domingo, 26 de abril de 2015

CAPITULO 39





Era su primer día de trabajo. Estaba nervioso.


El día anterior, había tratado de evitar quedarse en casa para no enloquecer, y le había propuesto a Soledad salir a pasear.


Había aprovechado que el día estaba soleado y caluroso, y habían comido afuera. Ella no paraba de contarle todo lo que había visto en esos pocos días que estuvo en Perú. 


Aparentemente había sido una experiencia maravillosa, y estaba empeñada en que ellos tenían viajar juntos apenas él
se tomara vacaciones.


Eso le hizo gracia. Todavía ni había ido a trabajar una sola vez, y ella ya pensaba en vacaciones.


Había vuelto de su viaje con renovadas ganas de hacer algo de su vida. Aun no estaba segura de qué, pero algo haría.


Tenía varias opciones. O empezaba a estudiar la décima carrera, que era Sociología – ahora –, o tal vez escribiría un libro. Eso si antes no se anotaba de voluntaria en un refugio de animales.


Quería ser vegana. Cosa que le extrañaba un poco, porque conocía a pocas personas, además de él, que disfrutara más de un asado que ella. Pero igual la escuchó.


Había empezado a fumar otra vez, cosa que lo irritaba. No
soportaba el humo. Desde que había llegado a su casa, se había acabado una etiqueta entera.


El ya había empezado a pensar en dónde se los escondería.


Se acomodó por quinta vez la corbata y salió.


El edificio estaba a pocas cuadras de su casa, así que todos los días podía irse caminando. Eso era un alivio. Pensar en sacar el auto en hora pico siempre era una pesadilla que lo había cansado en sus épocas de estudiante.


Apenas cruzó por la puerta su estómago se endureció como una piedra.


Sabía que la vería.


Ella seguro ya había llegado, y estaba trabajando.


Tomó aire y subió para hablar con Gabriel y empezar de una vez a trabajar.


—Hola Pedro. – lo saludó en el pasillo, como si hubiera estado esperándolo. —¿Cómo estás para empezar hoy?


El le sonrió.


—¿La verdad? Nervioso. – los dos rieron.


—No tenés por qué estar nervioso. – le apoyó una mano en el hombro con confianza. —Vamos que te presento todo el equipo.


Sus compañeros resultaron ser gente encantadora. Todos muy jóvenes, y con poca experiencia, cosa que lo sorprendió. Aparentemente la empresa prefería contratar a mentes que no estuvieran “contaminadas” como le había dicho Gabriel, y que vinieran con toda la creatividad a flor de piel. Con muchas ganas de trabajar.


Exactamente lo que le pasaba a él.


Sonrió y terminó de contarles de donde venía y donde había
estudiado.


Había sido un primer día muy agradable, pero de Paula no había tenido noticias.



****


Se había encerrado en su oficina, y había adelantado trabajo como de toda la semana. No había salido ni para tomar un café. Era una suerte que tuviera un baño privado.


No quería cruzárselo en un pasillo. De solo imaginárselo, se le ponía la piel de gallina. ¿Por qué había tenido que mandarle ese bendito mensaje?



****


Cuando se hizo la hora de salir, miró curioso por el pasillo que sabía conducía a la presidencia. ¿Estaría allí? ¿Sola? 


¿Se enojaría si tocaba su puerta? Si, probablemente tampoco correspondía. Y si estaba en medio de una reunión sería un problema.


Optó por dejarlo para otro día.


Uno de sus compañeros lo vió, y tuvo que decir algo para no quedar como un raro.


—¿Qué onda la jefa? – preguntó como si nada.


—¿Qué onda con qué? Si me preguntas por su capacidad, es excelente. Brillante, te diría. Hace casi dos años que trabajo acá y he aprendido tanto que le estoy muy agradecido. – lo miró detenidamente. — Es un poco fría… no se sabe nada de su vida personal, es muy reservada.


—Si, parece muy seria y formal. – opinó tratando de sacarle más información. —¿No sabés si está casada o tiene novio?


El otro rió.


—Creo que tiene novio. – se encogió de hombros. —Hay un
hombre, muy canchero, deportista…la viene a buscar cada tanto en un auto impresionante. – dijo pensativo.


Ese seguramente era su novio. Tensó la mandíbula. No lo conocía, pero lo odiaba.


—No te hagas el vivo igual. – le advirtió el chico. —Sé que es muy linda, y todo…pero ojo, no te desubiques. Es una bruja cuando quiere. Preguntale a Marcos, si no. Es su asistente.


—¿Es muy mala?


—Le gusta la disciplina. – dijo serio, y él se tuvo que reír. Oh si, eso lo sabía perfectamente.


Su compañero lo miró extrañado, pero él no le dijo porque reía. Se despidió y se fue a su casa.


Soledad lo estaba esperando para ir a comer con sus padres, así que por lo menos eso lo distrajo de las ganas que tenía de hablar con Paula.


No le había vuelto a escribir, ni a llamar, ni nada.


Por un momento se preguntó si su historia con ella se había
terminado. Tal vez ya no le interesaba más jugar con él.


Pero después recordaba ese mensaje…


No entendía nada.


Se dijo que dejaría pasar unos días, en los que de paso, acomodaría su situación con su supuesta novia, y después vería que hacer.



****


Había logrado pasar todo el día sin verlo.


Ya en su casa, a pesar de que tenía mil cosas para hacer, se
desvistió y tras una breve ducha, se acostó.


No tenía ni hambre, pero se obligó a comer.


Miles de veces había mirado su celular, dudando en escribirle.


Tenía demasiadas ganas de estar con él, le hacían falta sus besos… Pero no. El estaba con su novia.


Tenía que plantearse todo de nuevo.


¿Qué es lo que pretendía?


El había aceptado sus condiciones, y le gustaba jugar con ella… y a ella con él. ¿Entonces cuál era el problema?


El problema, para variar, era ella.


Se daba cuenta de que ese chico estaba mejor con su novia, y su relación normal, que con ella y sus juegos retorcidos. Si, seguramente le parecerían divertidos en un principio, pero después… al final de todo, volvería a los brazos de quien si podía darle lo que se merecía.


Y esa no era ella.


En cualquier otro caso la solución sería clara. Jugar con el chico mientras la divirtiera y le sirviera.


Pero ya no le estaba divirtiendo. Sentía angustia, sentía bronca… sentía celos. Y no soportaba sentirlos. Ella no era así.


Por algo prefería las relaciones de dominación en donde ella tenía el poder. Le gustaba ser capaz de controlar las cosas, de controlarse ella y de controlar a alguien más. Y con Pedro no lo estaba logrando.


Siempre era él quien terminaba afectándola más. Quien terminaba por dominar.


Como toda persona práctica y lógica, se planteó las diferentes salidas a ese problema que la aquejaba.


Podía seguir con él como si nada, hasta que volviera Juan y
entonces retomar su vida. Podía olvidase de él, ignorarlo en el trabajo, y dejarlo ser feliz con la novia, o podía pudrirse todo. Después de años de experiencia en la práctica de ese tipo de juegos, sabía que ahora estaba siendo suave.


Si lo que quería era tener el poder, tendría que endurecer sus métodos.


Y ella sabía hacerlo muy bien.


Sintió un estremecimiento en su vientre de puro placer y sonrió. Su cuerpo ya había decidido por ella.






CAPITULO 38




Eran las cuatro de la mañana y no podía pegar un ojo todavía. A su lado, Sole dormía tranquila desde hacía horas.


Se levantó y se sirvió agua. Se sentía mal. Ezequiel le había
mandado un mensaje contándole que habían salido y que Paula también estaba con ellos. Había tenido ganas de salir corriendo para verla, pero no podía.


Primero porque estaba acompañado. Y segundo, porque no sabía si ella lo quería ver tampoco. Supuestamente iba a estar ocupada con trabajo… pero había salido.


Más tarde, su amigo le había vuelto a escribir para contarle que estaba borracha. Eso lo angustió más.


Estaría por ahí, hasta que llegara a su casa. Lo único que podía esperar era que sus amigas la acompañaran…


¿Y si se iba del boliche con alguien? Cerró los ojos. Ese no era asunto suyo.


Y a la media hora le había llegado un tercer mensaje. 


Desbloqueó su celular malhumorado, y esperando leer cualquier cosa. Tal vez que estaba con alguien, o que ese chico Juan había aparecido.


“No puedo dejadr de.Pensar en vos.”
Paula.


Miró el aparato sorprendido. Evidentemente estaba borracha. Pero aun así, hizo que su corazón se agitara en su pecho. Probablemente no lo leyera, pero le contestó.


“A mí me pasa lo mismo, bonita.”


Dio enviar y se quedó mirando la pantalla. Tenía tantas ganas de ir a su casa…


Necesitaba tenerla cerca en ese momento.


Sintió unos pasos y después las manos de Soledad abrazándolo por la cintura y acariciándole el abdomen.


—¿Qué haces despierto? – preguntó algo dormida todavía.


—Estaba tomando algo. – bloqueó su celular y se dio vuelta para mirarla.


—¿Vamos? – tiró de él con mirada seductora. Era una chica
preciosa, y aunque creyó nunca haberse negado antes, ahora no le quedaba otra.


—No me siento bien. – le explicó. Ella hizo pucherito, pero no insistió.


—Bueno, cuando quieras, vení. Yo te estoy esperando. – se paró en puntas de pie y lo besó.


El asintió y se quedó en la sala, mirando tele para dejarla dormir.


La verdad es que le vino perfecto, porque en ese momento no tenía ganas de estar con ella. Cerró los ojos haciendo la cabeza para atrás. Paula no le había vuelto a escribir.



****


Se despertó cerca del mediodía, porque apestaba a alcohol.


Frunció el ceño y recordó que en el boliche alguien le había
derramado cerveza en el cabello. El aroma ahora le parecía una de la peores cosas del mundo.


Su estómago se contrajo con violencia.


Su celular tenía una lucecita prendida indicando la llegada de un mensaje. Seguramente sus amigas le preguntaban si había llegado bien y esas cosas.


Tocó la pantalla, y efectivamente, tenía mensajes de ellas. 


Los contestó. Había uno más, de Pedro. Miró curiosa la hora.


“A mí me pasa lo mismo, bonita.” ¿?


¿Qué le pasaba? Se sentó y sacándose el pelo de la cara para ver mejor, se fijó en los detalles del mensaje.


Oh por Dios. Tenía uno en “enviados”.


Ella le había escrito uno que decía… Oh por Dios.


“No puedo dejadr de.Pensar en vos.”


Se tapó la cara muerta de vergüenza. No se acordaba cuando ni por qué se lo había enviado, y se quería ir a esconder en un agujero para siempre. ¿Cómo es que había sido capaz de escribirle eso? El estaba ahí, en su casa con su novia… Probablemente en la cama, y ella se emborrachaba y le escribía eso.


¡Estúpida! – dijo golpeándose en la frente.


Tenía que hacer algo para salvar ese error. ¿Pero qué?


Mañana lo tendría que ver en el trabajo…


Se acostó nuevamente, y como había hecho el día anterior se tapó hasta la cabeza para olvidarse del mundo






CAPITULO 37




Era de noche y como era de esperar, empezó a arrepentirse. 


Quería llamar a Pedro y que estuvieran juntos. Quería dormir con él.


Pero no. Iba a ser fuerte. Se iba a aguantar y no lo llamaría.


Tomó su teléfono y llamó a sus amigas para salir. 


Necesitaba despejarse con urgencia. Estaban tan sorprendidas por su llamada, que no le habían hecho ninguna pregunta.


Llegaron a su casa rápidamente con algunas bebidas, vestidas y peinadas para salir a divertirse.


En media hora, cuando estuvieron listas, llegaron a un boliche enorme y lleno de gente. Un par de hombres se les habían acercado, pero ella los rechazaba. No tenía ganas de eso. No tenía ganas de nada.


Tomó de su vaso hasta vaciarlo y fue a buscar más.


—Hey, el rubio que te sacó a bailar era lindo. – le dijo Caro. —¿Por qué le cortaste así el rostro? Pobre…


—No me pareció tan lindo… – se encogió de hombros. —Además yo estoy con Juany. – les recordó.


Sus amigas rieron y Muriel sorprendida comentó.


—Es exactamente como te gustan los hombres, Paula. Rubio, ojos claros, alto, deportista… – enumeró.


Ella la ignoró y siguió bailando.


—Es una noche de chicas. – vació su segundo vaso.


—Decile a tu amiga entonces. – las dos miraron a Caro que sonreía y escribía algo en el celular.


—Es Ezequiel – dijo casi dando saltitos. —Quiere venir. ¿Puede? – era inútil decirle que no, prácticamente les estaba rogando.


—Bueno, decile que venga. – aceptó Paula. —Pero solo. – agregó pensando en Pedro.


—Si, viene solo. Agus está estudiando para un final que rinde el lunes, y Pedro no sale. Volvió una amiga, o algo así.


Entonces recordó. Esa chica Sole. Su estómago se hizo un nudo.


Todo lo que estaba evitando sentir con esa salida, estaba volviendo. La angustia…


Fue a buscarse otro trago, para no escuchar que más tenía para decirle su amiga.


Se compró unos chupitos de tequila, y hasta eso se lo recordó.


Maldito chico. No quería pensar en él. No quería imaginarse lo que estaría haciendo. Necesitaba distraerse.


Bailó con sus amigas, hasta que llegó Ezequiel. Abrazaba a Caro y le hablaba al oído. ¿Por qué tenía ganas de golpearlos? Ah si. Ya estaba borracha.


En un momento, su amiga se fue a comprar más bebidas y Ezequiel la sacó a bailar.


—Hoy no está el animalito de Pedro, así que podemos bailar. – le dijo sonriendo. Ella aceptó y bailó con él divertida.


—Estábamos borrachos. – le explicó ella.


—Si, él por lo general no sale mucho. Es más, ahora que volvió la loca de la novia, probablemente no vuelva a salir. – negó con la cabeza. — No le gustan mucho los boliches a la mina.


Ella se rió. Era evidente que no la soportaba. Y no sabía por qué, pero la idea le cayó bien. No así el hecho de que se hubiera referido a ella como su novia.


—Está bien, hay gente más tranquila que otra… – dijo.


—De tranquila no tiene nada. – se rió. —Lo vuelve loco, no sé de donde saca tanta paciencia. Aunque si yo fuera él, también la soportaría... – puso una mirada cómplice. —Volvió anoche y seguro que hasta el lunes no asoman ni la nariz de la habitación.


Tuvo que sonreír, para no quedar en evidencia. Vació el vaso del chico y apretando las mandíbulas contestó.


—Mejor me voy yendo. – volvió a sonreír. —Más tarde no voy a conseguir taxi. – lo saludó.


Si no salía corriendo en ese mismo momento, se desmoronaría ahí, en frente de todos.


Con la cabeza y el estómago totalmente revueltos, consiguió llegar a su casa. Se desvistió y se acostó. El pecho le apretaba como si tuviera un elefante sentado. La habitación no paraba de dar vueltas y estaba confundida a causa del alcohol.


Tomó su teléfono y escribió un mensaje. Solo después de eso, pudo taparse con el acolchado y dar media vuelta para dormirse.


Dormiría por horas.