.


Se asomó al cuarto, y él se estaba atando los cordones de los zapatos.


—¿Te gusta el jugo de naranja en el desayuno? – le sonrió tratando de compensar lo bruja que había sido antes.


El le respondió la sonrisa con una radiante que le hizo latir todo el cuerpo.


—Si, me gusta.


Asintiendo, se dio la vuelta para servirle el jugo y esperarlo en la mesa para comer con él.



****


No tendría que haber preparado el desayuno sin su permiso. 


Estaba en su casa después de todo. ¿Desde cuando era tan confianzudo? Y más con Paula, que le había dejado perfectamente claro lo que quería, y lo que no quería. Se dio cachetazos mentalmente mientras se cambiaba. ¿Qué lo
había llevado a hacer eso?


Cuando estuvo listo, se fue a sentar con ella para desayunar, pero la verdad solo tenía ganas de irse a su casa.


Desayunaban en silencio. Sentía que tenía que decir algo, hablar de algo, pero no sabía qué. Estaba incómodo.


En cambio a ella se la veía tranquila. Levantaba la taza del café despacio con sus manos blancas y delicadas. Se notaba que era una chica educada, y sofisticada. Pero no eran solamente sus modos, había algo más.


Le resultaba difícil dejar de mirarla.


Su labio inferior era apenas más relleno que el superior y su nariz fina y algo respingada. Todas las líneas de su rostro eran igual de deliciosas.


Parecía muchísimo más joven que la edad que tenía realmente.


Tenía una piel increíble. Blanca y ahora que acababa de salir de la ducha, algo ruborizada. Le robaba el aliento. Era preciosa.


—¿Te gustaría que nos veamos de nuevo este miércoles? –
preguntó mirándolo fijo.


—Ehm, si. Claro. – sonrío. —Tendría que haber sonado un poquito menos desesperado o haberlo pensado por lo menos.


Ella se rió.


—Prefiero así. – hizo una pausa. —Esta noche no puedo, porque hoy a la tarde me voy a Mendoza y vuelvo en dos días. El miércoles.


El asintió. Se imaginó al instante que se iba a ver al chico que había viajado para verla, y no le gustó. No le iba a hacer ningún comentario.


Nunca se los había hecho a Sole después de un año de estar juntos,… ¿Por qué se los iba a hacer a ella?


Para pensar en otra cosa, le cambió de tema.


—¿Te puedo hacer una pregunta? – dijo curioso.


—Obvio. – dejó el café en la mesa y le prestó atención.


—¿Hace mucho que haces…bueno, esto? – ella levantó una ceja y se apuró a decir. —No me tenes que contestar si no querés.


Sonrió apenas.


—Si te referís a jugar, si. – pensó. —Creo que desde siempre, pero no de la misma manera. – hizo otra pausa. —Y si te referís a conocer a alguien y hacer todo esto, no. Es nuevo para mí. Solamente una vez,… – no quería contarle. —Pero no cuenta.


El sonrió conforme. Ahora estaba un poco más tranquilo. Pero todavía quería saber más.


—¿Y qué es “esto” exactamente? – aclaró. —Me puedo hacer una idea, pero me gustaría que me expliques mejor.


—Esto… – levantó una ceja. —…es que hagas lo que yo te digo cuando jugamos y la vamos a pasar bien porque a los dos nos gusta.


—¿Cómo un amo y sumisa, al revés?


Ella se rió.


—Si. Exactamente eso.


Levantó las cejas sorprendido. La idea le parecía atractiva. 


Es decir, ella era hermosa, y una amante increíble. La iba a pasar bien si o si. Si algo no le resultaba cómodo, se lo diría y ya.


Volvió a mirarla a los ojos y todo le cerró.


¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era clarísimo.


Hasta la forma en que estaba sentada, era la de una mujer
dominante. Y le gustaba. Se sentía como si pudiera entregarse a ella y sabría exactamente que hacer.


La idea lo llenaba de fantasías.


Antes de ir a verla se cuestionaba por qué no había estado con más mujeres, en vez de tener tantas novias y era una excelente oportunidad para probar algo diferente.


¿Cuántas veces estaría frente a una oferta así? Si sus amigos hubieran estado en su lugar, hubieran aceptado desde el principio. Y si estuvieran ahí con él, estarían empujándolo a que aceptara de una vez.


—¿Te interesa lo que te cuento? – le preguntó pasando uno de sus dedos distraídamente por su escote.


Buscando su voz, le respondió.


—S-si. – se sentó más derecho tratando de mirarla a los ojos, y no a los pechos. —No sé como se hace, pero si.


Ella se paró y fue hasta su lado sonriendo. Cuando estuvo cerca de él, le besó la comisura del labio y le susurró.


—Yo te voy a enseñar. – lo volvió a besar, pero en toda la boca.


Con sensualidad, lentamente, disfrutándolo.


El le tomó las mejillas y le correspondió el beso con la misma
intensidad. Ella, sonriendo, se puso frente a él, y se sentó en su regazo con una pierna de cada lado. Su bata se subía, mostrando más de esa hermosa piel rosada que lo volvía loco.


Se movió sugerentemente sobre él, arrancándole un suspiro. 


Tenía ganas de arrancarle todo y hacerla suya en ese instante, pero no sabía si debía. Había aceptado seguir sus órdenes, y a eso se dedicó.


Permaneció sentado en el lugar de manera pasiva mientras ella se mecía sobre su entrepierna estimulándose por sobre la ropa.


El roce lo estaba enloqueciendo. Podía sentirla a través de la tela de su pantalón, cada vez más agitada, cada vez más acalorada. Más excitada.


Sus ojos se habían cerrado, y con la boca entreabierta gemía muy bajito.


El pensó que iba a reventar. La entrepierna empezaba a dolerle en busca de algo de alivio. Y el no poder moverse, estaba haciendo que todo su cuerpo se acelerara.


Paula bajó las manos por su abdomen abriéndole los botones del pantalón y metiendo las manos por debajo.
Jadeó.


Lo tocaba con las dos manos mientras no paraba de moverse. Ahora sí explotaría.


Estaba haciendo lo posible, apretaba los dientes, y sentía todas las venas del cuello tensas casi queriendo salirse de su cuerpo.


Cuando por fin lo liberó de la ropa interior, arqueó la espalda y levantó las caderas de manera involuntaria.


Ella sonriendo lo acarició como él lo hubiera hecho. Con firmeza y al ritmo exacto que necesitaba.


Casi adivinando lo que quería, se bajó de él y agachándose en el piso, lo tomó con la boca.


Todo se había sucedido tan rápido, y había sido tan ajeno a su voluntad, que lo estaba viviendo como en la mejor de sus fantasías. El suspenso que le ponía a cada cosa que hacía, lo llevaba al borde. Y cuando sus labios lo rozaron, sus ojos quedaron en blanco y su boca se abrió para dejar escapar un gruñido.


Estaba a punto… pero ella frenó.


Abrió los ojos mirándola, mientras se paraba, se bajaba la ropa interior y sonriéndole lo sostenía desde la base de su miembro con fuerza, como formando un anillo con los dedos.


—Todavía no. – se pasó la lengua por los dientes y señalándose le ordenó. —Tocame.


Ni siquiera lo dudó. Llevó una de sus manos a su cintura para sostenerla y con la otra empezó a hacer precisamente lo que le había pedido.


Ahora estaba parada frente a él y lo tenía sostenido con toda su mano. Todavía no era doloroso, pero faltaba muy poco. Igualmente se dio cuenta que a esa altura, si algo le dolía, no le iba a importar. La mano de Paula lo mantenía al límite, pero no lo dejaba llegar al clímax. Y era una suerte, porque al verla disfrutar de sus caricias de esa manera estaba poniendo a prueba todo su control.


Movía sus caderas encontrando sus dedos, totalmente abandonada y muerta de placer. Se mordía los labios y lo apretaba aún más.


Terminó entre gemidos y gritos, casi temblando en sus manos y haciéndolo temblar a él también.


Cayó al piso de rodillas, y sin soltarlo se lo llevó nuevamente a la boca. Pero esta vez lo hizo con mucho más ímpetu. 


Determinada a volverlo loco.


Cuando lo soltó de donde lo tenía sujeto, lo miró.


Una sola y significativa mirada felina. Perversa. Llena de deseo.


Esos ojos verdes eran los de una bruja y no pudo soportarlo más.


Apenas lo había acariciado con la lengua, pero se vino
poderosamente, convulsionando en su boca. Desarmándose por completo.


Susurrando su nombre entre dientes apretados. Dejándolo vacío.


Había sido rápido y explosivo.


No se lo esperaba.


Ella se paró sonriendo, cerrándose la bata y se rozó los labios con la yema del dedo índice.


—El miércoles vamos a probar otras cosas. – su respiración todavía estaba algo alterada, pero por lo demás, estaba totalmente compuesta.
Como si nada hubiera ocurrido. Impecable. —Ahora me tengo que ir a hacer unos trámites. ¿Necesitás que te lleve a algún lado?


Y lo estaba echando.


Negó con la cabeza.


—Vivo cerca. – sonrió. Ella ya había estado en su casa.


Ella le devolvió la sonrisa y le alcanzó un pañuelito de papel para que se limpiara.


Terminó de vestirse y arreglarse, pero no podía hacer nada para disimular la erección que todavía tenía. Acababa de tener uno de los orgasmos más fuertes de su vida, pero había quedado con tantas ganas, que su cuerpo latía. Se fue caminando hasta la puerta a la espera de que le abriera.


Lo miró y sonriendo todavía más señaló su abultado pantalón.


—Me gusta tu actitud. – se acercó y en un arranque precipitado lo besó en la boca de manera violenta. Le sostuvo la entrepierna con la mano y suspirando sonoramente le dijo. —Es una pena, pero me tengo que ir de verdad.


El soltó el aire de a poco y como pudo le contestó.


—Me vas a terminar matando.


Ella se rió, y recogiendo algo del piso, le metió la mano en el
bolsillo del jean. Ahí. Tan cerca de su miembro, que éste latió en busca de su contacto.


—Un regalito para que te acuerdes de mí. – y diciendo eso, le abrió la puerta y se despidió de él.


Tambaleándose llegó al piso de abajo, y desde ahí pudo irse a su casa.


La piel le ardía y le vibraba por donde las manos de Paula habían estado hasta recién.


Apenas llegó buscó en su bolsillo para ver que le había dejado, y cuando lo vió, se prendió fuego.


La ropa interior que se había sacado.


Una tanga pequeña y de encaje en color rosa, que había usado ella hasta hacía unos minutos.


Sin frenarse a nada, entró al baño para darse una larga, larga ducha.


Todavía sosteniendo la prenda que le había volado la cabeza, encerrada en el puño de su mano.