jueves, 14 de mayo de 2015

CAPITULO 99




Se despertó con un dolor de cabeza que lo hizo apretar los ojos y arrugar la nariz. ¿Qué había pasado?


De a poco imágenes de la noche anterior empezaron a volver a su mente.


El crucero, la cena, los tragos… su broma.


Se tapó la cara con ambas manos y tomó aire de golpe.


¿Cómo se le ocurría hacer algo así? Nunca volvería a tomar más de la cuenta con Paula cerca… ¿Justo esa bromita tenía que hacerle?


La verdad es que él se hubiera casado con ella en ese mismo instante… si es que al pedírselo realmente, no fuera a infartarse.


Había estado muy mal.


Y ahora tendría que reparar el error de alguna manera.


Se dio vuelta apenas, y la observó.


Dormía tranquila a su lado, con una mano apoyada
descuidadamente cerca de él.


Se la sujetó suavemente y tras acariciar muy despacio su piel, se la besó.


¿Alguna vez estaría lista para dar ese paso?



****


Abrió de a pocos los ojos, porque el aroma del café era demasiado como para resistirse.


Sonriendo casi automáticamente se sentó en la cama en donde Pedro, como había sido su costumbre siempre, le llevaba el desayuno.


—Buen día, bonita. – le dijo sonriendo, aunque algo extraño.
Nervioso.


—Buen día. – le respondió estirándose para darle un beso en los labios.


El se lo devolvió, acariciando su rostro.


Lo miró con más atención, porque sus ojos revelaban todo tipo de sensaciones. Incluso miedo.


Casi respondiendo a su pregunta no formulada, él achinó los ojos y le tendió lo que tenía en una de sus manos.


Una rosa rosada.


—Perdón. – le dijo apenado. ¿Y cómo no lo iba a perdonar si era así de dulce? Tomó la flor y se la acercó al rostro para sentir su perfume… mmm… Pero… ¿Por qué era que lo tenía que perdonar? —No te tendría que haber hecho esa broma, me desubiqué… – siguió diciendo.


Ahhh… la broma, recordó.


Ella se mordió el labio y le contestó.


—Está todo bien, Pedro. – y acariciando su mejilla, agregó. —Perdoname vos a mí por salir corriendo de esa forma.


No pudo evitar que al acordarse, se le escapara la risa. 


Había sido ridículo.


La miró descolocado.



****


No podía creerlo. ¿Se estaba riendo del tema?


Desesperado se había levantado para buscar el desayuno y una florería en donde vendieran rosas rosadas para rogarle que lo perdonara por la que se había mandado… imaginando que iba a armarse tremendo lío.


Y no.


Ella se reía relajada.


El corazón le iba a mil por hora. ¿Qué quería decir eso?


Chequeando su reacción, bromeó.


—Menos mal que no te hice la broma en el barco, o te tirabas y volvías nadando… – ella se rió haciéndolo sonreír también. —Sea como sea, no era el momento… para ese tipo de chistes. – dijo poniéndose más serio.


Sin poder evitarlo, notó el doble sentido de sus palabras, y esperó que ella también lo hiciera. No era el momento para hablar de casarse… todavía.


La miró intensamente, esperando que respondiera.


—No, no era el momento. – contestó ella seria también y
devolviéndole la mirada.


Lo había entendido, y siguiendo en esa conversación en código, él preguntó.


—¿Alguna vez va a existir ese momento? – quiso saber, consciente de que se estaba jugando todas las fichas que tenía.


Ya el doble sentido no era tan sutil.


Ella sonrió y bajando un poco la mirada, asintió en silencio. 


O tal vez se lo había imaginado.


Su cabeza dejó de funcionar.


Rápidamente lo hizo reaccionar diciendo.


—No hablemos de eso. – se tapó los oídos como una nena pequeña.


El se rió, y la abrazó haciéndola caer recostada de nuevo en la cama. Obviamente con la bandeja allí apoyada se había hecho un desastre.


Se quedó muy quieto.


No había sido una buena idea… ella tenía reglas y todas esas cosas a la hora de nunca, pero NUNCA llevar comida al cuarto.


La miró esperando ver sus ojos verdes oscuros de cuando se enojaba y esperando escucharla insultar también.


Ella se miró y notó que estaba empapada de jugo de naranja helado.


Lo miró sorprendida y mordiéndose el labio, tomó el otro vasito que todavía quedaba en pie y se lo vació en la cabeza.


Se quedó sin aliento por un segundo, en contacto con el líquido frío y después reaccionando, le preguntó.


—¿Qué haces? – entre risas.


Ella se rió también y lo besó. Estaban pegajosos, pero no importó.


Aprovechando su distracción, tomó una de los cupcakes y
separándose apenas para mirarla, se lo estampó en la nariz.


Abrió los ojos y tras sonreírle de manera perversa, se acercó y comenzó a desparramarle crema por el rostro, rozándolo.


El se rió y movió la cabeza de modo que en pocos segundos los dos estaban manchados.


—Mmm… – dijo ella mientras saboreaba sus labios y pasaba la lengua por los suyos.


No sabía si se lo proponía, pero cada cosa que hacía siempre era enloquecedoramente sexy.


La besó y tomándola por la cadera, la acercó a su entrepierna todo lo que pudo.


Ella gimió contra sus labios y acomodándose sobre él le devolvió el beso con la misma fuerza.


Le encantaba la ropa que usaba para dormir. Nunca la había visto con algo que no fuera lencería fina. Sus dedos se deslizaban por el satén sintiendo por debajo el calor de cuerpo, y se enredaban en el encaje, en donde se traslucía su pálida piel.


En un instante, estaban respirando con dificultad, casi entre
jadeos… perdidos en el otro.


Sin pensarlo si quiera, le levantó la tela del pequeño camisón y la azotó con fuerza. Con toda la palma de la mano.


Ella gimió y jalándole el cabello de la frente, movió su cabeza para besarle el cuello salvajemente.


Paso el dedo pulgar por el elástico de su ropa interior y haciendo presión, se la arrancó.


Así como le gustaba admirarlas… le gustaba mucho más sacárselas.


Ella sonrió y comenzó a mover la cadera buscándolo.


Luchando, como siempre hacían, por tener el control… la tomó por la cadera y la dio vuelta colocándola por debajo de él.


Se sacó la ropa interior también, y la apretó contra el colchón
escuchándola suspirar al sentir el contacto de sus cuerpos desnudos. Ella se retorcía en su lugar, pero mucho no podía hacer.


Clavó una de sus rodillas en la cama para hacerse lugar entre sus piernas y entonces sintió una de sus manos envolviendo su miembro, sujetándolo firmemente.


Fue solo un instante, pero lo distrajo.


Y aprovechando que él había cerrado los ojos y había aflojado la fuerza de su agarre, se dio vuelta, y se trepó por sobre él.


Le sostuvo las muñecas encima de su cabeza y lo miró sonriendo.


El levantó una ceja, y divertido también la envolvió con sus piernas trabándola de manera que no se pudiera mover.


Muerta de la risa, y haciendo uso de todo el peso de su cuerpo, que no era mucho, los dio vuelta quedando de costado, al borde de caerse de la cama, así enredados como estaban.


—¿Y ahora? – preguntó riendo.


El la miró y no pudo resistirse… así, despeinada, sonrojada por las risas, y llena de crema del cupcake era una de las cosas más lindas que había visto.


Desconcertándola, tomó su boca con desesperación, devorando sus labios con desenfreno.


El poder ir de la risa a esto otro, era tan fuerte, y los llenaba de tanta adrenalina, que era algo explosivo. Era tan grande el amor que sentía por ella que lo sobrecogía.


La volvió a su lugar, sentándola sobre él y sonriendo, le dio a
entender que ella era la que mandaba.


Paula tomó las manos de él y se las llevó a la cadera para que la sujetara. Sin perder el contacto con sus ojos, se levantó apenas y fue bajando sobre él, tomándolo muy lentamente.


Suspiraron fuerte los dos, quedándose quietos por un momento, comiéndose con la mirada.


En ese brevísimo silencio en que por fin estaban conectados, y eran uno solo…


Siempre se quedaba… absolutamente cautivado. Y había sido así siempre, desde la primera vez.


Ella se agachó cerca de su cuerpo y tomándolo con ambas manos por el rostro, le susurró.


—Me hizo muy feliz que vengas a buscarme. – lo besó muy
despacio, con dulzura. —Nunca me voy a olvidar de estos días…


El apretó su agarre y comenzó a moverse debajo de ella mientras le respondía.


—Yo tampoco me voy a olvidar... – gimiendo, ella cerró los ojos, lo volvió a besar y se unió a su ritmo.


Se habían quedado abrazados, en un silencio cómodo, respirando ahora de manera más calmada hasta que ella de la nada, comenzó a reírse.


El la miró curioso.


—Deberíamos bañarnos… Está todo pegajoso – él arrugó la nariz y se movió incómodo riéndose también. 


—Y probablemente deberíamos irnos así limpian todo esto. – ella asintió y se levantó de a poco todavía riendo.


La cama era un desastre. Todo el desayuno estaba desparramado en las sábanas y la bandeja, que después de un rato había terminado por caer al piso, manchaba la alfombra. Les saldría bastante caro el chiste.


Tenía que recordar pasar y pagar los daños antes de que pasaran por su hotel a buscar sus cosas para volver a casa.


Se levantó también, siguiéndola hasta el baño y la abrazó por la cintura.


Ella sonrió y le acarició los brazos, que quedaban entrecruzados en su panza.


—Estoy hecha un asco. – se rió mirándose al espejo. —Tengo crema en los lugares menos pensados…


El la miró levantando una ceja.


—Me ofrezco a limpiarte, si querés... – haciéndola reír todavía más fuerte, la vio vuelta y empezó a darle besos en el cuello, en el pecho, por todas partes… haciéndole cosquillas.


Su risa era algo contagioso y adictivo…


No podía evitarlo… cada vez que la veía reírse de esa manera tan relajada, su corazón latía más fuerte, y se la quería comer a besos.


Riendo con ella, tomó su rostro y mientras la besaba, le repitió todo lo que la quería.


Se metieron bajo el agua de la ducha y en seguida volvieron a perder el control como un rato antes.


Volver a Argentina iba a ser muy difícil.


Con Soledad fuera de su vida, tendría mucho más tiempo para estar con Paula, pero entre la campaña de la empresa, y ellos viviendo separados, ya no sería lo mismo.


Y ahora no tenía ni la más mínima intención de separarse de su lado.






CAPITULO 98





Salieron juntos del hotel, y de la mano, pasearon por Paris.


El clima era ideal para estar al aire libre, y la gente que hacía
turismo, estaba por todos lados, recorriendo las diferentes atracciones que sus calles ofrecían.


No le gustaban las sorpresas, la ponían nerviosa, y él lo sabía. Lo miró ansiosa para ver si con los ojos se delataba, pero no.


No movía ni un solo músculo.


De repente cambiaron el rumbo, hacia el río, y su estómago se llenó de mariposas.


Volvió a mirarlo y él le sonrió. Había adivinado.


Su lista de pendientes… Navegar por el Sena en el atardecer...


Sonrió y se llevó una mano al corazón.


Frenándose para besarla, le dijo al oído.


—Hubiera llegando nadando por ver esa sonrisa. – lo tomó por el rostro y lo besó con ganas. —Hermosa.


Casi dando saltos de alegría, llegaron al embarcadero de la


Conference, en Pont de L’Alma, en donde los hicieron subir a un crucero elegante lleno de luces de donde salía música.


Suspiró con fuerza.


Música en vivo… a bordo…


Lo miró sin poder creerlo y él le guiñó un ojo.


Aun de la mano, la condujo hacia una de las mesas que estaba reservada. El piso de madera, con los interiores blancos le daba un toque moderno… pero eran sus sillas y manteles rojos, sumados a las velas lo que le daba un toque romántico y atractivo. Todo era tan sofisticado…


Al final de la fila de mesas, había un enorme piano de cola negro, en donde un pianista tocaba una canción conocida.


Se sentaron y pidieron algo para tomar mientras charlaban.


El la sostenía de la mano, atento a sus reacciones, y eso le
encantaba. La había dejado sin palabras. Iban pasando por los sitios más icónicos mientras degustaban la mejor comida francesa… Notre Dame, la cúpula dorada de Los Inválidos,
la Torre Eiffel, el puente Alejandro III… no lo podía creer. Era mucho mejor de lo que se había imaginado.


Había paseado por esos lugares, de día, y con una guía que hablaba en un francés muy cerrado y traducía a un inglés imposible de entender. Y ahora, a la luz de la luna, desde un precioso y romántico crucero, era como ver la ciudad desde otro ángulo.


—¿Y? – preguntó ansioso. —¿Te gustó la sorpresa?


Ella abrió la boca para contestar, pero no le salían las palabras.


Se rió y se acercó hasta quedar a su lado.


—Fue la sorpresa más linda que me dieron. – lo besó con emoción mientras el entorno los envolvía.


Brindaron, y se rieron por horas. Hasta habían bailado abrazados entre otras parejas que aunque nadie más en el barco lo hacía, se animaron.


Apoyó la cabeza en su pecho y deseó con todo el corazón que ese momento no se terminara nunca.


El, abrazándola, le susurraba al oído todas las cosas que sentía.


Y tal vez fuera el crucero, las luces, Paris, o las burbujas del
champan, pero se sentía cómoda… no, más que eso. Se sentía feliz.


La confusión de ver a Leo el día anterior… todo había sido tan fuerte que no había tenido tiempo de pensar.


El tenía razón.


Estaban mucho mejor juntos.


¿Y sus miedos?


Ahora, francamente, no podía pensar en ellos.


No podía pensar en nada más. Se estaba dejando llevar.


Ninguno había tenido en cuenta que el paseo con cena duraba cuatro horas. Y ya para el final de él, entre tanto brindis, el barco se les movía bastante más que por el movimiento del agua.


Habían charlado con los de la mesa del lado, y apenas pisaron tierra firme, decidieron a seguir la noche en otro lado. Era temprano, y tenían ganas de divertirse.


Terminaron en un club muy extraño en donde sonaba música a un volumen insoportable.


Ya directamente ebrios, se habían separado del grupo y habían quedado dando vueltas los dos solos entre risas y desafiándose a probar bebidas y tragos que no conocían.


Había sido la noche perfecta.


Más tarde, salieron tambaleándose camino al hotel. Estaba un poco más fresco, así que él la abrazó para darle calor.


Estaban a menos de 5 cuadras, y el paisaje era tan lindo, que fueron a pie.


—Fue la noche más linda… – dijo suspirando. —Gracias, Pedro.


El se encogió de hombros y después sorprendiéndola la abrazó más cerca de su cuerpo y la besó. Con pasión. Ahí, en medio de la calle.


—Voy a tachar una por una las cosas de tu lista y las de la mía también. – dijo mirándola muy de cerca.


Por puro reflejo, hizo la cabeza hacia atrás.


Sabía los ítems que quedaban…


Sin notar si quiera su reacción, tal vez porque estaba bastante borracho, siguió diciendo.


—Si yo te lo pidiera. – entornó los ojos un poco y a ella se le subió el corazón a la boca. —¿Vos te casarías conmigo? – y ahora quería vomitar.


—Stop. – dijo mirándolo con tanto horror que él retrocedió. —¿Qué decís, Pedro? – su voz tembló nerviosa.


—No te lo estoy pidiendo ahora… – levantó una ceja. —Pero si en algún momento te preguntara…¿Me dirías que no?


No pudo terminar de escuchar la frase, aun en tacones como se encontraba, empezó a correr sin mirar atrás por las calles de Paris, ….en ninguna dirección.


—¡Paula! – escuchó que la seguía mientras la llamaba a los gritos.


Ella no podía parar.


Tal vez nunca en su vida había corrido tan rápido.


El pecho le dolía casi quemándole con cada entrada de oxígeno, y los pies le latían violentos. Cuando ya no lo escuchó, dobló en una esquina, y se dejó caer en el primer banco que encontró.


Estaba mareada.


Puso la cabeza entre las piernas mientras recuperaba el aliento y de a poco, se calmó.


¿Qué clase de reacción había sido esa? Y lo más importante… ¿Qué clase de pregunta había sido esa?


El empezar a pensar en el tema, le aceleró de nuevo la respiración y el corazón. Ahora si iba a vomitar.


Cerró los ojos esperando que se le pasaran las nauseas… y sintió como una mano se apoyaba en su hombro.


Pegó un salto, pero al mirar, era Pedro quien estaba a su lado.


Estaba aguantando la risa.


—Perdón, bonita. – apretó los labios en una línea fina. —No me odies, era una bromita.


—¡Una bromita! – gritó.


Tenía los ojos fuera de sus órbitas… y él no podía seguir
aguantándose. Se rió a carcajadas, contagiándola.


—No me hagas reír, estoy enojada. Y asustada… – se tocó la boca.


—Y algo enferma.


El rió todavía más fuerte.


—Sos tan exagerada… – negó con la cabeza.


Ella trataba de disimular el temblor de sus manos y de a poco, se fue relajando.


—No me gustan las sorpresas por lo general, pero las tuyas… – suspiró y él sonrió. —Las tuyas hasta ahora, me encantaron. Babasónicos, ahora esto… – se mordió los labios. —Pero las bromas pesadas son un gran límite para mí. – lo miró todavía nerviosa, para que la comprendiera.


—Perdoname. – le dijo él y todavía sonriendo un poco imitó su gesto haciendo un puchero. —No te quise poner así. – y la besó.


Ella le sonrió y asintió. Estaba demasiado tomado como para darse cuenta de la gravedad del asunto.


La sujetó de la mano, y olvidando lo que había pasado, se fueron al hotel…


Nunca se lo dijo, pero esa noche no había corrido por miedo a su supuesta propuesta.


Se había asustado de su propia reacción.


Si él realmente se lo hubiera pedido,… ella le hubiera dicho que si.








CAPITULO 97





—¿Qué haces…? ¿Cómo supiste…? – decía sin sentido sin poder terminar de armar una frase.


—No aguantaba más sin vos, Paula. – contestó mirándola fijo. — Te extraño. – podía sentir de manera patente cada uno de los latidos de su corazón desbocado. —Me haces falta.


Lo quiso interrumpir negando con la cabeza… ya preparada para pedirle que se fuera, pero no se lo permitió.


—Tenías razón con Soledad. – eso la dejó sin palabras de manera efectiva. —Tenías razón, bonita. Fui muy tonto. Por creerle, por seguirle el juego… Por decirte todas las cosas que te dije. – cerró los ojos como si estuviera haciendo memoria, y le doliera.


Pedro… – lo cortó. Aun con lo de su ex solucionado, existían tantas cosas que los separaba. Ellos eran tan distintos. Ella no podía…


—No me rechaces, por favor. – le pidió. —Yo te puedo esperar todo lo que necesites, no me importa que tengas miedos, yo me quiero quedar con vos hasta que se te pasen. – el tono de súplica junto con sus ojos tristes, era demasiado. —Por favor, bonita… perdoname.


Pedro. – lo frenó. —No soy buena para vos. – su voz se quebró al final, y su estómago se contrajo ante la verdad de lo que decía.


—En eso no tenés razón. – dijo levantando una ceja. —Lo que no es bueno para mí, es estar sin vos. – la tomó con ambas manos por el rostro y la miró de cerca. —Sin vos me muero, Paula.


Su corazón se descongeló de golpe y terminó por derretirse. 


Una sensación de ternura la invadió y no pudo hacer nada más. Lo había extrañado tanto, que ahora tenerlo así, la hacía sentir tantas cosas al mismo tiempo… estaba emocionada.


La vista se le nubló con toda una laguna de lágrimas esperando por salir.


Sin poder resistirlo, puso sus manos en su rostro, imitando lo que él había hecho, y animándose a más, lo besó.


La respiración de Pedro era rápida y superficial, y a ella le temblaba todo el cuerpo.


Respondió besándola desesperadamente, tomándola con más fuerza, arrancándole suspiros…


Se habían necesitado tanto, y ahora por fin se tenían.


Se separaron un instante apenas para tomar aire, y ella lo abrazó, envolviéndose por completo en sus brazos, en su calor, su perfume…


—Te extrañé. – le susurró ella al oído.


Complacido cerró los ojos, y con una sonrisa enorme, le contestó entre besos.


—Yo más, mi amor. – rozó su nariz con la suya. —Te amo… tanto.


Y eso fue suficiente para que todo lo que venía conteniendo, saliera a flote.


Las lágrimas caían libres por sus mejillas, y sin miedo o vergüenza de demostrar lo que sentía, sonrió, y lo arrastró hacia el interior de la habitación todavía abrazada a él.


Nunca, ni en un millón de años se hubiera imaginado un
reencuentro así.


La siguió abrazando tan fuerte que casi habían perdido el equilibrio.


Entre risas, se fueron desvistiendo el uno al otro, sin dejar de
mirarse. Estaba susceptible por todo lo que había revivido al verlo, y ahora lo único que podía pensar era en cuanto lo deseaba.


El, por su parte, la besaba con tanta desesperación, con tanta pasión, que la estremecía.


Sujetándola por la cintura la acostó con delicadeza en la cama, y colocándose él encima, se detuvo a mirarla.


—No puedo creer estar así con vos otra vez… – le susurró
acariciándole el rostro suavemente. —Pensé que nunca más te iba a ver.


Ella le sonrió sintiendo el nudo de emociones en su garganta.


—Me quería olvidar de vos. – le falló la voz y sus labios temblaron. —Nunca pude. – lo tomó por el cuello para besarlo y hundió la mano en su cabello, sintiéndolo con sus dedos. Lo había extrañado tanto…


—Sos tan hermosa… – le dijo mordiendo su labio inferior y tirando despacio de él, haciéndola gemir.


—Te necesito, Pedro. – dijo sin aliento.


El asintiendo, se hizo lugar entre sus piernas, y muy lentamente entró en ella soltando el aire mientras le sostenía la mirada.


No se refería solo a eso. De verdad lo necesitaba. Era totalmente necesario en su vida. Estaba enamorada, y aunque le daba terror, cuando estaba con él todo parecía tener solución. Los miedos no la asustaban tanto ahora.


Arqueó su columna y se movió con cuidado disfrutando de la
sensación de estar por fin unidos, después de tanto tiempo.


El tenía el rostro tenso y respiraba trabajosamente de a poco
acoplándose a su ritmo.


Recorrió la piel de su espalda con ambas manos, acercándolo más a ella y él gruñó. Se dio impulso más profundo y de a poco aumentaron la velocidad mirando en los ojos del otro. Buscando ahí todo lo que necesitaban para dejarse ir.


Abrazados todavía, después de un buen rato, no quería soltarlo. Sus respiraciones volvían a la normalidad, pero ella aun se sentía como en las nubes. Cerró los ojos, dejándose envolver en su perfume, sintiendo sus labios dejándole suaves besos en el cuello.


—¿Cómo supiste que estaba acá? – le preguntó curiosa.


El se rió apenas.


—Me contó un pajarito que te habías ido de viaje… – ella frunció el ceño. —Y después lo deduje. – le tocó un mechón de pelo y se lo acarició cariñosamente. —Te queda precioso el cambio de look.


Ella sonrió entendiendo a que se refería. La lista de pendientes de la que habían estado hablando aquella vez. 


Pero sin dejársela pasar, insistió.


—¿Quién es el pajarito que te contó? – él negó con la cabeza y se cerró la boca como si tuviera cierre.


—No te puedo contar. – ella se mordió los labios y levantó una ceja.


—Puedo hacer que me cuentes. – lo dio vuelta acostándolo sobre su espalda, y se puso encima de él para mirarlo más de cerca.


—No te voy a contar. – dijo él, desafiándola.


—Vamos a ver. – se encogió de hombros y lo sorprendió tomándolo de las muñecas y colocándole las manos por encima de su cabeza.


Fue bajando por su pecho dejándole pequeñas mordidas que iban aumentando su intensidad a medida que más bajaba.


Cuando llegó a su abdomen, gritó.


Le había clavado los dientes con violencia. Pero él sabía que si se movía, o movía las manos, era peor.


Su cuerpo se tensó y aguanto el dolor apretando las mandíbulas.


Lo mordió esta vez cerca de la cadera, y lo vio contener el aire.


Otra mordida, en la ingle.


Gimió.


Esa dejaría una marca.


Estaba abriendo la boca acercándose cada vez más, cuando él la miró con los ojos como platos. Su pecho subía y bajaba rápidamente, nervioso. Tal vez preguntándose si sería capaz.


Asustado, le puso ambas manos en los hombros y dijo entre dientes.


—Gabriela me dijo. – rindiéndose y al ver que ella se sentaba alejando su boca de su miembro, respiró aliviado.


—Yo sabía. – contestó riendo. Y para ver la expresión de su rostro, agregó. —No te iba a morder ahí. – lo señaló.


—Por un segundo, me asustaste. – dijo riéndose también, aunque un poco inquieto.


—Morder no… mmm… se me ocurre otra cosa. – dijo acercándose de nuevo.


Lo vio hacer la cabeza hacia atrás y murmurar algo cuando sus labios lo tocaron.


Y se dio cuenta de algo que sentía desde un primer momento. No era el tener el control lo que tanto le gustaba. 


Era complacerlo a él.


Era lo que más quería.


Todo este tiempo pensando que ella era quien mandaba, pero no.


Era tan fuerte lo que sentía por Pedro, que no había collar de perlas, fusta o látigo que pudiera lastimar más que su ausencia.


Gimiendo, llevada por el placer de verlo deshacerse en sus manos, en su boca… siguió besándolo hasta hacerlo perder la razón.



****


Se habían pasado toda esa noche, y parte de ese día encerrados en la habitación de su hotel. Pidiendo servicio al cuarto para comer, porque no tenían ni la más mínima gana de salir todavía.


Había sido intenso, y se sentía agotado… pero aun así, le parecía que nunca tendría suficiente.


La había extrañado tanto,… tanto había pensado que lo que ellos tenía se había terminado… que todo lo que estaban viviendo ahora, le parecía un sueño.


Tenía en el pecho un cúmulo de emociones que querían salir, pero se resistía. Paula iba aceptando de a poco muchas cosas, y no quería arruinar lo bien que estaban, asustándola con su intensidad.


Quería parecer lo más cool, casual o relajado posible, pero notaba que le costaba.


Se quedaba mirándola embobado mientras dormía, y le susurraba palabras dulces al oído cuando hacían el amor.


Había necesitado tanto estar cerca de ella, que ahora quería
aprovechar cada instante, como si pudieran de alguna manera recuperar el tiempo perdido.


Mirando el reloj del celular, la despertó con suavidad dándole
besos. Eran las 6 de la tarde, pero como no tenían horarios, y se habían pasado casi toda la noche despiertos, Paula parecía agotada.


Abrió un solo ojo y mirándolo como si recién se acordara que
estaba con ella, le sonrió. No cualquier sonrisa. La mejor sonrisa del mundo. Estaba genuinamente contenta de verlo, y el corazón se le calentó en el pecho.


—Hola, bonita. – la saludó devolviéndole la sonrisa. —¿Salgamos a comer?


Ella se movió apenas y arrastrándolo de nuevo a su lado, lo
envolvió en un abrazo.


—Mmm… nos quedemos acá. – sugirió casi ronroneando.


El sonrió todavía con más ganas.


—Tengo una sorpresa para vos. – le dijo tratando de no sonar demasiado emocionado.


—¿Una sorpresa? – preguntó curiosa.


El asintió sonriente, y haciéndola reír, la alzó en brazos y se la llevó al baño para darse una ducha juntos.