lunes, 20 de abril de 2015

CAPITULO 19





Tomó sus muñecas y las sujetó de la cabecera, y tomando sus tobillos, repitió la operación al pie de la cama.


Estaba abierto, totalmente entregado a ella, y tan pero tan duro, que temía no poder soportarlo.


—Vamos a poner a prueba tu resistencia. – dijo entusiasmada.


Se situó a su lado, sobre la cama y acercándose lo besó.


Su boca sabía a vino, y terminó por incendiarlo. Lo besaba con fuerza, metiéndole la lengua y gimiendo en su boca. El ya había empezado a mover sus caderas. No iba a resistir mucho, pensó. Respondía con desesperación, como si su vida dependiera de ello.


Se separó apenas para mirarlo, y su mundo se frenó. No había nadie en este mundo tan bello. No podía ser real. Era espectacular. Y era su dueña. No opondría resistencia. 


Quería ser de ella.


Lo miró desconcertada y luego cerró los ojos por un breve
momento.


Buscó en su mesita de noche unos guantes de terciopelo negro largos y delgados. Se los colocó y se los deslizó por los brazos, pasando el codo.


Su tacto se volvió tan suave como una pluma.


Sabía sus intenciones, se las podía imaginar.


En ningún momento habían dejado de mirarse. Cuando se dio cuenta, se alarmó. No debía mirarla, pero no podía controlarlo. Era algo hipnótico. Y ya que no lo había regañado, lo siguió haciendo.


Asi vestida como estaba, estaba para comérsela a besos.


Llevó una de sus manos enguantadas a su miembro y muy despacio comenzó a tocarlo.


El puso los ojos en blanco, apretando la mandíbula. La sensación era mil veces más fuerte de lo que se había imaginado.


La mano se movía tan delicadamente, se deslizaba de manera que él se sentía sin ningún control. Gimió, haciendo la cabeza hacia atrás contra la almohada.


Ella al verlo, aumentó la velocidad. Era delicioso… y a la vez una tortura.


No tenía que acabar, eso lo tenía claro. El juego consistía en eso.


—No aguanto. – dijo jadeando. —No aguanto más. – su tono era suplicante.


—De eso se trata, hermoso. – contestó mientras seguía tentándolo.


Vio que llevaba su otra mano a uno de sus pechos, pellizcando uno de sus pezones hasta dejarlo rosado y rígido. Sus caderas también se movían. Estaba de a poco sincronizándose con él a causa de seguir mirándolo de esa manera. Era inevitable.


Mordiéndose los labios buscó en la mesita protección. Lo abrió y luego se lo colocó en la boca.


Se agitó tirando de sus ataduras. No podría soportar que sus labios lo rozaran. Simplemente no podría.


Pero no podía hacer nada, ella tenía el control.


Se agachó sobre él, y después de soplarle su zona más sensible, fue colocándole el bendito preservativo muy despacio con sus labios. De verdad despacio. Como si quisiera que sufriera.


El calor de su aliento lo invadió.


Gemía, como pidiendo compasión, moviéndose, tratando de
resistirse, pero no había escapatoria. Se vino con fuerza. 
Entre gritos incoherentes. Explotando como nunca lo había hecho.


Ella apenas había terminado de ponérselo.


Eso había sido sorpresivo, y vergonzoso. Y para colmo de males, su mirada tampoco lo hizo sentir mejor. Su ceño estaba fruncido, y él se sentía como si hubiera hecho algo malo. Muy malo.


—Voy a tener que castigarte, Pedro. – negó con la cabeza. —No tenías que acabar. ¿Merecés que te castigue?


—Si, señora. – dijo bajando la mirada y algo sonrojado. 


Sentía mucha vergüenza.


Le desató una de las muñecas y los pies.


—Date vuelta, y ponete en cuatro patas sobre la cama. – dijo firme.


El hizo lo que le pedía, todavía con el cuerpo sensible y con la respiración entrecortada.


Se puso cerca de su cara y lo miró. Con una pequeña sonrisa lo besó en los labios. Era impresionante como ese pequeño gesto lo había hecho sentir. De repente la alegría de saber que no estaba tan enojada le hizo latir fuerte el corazón.


Le devolvió el beso de manera insistente, aprovechando cada segundo que duraba. Pero ella se separó levemente y le puso algo frío en el mentón levantándole la cabeza y luego frente a su rostro para que lo viera.


A simple vista era como una regla metálica ancha y en la punta tenía una figura de corazón calada, como las que se usan para dibujar, aparentemente inocente.


—¿Cómo era la palabra clave? – de repente se puso más nervioso.


Si iba a necesitarla, esto sería intenso.


—Stop. – dijo contestando a su pregunta.


Le jaló los cabellos que estaban cerca de su frente, haciendo que hiciera la cabeza hacia atrás rápidamente y apretara los dientes.


—¿Así me hablas? – preguntó con odio.


Se había olvidado de decirle señora. Bajo la mirada y se corrigió.


—No, señora. Perdón, señora. – su voz sonaba rarísima, casi no la reconocía.


—Te voy a azotar diez veces. – su corazón se frenó en seco. —Y vos vas a contar. ¿Entendido?


—Si, señora. – contestó obedientemente aunque por dentro, su mente se había quedado en blanco. Le parecía que para poder pasar el momento y soportarlo, su cerebro se había ido de paseo. No quería pensar.


Quería sentir.


Escuchó que se reía dulcemente y después la perdió de vista, ni siquiera podía escucharla.


Silencio.


Y de repente, el movimiento de la regla en el aire, y el sonido al impactar en su trasero.


Se había quedado quieto. No había podido ni gritar. El golpe había sido diez veces más duro de lo que imaginaba. No sabía ni que pensar.


—Esa fue para entrar en calor. – rió. —A partir de la que sigue, quiero que cuentes.


—Si, señora. – contestó volviendo en si. Le ardía la piel.


Otro azote.


—Uno. – dijo cerrando los ojos con fuerza. Ella tenía fuerza.
Otro más.


—Dos. – la voz se le quedaba ahogada en la garganta. Le dolía terriblemente.


El tercer golpe fue a parar en el mismo lugar que el anterior que todavía le escocía. Sus ojos se humedecieron y gimió.


—Tres. – se dio cuenta de que estaba respirando por la boca de manera violenta.


Se estaba desquitando con él de manera tan agresiva, que lo enfureció. Lo llenaba de resentimiento. Y lo peor de todo es que nunca la había deseado tanto.


La odiaba.


Otro golpe. Cada vez más duros.


—Cuatro. – su cuerpo temblaba de ira, de dolor. Y de excitación.


Después de un rato, se dio cuenta de que ella tenía un ritmo, y que los golpes seguían un patrón. Eso se lo hizo más fácil, porque ya se los esperaba. Sin la sorpresa, solo estaba soportar el dolor.


Cuando estaba por decir nueve, su cuerpo ya no aguantaba más.


Estaba entumecido y le quemaba por todas partes. Ella solo le había pegado en el trasero y los muslos, pero él sentía oleadas de dolor por todos lados.


Ya no soportaba. Sus caderas se movían, al principio esquivando los azotes, pero después en busca de algo más.


La necesitaba.


Se imaginaba soltándose, arrancándole la regla de la mano y
tumbándola en la cama para tomarla como él quería. Tenía la piel bañada en sudor.


El último golpe, fue por lejos el más potente. Le había dejado
resonando todos los nervios. Le dolían hasta las mandíbulas, de tanto apretarlas, y tenía lágrimas en las mejillas.


La detestaba.


—Diez. – dijo soltando el aire con fuerza.


Su sangre hervía.


Notó que lo desataba y le besaba con dulzura las muñecas, pero él estaba lejos y veía todo rojo. No podía contenerse.


Paula lo miró y se desató el corsé con suavidad mordiéndose el labio y fue demasiado.


La tomó en brazos, arrancándole lo que quedaba de su ropa interior haciéndola pedazos y la besó. Sus bocas estaban calientes, como el resto de sus cuerpos.


Se movían con desesperación, como luchando sobre la cama.


Peleándose por obtener el control.


En un arrebato de locura, perdió por completo el control y con un solo movimiento la tomó. Se clavó en ella con tanta fuerza que los dos gimieron quejándose.


Volvió a tomar su boca mientras la embestía. Ella se mordía los labios y hacía la cabeza hacia atrás con la mirada perdida. Sus mejillas estaban enrojecidas y sus piernas temblaban apenas.


No podía pensar claro, ya ni siquiera le dolían los azotes. 


Estaba en una carrera en contra de su propio cuerpo. 


Cuando ya no resistió, se apretó contra ella y se dejó ir.


Buscó sus ojos y la miró.


Esos hermosos ojos verdes, que ahora un poco vidriosos lo miraban de manera tan intensa. Pero le decían tanto. Pudo ver el momento exacto en el que se venía y fue como si el mundo explotara.


Nunca se olvidaría de su rostro, de sus ojos, …de la manera en que había dicho su nombre.


No podía odiarla.


Besó su rostro con ternura, mientras ella lo abrazaba y jadeaba disfrutando de su cuerpo. Disfrutando de él.


Parecía tan frágil. Ahí estaba, relajada, fuera de cualquier pose, siendo ella en un momento íntimo que solo estaban compartiendo ellos dos. Y era mágico.


Le acarició la mejilla retirándole el pelo de la cara y le sonrió.


Ella lo miraba un poco confundida como si no supiera que acababa de pasar, y por un instante de descuido le devolvió la sonrisa. Fue un gesto fugaz, antes de que volviera a adoptar su máscara de mujer dominante, pero a él le había aflojado todas las articulaciones.


No podía odiarla, porque la admiraba. Toda ella, y lo que salía de ella. Besaría el suelo por el que anduviera. Por esos pequeños detalles, era capaz de ser su esclavo.


No estaba pensando claro, estaba con la cabeza hecha un lío.



CAPITULO 18





Era demasiada charla. No parecía asustado, solo ansioso.


Seguramente estaba excitado. Pero no había temor. Estaba seguro de lo que quería hacer, y por lo específico que había sido, podía apostar que había estado investigando en internet. Se alegraba.


Se había ahorrado muchas explicaciones.


Sin decir nada más se levantó y fue a buscar la comida. 


Había cocinado unas pechugas con salsa de espárragos con papas al horno. La sirvió y se sentó junto a él.


El dudó antes de empezar a comer.


—¿No tendría que estar sacándome la ropa y arrodillándome?


Ella rió.


—Por mí, no te frenes. – lo alentó con la mano. —Pero como es la primera vez, y quiero que te sientas cómodo conmigo, podemos ir despacio.


El asintió y suspiró.


De fondo sonaba The Killers, otra de sus bandas favoritas. Unas canciones conocidas, lo suficientemente alegres como para que pensaran en otras cosas mientras entraban en confianza.


—¿Tuviste alguna entrevista de trabajo? – le preguntó.


—Si. De hecho, una muy buena. – sonrió. —Espero que me llamen de nuevo. Tengo que ir otra vez esta semana.


Ella asintió y le siguió preguntándole. Estaba de verdad interesada.


Quería saber que cosas le gustaban, qué esperaba, qué quería ser en un futuro. Lo encontraba tan interesante, y sus respuestas eran tan inteligentes, que podía pasarse horas charlando con él.


—¿Y por qué no te dedicas a la fotografía si tanto te gusta? – quiso saber.


—Por lo mismo que no me dedico a la pintura. Amo esas
actividades, pero además de contar una historia, me emociona que tenga un fin más tangible. La popularidad, el lugar que ocupa en la gente. – jugaba con su copa distraídamente. —Me gusta estar creando constantemente.
Siempre tengo ideas, y con las fotos y las pinturas sentía que tocaban un techo, y yo quería ir más allá. Ir un paso más.


Asintió mirándolo, entendiendo lo que sentía.


Ya más suelto, y algo más relajado, comenzó a contarle de su infancia y sus primeros años de juventud en la casa de su familia. Era un hijo único, de una pareja que había más de cuarenta años que estaba casada. Había nacido y se había criado en el mismo barrio, y por lo poco que le contó, dedujo que venía de una familia con un buen pasar. Había asistido a una universidad privada, además de estudiar varios idiomas en academias prestigiosas, y el semestre en Europa en donde se había perfeccionado en artes.


Además de eso, era un apasionado de la literatura. Si pensaba que nunca conocería a alguien que leyera como ella, se equivocaba. Tenían gustos parecidos.


Por lo que le decía, se lo imaginó un chico relajado, con un
increíble talento y ganas de experimentar cosas nuevas. Que era exactamente lo que estaba haciendo ahora en su casa.


Pero había muchas contradicciones.


Todavía no lograba ver su lado despreocupado y tranquilo que decía tener. Alrededor de ella, se comportaba siempre tan nervioso.


Eso era ideal para lo que tenía en mente, pero al mismo tiempo, y sin saber por qué, no le agradaba. Quería que se sintiera a gusto.



****


Lo miraba tan interesada, que casi podía jurar que estaba en una cita común y corriente con una chica común y corriente. 


Era tan fácil olvidarse donde y con quien estaba.


Después de todo ella ahora era su ama. Su instructora, su maestra, o…señora. Ya no sabía como decirle. En internet había miles de formas de llamarlos. Lo único que sabía es que tenía los ojos verdes más bonitos que había visto en su vida. Y cada vez que lo miraba, su corazón se agitaba.


Apuró el último trago de vino y la miró a la espera de que le dijera que hacer.


Habían terminado de comer hacía un rato, y la charla se había puesto tan interesante que se había hecho tardísimo.


Ella sonrió y llevó los platos a la cocina. Podría haberla ayudado, pero de repente estaba tan nervioso, que no hubiera podido pararse y no estrellar toda la vajilla contra el piso.


Apareció y tomándolo de la mano, se lo llevó a la habitación.


—Ahora vamos a jugar, Pedro. – lo repasó con la mirada. —Ya sabes lo que tenés que hacer.


El asintió y se comenzó a desvestirse.


La música de la sala se escuchaba apenas, y había cambiado. Ahora sonaba Sia. Una melodía lenta, aunque con un poco de ritmo. Era sensual.


Aprovechando que la miraba, se desprendió el vestido y lo dejó caer al piso.


Tenía un corsé negro ajustado de encaje y cuero, con ropa interior ínfima del mismo color y medias hasta los muslos. Y en los pies, sus infaltables stilettos negros taco aguja.


Ya no escuchaba la música. Solo estaba su corazón desbocado y su respiración.


Sus dedos picaban por tocarla, pero sabía que no debía. Ella no se lo había pedido. Era desconcertante.


Nunca había visto algo más hermoso.


Sus pechos se levantaban sobre el corsé apretados, preciosos. El cabello le caía hasta los hombros, y sus ojos se habían puesto oscuros.


Como si fueran dos brazas quemándose. Lo quemaban a él. 


No lo soportaba.


Ahora desnudo, se hacía perfectamente evidente que lo había afectado. Estaba expuesto, y listo para todo.


Era excitante, y si se ponía a pensarlo algo humillante.


Cuando la vio sonreír, sintió una descarga directa a la entrepierna.


Mmm…si. Quería complacerla.


Se agachó de a poco hasta quedar de rodillas, y muy de a poco se sentó sobre sus talones mirándose las manos. No sabía que iba a hacer. Ya no podía verle la cara, solo sus larguísimas piernas y sus pies.


Oh por Dios, esos pies. Sentía la urgencia de besarlos, aun con los zapatos puestos. Notó que su erección crecía aun más.


—Hermoso. – dijo acariciándole la cabeza. —Me encanta.


La escuchó caminar por la habitación, y tras buscar algo volvió a acercarse.


Le tendió una copa, pero cuando estaba por agarrarla con su mano, la alejó y le jaló el cabello.


—Las manos atrás,Pedro.


Sujetó sus manos en su espalda y miró nuevamente el suelo.


—¿Cómo se dice? – lo jaló con más fuerza mientras hablaba con los dientes algo apretados.


—Si, señora. – dijo rápido.


—Perfecto. – lo soltó y luego le dio unas palmadas como a un cachorro.


Volvió a acercar la copa a su boca y él, sin poder usar sus manos, se estiró para tomar lo que le ofrecía.


Lo dejó apenas dar un trago y luego tomó ella.


Volvió a situarse frente a él de pie, y le apoyó uno de sus tacones en el pecho.


—¿Te gustan mis zapatos, Pedro? – dijo con un tono frío.


—Si, señora. – no dudó en contestar.


—¿Te gustaría besarlos? – acercó el pie a su rostro y antes de lanzarse, contestó.


—Si, señora. – ella rio apenas, y esperó a que él le comenzara a besar el largo de la pierna hasta llegar a su empeine y luego los preciosos zapatos. La sujetaba firmemente con las manos para poder hacer mejor su tarea.


El sabor del cuero, mezclado con el perfume que desprendía la piel de Paula, era tan estimulante que agitado, sentía como todo su cuerpo ardía.


Ella lo dejaba, gimiendo cada tanto, como si pudiera de alguna manera sentir los besos a través del calzado.


Era algo bajo, humillante, degradante, y terriblemente caliente.


Cada uno de sus sentidos invadidos por los estímulos que tenía enfrente.


Ni en una película porno se hubiera imaginado una escena tan erótica.


De golpe, sacó su pie y le ordenó.


—De pie, Pedro. Acostate en la cama boca arriba y esperame ahí con los brazos y piernas abiertas. – salió del cuarto en busca de algo más.


Se acostó como le había dicho y mirando el techo, sintió que su cuerpo empezaba a acelerarse. Iba a ser todo un desafío no venirse ante el más mínimo roce de su piel.


Paula volvió sujetando unas correas de cuero unidas por cadenas.


—Esto va a doler un poquito comparado con el pañuelo del otro día – sonrió de manera perversa. —Pero solamente te va a doler si te moves. Y no quiero que te muevas. ¿Te vas a mover? – lo desafió.


—No, señora. – contestó convencido. Quería hacer bien el trabajo.


No quería decepcionarla.






CAPITULO 17





Llegó a la casa de Paula casi en piloto automático. Se había
obligado a no darle vueltas al asunto, o cuando la viera le entraría un ataque de pánico. Siempre que empezaba a pensar en ella, no podía parar.


Tocó el timbre, y esperó a escuchar el portón abrirse.


En el ascensor, se acomodó la ropa y el pelo. Ahora la vería.


Apenas tocara a su puerta ella saldría y la vería. Habían pasado dos días, pero parecían dos años. Estaba nervioso como un crío.


Tomó aire y salió.


Ella abrió cuatro segundos después de que sonara el timbre. 


Los había contado.


Tenía un vestido azul cruzado que le llegaba arriba de las rodillas, con un escote pronunciado y se ajustaba a su cuerpo como un guante. El cabello suelto, ondulado y natural y la boca pintada de rojo. Le sonrió y a él se le secó la boca.


¿Por qué era tan linda?


Le devolvió la sonrisa, todavía alterado y esperó a que lo hiciera pasar.


—Hola Pedro. – le dio un rápido beso en la boca que fue como una corriente eléctrica inesperada. Se había olvidado de parpadear.


—Hola. – contestó y pasó detrás de ella. —¿Cómo te fue en
Mendoza?


Ella sonrió un poco más, cosa que a él le sentó como una patada.


¿Qué era esa sonrisa? ¿Tan bien la había pasado? ¿Qué había hecho? No vayas ahí, Pedro. Se dijo.



****


¿Cómo la había pasado? Terrible. Cada segundo se la había pasado pensando en él, en que quería verlo, quería tenerlo con ella. Se le había hecho eterno. ¿Cómo le diría algo así sin asustarlo? Estaba empezando a volverse una obsesión.


—Bien, gracias. – le alcanzó una copa de vino que acababa de servir. —¿Estuviste pensando en lo que te hablé la última vez? – quiso saber.


El asintió, tímido y a ella se le calentó hasta el alma.


—Bien. – asintió conforme. —Quiero que hablemos de límites, que lleguemos a un acuerdo. Quiero saber que te gusta y que no.


Vio que tomaba de su copa un trago largo y suspiraba. 


Estaba nervioso, y se veía adorable.



****


El momento que había estado temiendo había llegado. Iban a hablar con todas las letras de lo que les gustaba, y se sentía tan incómodo que empezaba a sudar.


Al final, había terminado buscando en Google y Wikipedia
montones de información sobre el tema. Y solo había servido para ponerle los nervios de punta. Mierda.


Se aclaró la garganta y dijo.


—No quiero que me asfixies, ni que uses corriente eléctrica, ni me pongas un collar para salir a la calle. – soltó apresuradamente sin hacer pausas para respirar.


Ella lo miró con las cejas levantadas algo divertida y se pasó la lengua por los dientes sonriente.


—Es verdad, eso es horrible. – se calló para que él siguiera
hablando.


—No quiero que participe más gente.


Ella negó.


—Solamente nosotros dos. – dijo dejándolo más tranquilo.


Se puso colorado como sus labios y apenas mirándola continuó.


—No me gustaría que… – no sabía ni como decirlo. —Uses… consoladores ni nada para…


—Sin penetración anal. – aclaró ella sin que se le moviera ni un pelo. El asintió. —Por lo menos no para vos. – le sonrió.


—Nada con fuego. – ella volvió a asentir mirándolo tranquila,
como si estuviera evaluándolo. —No sé, seguramente haya muchas cosas más que no me gusten. Y algunas que si.


—Estoy de acuerdo. – se acomodó en la silla. —Vamos a empezar por lo básico. Cuando estemos jugando, me vas a decir “señora” y si yo no te lo pido, no me vas a mirar a los ojos. Nunca. – su mirada era helada. — Apenas cruces por esa puerta, vas a estar desnudo, y arrodillado a menos que te pida lo contrario.


El asintió todavía sin poder creérselo.


—Vas a hacer lo que yo quiera, y vas a querer complacerme
siempre. – acarició su cuello delicadamente. —O te voy a castigar.


El volvió a asentir dócilmente y notó como ella se sonrojaba y sus labios se entreabrían en busca de aliento. Le estaba gustando la situación tanto como a él.


—A veces el juego se puede poner intenso, y siempre vas a poder frenarlo con una palabra. Tu palabra clave. Va a funcionar para ambos. – tomó de su vino. —La palabra es “Stop”. Y es la única que va a servir. Si decís no, o basta, el juego va a seguir.


—Ok, Stop. – asintió probando como decirla. —Entiendo.


—Eso es mucho por ahora. – se sentó hacia delante acercándose a él. —Quiero saber que sentís.


El sin saber por qué, abrió su boca y fue totalmente sincero. 


Tal vez fuera el vino, pensó.


—Siento que tengo muchas ganas de empezar a jugar con vos. – lo miraba fijamente. —Me da curiosidad, me dan ganas, estoy… que exploto. Y a la vez, estoy un poco asustado.


—¿Te doy miedo, Pedro? – preguntó en voz seductora.


—No. – dudó. —No creo.


Ella sonrió.