miércoles, 22 de abril de 2015
CAPITULO 27
La música sonaba en toda la casa de manera estridente.
Sirvió los últimos dos chupitos, y con la mirada borrosa, levantó el suyo para brindar. El se rió con los ojos un poco entornados y brindó moviéndose muy lentamente cuidando su equilibrio.
Siguieron tomando otras cosas cuando eso se acabó, divertidos porque según decían, tomar no les estaba haciendo efecto.
—Creo que sería buena idea salir un poco y que nos de el aire en la cara. – dijo viendo como todo giraba hacia la derecha y luego a la izquierda.
El levantó el dedo índice y sacó su celular. Cerrando un ojo y
acercando el aparato para ver mejor la pantalla, empezó a llamar a alguien.
—¿A quién llamás? – se rió.
—Holaaa. ¿Dónde están? – escuchó con atención mientras la miraba sonriente. —Ya vamos. – y cortó.
—¿A dónde vamos? – miró la ventana. Era de noche. —Es tarde.
—Vamos con tus amigos, y mis amigas. – levantó las cejas. —O al revés. Vamos con los amigos, vamos.
La levantó sujetándola de la mano y la ayudó a llegar hasta el ascensor. Se rió cuando vio la cara de Pedro en el espejo.
Estaba borracho.
Gritó cuando se vió ella. ¿Era ella?
Si no era, era muy parecida. Negó con la cabeza. ¿Qué le había pasado? Por Dios…
Pedro la miraba y se reía también. Vió que se peinaba con los dedos como podía y después mirándola, la peino también.
No podía dejar de reírse.
Agarrados del brazo se tomaron un taxi al frente del edificio.
Luego de muchos intentos habían logrado indicarle al chófer a donde tenían que dirigirse.
En la puerta del lugar, vieron salir a Caro, su amiga.
Sabiendo que iban a ir, los fue a buscar para que entraran sin hacer fila ni pagar entradas.
—Uh…¿Qué les pasó? – dijo mirándolos con gesto cómico.
—A mí nada. – dijo Pedro mirándose. —Pero tu amiga está … – se acercó al oído de su amiga hablando muy bajito. —Borracha…
—Yo no me emborracho. – dijo ella negando con la cabeza y
después asintiendo. —Vinimos a bailar.
Los empujó y entraron.
Se mezclaron con la gente en pocos segundos. Sus amigos estaban tomando algo en la barra y los saludaron al verlos llegar.
Pedro se había sentado y parecía cansado. Había apoyado la cabeza sobre sus brazos.
Como vio que con él no iba a poder bailar, se fue con sus amigos.
Caro y Muriel estaban por ahí, ¿Dónde estaban? Se encogió de hombros.
Sacó a bailar a Ezequiel. Era simpático, la hacía reír.
Entrenador, o profesor de gimnasia. Lo miró detenidamente.
Tenía lógica. Su cuerpo decía exactamente eso.
—¿Te gusta mi amiga, no? – preguntó refiriéndose a Caro.
—Si, es muy linda. – contestó sonriente. —¿A vos mi amigo?
Ella rió.
—Es muy lindo. – suspiró. —Es muy bueno. ¿Es bueno, no?
—El más bueno. Tiene una paciencia a prueba de todo.
Ella negó con la cabeza.
—Yo no soy buena para él. – meditó. —Necesita una chica buena.
El la miró confundido.
—No me pareces mala. – levantó una ceja. —Tus amigas te quieren mucho y eso habla bien de vos, ¿No?
Ella le sonrió con la mirada triste. Este chico también era bueno.
De repente sintió como si un camión los embistiera separándolos.
—Ey, ey. – Pedro empujaba a Ezequiel—Está conmigo. – la señaló.
—Ya sé, estábamos bailando. – su amigo estaba serio. —Daaale, boludo. Dejá de joder. ¿En serio me decís? Estás borracho. – dijo soltando a Paula y yendo de nuevo a la barra.
Ella lo miró confundida.
—¿Por qué lo empujaste? – quiso saber.
—Porque lo conozco. – lo buscó con la mirada. —No quería que baile con vos. – se encogió de hombros.
—Yo bailo con quien quiero. – puso cara seria y él sonrió.
—Me encanta cuando levantas así la ceja, te juro. – se rieron y la abrazó. —No seas mala conmigo. – le dijo al oído.
Se quedó quieta. Estaba confundida por el alcohol, pero aún así la afectaba. Esa sensación de angustia otra vez se le instaló en el pecho.
—No soy mala con vos. – respondió a su abrazo. —Soy mala para vos.
El negó con la cabeza, y sin hacer caso a nada más, tomó su rostro y la besó. Su contacto suave, y sus labios tibios la hicieron estremecer. Nadie la había besado así. Se tomaba su tiempo, la disfrutaba, pedía más.
Siempre más.
Frenó para mirarla a los ojos, y con nueva determinación volvió a besarla. Ella no resistió, y con ambas manos lo sujetó más cerca tirando de su remera hasta que sus cuerpos estuvieron pegados. Recién ahí, cruzó sus manos por detrás de la cabeza de Pedro y enredó los dedos en su pelo.
No estaba controlando lo que pasaba. Era él quien besaba y ella tan solo se dejaba besar. Se dejó llevar por completo.
—¿Vamos? – le susurró él sin dejar de besarla.
Ella asintió con los ojos todavía cerrados.
CAPITULO 26
La ayudó a poner la mesa, y a servir la comida. Le gustaba cocinar por lo general. Pero hoy había estado tan distraída, que no había podido. A último momento preparó una ensalada con pasta, verduras frescas y pollo grillado. Era algo liviano, además de delicioso.
Había elegido uno de sus vinos favoritos. Un Chardonnay de
aromas frescos y frutados que iba perfecto.
Ya más relajados, después de reírse por un buen rato, se sentaron a comer charlando de sus amigos.
—Yo no les había dicho que …nos seguíamos viendo. – dijo
mirándola con algo de duda. —Porque no sabía si vos querías que se enteraran.
Ella asintió y tomó de su copa.
—No me molesta. – se mordió apenas los labios. —Yo tampoco le había dicho a mis amigas.
—Ni al chico que vino de viaje la otra vez… – comentó Pedro como si nada.
—¿Juany? – ¿Por qué le diría a Juany? —No, a él tampoco le dije.
—Juany. – repitió pensativo.
—Juan. – corrigió y lo miró a la espera de que dijera algo, pero no. —Está de viaje, y por el momento no estamos juntos. – se encogió de hombros. —Por lo tanto no le tengo que decir.
—Claro. – asintió y se vació el contenido de la copa de un solo trago.
—No me gusta tener varias parejas de juego. Si estoy con alguien, no estoy con nadie más.
Le pareció ver que suspiraba y levantaba levemente las comisuras en una sonrisa disimulada. Pero ella tuvo que aclararle.
—Pero Juany es bastante más que un compañero de juegos. – la miró fijo. —Es mi pareja… en la vida. Tenemos una historia.
—¿Entonces por qué no estás con él? – había algo en su rostro…
¿Estaba molesto?
—Porque está de viaje por un par de meses, y los dos somos personas prácticas. Sabemos perfectamente que las relaciones a larga distancia son… – se rió. —No existen.
—Y mientras tanto… – la miraba de manera intensa.
—Y mientras tanto no le interesa lo que hago, ni a mí lo que él hace.
—Pero cuando él vuelva, van a volver. – insistió. ¿Por qué le decía estas cosas?
—Eh… no sé. – ¿Por qué dudaba? —Eh si. Quiero decir, si.
Supongo que si. – se había puesto nerviosa.
—¿Te gusta? – suspiró. —¿Lo querés? ¿Estás enamorada…?
Ella abrió los ojos de par en par.
—No corresponde…que... – se sentó más derecha tratando de recobrar el control. —No me podés preguntar esas cosas. Te dije que nosotros no tenemos ninguna relación. Vos estuviste de acuerdo.
El abrió la boca pero después la cerró. No podía discutírselo,
aunque podía darse cuenta de que se moría por hacerlo.
Lo vio suspirar.
—Perdón. Tenés razón. – se tocó la frente apenas. —Cualquier cosa. ¿Podemos hacer de cuenta que no dije nada?
Ella asintió.
El ambiente había cambiado y se había puesto raro entre ellos.
Frunció el ceño y luego le preguntó.
—¿Era verdad eso de levantarte temprano mañana?
El sonrió.
—No. Les dije eso para que no me insistieran, nada más. – ella asintió.
—Entonces vamos al cuarto. Vamos a jugar. – él la miró
sorprendido. —Pero a un juego diferente.
Se levantó y camino al cuarto recogió una botella de tequila y dos vasitos
CAPITULO 25
Hacía una hora que estaba listo para ir a casa de Paula, pero todavía era muy temprano. Ya no sabía que hacer para hacer que pasara el tiempo. Caminaba de un lado para el otro como un león enjaulado.
Se le ocurrió llamar a Sole para preguntarle sobre el test, pero después desistió. No tenía ganas de ponerse a pensar en esas cosas ahora.
Miró de nuevo el reloj. Mierda. Demasiado temprano.
Su celular sonó y lo atendió casi al instante.
—Hey Pedro! – su amigo Agustín. —Estamos acá con Caro y Muri y queríamos salir. ¿Te prendes?
—No puedo. – dijo sin dudar. —Hoy imposible. De hecho me estoy por ir. – pensó que hasta no hablar con Paula, no le contaría a sus amigos que se seguían viendo.
—Daaale. – insistió su amigo. ¿Qué tenés que hacer? Aprovecha de salir antes que vuelva la loca… – así llamaban a Sole.
—Sigue de viaje. Pero no, de verdad hoy no puedo. Mañana me tengo que levantar muy temprano. – se rió. —Lo dejamos para el fin de semana.
—Dale, no seas maricón. – odiaba esos términos, pero no dijo nada.
—Capaz que viene la rubia con las chicas. ¿No tenés ganas de verla?
Sonrió. Se moría de ganas.
—¿Paula? – preguntó haciéndose el distraído.
—Si, Paula. La rubia.
—¿La misma que tiene novio? – dijo riéndose.
—Bueno, como quieras. Este fin de semana salimos si o si. – se rió.
—Me dice Ezequiel que manejas vos, así que olvidate de tomar.
—Ok, ok. – aceptó algo molesto. —Que la pasen bien. Nos vemos.
—Nosotros seguro que la pasamos bien… – más risas. —Sos vos el que se va a quedar en su casa como un abuelo durmiéndose temprano. – y cortó.
Negó con la cabeza riendo. Presentía que iba a dormir bastante poco.
Sin poder seguir aguantando, se fue a comprar vino para ir a casa de Paula.
****
Le habían avisado que salían con los amigos de Pedro, y que lo iban a llamar para que saliera también. Y por un momento se inquietó.
¿Y si él prefería irse de fiesta con ellos? ¿Si la llamaba para dejarla colgada? Se mordió el labio.
O tal vez ella tendría que llamarlo y decirle que no había problema, y que podían quedar para otro día, que no se quedara sin salir con sus amigos. No quería tampoco que se sintiera obligado a venir. Y que estuviera con ella, pensando en que prefería estar en otra parte…
De paso sería ella la que ponía las reglas y condiciones. El no podría plantarla, porque no le daría oportunidad.
Tomó su celular dispuesta a escribirle, pero fue interrumpida por el timbre de abajo.
Miró su reloj. Tenían que ser sus amigas.
Atendió.
—¿Si?
—Eh… ¿Paula? – su pulso se disparó. Pedro. —Es un poco
temprano, pero… estaba por acá… y… – daba tantas vueltas. —Tenía ganas de verte. – dijo más bajito.
Ella sonrió y tocó el botón que abría la puerta.
Al verlo no pudo evitar sentir que todo su cuerpo se estremecía. El como siempre la miraba con esa sonrisa tan bonita, y ella sentía que las rodillas se le doblaban. Era irresistible.
—Hola. – lo tomó del rostro y le estampó un beso en los labios. Su voz había sonado extraña. Se notaba que había estado esperando por horas para verlo, y toda su piel lo reclamaba.
El se había sorprendido, pero entusiasmado respondió de la misma manera. Se sujetó como pudo de su cintura, y tras cerrar la puerta a sus espaldas con el pie, la condujo a la habitación, apurado.
Ella lo siguió, forcejeando con su ropa para desvestirlo. Le aflojó el cinturón, y tirando de él lo hizo volar por la sala. Iban por el pasillo casi desnudos. El jadeaba, y tomaba su boca de manera desesperada, violentamente.
La alzó y se colocó las piernas de ella abrazando su cadera.
Gimió cuando muy despacio sintió que le corría la ropa interior para un costado y metía un dedo en su interior. Se contrajo ante su toque y lo mordió en el labio. Lo necesitaba.
Notó que él se bajaba apenas el bóxer y casi sin dejar de mirarla, se colocaba la protección. La apoyó contra la pared del dormitorio, y sin poder seguir esperando se hundió en ella con un gruñido.
Su cuerpo se arqueó de placer y clavándole las uñas movió sus caderas para encontrarse con él más profundo, mucho más intenso. Gritó cerrando los ojos.
No podía esperar más.
Se agitó sujetándose a él, uniéndose al ritmo de sus arremetidas, totalmente fuera de sí. Estaban agitados, y sus respiraciones se mezclaban con los gemidos de ambos.
Podía sentir el cuerpo de Pedro apretándola con
fuerza, entrando y saliendo sin piedad.
Tenía el rostro tenso y las mejillas de un rojo encantador.
Miró a sus ojos, y fue por lo que vió en ellos, que se dejó ir con fuerza. Esa mirada celeste, salvaje, tan llena de deseo que le hizo perder la razón.
Su cuerpo latía con él dentro, pequeñas convulsiones que la
invadían de placer y lo llevaban al clímax también. Se miraron por un breve instante, y como atraídos por una fuerza magnética, se volvieron a besar. Así, con los ojos abiertos, sin perderse ni un gesto del otro. Sin dejar de tocarse.
Se abrazó a su cuello temiendo perder el equilibrio. Tenía las
extremidades flojas, y le faltaba el aliento.
El, devolviéndole el abrazo la llevó hasta la cama y con delicadeza la acostó. Le acarició los brazos mientras seguía besándola.
—Hola, bonita. – dijo contestando a lo que ella había dicho apenas había entrado.
Se rieron.
Apoyándose en sus codos, lo miró.
—Me hiciste caso. – sonrió pensando en sus indicaciones de no tocarse.
El sonrió y encogiendo apenas los hombros le contestó.
—Me porto bien. – le guiño el ojo, y a ella le aleteó el corazón. — Así como hay castigos… ¿Hay premios?
Ella volvió a reírse.
—El premio es que no hay castigo. Además se supone que me tenés que hacer caso. – él la miró pensativo. —¿Esto de recién te pareció poco premio? – preguntó levantando una ceja.
—Mmm… – le tomó las mejillas y la besó con ternura. —Siempre me voy a portar bien, entonces.
Ella sonrió y aprovechando que él estaba acostado, se colocó por encima y se sentó mirándolo detenidamente.
¿Cómo era posible que un par de ojos brillaran de esa manera? El también la miraba. Intensamente. Memorizando cada uno de sus rasgos, cada detalle.
Entre ellos se había creado un silencio que hacía tanto ruido como una bomba de estruendo. La aturdía.
¿Por qué la miraba de esa manera?
A veces sentía que los roles se invertían, y era él quien tenía el control. Y ella solo estaba ahí, indefensa, vulnerable. La hacía sentir vulnerable.
Sacudió la cabeza, para liberarse de esos pensamientos que la confundían, y se concentró en lo hermosa que era su boca, y su talento al besar.
Se inclinó para que sus labios se tocaran, pero los interrumpieron.
El timbre de la puerta y gritos.
—PAULA!! Te venimos a buscar para que salgas con nosotras!! – sus amigas.
—Dale, acá tus amigas dicen que si no venís, ellas no salen. – y los amigos de Pedro.
El cerró los ojos y se tapó con el brazo.
—Los voy a tener que atender. – dijo resignada. —Si no, no van a deja de tocar, y me van a echar del edificio por ruidos molestos. – susurró.
—¿Querés que me quede acá mientras? – preguntó algo inseguro y decepcionado.
Dudó.
—¿A vos te molestaría mucho que tus amigos te vieran conmigo? – dijo sin mirarlo, sintiendo como sus mejillas se ponían calientes.
—¿En serio me preguntas? – lucía sorprendido. —Para nada. – sonrió. —Todo lo contrario.
Ella se quedó muy quieta y casi no hizo ningún gesto con el rostro, aunque por dentro, su cerebro se derretía.
—Bueno, nos vistamos entonces.
El asintió y buscó su ropa rápidamente.
En dos minutos ya estaban listos. Tratando de actuar normal, Pedro sirvió dos copas de vino y Paula prendió la tele mientras abría la puerta.
—Hoolaaa. – saludó Muri, que apenas vio que su amiga estaba acompañada se quedó muda en el lugar.
Caro la miró levantando las cejas y los saludó algo sonriente.
—Ahhh bueeeeeeeeeeno!!!! – dijo Ezequiel casi a los gritos cuando lo vió.
—¿No te tenías que levantar temprano mañana? – preguntó
Agustín.
El se rió un poco y se encogió de hombros, queriendo parecer culpable, aunque no lo sentía ni un poco.
Paula los saludó y les ofreció vino a todos, pero estos viendo
claramente que interrumpían, se negaron.
Se apuraron en marcharse, no sin antes intercambiar algunas indirectas, bromas y miradas suspicaces, pero ya había pasado lo peor.
Y justo cuando se estaban yendo, Caro se agachó y recogió algo del piso. Fue hasta donde estaba Pedro y se lo alcanzó.
—Se te debe haber caído. – dijo conteniendo una carcajada antes de irse.
Pedro miró en sus manos, y vió el cinturón que en el apuro había salido volando. Disimuló una risa lo mejor que pudo mientras se ponía colorado como Paula al darse cuenta.
—Gracias. – contestó con un grito después que empezaron a salir por la puerta, y se tapó la cara en un gesto cómico.
Ella estalló en carcajadas sin poder contenerse. El la miró y
también se rió contagiándose. Sus amigos apenas habían salido y sus celulares ya habían empezado a sonar con mensajes.
—Es lejos, uno de los días más raros que pasé. – dijo ventilándose con la mano, entre risas.
—Todavía no se termina, señora Chaves – contestó riendo y acercándose de a poco.
Ella asintió.
—Aunque antes, estaría bueno que cenemos. – se acercó ella también y lo besó en la boca. —Me muero de hambre.
CAPITULO 24
En su casa, se dio cuenta de que le había bastado con solo verla para olvidarse de todo.
De los nervios de la entrevista, de lo ansioso que estaba por que lo contrataran, de sus peleas con Sole, de ese maldito test de embarazo…
Todo pasaba a un segundo o tercer plano.
Era inevitable.
Estaba totalmente cautivado y ya no podía hacer nada. Iba cayendo en su juego, se estaba dejando llevar por sus encantos.
Ahora lo único en que podía pensar es que la vería todos los días, y no sabía como iba a hacer para poder controlar las ganas que tenía siempre de besarla cuando estaban cerca, estando en el trabajo.
Tendrían que ser profesionales, y dentro de la empresa, ser lo más discretos posibles.
Pero aun así, podría verla a diario.
Frunció el ceño. A él eso le afectaba, pero a ella seguramente le daría lo mismo. Seguro tenía más sumisos en esa oficina. Seguro apenas él se había ido, se había quedado con Gabriel y habían…
¿Qué idioteces eran esas?
Se tapó la cara con las manos y se quedó así por un momento.
Casi se había quedado dormido cuanto su celular vibró en su
bolsillo sobresaltándolo.
“Me dejaste con muchas ganas…”
Paula.
Ese mensaje lo había dejado mal. Ya se había calmado, ya habían pasado unas horas y había bastado solo con leerlo para volver a reavivar su excitación.
Se prendió fuego, directamente.
Respondió sonriendo, pensando en lo que ella le había escrito en la reunión.
“Esta noche se te pasan…”
Inconscientemente había llevado una de sus manos a su pantalón y se lo estaba desprendiendo. Imaginarse su rostro al recibir su respuesta, lo estaba poniendo cada vez más a mil.
“Hoy quiero tu boca.”
El cerró los ojos por un momento. Había entendido perfectamente.
Estaba haciendo referencia a lo que le había escrito en la entrevista. El en cuatro patas, entre sus piernas… se abrazaría a sus muslos y…
Se tocó sobre la ropa interior y después de escribirle, se liberó tomándose con firmeza.
“Mi boca y todo lo que quieras…”
Su cuerpo se tensaba y aflojaba a medida que su mano se movía.
Tenía otro mensaje.
“No te toques. Quiero que cuando vengas, tengas las mismas ganas que tengo yo.”
Quiso quejarse, pero se dijo que no le convenía.
Todavía le dolía su castigo, no tenía por qué volver a ponerla a prueba.
¿Cómo sabía lo que estaba haciendo?
Miró su miembro.
Mmm….iba a ser doloroso.
Después de todo.. ¿Cómo sabría ella si él…?
Otro mensaje.
“No querés que te castigue otra vez.”
Resignado, suspiró sacando la mano y contestando.
“No, señora.”
No había forma de que se enterara, pero por las dudas, lo dejaba ahí.
Se acomodó la ropa.
Genial. Esta noche duraría literalmente cinco minutos. Lo tocaría y listo. Bastaría con eso.
Iba a tener que conseguir crema para su piel si seguía así
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