Se sentía tan extraña que le irritaba. Le irritaba no saber por qué se sentía así.
En parte estaba casi convencida que se debía a Pedro.
Desde un principio ella se había sentido atraída por él. Había querido dominarlo, jugar como ella siempre hacía. Y hasta cierto punto, pensaba que eso era exactamente lo que había pasado. Ella dominaba, pero dominaba su cuerpo.
Lo que él estaba haciéndole era mucho más fuerte.
Con sus modos cariñosos, su forma de ser tan sensible, tan… encantadora, su manera de sonreír, como la miraba…
Estaba dominando su mente.
La poseía. Tenía el control de sus emociones. No sabía cómo había ocurrido, pero el poder que le estaba otorgando, la dejaba así, confundida.
Con ganas de llorar.
Ella era mentalmente, su sumisa.
No le estaba haciendo bien. Necesitaba alejarlo cuanto antes.
Se vistió y esperó a que él también lo hiciera para enfrentarlo.
—Me acabo de acordar que tengo unos contratos para revisar antes de la tarde. – suspiró y sacó fortaleza de donde no tenía al ver como se sorprendía. —¿Podemos dejarlo para otro momento?
Lucía decepcionado, un poco triste de hecho. Pero su educación ganó y respondió.
—Si, claro. – apretó los labios para simular una sonrisa. —Cuando quieras… – lo interrumpió.
—Yo te llamo. – miró hacia otro lado. Si miraba sus ojos, se
arrepentiría.
El asintió resignado y recogiendo sus cosas, se encaminó a la puerta. Ella abrió y la dejó abierta para que pasara. Sabía que se estaba comportando como una bruja, pero así era más fácil.
El pasó por su lado y antes de irse, volvió a mirarla acariciándole una mejilla.
—¿Segura de que no hice nada mal? – le susurró.
Ella solo negó.
Pedro cerró los ojos, por un momento, y luego la besó. Fue apenas un pequeño toque, pero bastó para descongelarle el corazón. Tuvo que separarse antes de que no pudiera dejarlo ir.
—Nos vemos el lunes en la empresa. – sonrió como pudo.
—Nos vemos. – contestó visiblemente dolido antes de irse.
Esperó a que la puerta se cerrara para dejarse caer. Fue hasta el cuarto y cerrando todas las cortinas, se acostó. Las sábanas tenían su perfume, y todavía podía imaginárselo junto a ella. Era una tortura.
Cerró los ojos con fuerza y esperó a que esa angustia que no podía explicar, la consumiera o que por lo menos la dejara dormir.
Había hecho bien, él no podía verla así. Nadie podía.
Su celular sonó.
“No sé que te pasaba bonita, pero espero que te sientas mejor. Besos.”
Pedro.
¿Cómo sabía?
El nudo de emociones le presionaba la garganta al punto de casi dolerle. No quería volver a llorar.
Sacudió la cabeza y revoleó el aparato a la otra punta de su
habitación. No quería saber de nadie hasta el lunes.
****
Llegó a su casa con la cabeza hecha un lío. Por más que le dijera que no había hecho nada malo, era imposible que no lo dudara.
Repasó una y otra vez los últimos días, y no pudo encontrar nada que no fuera perfecto. Por lo menos para él. Le escribió rápido un mensaje y dio enviar.
No quería insistirle tampoco…
¿Y si se había cansado de él? Frunció el ceño.
Las horas pasaron y no tuvo respuesta. Mierda. Cada vez estaba más ansioso. No podía pensar en otra cosa.
¿Por qué lo había echado de esa manera? Desde que había cruzado la puerta de su departamento la extrañaba. A ella evidentemente no le pasaba nada parecido.
Pero esos ojos tristes… las lágrimas. Mierda. ¿Por qué no le
contestaba? Le hubiera gustado quedarse y abrazarla hasta que se sintiera mejor. Y no salir corriendo de ahí con el pelo todavía mojado.
Cerró los ojos cansado.
Un sonido estridente lo despertó.
Su teléfono. Pensando que era Paula, atendió.
—¿Paula? – preguntó ansioso.
—¿Quién es Paula? – era Soledad. Maldijo por lo bajo.
—Mi nueva jefa, estoy esperando que me llame porque el lunes empiezo a trabajar. – estaba diciendo cualquier cosa.
—Ahh. – la escuchó dudar. —Que confianza tienen… – comentó como si nada.
—Es que tenemos amigos en común. – eso era cierto. —Conoce a los chicos. – Soledad no soportaba a sus amigos, así que no seguiría preguntando.
—Claro. Te llamaba para ver a que hora quedábamos y donde. – conocía ese tono de voz. Era el mismo que utilizaba cuando quería llamar su atención. —Quedaste en llamarme…¿Te acordás? – preguntó irónicamente.
El se dio con la palma de la mano en la frente. Se había olvidado por completo. Suspiró y respondió otra mentira para no lastimarla.
—Te estaba por llamar. – miró su reloj. —¿Querés venir a casa a las diez?
—Dale. – hizo una pausa. —Tengo un regalo para vos… – él puso los ojos en blanco. Iba a ser una noche muy difícil.
—Nos vemos entonces, nena. Un beso. – y cortó.
Horas después, ella le estaba tocando el timbre.
Abrió la puerta y se la encontró toda entusiasmada y sonriente. La abrazó.
—Te extrañé. – le dijo emocionada. —Fueron un par de días, pero igual te extrañé.
—Soledad… – quiso decir, pero ella no lo dejó seguir hablando.
—Después hablamos. – se acercó y lo besó. Con fuerza.
Llevaba puesto un vestido hippie de tirantes, que no tardo en
quitarse. No le importaba nada. Quiso frenarla poniendo sus brazos duros, alejándola con las manos, pero ella parecía confundir su rechazo con pasión.
—Esperá. – decía cuando podía.
—Shh… – contestó contra su boca. —Te quiero dar tu regalo.
—No Soledad – se la quitó de encima. —Tenemos que hablar.
Ella lo miró confundida, pero se hizo un poco para atrás.
—Ok. Después. – le guiñó un ojo. —Pero por lo menos dejá que te lo muestre.
Ahora el confundido era él.
Ella se mordió el labio y se quitó el corpiño.
—Mirá. ¿Te gusta? – preguntó ansiosa.
—Siempre me gustó… – sonrió apenas sin querer, porque todavía no había visto a que se refería. Pero cuando lo vió su mandíbula se desencajó y se quedó con la boca abierta.
—¿Qué es…? – señaló con un dedo.
—Un tatuaje. – contestó inocente. Al costado de su cuerpo, sobre las costillas, del lado izquierdo en letra cursiva un inconfundible tatuaje.
“Pedro”, decía. No podía creerlo.
No le salía ni el aire. Se había quedado absolutamente mudo, y ella tomó la palabra.
—Es para demostrarte lo que significas para mi. – se acercó más a él. —Tenés razón. En todo, amor. Y yo desde ahora voy a estar a tu lado para apoyarte. No más idas y vueltas. – le sonrió. —Te quiero. – lo besó.
Era como si alguien acabara de golpearlo en la cabeza. No podía reaccionar aun. Un tatuaje con su nombre… ¿Cómo se suponía que tenía que hablar con ella ahora? No podía.
¿Por qué había hecho algo así?
No podía hacer nada. Se sintió tan mal que quiso salir corriendo. No quería hacerle daño.
Ella separó su rostro para mirarlo y tenía lágrimas en los ojos. No podía rechazarla, no tenía fuerzas.
La volvió a besar, acercándose más a su cuerpo.
Ese abrazo familiar, fue como otro golpe. Uno muy duro, y en la boca del estómago. ¿Qué estaba haciendo? El también la quería.
Negó con la cabeza y muy despacio, se alejó.
—Tenemos que hablar Soledad. Cuando vos te fuiste pasaron cosas. – empezó a explicarle.
—¿Estuviste con alguien? – preguntó sin alterarse.
—Si. Conocí a alguien. – pensó en Paula, y su corazón se agitó sobresaltado. —No te quiero lastimar.
—Yo suponía que podía pasar. – le acarició la mejilla. —No hiciste nada malo, nosotros habíamos hablado…
—Pero es que no es tan fácil. – no sabía como explicárselo.
—¿Tenés una relación con ella? – quiso saber.
—No. – contestó sin dudar al recodar la cantidad de veces que Paula se lo había recalcado. —Nada que ver.
—¿Y entonces por qué no podemos estar juntos? ¿Ya no me querés? – más lágrimas.
—Porque yo también te quiero. – la acarició. —No quiero hacer nada que te haga mal.
—A mi no me importa que estés con ella, Pedro. – lo abrazó. —Lo nuestro es diferente a todo lo demás. Por eso siempre me negué a ponerle una etiqueta. No somos novios, somos mucho más.
Era tan difícil para él entender esa forma de pensar. Pero sabía que era sincera y genuina. Ella realmente creía en eso. El siempre había tenido noviazgos normales, y se consideraba bastante celoso. Tal vez por eso le costaba entenderlo. Soledad siempre había sido como su mejor amiga.
—No quiero que sufras. – le insistió mirándola en los ojos.
—Voy a sufrir si me alejo de vos. – contestó bajito.
El frunció el ceño sin saber que hacer.
Estaba enamorado de Paula, pero quería mucho a Soledad.
La miró frente a él, desnuda. Evidentemente, también la deseaba muchísimo.
Recordó lo que Paula le había dicho cuando quiso explicarle de ella.
“No me tenés que contar, Pedro. No me interesa en lo más mínimo”
Y se enojó. Era frustrante, le dolía.
Tomó a Soledad en brazos, y besándola con pasión se encerró con ella por horas en la habitación.
No quería pensar.
Ahora solamente quería olvidarse de todo y refugiarse en los brazos de quien lo quería y le ofrecía amor.
Al principio se había sentido culpable, porque le preocupaba la posibilidad de hacerle daño, pero parecían haber llegado a un acuerdo. O eso creía.
Vio como se abría la bata y la dejaba caer al piso quedando
totalmente desnuda. A la luz de las velas, su piel lucía todavía más clara y brillante. Casi como una muñeca. Sus ojos verdes reflejaban las llamas de manera hipnótica. Tenía un cuerpo… precioso.
Tenía que bañarla. Se concentraría en su tarea, y no en las ganas que tenía de meterse con ella al agua y hacerle otra vez el amor ahí mismo.
Todo el baño olía a ella.
Lo que estaba sintiendo dentro, era instintivo. El perfume lo
llamaba… lo incitaba. Y después estaba ella, tan delicada como ahora se mostraba, casi recostada entre la espuma con los ojos cerrados, esperando que la lavara.
Se acercó y de rodillas, tocó el agua. Estaba bastante más caliente de lo que se imaginaba, y los espejos y las paredes no tardaron en empañarse. El mismo se sentía acalorado.
Una fina capa de sudor lo cubría.
Pero mirándola, se dio cuenta de que podía deberse no solo al calor que hacía en ese baño.
Tomó una de las esponjas que vio y le puso algo que estaba seguro decía jabón. Era líquido, y tenía el mismo aroma que todo lo demás.
Ella sacó una pierna del agua, claramente indicándole por donde tenía que empezar.
Apoyó la esponja en su piel y suspiró. Su tacto, aún si no la estaba tocando directamente, le resultaba tan excitante que su cuerpo entero latía.
La pasó con suavidad, dejando un rastro de espuma blanca sobre ella.
Repitió el procedimiento en la otra pierna y en ambos brazos.
—La cabeza. – ordenó.
Buscó entre las botellas el champú, y tras llenarse las palmas de él, le masajeó el cabello hasta que ella se relajó.
Había apoyado el cuello en sus manos, y tenía su rostro tan cerca, que casi se rozaban. Ella abrió despacio los ojos y lo observó.
Besame, pensó y ella suspiró.
—¿Te puedo dar un beso? – le preguntó incapaz de seguir
evitándolo.
Ella asintió tímidamente.
Acercó más su cara y apoyó los labios sobre los de ella, de a poco abriendo su boca, suavemente. Esperando que le respondiera como quería.
Y lo hizo.
Gimió y lo tomó por el rostro, con las manos mojadas, atrayéndolo.
—Metete conmigo. – le pidió. El asintió. Nada de “si, señora” ni de bajar la mirada. Su tono suplicante se hacía eco del suyo. El juego se había acabado.
Haciéndose hacia delante, le hizo lugar. La abrazó por la espalda y acariciándole los brazos le besó el cuello. Su perfume mezclado con las burbujas calientes, era tan delicioso que se estremeció. Pegó su pecho a la espalda de ella, y acercándose más tomó sus manos y entrelazó sus dedos con los de ella.
No dijeron nada más. Se quedaron ahí. Mientras el calor del agua los envolvía por completo.
Movió la cabeza para besarla detrás de las orejas, y le rozó la mandíbula con la nariz. Hacía mucho tiempo que no se sentía así de relajado.
Sentía el cuerpo pesado, y unas ganas terribles de quedarse así con ella para siempre.
Apenas abriendo los ojos pudo ver el perfil de su rostro.
Tenía la mirada perdida en la pared y los labios apenas separados mientras él la besaba. Apretó más su mano y ella cerró los ojos. Cuando los abrió algo se removió en su interior. Una lágrima corrió por su mejilla y se perdió entre las burbujas.
Alarmado se enderezó para poder mirarla mejor.
—Hey... – le acarició el rostro. —¿Por qué lloras? ¿Hice algo mal? – trató de besarla, pero no lo dejó.
Retiró su rostro y se tapó con las manos.
—No. Soy yo. – suspiró. —No sé que me pasa. Hace días que estoy angustiada. Debe ser el estrés, llevo trabajando cinco años sin tomarme vacaciones. – encogió los hombros quitándole importancia.
—¡Cinco años! – se sorprendió levantando las cejas y ella se rió.
—Debes pensar que estoy loca. – él también se rió.
—No. En realidad, me impresiona. Vos me impresionas. No
conozco a nadie de tu edad que haya llegado a donde vos lo hiciste… es admiración, en todo caso.
Ella lo miraba como si lo estuviera viendo por primera vez.
Sus ojos gélidos se derretían y se llenaban de lágrimas otra vez. Se aclaró la garganta y tomó aire con fuerza.
—Bueno, me parece que ya estamos limpios. – dijo saliendo y colocándose la bata rápido. El la siguió unos segundos después, totalmente confundido por ese cambio de humor.
Tenía la sensación de que cada vez que las emociones la afectaban, tenía la necesidad de levantar un muro e ignorarlas. Cambiaba de tema, se iba o ponía esa máscara de dominante a la que él, aunque le costara admitirlo le temía tanto como le atraía.
Le había encantado observar como por una única vez, ese muro había caído, y se había mostrado así, verdadera. Su corazón se agitó.
Habían comido, lavado y ordenado todo lo de la cena temprano, y estaban tomando vino y decidiendo que película verían. Podía acostumbrarse a eso.
Cuando apenas conoció a Paula, y ella le contó de sus juegos, jamás se imaginó una velada como aquella. Sonrió. No solo podía acostumbrarse, podía querer convertirlo en una rutina.
Pero no quería pensar así. No tenía sentido. No arruinaría lo que tenían por poco que pudiera durar.
Había escogido una que él ya había visto, pero no le importó. Lo que menos le importaba era la película.
—Es una de esas que todo el mundo vió, y de las que siempre se hace alguna referencia. – dijo mirando la caja en donde aparecía una pareja besándose apasionadamente bajo la lluvia.
—Es que no puedo creer que no la hayas visto. – dijo él sonriendo.
—Hasta yo la ví.
Ella rió.
—¿Y por qué lo decís así? – imitó su tono. —“Hasta yo la vi.”
—Es una peli romántica. – puso los ojos en blanco. —Sos la única mujer que no la vió.
Volvió a reír y leyó el título mientras terminaba de apretar los
botones para que empezara.
—The notebook. – se encogió de hombros. —Vamos a ver que tal.
Se acomodó a su lado en el sillón y puso play. El la acercó más en un abrazo y cada tanto le acariciaba el brazo distraído.
Lo mejor de la película fue que como ya sabía lo que iba a suceder, se concentró en observar las reacciones de Paula mientras la miraba. Le hizo gracia ver que sonreía en las partes más graciosas, o se enojaba cuando los protagonistas peleaban. Pero lo que más le llamó la atención fue que en los momentos más románticos, se ponía incómoda.
Casi inquieta.
Ponía tensos los brazos, como si no supiera bien que hacer.
¿Sería por él o serían las escenas?
Siempre lo había emocionado un poco el final, aunque nunca lo admitiría abiertamente. No era un llorón… no se iba a poner a llorar. Rara vez lo hacía, y tampoco lo haría ahora.
Aunque no podía negar el nudo en la garganta que se le había formado. Tomó aire profundo y la miró. Tenía
lágrimas en las mejillas.
Sintió que el corazón se le calentaba al punto de derretirse.
Ella, Paula, que tantas veces le había parecido hecha de hielo, se había conmovido con la historia de Allie y Noah.
Estiró una mano y con una caricia le secó las lágrimas muy
suavemente. Ella sonrió cerrando apenas los ojos.
Era más fuerte que él, no podía evitarlo…
Acercó su rostro y la besó.
Un costado de ella que no conocía, que nunca hubiera imaginado.
Que lo hacía pensar en que se mostraba de una forma, pero en realidad… era esa chica frágil y delicada que él veía.
Sabía que el momento no iba a durar mucho. En seguida volvería a su postura, así que lo aprovechó lo más que pudo.
Con una mano en su mejilla todavía, y con la otra sujetándola cerca de su cuerpo para fundirse en un beso tierno y reconfortante.
No se resistía. Estaba todavía afectada, y lo único que podía hacer era responder y abrazarlo también.
****
La misma angustia que venía expandiéndose por su pecho desde hacía días, la invadió en el final de esa maldita película. De alguna manera ver ese amor que compartían los personajes, la había sensibilizado hasta el punto de querer llorar. Nunca lloraba.
No se acordaba cuando había sido la última vez que lo había hecho.
¿Qué era lo que la ponía tan mal? No llegaba a darse cuenta. Tal vez serían las hormonas, o algo que había comido. Definitivamente iba a dejar de tomar vino a la noche.
Pedro la besaba de una manera que… tampoco la dejaba pensar claro.
Estaba hecha un lío. Necesitaba recuperar un poco el control de su persona.
Incorporándose apenas, sin cortar el contacto con sus labios, se fue moviendo hasta quedarse encima de él. Apoyada en su regazo, con una pierna a cada lado de las suyas.
Inmediatamente la tomó de la cadera y suspiró con fuerza.
Ella volvía a estar al mando.
El beso había pasado de dulce y romántico, a apasionado y caliente en menos de un segundo.
Con estos sentimientos, ella se sentía mucho más cómoda.
Era lo que conocía. Era su lenguaje.
Se sacó la remera por arriba de la cabeza y la tiró al piso al tiempo que él hacía lo mismo con la suya.
No habían hecho falta palabras, ni nada más. Movidos por la misma urgencia, los dos terminaron de desvestirse y se fundieron con el otro hasta ya no poder más.
Se fueron a dormir a la madrugada, después de haber hecho el amor por horas.
A medianoche, ella se despertó y al sentir su cuerpo cerca, por poco se volvió loca. Como si hubiera adivinado, él se movió también, despertándose y al verla, tomó su boca en la oscuridad.
Su respiración se había agitado.
—¿No podés dormir? – le susurró.
Ella sonrió pasando la mano por todo su cuerpo hasta frenarse sobre su abdomen.
—No tengo ganas de dormir. – dijo antes de seguir bajando.
El cerró brevemente los ojos y la volvió a besar. Cuando pudo encontrar su mirada, rodó hasta quedarse sobre él.
Sus ojos azules claros, ardían de deseo y a la vez de algo más. Era eso que reconocía cada vez que estaba en su papel dominante. Era esa sumisión que la enloquecía.
No se ponían de acuerdo.
A veces él la tomaba sin permiso, y otras, como esta… se quedaba esperando a que le dijera que hacer. Quería complacerla.
Y aunque tenía la cabeza a mil por hora, se dio cuenta que ella también lo quería complacer a él. Sabía que el juego, no era siempre equitativo, y que siempre tenía que existir una dominación de alguno. Pero con Pedro todo era tan confuso.
Le besó el pecho demorándose mientras alternaba con suaves mordiscos, disfrutando de ese cuerpo escultural que tenía. Bajó más aun.
Sentía en sus labios como los músculos de su abdomen se contraían y relajaban. Estaba respirando cada vez más rápido, como si con el pensamiento se hubiera adelantado a lo que estaba por suceder. Se lo imaginaba, lo anticipaba,…y se volvía loco.
El saberse con ese poder, era embriagador. Casi podía sentirlo de la misma manera que él lo hacía.
Lo tentó apoyando su boca cerca y vio como se le tensaba la
mandíbula.
Amagó con seguir bajando y él ya no podía contenerse.
Movía la cadera apenas, buscándola. La sentía cerca. Podía sentir el calor de su aliento.
Y entonces, ella volvía a alejarse. Tampoco lo tocaba.
Mordiéndose el labio, la tomó de la cabeza y la quiso acercar pero ella lo frenó.
—No. – dijo seria. El obedeció al instante, no sin antes tensarse hasta hacer latir todo su cuerpo. Lo estaba torturando, y en el fondo le encantaba. —Las manos debajo de tu cabeza. – ordenó y él le volvió a hacer caso.
Apoyó las manos en sus muslos y fue bajando otra vez. Los besos eran cada vez más suaves.
Llegó hasta su ingle, y mientras él la miraba de manera intensa, casi resoplando de lo excitado que estaba, abrió apenas la boca y lo rozó con la punta de la lengua. Lo recorrió de esa manera por toda esa zona de su anatomía ignorando a propósito la que más atención requería.
Se detuvo para sonreírle como ella siempre hacía, y él negó con la cabeza cerrando los ojos. Perfectamente consiente de que estaba jugando, y que todo lo que hacía, era para verlo así. Sufriendo.
Aprovechando que no la veía, alternó su lengua con algunos besos más profundos. Sopló, y la mezcla de su boca cálida, y el aire más fresco lo llevó casi al límite.
Hizo la cabeza hacia atrás con fuerza, clavándose en la almohada con un gruñido. Ya no podía más.
Y ella tampoco. El verlo así de perdido, la aceleraba como nunca antes. Subió para besarlo en la boca y mientras le mordía los labios, bajó la mano tomando su miembro y comenzó a acariciarse con él.
—Mmm… estás muy lista para mí. – dijo al sentirla.
Desconcertándola por completo, sacó sus manos de debajo de su cabeza y la tomó por la cadera. En un movimiento fluido, la dio vuelta apoyándola en la cama y la penetró.
Ella no le había dado ninguna orden, había actuado por su cuenta. Y todavía no tenía tiempo de reaccionar, ni de volver a recobrar el control de la situación. El se estaba moviendo de una manera tan maravillosa, que absolutamente todos sus pensamientos se fueron de paseo.
Se sujetó a su espalda con los ojos casi en blanco, mientras él entraba y salía de su cuerpo con fuerza. Vibraban juntos y lo único que podía escuchar eran sus gemidos, mezclados con sus cuerpos chocando.
Se dejaron ir casi al mismo tiempo. De manera explosiva, y
ruidosa. El mundo acababa de explotar. Sentía oleadas de frío y calor por su piel, que estaba hipersensible, y sentía los besos de Pedro reconfortándola.
Le besaba el cuello murmurando algo.
No lo escuchaba bien, pero le pareció que entre tantas palabras, distinguía una: hermosa. Y sin que la viera, sonrió.
Eso, esa pequeña palabra que tantas veces le había dicho…
Y que siempre tenía el mismo efecto.
Se quedaron así por un rato largo, hasta que se durmieron juntos otra vez.
Como hacía unos días, se despertó en sus brazos. La tenía sujeta por la espalda como haciendo cucharita, cubriéndola, y dándole calor.
Un segundo después se dio cuenta de que él también estaba
despierto. La besaba en la nuca cariñosamente.
—Buenos días. – le dijo pegándose más. —Mmm… me encanta tu perfume.
—Buenos días. – contestó un poco afectada y se dio vuelta para mirarlo.
Era tan guapo recién levantado, como a la noche vestido para salir.
Los costados de los ojos se le arrugaban en una cegadora sonrisa. Y esos labios… le daban ganas de morderlo.
Frunció el ceño.
Cerca de Pedro, parecía perder el control. La única cosa que le daba tranquilidad. Lo único que ella conocía. Que le hacía posible ser como era.
Entonces ¿Quién era cuando estaba con él?
Un lío. Eso era.
Quiso decirle algo, para ponerle punto final a esa sonrisa tan tierna que ponía cuando la miraba, pero no pudo. El ya la estaba tomando del rostro para besarla.
Y si esa sonrisa le parecía tierna, sus besos directamente eran irresistibles. No conocía a nadie que le gustara besar tanto como a él.
Podían quedarse así por horas.
Lo frenó.
—¿A qué hora te tenés que ir? – se separó de su cuerpo poniendo un brazo de distancia.
—Eh – dudó. —Me quedo el tiempo que vos me invites… –
entrecerró apenas los ojos, inseguro. —En realidad, pensaba quedarme un rato, y después del mediodía tendría que irme. – juntó un poco las cejas. — Pero si tenés cosas que hacer, me puedo ir ahora.
Ella asintió.
—Tengo algo que hacer ahora. Me tengo que bañar. – el asintió también, confundido. —Y para eso te voy a necesitar a vos. – le sonrió. — Vamos a jugar.
En seguida notó el cambio que se había producido en su mirada. Le gustaba jugar, no podía ya negarlo. Su cuerpo se había tensado, y en la posición que estaban, aun muy cerca en la cama, se daba cuenta de que también se había excitado. Pero en sus ojos había otra cosa.
Estaba alerta. Dispuesto.
Sonrió levantando una ceja. Sumiso.
Preparó la bañera con su espuma y aceites preferidos. Cerró los ojos mientras disfrutaba el perfume de las rosas.
El estaba parado en la puerta del baño, esperando instrucciones.
—Me vas a bañar. – se encogió de hombros.