jueves, 21 de mayo de 2015

CAPITULO 122




En la empresa, todo era exactamente igual. Solo que ahora sus empleados ya no la llamaban “Señora Chaves” si no “Señora Alfonso”. Un pequeño, pero gran cambio.


Habían tenido peleas con Pedro porque ella no quería cambiar su apellido de ninguna manera.


Todavía al día de hoy no sabía como había cedido.


Aunque pensándolo bien, era porque se trataba de Pedro


No hubiera aceptado semejante cosa de ningún otro hombre en el mundo.


Para él no significaba un signo de pertenencia machista. El lo veía como un acto de amor.


Mierda. Nunca sabía como discutir aquello. Algún día iba a terminar convenciendo de alguna locura como raparse la cabeza en nombre de ese amor y ella lo haría contenta.


Pero bueno, en términos prácticos… y teniendo en cuenta que ahora estaban casados, compartían todo, el nombre no era algo tan terrible. Además sonaba tan lindo: Paula Alfonso.


Quería que su hijo llevara el apellido de su papá… en eso no había discusión.


Y ella quería tener el mismo apellido que su hijo también. 


Dios. Al final, después de tanto trabajo por ir en la dirección opuesta, iba a terminar siendo la típica mujer anticuada que tanto le disgustaba. Pero por lo menos lo haría dando pelea en lo que pudiera.


Esa misma tarde tenía una reunión importante con inversores extranjeros que visitaban el país por primera vez, y quería impresionarlos.


Si todo salía bien, podía asegurarse no solo uno, si no varios negocios con ellos. Estaba algo ansiosa. Eran momentos como estos, que extrañaba poder tomarse una copa.


Respiró despacio un par de veces antes de dirigirse a la sala de juntas y puso su mejor sonrisa.


El escritorio estaba ya preparado con carpetas para todos, vasos y botellitas descartables de agua y unos centros de mesa con arreglos florales.


Por cuestiones de protocolo, eran flores reales y no de plástico. Genial.


Gabriel la saludó con un gesto y se sentó en la otra punta de la mesa.


¿Qué tipo de flores eran esas y por qué olían tan fuerte?


Se aclaró la garganta y tomó un poco de agua, porque empezaba a descomponerse. Saludó amablemente a sus invitados y les explicó de la empresa haciendo la presentación estándar que ya tanto se sabía de memoria.


¿Hacía calor o era solo ella? El aire debía estar muy bajo… 


Y abrir la ventana en un piso tan alto no era una buena idea nunca. Se acomodó en su lugar y respiró con fuerza. Las manos le sudaban.


Gabriel la miró curioso y con gestos le preguntó si estaba bien.


Ella asintió una vez y siguió con la reunión.


El perfume del adorno floral la estaba destruyendo. Sentía el estómago revuelto y estaba deshidratando de tanto transpirar. La ropa se le pegaba.


Y entonces todo pasó demasiado rápido.


Una puntada en la boca del estómago, literalmente la dobló y salió disparada haciendo arcadas sin dar más explicaciones hacia el baño más cercano. Hermoso y muy oportuno espectáculo acababa de dar.


Bueno, aparentemente, las nauseas iban a seguir acompañándola un tiempo más.


—Ey. – escuchó unos golpes en la puerta del baño. —¿Estás bien, corazón? – era Gabriel.


—Si. – le contestó todavía temblando con las manos en los azulejos fríos del compartimiento del sanitario. De a poco se recuperaba.


—¿Qué pasó? – se preocupó su amigo.


—Comí algo que me hizo mal. – dijo tratando de sonar mejor de lo que se sentía. —No los habrás dejado solos en la sala, no?


—No, corazón. Les dije que nos disculparan y que posponíamos el encuentro para la próxima. – la tranquilizó. —De todas maneras hoy era una presentación, ya habíamos dicho todo lo más importante… no te hagas problemas por nada.


—Ay Dios… que vergüenza. – dijo.


—Cualquiera se enferma. – se rió Gabriel. —¿Querés que lo llame a Pedro?


Salió del cubículo y acomodándose la ropa se lavó la cara y las manos.


—No, gracias. – sonrió. —Ya estoy perfecta.


—Me alegro, entonces. – le sonrió asintiendo con un gesto suspicaz. —Cualquier cosa que necesites estoy en mi escritorio, reina.


Y se fue.


Ella miró disimuladamente hacia los lados en el pasillo y cuando se aseguró de que no venía nadie, sacó un cepillo portátil que ahora siempre tenía a mano y se lavó los dientes.



****


Después de haberse pasado tres horas frente la computadora, decidió estirar las piernas y se fue a buscar un café.


Su jefe, Gabriel, venía por el pasillo casi corriendo y en cuanto lo vio, lo agarró del brazo y se lo llevó a su despacho.


Para cualquiera le hubiera parecido muy raro ese trato con un empleado, pero entre ellos había mucha confianza. En esos últimos meses, se habían hecho muy amigos.


—¿Cuándo me iban a contar? – preguntó aparentemente enojado señalándolo a la cara.


—¿Qué cosa? ¿Estás loco? Casi me arrancas un brazo. – dijo acomodándose la camisa.


—Paula está embarazada. – dijo cruzándose de brazos.


—Shhh. – lo hizo callar y cerró la puerta a sus espaldas. —No sabe nadie… ni sus amigas, ni la familia. Nadie.


—¿Por qué? – no entendía.


—No estábamos exactamente buscando un bebé… y pasó. Y Paula… ella… – se pasó las manos por el cabello. — No la está pasando muy bien. No se la esperaba… que sé yo. No está muy feliz con la noticia. – se encogió de hombros.


Gabriel se quedó mirándolo.


—Y vos si. – dijo. No era una pregunta.


—Muy feliz. – contestó sonriendo sin poder evitarlo. —Por favor no digas nada. No quiero ponérselo más difícil.


—Ok, ok. – le dijo Gabriel. —Pero vos tenés derecho también a festejar un poquito. – le dio dos palmadas en la espalda. —Felicitaciones.


—Gracias. – dijo sinceramente.—¿Cómo te enteraste? – preguntó cuando pudo dejar de sonreír.


Gabriel se rió.


—Porque estábamos en una reunión recién y se descompuso de una forma, pobrecita. – él dejó de sonreír automáticamente. —Salió corriendo al baño super enferma… se moría de vergüenza con los inversionistas y…


Dejó de escucharlo y salió de la oficina casi corriendo.


En menos de cinco minutos estaba en la de Paula.


Golpeó la puerta y esperó que le abriera.


—Pase. – dijo tranquila desde el otro lado.


—Ey, hermosa. – fue hasta su escritorio y la miró preocupado. —¿Estás bien? ¿Te llevo a casa así te recostas? ¿O querés ir al médico?


—Tranquilo… – dijo abrazándolo. —Nauseas… nada nuevo. Ya estoy bien, mírame.


La miró con detenimiento. No estaba pálida.


—¿Querés que te vaya a buscar agua? ¿Jugo? – tenía la necesidad de hacer algo. No soportaba que se sintiera mal. 


Lo hacía sentir un inútil.


Ella le sonrió y le señaló una mesa en donde había una jarra enorme de agua con hielo y algunas rodajas de pepino flotando.


—Estoy perfecta, Pedro. – le acarició la mejilla. —Ya sabés como es esto… se me pasa en un segundo.


El asintió algo frustrado por no poder hacer nada.


—Pero podríamos tomarnos lo que queda de la tarde para que me mimes un rato y dormir la siesta juntos. – le sugirió hablándole al oído. Lo decía para hacerlo sentir mejor.


—Vamos, preciosa. – dijo él, contento de sentir que podía hacer al menos algo para que se sintiera un poquito más feliz.







CAPITULO 121




Lo miró un rato mientras suspiraba con cara de total satisfacción.


—Te amo, Pedro. – le dijo besando su pecho.


—Yo te amo más, hermosa. – le levantó la barbilla con delicadeza y la miró a los ojos. —Ey… ¿Pasa algo? Estabas rara antes.


Ella apretó los labios. Ahora, en el estado que se encontraba, le parecía una tontería. Asi que suspiró y se lo dijo.


—Pensé que no te gustaba más. – él frunció el ceño confundido.


—¿Por qué pensarías una cosa así? – preguntó algo molesto.


—Porque antes eras distinto conmigo… te dejabas llevar mucho más. – se encogió de hombros. —No podías esperar a tenerme en la cama.


El se quedó pensando y después como si acabara de darse cuenta de algo cerró los ojos.


—Es por lo de antes, no? ¿Por lo de la cena? – se rió apenas. Ella solo asintió. Se sentía algo avergonzada para hablar. —Quería hacerme el duro, Paula… demostrarte que yo también puedo jugar como vos.


—Y si que podés… – dijo ella pensativa.


—Si, pero siempre que jugamos soy yo el que termina cediendo… el que no aguanta más. – se mordió el labio. —Ya sabés que apenas me tocas, estoy listo para todo.


—Hoy no parecía. – dijo muy bajito.


—Quería impresionarte. – le contestó algo avergonzado él también. —Estuve a punto de arrastrarte a la cama mil veces. ¿No viste que no te podía ni mirar? Pensé que te habías dado cuenta.


Le sonrió de a poco.


—Me impresionaste. – se acercó más a él y lo besó en los labios.


—Tengo otras maneras de impresionarte… – le sonrió travieso y le guiñó un ojo.


—Ah, si? – preguntó levantando una ceja.


—Mmm… – la besó en el cuello y fue bajando muy despacio sin dejar de mirarla a los ojos.


No hacía falta decir nada más.


Tenía muchas maneras de impresionarla, eso era verdad. Y esta, particularmente era una de sus favoritas.


Pasaron lo que quedaba del fin de semana en la cama. Era agradable saber que su condición no lo iba a cambiar absolutamente todo. O por lo menos, no todavía.


Los mimos de Pedro, habían hecho que desterrara hasta la última duda que pudiera quedarle. Ellos no eran un matrimonio normal, jamás lo serían.


Y eso le encantaba.


Ese lunes, fue la primera mañana en tres meses enteros en no tener nauseas. Y, en lugar de sentir el alivio que se suponía que tenía que estar sintiendo, se asustó.


¿Estaría todo bien?


El malestar matutino era la única relación más o menos tangible que tenía con el embarazo. Lo demás eran puras ideas, flotando en la nada.


Se llevó una mano a la barriga confundida.


Pedro, que estaba terminando de vestirse, se acercó cuando la vio.


—¿Qué pasa, amor? – puso su mano encima de la suya. —¿Te sentís mal? ¿Te duele algo? – sabía que estaba tratando de disimular su preocupación.


—No, todo lo contrario. – le sonrió para tranquilizarlo. —No tengo nauseas.


El sonrió soltando todo el aire del cuerpo y recuperando los colores en el rostro. Era adorable.


—Me alegro, hermosa. – la besó en los labios. —Es normal que entrando al segundo trimestre ya te sientas mucho mejor.


Ella no pudo evitar reírse un poco ante lo informado que estaba.


—Vos deberías ser el embarazado. – le acarició el cabello. 
—Estás mejor preparado que yo.


—Para nada. – la abrazó con cariño. —Hasta ahora venís haciéndolo muy bien.


Su corazón dio un vuelco. Dios, como lo amaba. ¿Qué había hecho ella para merecer a alguien así? Cualquier mujer mataría por un marido como él. Por tener un papá así para sus hijos.


Una emoción cálida se apoderó de su pecho y se lo estrujó. 


Se enamoraba todos los días de él.


—No sé que haría sin vos. – le dijo un poco más seria.


El notó su cambio de ánimo y quiso hacerla sonreír otra vez.


—Probablemente tendrías más espacio en el guardarropa. – se rió. —Ahora viene la parte más linda de estos nueve meses, te lo prometo. Se acabo el malestar… y el pelo se te va a poner brillante, y más bonito todavía de lo que es.


Se volvió a reír sacudiendo la cabeza.


—Y voy a engordar como un elefante…


—Te va a crecer la pancita. – él lo hacía sonar todo tan tierno y especial.


—Y voy a tener estrías y se me van a hinchar los tobillos… – enumeró ella desafiándolo a que le viera a eso el lado positivo.


—Te voy a hacer masajes con crema de esa que tiene vitamina A para que tu piel siga preciosa. Y te puedo hacer masajes en los pies también. – dijo confiado.


—Voy a ser un desastre de hormonas, y más locura de la que estás acostumbrado conmigo, Pedro– le advirtió.


El se encogió de hombros.


—Te amo a vos y a tus hormonas. Vas a tener a mi bebé.. lo menos que puedo hacer es acompañarte. – se rió. —Y yo también tengo mis locuras.


—Vos tenés mucha paciencia. – le dijo besándole el cuello. —¿Te voy a gustar cuando necesite una grúa que rompa la puerta para poder sacarme? Porque te juro, Pedro… si es de familia.. no sabés como engordó mi mamá con sus dos embarazos.



****


El no quiso pero dejó escapar una carcajada. Si era de familia, de su lado tampoco tenía nada muy alentador para contarle. Su madre había subido veinte kilos con él. 


Probablemente no era el mejor momento para contarle.



****


—¿Ves? Te reís porque sabes que tengo razón. – dijo angustiada.


—Vamos a hablar con Gabriela si te deja más tranquila. – la dio vuelta y quedaron los dos enfrentando el espejo, mientras él pasaba sus brazos encima de su cintura. —Ella es nutricionista, y te puede hacer una dieta.


—Es raro. – dijo pensativa, acariciándose la barriga en círculos. El asintió y la acarició también.


—No tengas miedo, Paula. – le besó la nuca muy despacio. 


—No voy a dejar que te pase nunca nada y voy a hacer todo lo posible para que sean felices. Sabes eso, no?


Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas. Se dio vuelta y se quedó abrazada a él hasta que fue hora de irse a trabajar.


Todo iba a estar bien si él estaba con ella.





CAPITULO 120





Escuchó que Pedro recibía el pedido de los helados y se movía en la cocina. Rápidamente se secó el rostro y trató de componerse lo mejor que pudo, sabiendo que en cualquier momento entraría por la puerta.



****


Puso el helado en dos platos de postre y los sirvió con unas galletitas dulces que ella adoraba.


Quería hacer algo lindo, así que además buscó un mantelito y servilletas para llevárselo a la cama en una bandeja.


¿Estaría dormida?


Entró haciendo el menor ruido posible y la vio sentada leyendo.


—Hola, hermosa. – le dijo sin poder evitar la sonrisa boba que siempre ponía cuando lo miraba.


—Hola, amor. – dijo sin levantar la vista, pero dejando el libro que leía a su lado en la cama.


—Te compré las galletitas que te gustan. – le dijo algo confuso al ver que apenas lo miraba.


Tenía los ojos tristes.


—Gracias, mi amor. – le sonrió apenas, y acercándose le dio un pequeño beso en los labios.


Si, definitivamente algo le pasaba. Sus ojos estaban más verdes que nunca y tenía apenas sonrojada la nariz.


—¿Estuviste llorando, Paula? – preguntó preocupado.


—¿Qué? No, no. Para nada. – hizo un gesto con la mano y tomó su plato y cuchara para comer.


—Te conozco. Tenes los ojos raros. – le señaló.


—Debe ser por la siesta que dormí. – se rió llenándose la boca con helado.


El frunció el ceño y se sentó a su lado para comer helado también.


Cuando estaba en la cocina, pensó que ya había tenido bastante, y no quería esperar más. Le llevaría el postre, y se lo comerían entre besos porque no se aguantaba más. Pero al verla tan decaída, se sentía mal de si quiera querer intentarlo. Evidentemente ya no estaba de humor. No iba a forzarla, no era un animal. Se acomodó el bóxer algo frustrado. Iba a ser una noche larga. Muy larga.


Ya terminado el helado, y después de ver una película que daban por cable, empezó a percibir como la cabeza de Paula, que estaba apoyada en su hombro, pesaba cada vez más. Se estaba quedando dormida. Sonrió con ternura y la acomodó mejor entre las almohadas mientras le acariciaba el cabello.


Tenía los ojos cerrados y respiraba tranquila.


Era tan hermosa, que su corazón latía con fuerza y la boca se le secaba.


Bajó la mano y la acarició sobre la barriga. Era algo que no muy seguido se daba el lujo de hacer. Ella nunca se había quejado del gesto, pero tampoco quería abusar. No quería ponerla nerviosa.


Así que cuando dormía, él se quedaba un rato largo mirándola, y apoyando la mano sobre su bebé. Sin poder evitarlo, llevó sus labios hacia allí y la besó en el ombligo. Increíble.


En ese periodo del embarazo, era bebito era realmente chiquitito. Apenas unos centímetros. Y sin embargo ya lo amaba tanto.


Ojalá tuviera los ojos de Paula, pensó sonriendo. Volvió a su lugar, y estrechándola más cerca, besó su cabello y fue quedándose dormido.


A media noche, se despertó con los besos de su esposa.


Estaba sentada a horcajadas encima de él y tenía los labios húmedos sobre su cuello.


La tomó de la cintura y buscó su boca para besarla también. 


Todo el deseo que había reprimido horas antes, volvía con fuerza y de golpe.


Sin poder aguantarse, bajó sus manos y sujetándole la cadera empezó a moverla sobre él para sentir su contacto más de cerca. Era casi doloroso. La necesitaba ya.



****


Se había despertado agitada después de un sueño que la había dejado alterada. Y fue apenas abrió los ojos, que vio el protagonista de su sueño, ahí. Acostado a su lado.


Se removió incómoda. Tenía tantas ganas de arrancarle la ropa y comerlo a besos que era imposible volver a dormirse.


Le acarició el rostro con cuidado y lo besó en los labios. 


Dormido, él gimió suavecito y sonrió.


Oh por Dios, pensó ella. Totalmente adorable y… comestible.


Se subió encima de sus piernas y sentada allí, lo acarició por el pecho, y el abdomen. El se movió apenas y cerró más fuerte las mandíbulas. Se estaba despertando.


Se acomodó en su entrepierna mejor. Si, todo él se estaba despertando.


Se agachó y empezó a besarlo por el cuello. Olía tan deliciosamente…


El la tomó de la cintura y la besó. Si, ya estaba despierto.


Por fin, pensó.


La tenía de las caderas y la mecía sobre su erección creando una fricción irresistible. Lo necesitaba con urgencia. 


Se sacó la bata y a los tirones le bajó el bóxer a él que jadeaba loco de deseo.


Todo lo que había pensado antes de dormirse era una locura.


Esta es la reacción a la que estaba acostumbrada.


Así le gustaba tenerlo.


Le mordió los labios con fuerza mientras bajaba sobre su miembro muy despacio.


—Mmm… – lo escuchó decir.


Le encantaba como se sentía justo ahora, con él dentro. 


Arqueó la espalda por completo, dejándose llenar de ese sentimiento tan poderoso.


Gimió y empezó a moverse hacia arriba y abajo con un suave balanceo que sabía, lo volvía loco.


El apretó más su agarre y la miró mordiéndose los labios excitado.


—Mmm… ssiii… – decía mientras la encontraba en cada embestida.


Escucharlo la ponía a mil.


Se movió aun más rápido, sintiendo cada centímetro de su cuerpo en contacto con el de Pedro.


Estaba demasiado cerca.


El apuró también sus acometidas y gruñendo llevó las manos a sus pechos y se los acarició delicada pero firmemente. Estaban algo sensibles, pero solo él sabía como tratarlos para hacerla delirar.


—Sos… tan… hermosa… – le decía con la voz ronca y entrecortada. —Tan… hermosa…


Y así nomás, en ese preciso instante, ella explotó en mil pedazos. Cerró los ojos y gimió ante un placer que pocas veces había sentido. Era intenso y aparentemente iba a durar mucho más que de costumbre. Siguió moviéndose, sintiendo que él estaba a punto de dejarse ir también y lo miró.


Pudo ver el momento justo en que su rostro se tensó y relajó con un jadeo brusco, y así nomás otra vez, se vino entre sus brazos en un segundo orgasmo tan fuerte que la obligó a derrumbarse.


Respiraba por la boca entre jadeos.


Había sido increíble. Incomparable.


Pedro le acariciaba la espalda con cariño, mientras luchaba por traer aire a sus pulmones de una vez.


—Mi amor… – le dijo cuando estuvo más calmado. —podés despertarme así todas las noches, si querés.


Se rieron.