domingo, 17 de mayo de 2015

CAPITULO 108





La cabeza no había parado de darle vueltas.


Después de lo que habían parecido mil años, la buena señora dijo que estaba cansada y se marchó, pero sus palabras todavía sonaban a todo volumen.


Tampoco es que había perdido el tiempo en los últimos diez años de su vida…


Seguro, no se había casado, ni tenía niños… pero había hecho tantas otras cosas.


Era la directora de una maldita empresa y poseía tres veces el capital de cuando había empezado a trabajar.


Que seguramente le serviría para comprarse un montón de gatos que la acompañaran el día que su marido se cansara de ella, y se fuera en busca de un trasero más joven.


Sacudió la cabeza ofuscada.


El, que hacía rato la veía ensimismada, se le acercó con una copa de vino y se sentó a su lado en el sillón.


—¿Estás bien, bonita? – preguntó sacándole los zapatos.


Ella le sonrió.


—Si, si. – dijo distraída.


—¿No te habrás quedado pensando en las estupideces que dice mi vieja, no? – dijo él entre risas. —No le tenés que hacer caso, es una pesada.


—Que me odia… – agregó Paula.


—No te odia. – se rió. —Tampoco te ama.


Ella lo miró seria. No le causaba nada de gracia, y francamente, le molestaba un poco que él se lo tomara con tanto humor.


—Ey, bonitaaa… – le dijo tomándola por el rostro. —No te
angusties, te estoy cargando nada más. A mí no me interesa lo que piense ella, yo te amo. – y la besó.


Le acarició las mejillas y le sonrió apenas.


—Yo también te amo. – contestó con más besos.


—Eso es lo único que me importa. – le dijo encogiéndose de
hombros.


—¿Aunque sea una vieja? – preguntó torciendo el gesto.


—No sos una vieja, Paula. – contestó frunciendo el ceño. —
Mañana mato a mi mamá y fin del asunto.


Eso los hizo reír un rato.


Después de unos cuantos besos, mimos y palabras dulces, se sentía mejor y se fueron juntos a dormir.


Pero inevitablemente esa noche la había pasado pésimo con
pesadillas sobre los temas que la preocupaban.


Al día siguiente, Pedro había quedado en pasar el día en casa de Ezequiel. Se iban a juntar con Agustín, en plan de solo ellos, los chicos… y supuestamente iban a ver futbol y jugar al truco o al póker, o lo que sea.


Y ella vio una oportunidad única para llamar a su amigo Juany y ponerse al día.


Con él iba a poder hablar de cosas que con sus amigas, le sería imposible.


Y necesitaba charlar, como pocas veces en su vida.


Llegó para la hora del almuerzo, y tras desquitarse con el mejor sushi de la ciudad, prepararon algo de té verde para charlar.


Pedro no comía sushi, así que ya casi no podía pedir más a su casa… siempre pedían algo que comieran los dos… Así que también había sido una excelente oportunidad para eso.


—¿Y qué onda vos con “Pedrito”? – preguntó Juany con una
sonrisa cómplice después de contarle lo de la noche anterior. —¿Tenés ganas de casarte y tener “chicos” con él?


—No sé, Juan. – reconoció. —Cuando me preguntó en París, le hubiera dicho que sí ahí mismo… pero ahora que lo pienso más… no sé.


—¿Qué es lo que te hace dudar? – la miró torciendo la cabeza sin terminar de entender.


—Mi pasado. – suspiró. —Hasta hace un par de meses no pensaba ni que pudiera tener una relación normal con alguien.


—Es que no tenés una relación normal. – se rió. —El puede ser tu novio… pero también es tu sumiso.


—Y mi amo, a veces. – dijo mordiéndose el labio.


—¿Si? – su amigo levantó una ceja. —Miralo a Pedrito… no me habías dicho nada


—Dejá de decirle así. – dijo riendo mientras le pegaba
amistosamente en el brazo. —Si. En el juegos no hay dudas, Juany. Es… excelente.


—Más seguro estaría si fuera vos. Justo es lo que más
inseguridades siempre te dio. Por fin aparece alguien que no solo te entiende, si no es compatible. – miró la sonrisa de su amiga y agregó. — Muy compatible.


—Y lo quiero. – dijo suspirando.


—Estás enamorada, amor… – le dijo tomándola de la mano. — Nunca te había pasado así. ¿Eso te da miedo?


Ella asintió y él la entendió.


—Bueno, pero contame… ¿Qué se siente el cambio de roles? – quiso saber, curioso.


—¿Con él? Es lo mejor. – se rió. —¿Qué me hubieras dicho vos si te lo proponía hace un tiempo?


Lo pensó por un momento y luego muy seguro, le contestó.


—Por vos, lo hubiera hecho… – se quedó pensativo. —Aunque seguiría prefiriendo ser sumiso. – se encogió de hombros. —Va más conmigo.


Ella asintió estando de acuerdo. Lo conocía demasiado bien en ese aspecto.


De nuevo curioso, le preguntó.


—¿Y cómo se lo tomó Pedrito? – ella se rió y le contestó.


—Al principio no sabía bien que hacer. Pero después fue como si se hubiera dado un cambio en él. Hasta miraba distinto. Juany, fue como la primera vez que yo estuve en ese rol. – le dijo recordándolo con una sonrisa.


—¿Y si le gusta demasiado y no quiere ser nunca más sumiso? – preguntó.


—No lo había pensado. – dijo sinceramente. —Supongo que podría vivir con eso…


¿Podría? Si. Por él, si.


Dejar todo ese lado de ella de lado, por él. No dudaría en hacer ese sacrificio. Ni ningún otro.


De repente se dio cuenta hasta que punto era su amor por Pedro.


¿Qué importaba su pasado? O el de él…


¿Qué importaba Soledad o la estúpida de Recursos Humanos?


¿Qué importaba la diferencia de edad?


¿Qué importaba si llegaban a casarse o no algún día? ¿A quién tenía que importarle? Ellos eran felices. Ella lo era.


¿Qué importaban los miedos al lado de tanto amor?


Impresionado, Juany dijo.


—¿Tan bueno es?


—No tenés idea. – dijo mordiéndose el labio.


—Cuando quieras podemos probar. – sugirió levantando una ceja.


—¡Ey! – levantó su dedo índice. —Es mi novio, no lo comparto.Además el nunca estuvo con hombres.


—Siempre hay una primera vez… – dijo entre risas solo para
enfadarla.


Ella también se rió y siguieron bromeando hasta que se hizo de noche.


Hacía mucho que no charlaban así. Su relación había ido de cero a cien. Habían pasado de ser amigos a tener una relación de ama y sumiso en muy poco tiempo. Y después él había empezado a viajar tanto, que tampoco tenían ya esos momentos en los que solo…. Pasar el rato y relajarse.


Después de cenar, Juany se fue y ella se acostó a dormir.


Sintió que un poco más tarde Pedro llegaba y tras darse una ducha rápida, se acostaba a su lado. Ella sonrió y se dejó abrazar por él, para dormir como todas las noches, abrazados.





CAPITULO 107





Sus padres habían llegado un poquito más temprano de lo que habían quedado, pero bueno. Ya no había nada que pudieran hacer.


Antes de abrir la puerta, suspiró y esperó lo mejor.


Esa chica significaba mucho para él, así que sería mejor para todos, que lograran una buena relación.



****


Solo era la madre de Pedro. Su papá, resulta que ya tenía planes para aquella noche, y la mujer estaba tan entusiasmada por la cena, que no había querido cancelar para cuando pudieran estar todos.


Al principio, Alicia la había saludado cálidamente, y se había
acomodado en uno de los sillones de la sala en donde estaba su hijo como si se tratara de su casa.


Era agradable, simpática, y tenía una personalidad sumamente interesante.


—¿Es seguro dejar el auto en la puerta? – preguntó. —Nunca vengo para este lado del barrio.


—Si, mamá. – le contestó su hijo. —De hecho es más peligroso en la puerta de mi departamento. Mi antiguo departamento. – se corrigió.


Ella asintió y agregó.


—Pero si se siente más segura, lo puede entrar a la cochera. – le sugirió. —Tengo varios lugares para invitados.


La mujer levantó las cejas impresionada, pero rápidamente rechazó su oferta.


—Está bien, querida. – se acomodó en su lugar. —Está bien así.


Desesperada por hacer algo para terminar con ese silencio que se formaba cada tanto, se fue a la cocina y sirvió tres copas de vino.


Vació una de un trago y la volvió a servir. Al final, lo iba a
necesitar.


Amablemente, le ofreció una de las copas a Alicia, pero esta arrugó la nariz y negó con la cabeza.


—No, querida. Gracias. – la frenó. —No tomo nada con el
estómago vacío.


—Ya estamos por comer, mamá. – dijo Pedro sintiéndose mal por Paula.


—Está bien. – le dijo ella mirándolo con cariño y volvió a dirigirse a la mujer. —¿Prefiere agua, jugo de fruta o gaseosa?


—Agua está bien. – dijo sonriendo.


Ella asintió y se volvió a la cocina, en donde aprovechó para apurar la comida.


Había hecho una de sus recetas favoritas. La que más elogios le habían hecho siempre. Pero ahora no estaba tan segura. ¿Y si no le gustaba? Lasaña vegana.


Era algo que su amiga Gabriela le había encargado cocinar una vez, porque a ella la cocina se le daba más fácil. Y si bien, ella no tenía problemas en comer carne, esta comida en particular, se le daba muy bien.


Volvió a la sala, indicándoles que en cualquier momento estaría listo, y que podían sentarse a la mesa.


Pedro, se acercó a ella y la quiso ayudar a servir la lasaña, pero se negó.


—Atendé a tu mamá. – le susurró. —Me odia.


—No te odia. – le dijo al oído. —Nada que ver. – y la besó en los labios rápidamente.


Pero el tiempo suficiente, para que la mujer los viera. Dios, estaba incómoda.


Poco tiempo después estaban los tres sentados comiendo.


Alicia estaba impresionada. De verdad le había gustado el platillo y hasta le había preguntado por la receta. Orgullosa y algo emocionada, no había tenido dudas en compartir hasta el último de sus secretos con ella.


Todo iba marchando sobre ruedas, hasta que…


—Lasaña vegana.. que genial. – sonrió. —La próxima vez que Soledad venga a casa, puedo prepararla. – miró a Paula y aclaró. —Mi ex nuera, se está haciendo vegetariana.


—Ah. – dijo ella tratando de sonreír, aunque por dentro estaba imaginándose como sería matar a alguien a patadas.


—Mamá. – le advirtió Pedro.


—¿Qué tiene? ¿Ahora tampoco puedo hablar de ella? – se quejó.


—A mí no. – dijo su hijo poniéndose serio.


—Ya se van a arreglar. – miró de nuevo a Paula. —Siempre que se pelean, después se amigan. – dijo como quitándole importancia a todo el asunto.


—¿Dónde me dijiste que se iba papá? – preguntó Pedro queriendo cambiar de tema.


—Tenía una comida con sus ex compañeros de trabajo. – dijo encogiéndose de hombros. —Cuando pueda, deberíamos juntarnos todos a comer también. – propuso con una sonrisa.


—Si, me parece bien. – dijo ella que hacía rato estaba callada.


—Y les podés decir a tus padres, así los conocemos también. – sugirió Alicia. —Así se conocen las familias, en realidad.


Paula levantó su copa y tomó un par de tragos. Que fuerte.


Pedro le pedía disculpas con la mirada, apenado.


—Porque mudarse juntos es un paso muy importante… y la verdad querida que recién nos conocemos. – dijo mirándola. —Me encantaría saber más de vos, tus planes… los planes de ambos.


—Ahm… – dijo ella algo atragantada.


—Mamá, dejala tranquila. – la cortó Pedro. —No la pongas nerviosa, estamos comiendo.


—Está…está bien. – dijo Paula acariciándole la mano con cariño.


—¿Qué le puedo contar de mí? Soy la directora de una empresa de telecomunicaciones en donde su hijo trabaja, casualmente. – ante la cara que hizo la señora, aclaró. —Pero nos conocimos antes de que empezara a trabajar para la compañía.


—¿Y te querés casar? – preguntó la señora sin recato alguno.


—¡Mamá! – protestó Pedro.


—Si, en un futuro… supongo que si. – dijo seria, esperando que con eso el cuestionario se terminara.


—¿Y tener chicos? – quiso saber además, levantando una ceja agregó. —Porque no sé a que te referís con futuro… pero ya estás bastante grandecita y el reloj biológico…


Paula abrió la boca para contestar pero le faltaba el aire.


¿Acababa de decirle vieja?


—Mamá, basta. – le advirtió por última vez Pedro. —Te estás desubicando. Paula no tenés que contestar a nada de eso, por favor hace de cuenta que nunca te lo dijo. Mil disculpas.


Asintió y todos hicieron silencio por un rato.


—No soy taaan vieja. – dijo por lo bajo mientras seguía comiendo tranquila.


—No, querida. No te quise decir eso. – dijo la mujer sintiéndose un poco mal. —Pasa que Pedrito tiene 27… y nunca le dijimos nada con Pedro, bueno,…porque ella tenía 23.


—¿No tenía 24? – preguntó como quejándose mientras miraba a “Pedrito”, quien se encogió de hombros sin darle importancia. Bueno, un año tampoco hacía mucha diferencia. De todas maneras le llevaba casi diez años a la mocosa. Y cinco a su novio…


—¿Y vos cuántos años tenés? – preguntó Alicia, pero Pedro,
temiendo una pelea se apresuró a decir.


—No importa, mamá. – juntó los platos haciéndolos una pila y dijo fuerte. —Me voy a buscar el postre.


La señora le clavó la mirada y no le quedó más remedio que
responder.


—Tengo 32. – dijo resignada.


—Yo a tu edad ya lo había tenido a Pedro. – dijo levantando el mentón orgullosa. —Y me había casado a los 28. Después se hace cada vez más difícil quedar embarazada… y criar a los hijos. Uf.. es mejor hacerlo cuando una es más bien jovencita.


Ella asintió sin saber bien que responder a eso. Quería salir
corriendo de ahí y tomarse once barriles de cerveza para olvidarse de lo vieja que estaba y de su reloj biológico.


En ese momento Pedro volvió con el postre y cambiaron de tema.




CAPITULO 106






El día siguiente fue el primer día oficial de la mudanza.


Sus amigos habían ayudado en gran medida, y había sido, de paso, una buena excusa para verse después de tanto tiempo. Con lo del lanzamiento de la nueva campaña, estaban muy desaparecidos.


Después de lo de Paris, notaba a sus amigas mucho más encariñadas con Pedro. De hecho, hablaban como en su propio código. Sabía que habían sido ellas las que le habían contado donde estaba, pero nunca le había dado los detalles. Sin embargo, se podía imaginar perfectamente al chico hablando con las tres y tratando de convencerlas.


Por otra parte, los amigos de él, que apenas sabían que había viajado a buscarla, todavía no podían creer que hubiera vendido su auto.


A ella todavía le costaba trabajo hacerlo.


Siempre que pensaba en eso, se le hacía un nudo de emociones en la garganta, y le venían unas incontenibles ganas de abrazarlo y comérselo a besos.


Era lo más lindo, lo más romántico….y lo más especial que alguien había hecho por ella en toda su vida.


Después de varias cajas de mudanza, unas cuantas pizzas y otras tantas cervezas, sus amigos se fueron destruidos a descansar.


Miró a la sala, ahora ordenada de otra forma, haciendo lugar a las pertenencias de otro.


No podía creerlo.


Realmente iba a hacer esto.


Estaba viviendo con Pedro.



****


Estaba tratando de no darle importancia a las cosas, para no
desesperarla… pero la verdad es que él estaba bastante alterado con todo el asunto de vivir juntos.


Ella misma se lo había pedido, no tenía por qué arrepentirse…


Pero por las dudas, ni iba a hacer nada que pusiera eso en riesgo.


Nunca había vivido con alguien de la manera convencional.


Seguro, había compartido el departamento con Soledad, pero fueron otras las circunstancias.


Entre tanto trabajo, Paris, y tanta locura, ni siquiera les había
comentado a sus padres su cambio de dirección.


Así que aprovechando que Paula estaba tomando un baño, los llamó.


—¿Qué? ¿Te mudaste? – gritó su madre. —¿Y qué pasa con tu departamento? ¿No se están apurando, Pedro?


—No, mamá. Estamos perfectos así. – puso los ojos en blanco armándose de paciencia. —Al departamento lo pienso tener alquilado. Me va a venir bien el dinero… este edificio es bastante más grande que el mío.


—¿Es cierto que tuviste que vender el auto? – preguntó preocupada.


—Eso es otra cosa, mamá. – la cortó. —No tiene nada que ver con la mudanza.


Se rascó la cabeza pensando en qué decirle, pero nada le venía a la mente.


—Me tenés muy preocupada, Pedrito. – dijo en ese tono que tanto le enfermaba. —No se en que andas, con quien andas…


—Hey, hey. – la frenó. —Es mi novia, y se llama Paula.


—Como sea… – dijo su madre entre dientes. —Por lo menos a Soledad la conocíamos bien.


—Bueno… – la interrumpió. Su madre sabía que si sacaba a su ex a colación, la charla se terminaba. Así que rápidamente empezó a despedirse.


—Me voy yendo porque se me hace tarde.


La madre, que se dio cuenta de la situación, le dijo.


—Ay hijo, perdoname. – suavizó su tono un poco más. —Pero es que hace tanto que no nos vemos… y antes nos veíamos seguido.


Tomó aire y con ánimos de conciliar, le propuso.


—Podríamos juntarnos a comer acá, con Paula… – dijo con los ojos cerrados. Se había precipitado. Tendría que haberle preguntado antes a ella. —Yo te llamo y te digo cuando. – se corrigió en el final.


—Ay si, me encanta. – contestó emocionada. —Podemos ir hoy mismo, nene.


—No, hoy no. – se asustó. —Dejame que hable con Paula, por favor.


—Que… ¿Ella no quiere? – sonaba decepcionada.


—No es eso… trató de explicar. —No sé si ella tiene algo que hacer hoy, tengo que preguntarle primero.


—Pero es tu casa también ahora… ¿No podés invitar a tu padres a comer? – dijo a la defensiva.


—Mamá, no es eso… – era incapaz de terminar la charla de otra manera. —Ok, vengan esta noche. Ya veo como arreglo todo.


Pateó la silla que tenía más cerca y cortó.


La cara que había puesto Paula cuando le contó que sus padres iban a ir a cenar, tal vez no se la olvidaría nunca.


Había aceptado, pero solo después de que su rostro pasara por todos los colores del arcoíris. A su favor, podía decir que lo había querido disimular.


Era evidente que la situación la seguía poniendo muy nerviosa, pero haciendo un esfuerzo, estaba dispuesta a hacerlo. Por él.


No podía culparla.


La última vez que casi los había conocido, Soledad se había metido en medio y ella había salido de su departamento casi corriendo. Había sido incómodo para todos. Y la vez que realmente la conoció, se la había encontrado en un shopping… y ¿Con quién? Si, también con Soledad.


Podía entender su angustia.


Tendría que hablar con sus padres antes, para que fueran simpáticos y compasivos con ella, así se sentiría aunque sea un poco mejor.



****


—Creo que deberíamos tomarnos unas copas de algo… – dijo Pedro buscando entre las bebidas. —Así aflojas un poco.


—No, Pedro. – lo frenó. —Lo único que me falta… – se rió nerviosa. —Que vengan tus viejos y yo esté en pedo.


—No que te emborraches, pero una copita de…– ella negó con la cabeza y él pensó con que más podía calmarla.


Se le acercó y la abrazó por la cintura de manera cariñosa. 


La besó por el cuello y ella sonrió.


—Ok, eso ayuda. – dijo dejándose besar.


—¿Si? – susurró contra el lóbulo de su oreja.


Ella asintió y lo buscó con la mirada para besarlo en los labios.


De a poco su cuerpo fue perdiendo tensión y relajándose. 


Ajustó sus brazos alrededor de su cabeza y entrelazó los dedos en su cabello mientras lo seguía besando.


Sintió como él le levantaba levemente la camisa y apoyaba sus manos en su espalda atrayéndola a su cuerpo.


Suspiraron los dos de golpe, y entonces…


El timbre.