sábado, 16 de mayo de 2015
CAPITULO 105
Se despertó sorprendida de no ver a Pedro con ella en la cama.
Se levantó, y se puso su bata para ir a la cocina.
Ahí lo encontró, desayunando. Solo.
Por poco le agarra un ataque de risa. ¡No la miraba!
Se mordió los labios antes de decir.
—Buen día. – él solo asintió, ignorándola mientras fingía estar muy concentrado en su tostada.
Se sirvió café y notó que por más enojado que aparentaba estar, le había dejado listas un par de tostadas a ella también, cerca de su taza.
Seguía sin mirarla. Era absolutamente adorable.
Se acercó por su espalda y lo envolvió en un abrazo mientras él seguía sentado haciendo como si ella no estuviera. Lo besó en el cuello cariñosamente, y por más que quería hacerse rogar, se dejaba, a medida que sus besos iban desde su mandíbula, su mentón, la comisura de sus labios.
Rozó su boca con la suya mientras preguntaba.
—¿Estás muy enojado? – había sido un susurro, pero la había escuchado.
Con una media sonrisa involuntaria, asintió.
Cambiando de táctica, se dio la vuelta y se sentó en su regazo abrazada a su cuello.
—¿No me vas a hablar? – le preguntó divertida.
El negó con la cabeza, todavía orgulloso.
Levantando una ceja, abrió las piernas, y dejó una a cada lado del cuerpo de él, mirándolo de frente.
—¿Me vas a ignorar? – lo vió apretar las mandíbulas, pero
volviendo a la realidad, asintió.
Como no quedaba más remedio se abrió la bata y la dejó caer al piso, acomodándose mejor encima de él.
El cerró los ojos por un instante, pero después cuando los abrió, todavía seguía en su actitud obstinada de no hacerle caso.
Ella movió las caderas tentándolo, notando su cada vez más
endurecida erección por debajo de su bóxer.
—Sos mala… – dijo por lo bajo soltando el aire entre los dientes.
Ella sonrió.
—¿Me estás hablando? – él negó con la cabeza, pero cerrando los ojos otra vez, la tomó por la cadera para apretarse más contra ella y sentirla más cerca.
—Soy buena… – le dijo sujetando el elástico de su ropa interior y bajándolo. —Muy buena. – liberándolo, lo tomó con la mano y comenzó a tocarlo.
Sus piernas se tensaron de golpe, y con un gruñido hizo la cabeza hacia atrás.
Verlo así, perdiendo del todo los papeles, la ponía a cien.
No podía seguir aguantándose.
Subió en él, agarrando con fuerza sus enormes hombros y con un gemido, volvió a bajar, mientras se hundía en ella del todo.
El apretó más la piel de su cadera, y moviéndose también, jadeó lleno de placer. Olvidando el desayuno, y su supuesto enojo de una vez.
Encontraron el ritmo rápidamente, en lo que parecía una carrera rápida, desenfrenada y desesperada por dejarse ir sin querer seguir esperando.
Sorprendiéndola, la sujetó por el rostro y la besó con pasión a medida que entraba y salía de ella. Sus labios la devoraban de manera febril, como llevado por una necesidad que no podía controlar.
La silla en el piso se movía también y se unía al sonido de sus gemidos y sus cuerpos agitados queriendo siempre más.
Incapaz de seguir resistiendo, se vino con violencia, abrazada a su cuello, casi temblando por la intensidad del momento.
El la envolvió con los brazos, y gruñendo, la siguió poco después.
Lo jaló del cabello obligándolo a mirarla y le preguntó.
—¿Seguís enojado? – él se acercó más y le mordió los labios.
—No, mi amor. – contestó derritiéndola con una sonrisa tierna.
Los dos estaban todavía respirando trabajosamente.
Ella también sonrió y se le ocurrió una idea de cómo terminar de hacer las paces.
—¿Te gustaría ser el que manda hoy? – instantáneamente le brillaron los ojos y antes de que pudiera responderle, le aclaró. —Puedo ser tu esclava… solamente por hoy. – besó su cuello de manera sensual. — Todo lo que quieras… por hoy.
—¿Todo lo que quiera? – preguntó pensativo…
—Todo. – contestó muy segura.
—Mmm… – todavía aprovechando que estaba sentada sobre él, la apretó contra su cuerpo y suspiró. —¿Tendrás unas de esas correas de cuero como de tu tamaño?
Eso la sorprendió. Lo miró levantando una ceja.
—¿En serio? – preguntó sin poder creérselo.
El solo asintió sonriendo de manera perversa, como tantas veces había hecho ella.
Resignada, se levantó de donde estaba sentada y fue a buscar lo que Pedro le había pedido. Acto seguido, se lo mostró y ante la mirada más que conforme de su chico, se calzó cada uno de los cinturones a su figura.
Era bastante más pequeño que el que le hacía poner a él. Y en lugar de cruzarse en una X en el pecho, lo hacía, sujetando sus pechos desnudos y ajustando su cintura con fuerza. Tenía una especie de braga de cuero que se cerraba con seguro, y, como en el caso del otro, también incluía un
collar con correa larga.
Se veía sexy en él, lo sabía… pero de todas formas era un incordio.
Limitaba sus movimientos, y no estaba acostumbrada.
Ahora, Pedro, parecía feliz. No había parado de mirarla.
La tenía agarrada por la correa y la hacía pasearse por todas partes para poder admirarla mejor.
No tenía suficiente de ella.
Con una sonrisa le indicó que se arrodillara en el piso.
—Ahora empieza el peor de los castigos que podría soportar un esclavo. – dijo sobresaltándola. El nunca le había hecho daño de verdad. — Te voy a hacer de comer. – aclaró levantando los hombros como disculpándose.
Rio nerviosa y lo observó cocinar, o por lo menos intentarlo, en su cocina.
Tenía que quedarse quieta, y no opinar, mientras veía como él rompía un huevo y mitad de la cáscara iba a parar en la receta. Si, era una tortura.
Había calentado demasiado el aceite, y saltaba para todos lados… oh por Dios, se iba a quemar, pensó. Y así fue.
—Mierda. – insultó poniendo la mano bajo el chorro de agua fría de la canilla.
A continuación peló y cortó papas con sumo cuidado, pero aunque ya no lo escuchó insultar, estaba segura de que se había hecho un par de cortes también. Cada tanto había tenido que frenar y lavarse los dedos.
Ella negaba con la cabeza de manera paciente y contaba hasta diez.
Bueno, hasta cien.
Lo peor es cuando se dio cuenta de que lo que estaba intentando hacer era una tortilla.
Puso el preparados del huevo con el perejil y las papas en el sartén con aceite hirviendo y empezó a mecerlo para que se cocinara correctamente.
Tenía la necesidad de bajar el fuego, pero por orden suya,
no podía decir nada. No podía siquiera moverse.
Finalmente fue el momento de darla vuelta para que se cocinara de ambos lados.
Oh por Dios.
Sin poder evitarlo, dijo.
—Pedro… no. – pero ya era demasiado tarde.
La tortilla no se había terminado de unificar, y pedazos de papas con huevo volaron por los aires, aterrizando encima de las hornallas, la mesada y el piso de su impecable cocina blanca.
—No, no, no, no. – dijo mirando lo que acababa de hacer.
Ella estaba pálida.
—Perdón. – dijo conteniendo la risa mientras limpiaba todo.
Afortunadamente algo de la tortilla se había salvado, aunque ya no conservaba la forma de una.
Una vez lista la cocina, y la casi tortilla, pusieron la mesa, pero como ella todavía no tenía ordenes claras de lo que tenía que hacer, esperó a ver que hacía él.
El le indicó que se sentara, y se sentó a su lado.
Muy delicadamente, cortó la comida, la puso en un tenedor y
soplando por si estaba demasiado caliente, se la acercó a la boca.
Con mimo, le fue dando de comer. Aunque tenía los bordes algo quemados, estaba muy rica.
Lo miró y se rió.
—Yo era la esclava ¿No? – le preguntó divertida.
El, que estaba cortándole otra rasión, se rió también.
—Sos mi esclava. – asintió. —Y puedo hacer lo que quiera con vos. – se acercó a su boca y la besó. —Hasta cuidarte, y mimarte… – ahora le besaba el cuello. —¿No?
Ella asintió mordiéndose el labio. Una oleada de puro placer le recorrió el cuerpo.
—Lo que quiera… a menos que digas la palabra clave. – susurró en su oído antes de tomarla por la cintura.
Ella quería responder, asentir, o hacer algo… pero ya no podía.
La llevó en brazos hasta el sillón más próximo y siguió besándola por todas partes. No podía hacer nada más que retorcerse esperando sus caricias.
Gemía, sintiendo sus labios pasearse por toda su piel volviéndola loca y sus manos puestas en los lugares indicados. Iba y venía, tentándola, provocándola, tomándose su tiempo para hacerla llegar al límite y luego retirándose.
Sabía lo que hacía. La estaba dejando con las ganas.
Exactamente lo mismo que le hizo ella a él la noche anterior.
Iba a explotar.
Justo cuando pensó que iba a desatarla, no lo hizo.
Sujetó en su puño derecho la correa de su cuello y con la otra mano se la enroscó mejor dándole dos vueltas. Ahora más firmemente, tiró de ella, y todo su cuerpo se movió al compás.
Sin decirle nada más, se incorporó y siguió tirando de la correa hasta llevarla a la habitación.
Y como si hubiera estado esperando esa oportunidad, Pedro le demostró que sabía perfectamente que más hacer con su esclava además de mimarla…
CAPITULO 104
Gabriel se había aburrido de bailar con él, y se había ido con otro de los chicos nuevos de publicidad. Estuvo dando vueltas un buen rato, buscando a Paula, pero cuando la vio ella estaba entretenida charlando con otra gente, así que se encogió de hombros y se fue a buscar un trago a la barra de atrás.
Era unas mesas improvisadas en donde el servicio de catering había puesto a un barman vestido de negro, que hacía todo tipo de trucos con las botellas.
Estaba justamente viendo como preparaba su copa, cuando alguien se acercó por detrás y le tocó el hombro.
Esperando encontrarse con Paula, se dio vuelta sonriendo.
Pero era Silvina.
En este tiempo que había tenido que pasar tantas horas en la empresa, se podía decir que había formado una especie de amistad con ella… aunque después de lo que le había dicho su jefe, se sentía raro en su presencia.
—Hola Sil. – le dijo.
—Vamos a bailar, que me aburro. – le contestó arrastrándolo a uno de los costados.
El, por no rechazarla, bailó por un rato, en el que no había parado de buscar a Paula con la mirada por todas partes.
La chica se le acercó al oído y le susurró.
—Me parece que me gustas mucho, Pedro. – hablaba cerca de su cuello, y cada vez lo tenía más abrazado.
Increíblemente incómodo, se acercó a su oído para decirle.
—Todo bien, Sil, pero estoy con Paula. – no quería ser grosero, después de todo se notaba que estaba borracha y mañana se arrepentiría de todo.
Pero ella, lejos de sentirse avergonzada, lo tomó por las mejillas y lo besó.
Abrió los ojos como platos y sintió como la chica seguía
comiéndolo a besos sin que él si quiera pudiera reaccionar.
Puso las manos sobre sus hombros, y muy delicadamente, la alejó hasta que por fin lo soltó.
—¿Qué hacés? – dijo más enfadado de lo que había querido sonar.
La chica se tapó la cara y se alejó tropezando y riendo para un costado.
Vio que alguien la ayudaba, y la sujetaba antes de que se diera contra el piso.
Todavía inestable, se volvió a parar y se acomodó el vestido
mirándolo. El estaba serio y cuando vio quien había ayudado, se congeló.
Paula.
Y era pura sonrisas.
Mierda. Estaba enojada.
—Cuidado. – le dijo a Silvina. —Tene cuidado, no te caigas.
La pobre la miraba llena de terror, como si de repente se acordara donde estaba, y que había hecho.
Estaba blanca como un papel, ahora si, algo arrepentida.
—Paula. – alcanzó a decir, pero ella la interrumpió.
—Todo bien, Sil. – dijo con la mejor y más radiante de sus sonrisas.
—A mí también me encanta besar a Pedro.
Lo tomó de la mano y se acercó a él de manera cariñosa.
—Igual, dejame que le explique. – dijo entre risas. —Porque es nuevo, no te conoce y no sabe que vos tenes como costumbre ser muy cariñosa con todos tus compañeros. – dijo Paula fulminándola con una mirada asesina, aunque con una sonrisa todavía fija en su rostro.
—Paula… – dijo él por lo bajo, al ver que la chica la estaba
pasando mal.
—No te hagas drama,Pedro. – dijo mirándolo. —No es un secreto… – se rió fuerte. —Si no, se hubiera escondido mejor en la fiesta de año nuevo. ¿Te acordás de Marcos, mi ex asistente? – él no contestó. —En pleno baño del salón… y bueno, ahora acá.. en plena fiesta. Ella es así. – dijo acariciándole el brazo de manera posesiva.
Silvina se había puesto roja como un tomate. Al borde del llanto, se inventó una excusa y salió corriendo.
Apenas la perdieron de vista, Paula lo soltó y miró para otro lado.
Genial.
—Hey… – la tomó de la mano, llamando su atención.
Pero ella no lo miraba todavía.
—¿Por qué te enojas conmigo? – dijo sin saber que hacer.
—Yo no la besé… ella me besó a mí. – mordiéndose los labios. —Yo no tengo la culpa.
Ella lo miró de golpe y sorprendida, le dijo.
—Ah… si… ¿Qué culpa tengo si soy tan lindo que todos quieren estar conmigo? – trataba de contener la risa, porque quería todavía lucir enojada.
—Obvio. – dijo él con una sonrisa coqueta y acomodándose el pelo con los dedos.
Ella se rió y lo empujó cariñosamente. Riendo también, aprovechó para sujetarla y la besó con ternura.
Ella respondió agarrando su cuello y suspirando con fuerza.
Separándose apenas para mirarlo, le dijo.
—¿Ya se te borraron los besos de esa atorranta? – él soltó el aire y negó con la cabeza algo divertido.
Mordiendo apenas su labio, le respondió.
—Me encanta que te pongas celosa. – le guiñó un ojo y la apretó más contra su cuerpo.
—¿Si? – levantó una ceja. —¿Querés verme celosa? ¿Querés que te muestre lo que me gusta hacer cuando estoy celosa? – sonrió.
El sonrió mirándola y le habló al oído, rozando los labios con la piel de su cuello.
—¿Hace falta que me preguntes? – ella sonrió y asintió tranquila.
Lo tomó de la mano y se fueron a buscar el auto sin saludar a nadie en el camino.
Por suerte no tenía que manejar, porque no hubiera podido
concentrarse. Su mente y su cuerpo ya estaban en sintonía con el juego de Paula.
Y ella lo sabía. Cada tanto lo miraba, o lo rozaba aparentemente sin querer, volviéndolo loco.
Llegaron al departamento, y si que ella le dijera nada, se fue
desvistiendo camino a la habitación y la esperó de rodillas donde ya sabía.
Era algo que a esta alturas tenía más que incorporado. Ni siquiera tenía que pensarlo, solo lo hacía.
Ella, también como siempre hacía, se metió al vestidor y salió sin el vestido que había llevado a la fiesta.
Debajo tenía un bodie de encaje color natural, con pequeñas
piedritas bordadas, que parecían estar suspendidas en su piel blanca. Era tan delicada, que inspiraba fragilidad… pero a la vez, muchas ganas de lanzarse sobre ella sin importarle nada.
Desfiló frente a él, caminando sobre sus altísimos tacos del mismo color, y se frenó para mirarlo.
De a poco, probando sin tener ordenes precisas de lo que no debía hacer, fue levantando la mirada, y al notar que no lo regañaba la miró a los ojos.
Ella le estaba sonriendo encantada, y diferente a lo que estaba acostumbrado, se agachó hasta su altura, y acariciándole la mejilla, lo besó en los labios por unos minutos.
—Hermoso. – dijo de repente volviéndose a alejar hacia el vestidor.
Era imposible apartar la mirada de esas piernas perfectas, que se movían con gracia y seguridad dejándolo sin aliento. Imposible también no imaginárselas alrededor de su cintura, o de su cuello…
Ella no volvía, y él estaba impaciente. Ya listo para todo.
Escuchó sus tacos avanzando de nuevo en su dirección y por puro reflejo bajó la mirada.
Al ruido de sus zapatos, se le sumó uno más. Un sonido metálico que le sonaba de algo…
Y entonces lo reconoció.
Las correas de cuero, que se parecían a un arnés con collar que ya había usado en otra oportunidad.
—Creo que ya sabés como se usa. – le dijo y alcanzándoselo se cruzo de brazos a la espera de que terminara.
En la mano tenía otra cosa que también conocía. La paleta con el corazón calado. Recordó también los azotes que le había dado con él…
No dolía tanto como otras cosas que después habían probado… De hecho, le gustaba.
Todo su cuerpo se tensó por la anticipación.
Se puso las correas rápidamente, ansioso por empezar a jugar, sin despegar los ojos de la bendita paleta y ella lo miró con una sonrisa.
—Por cada cosa que hagas mal, vas a tener un corazón en donde a mi más me guste. – dijo en tono firme. —Por ejemplo ahora… te estás tardando demasiado.
El la miró sin poder creerlo. Era casi imposible ponerse esas cosas solo. Estaba enredado y se estaba haciendo un lío, pero por lo menos lo estaba intentando.
La vió levantar una ceja, de repente luciendo más seria y bajó la mirada.
Definitivamente no era momento de quejarse ni discutir.
Siguió con lo suyo hasta que lo consiguió.
—Mal. – le dijo. —Tenés que ser más rápido. – lo regañó. —Apoyá las manos en el piso.
El le hizo caso y cerró los ojos esperando.
Lo azotó en las nalgas con violencia y él solo jadeó. Se detuvo unos segundos para asimilar el dolor y disfrutarlo.
Sintió como tiraba de la correa que se unía al collar que tenía alrededor de su cabeza y avanzó a donde ella lo conducía.
Lo llevó hasta la cama, y sosteniéndole la mirada, se sacó lo que tenía puesto lentamente, quedando completamente desnuda.
Se le secó la boca.
Cada vez se hacía más difícil contenerse.
Hacía unos meses, le habría costado porque la deseaba con locura, y porque el juego en sí le daba curiosidad. El nunca saber que le deparaba, era excitante. El recién conocerla, y querer complacerla, era algo que lo tenía fantaseando constantemente.
Y ahora, además de desearla con locura, conocía de que se trataba el juego, y el saberlo también lo volvía loco.
El saber de todas las posibilidades, le quemaba la cabeza y le prendía fuego el cuerpo.
La vio acostarse sobre su abdomen y entrecruzar los brazos
apoyando su cabeza como si fuera una almohada.
—Quiero un masaje, Pedro. – le dijo.
Sabía lo que tenía que hacer.
Fue hasta el cajón de su mesa de noche, y eligió la crema con perfume que sabía que le encantaba.
Se llenó las manos con ella, y sentándose en sus piernas, comenzó a mimarla como más le gustaba.
Su piel se sentía suave y sedosa bajo sus dedos. Cada centímetro de su cuerpo era blanco, delicado y perfecto. Masajeó sus hombros, viéndola sonreír, y fue bajando hacia su cintura. Cuando llegó, abrió las manos, sujetándola por los costados y ella gimió. Le encantaba lo que le hacía sentir.
Siguió bajando, haciendo cada vez más fuerza en sus masajes, sin darse cuenta, a medida que ella se retorcía debajo, disfrutándolo.
Paula levantó una mano, como señal de que ya era suficiente y se dio vuelta para mirarlo.
Con una sonrisa, levantó una de sus piernas, y se la apoyó en pleno pecho.
—Ahora quiero masajes en los pies. – tomó su pie con mimo y le hizo caso de inmediato. Empezó con movimientos circulares, muy suavemente, mientras ella gemía y cerraba los ojos. Suspiró, resistiendo las ganas que tenía de besárselo. Era tentador.
Casi estaba por hacerlo, cuando la escuchó decir.
—Besalo. – y no lo dudó.
Sentía en sus labios y su lengua su precioso y fino pie, y casi entre jadeos siguió por su tobillo.
Ella abrió los ojos y lo miró, pero no lo detuvo.
Tomando más valor, sujetó su otro pie y acercándose ambos a cada lado del rostro los besó y los acarició como había querido hacerlo todo ese rato.
Se apoyó los pies en los hombros, y siguió besando de a poco sus tobillos, sus pantorrillas, el lado interno de sus rodillas.
Eran claras sus intenciones, y ella empezaba a perder el control.
Gemía moviéndose en la cama, tirando de la tela de las sábanas con una mano, y con la otra sujetaba la paleta empuñándola con fuerza.
Se agachó sobre su cuerpo, y le fue besando muy despacio los muslos, hasta que por fin se ubico en donde quería.
Apenas había apoyado su boca, y la respiración de Paula se había vuelto irregular, estremeciéndose por completo.
En algún momento, ella lo había agarrado del cabello y ahora se lo jalaba obligándolo a moverse a su gusto.
El sonido de sus gemidos era algo enloquecedor.
Más cerca estaba, y más ganas le daban a él de perderse con ella.
Sintió como se dejaba llevar entre gritos y tomándolo de la correa, levantaba su cabeza para mirarlo de cerca.
Aun agitada, tomó su boca, y lo besó con violencia.
Ya no podía resistirse.
Se pegó a su cuerpo, haciendo que su entrepierna se pegara a la de Paula con fuerza.
El todavía tenía puesto el arnés, así que no podía hacer mucho, pero lo mismo se movió contra ella, sintiéndola a través de las correas.
Los dos gimieron y se quedaron quietos por un momento.
Si hubiera podido, se hubiera arrancado los malditos cinturones de un solo tirón. Daba igual, de todas formas, estaban al estallar en cualquier momento.
Pero una nueva orden de ella, lo sorprendió.
—Ahora vamos a dormir. – se hizo hacia un costado, apagando la luz de la mesita de noche, se acomodó y cerró los ojos.
—¿Qué? – dijo con la voz entrecortada entre jadeos.
Ella se rió antes de contestarle.
—Eso es para que te acuerdes de quien es tu novia, Pedro. – lo miró y agregó. —Sos muy bueno con todas las mujeres. – le guiñó un ojo. — Deberías empezar a desconfiar de ellas.
Y tras decir eso, le dio la espalda.
Gruñó frustrado y se dejó caer a su lado.
Sin mirarlo, le dijo.
—Te podés sacar las correas para dormir si querés. – hubiera jurado que sonreía de manera perversa mientras lo decía. Aun sin verla, se la imaginaba.
Apretó las mandíbulas, y obediente se sacó los cinturones.
—Mañana me lo voy a cobrar. – le advirtió al oído, y ella solo rió.
Era bastante tarde y el sol empezaba a salir, pero tenía el
presentimiento de que no iba a poder dormir muy bien.
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