lunes, 25 de mayo de 2015
CAPITULO 134
Con el paso del tiempo, y por más que mucho protestó, Paula había dejado de trabajar. Por fin se había tomado su licencia de maternidad y esta aburridísima.
Pedro trabajaba hasta las cinco de la tarde, y hasta esa hora estaba sola. Sus amigos habían ido a verla, pero ellos también tenían sus ocupaciones, así que apenas se iban, se sentía miserable.
No podía hacer nada. En cualquier otro momento, habría aprovechado para matarse en el gimnasio, salir a correr o andar en bici, pero no. No podía hacer nada de eso.
Ni una copa podía tomarse.
Suspiró cambiando de canal.
Su fecha de parto había llegado, y había pasado también.
Estaba indignada. Parecía a propósito.
Todas tenían nueve meses de embarazo, pero ella, cual elefante, iba a tener que esperar más.
Necesitaba ayuda por la mañana para sentarse y después levantarse. Porque la alternativa era rodar. Y a decir verdad, le faltaba poco.
Cuando diera a luz iban a tener que romper el marco de la puerta para sacarla de allí con sillón y todo.
Estaba tan incómoda que quería llorar.
Su doctor había querido darle un turno para inducir el parto, pero ella se había negado. Quería que su bebito naciera de manera natural.Pedro se había enojado y habían discutido largo y tendido.
Para su sorpresa, su querida suegra, estaba de acuerdo con ella. Le parecía lo mejor y más sano hacerlo de la manera convencional. Pero claro, eso también podía deberse a que a la mujer, le encantaba verla sufrir, y cuanto más se alargara su molestia, más feliz sería.
Chequeó su celular y contestó un par de mails. Resulta que seguía recibiendo asuntos de su trabajo a escondidas de todos, menos de Gabriel que era su cómplice.
Bueno, era obvio que no podía mantenerse al margen de su empresa…
Si lograba convencerlo, participaría de la próxima reunión por videoconferencia desde su casa.
Estaba pensando en eso cuando un dolor la hizo soltar su teléfono. La panza se le había puesto como una piedra.
Apenas podía respirar. Varios segundos hasta que frenó de golpe. Como si nada.
Contracciones.
Volvió a alzar el aparato y marcó el número de Pedro.
Contestador. Mierda.
Sus amigos… contestador. ¿Algo le pasaba a su línea?
Estaba a punto de apagarlo para sacarle la batería cuando escuchó la puerta. Se levantó con cuidado y apenas abrió, otro dolor volvió a doblarla haciendo que se apoyara en el marco.
—¿Paula? – preguntó preocupado.
—Juany, el bebé. – dijo cuando pudo hablar. —Me parece que estoy en trabajo de parto…
—¿Ahora? – miró aterrorizado.
—¡Ahora! – volvió a gritar.
—¿Y Pedro? – la tomó de la cintura mientras buscaba su bolso.
—No me puedo comunicar. ¡La puta madre! – frunció el gesto tratando de pensar en cosas lindas mientras pasaba el dolor.
—Vamos a mi auto, y lo llamás desde mi celular. – la apuró.
—¡Vamos!
Lo siguió haciéndole caso y en menos de diez minutos, ya estaba ingresada con un suero en el brazo, contracciones más fuertes y ni noticias de su marido. Mierda.
—El doctor Greene está en camino. – avisó una enfermera. —Mientras lo esperamos, voy a hacer unas revisaciones.
Juany la miró incómodo.
—Está bien, se puede quedar con su mujer. – le sonrió la muchacha.
—No es mi… – se aclaró la garganta. – Es mi amiga. Estamos esperando a… Pedro. El es el papá del bebé. – explicó.
La chica asintió.
Minutos después el doctor Robert entraba colocándose los guantes y una hermosa sonrisa.
—Hola, Paula. – en serio, cualquier momento para ese gesto coqueto hubiera sido malo e inapropiado… ¿Pero justo ahora? Quería golpearlo.
Juany la miró levantando una ceja.
—Doctor. – saludó entre jadeos. Realmente dolía.
—Todo va perfecto. – dijo leyendo el monitoreo en los papeles que salían de la máquina que tenía alrededor de la panza. —Lo estás haciendo muy bien… – le guiñó un ojo. —En un rato vuelvo a verte.
Se marchó con paso confiado por el pasillo, dejando un séquito de enfermeras suspirando.
—¿Qué onda con el doctorcito del acento raro? – preguntó su amigo sin rodeos.
—Es extranjero. – contestó ella entre dientes.
—Y Pedro no le rompió la cara …porque… – quiso saber.
Quiso reírse, pero le salió como un ronquido.
—Está un poco celoso… pero es buen médico. – le comentó. —El mejor.
—Y te mira como si fuera a comerte… – comentó molesto. —Yo lo hubiera agarrado de las pelotas…
—Dale. Después de que me ayude a tener el bebé, porfa. – contestó cerrando los ojos.
Su amigo se rió.
—Esta bueno…
—Si querés salir con él, tenés luz verde Juany… Dale nomás… – le hizo un gesto de indiferencia con la mano. —Eso si… Después de que me ayude a tener al bebé… – le repitió.
—No salgo con hombres. – le aclaró. —Juego, a veces. Jugaba. Ya no. – eso captó su atención.
—¿Ya no jugas? – se sorprendió.
—Estoy conociendo a alguien. – sonrió. —También le gusta jugar, pero es distinto… es mucho más. – se calló de repente como si se hubiera dado cuenta de algo. —No es el momento para estar hablando de esto.
Ella sonrió y lo tomó de la mano.
—Me alegro por vos. – gruñó de dolor. —Apenas pueda, me contas todos los detalles.
El sonrió nervioso y asintió no muy convencido.
Le había parecido raro, pero no dijo nada. Ahora tenía otros temas en la cabeza.
Las horas seguían pasando y las enfermeras le decían que todavía no estaba lo suficientemente dilatada para pujar.
Quedaba un rato.
Le habían ofrecido la epidural, pero se había negado absolutamente. Natural. Eso era lo púnico que había podido responder.
¿Cuánto tiempo había pasado? No podía creer que su esposo no estaba ahí. No había manera de comunicarse con él. Se habría dejado el celular en silencio. A veces hacia eso cuando quería concentrarse. Pero tan cerca de la fecha de parto, era una muy mala idea… Estaba enojada.
El doctor entró y tras una rápida revisión, le dijo.
—Ya estás lista, Paula. – hizo señas a varias enfermeras que la rodearon, y acercó una bandeja llena de cosas esterilizadas que no había querido ni mirar. —Vas a poner los pies en los estribos, hermosa.
¿Hermosa?
Como si lo hubiera escuchado, Pedro, entró corriendo desde el pasillo y se paró a su lado.
—Pedro. – lo saludó el doctor.
El ni lo miró, se fue a parar cerca de su mujer y entre besos le pidió miles de disculpas de todas las formas posibles.
Juany se marchó en silencio.
—Dejé el celular cargando en la oficina de juntas que tiene adaptador y no escuché las llamadas. – le explicó. —Casi me muero cuando leí el mensaje de Juan. Me desesperé. No sé ni como llegué acá… creo que me trajo Gabriel. – se encogió de hombros. —Me bajé con el auto en movimiento.
—Ahora no importa. – sonrió. —Ya estás acá.
El sonrió y la besó reconfortándola.
—Bueno, vas a empezar a pujar. – indicó el doctor Robert. —Ya pasó lo peor. Ahora todo es muy rápido. – la tranquilizó para alentarla.
Sentía que todas las fuerzas de su cuerpo se iban cada vez que empujaba.
—Eso. – la animó el doctor. —Eso, hermosa. Un poco más…
Esta vez si lo había escuchado.
Pedro, le clavó la mirada a modo de advertencia. Pero el otro no se dio por aludido y solo sonrió.
—Una vez más. – indicó. —Ahora vas a tener que pujar durante más tiempo. Pero vos podés, hermosa.
—¿Te golpeaste la cabeza o te lo estás buscando? – preguntó Pedro levantándose de golpe de muy mala manera.
—¿Perdón? – preguntó inocente el aludido.
—¡Pedro! – trató de contenerlo. —¡Ahora no!
Su esposo la miró y asintió avergonzado. Volvió a sentarse en su lugar pero mirando al doctor con los ojos entrecerrados.
CAPITULO 133
Tenía la piel de gallina. Una de sus canciones favoritas… “Eye of the Needle”. La letra siempre le recordaba a Pedro.
La había escuchado en la época en que habían terminado.
Se dormía llorando con esa canción casi todas las noches. Y luego, al reencontrarse, la habían bailado solos entre besos en la sala de su casa.
Esa canción reflejaba todo.
Su amor, su dolor, su culpa y todos sus miedos.
And you're locked inside my heart
And your melody's an art
And I won't let the terror in I'm stealing time
Through the eye of the needle
Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas sin que se diera cuenta si quiera de que tenía ganas de llorar.
—No llores… – le dijo abrazándola por la espalda. —Feliz San Valentín, Paula.
—No son lágrimas de tristeza. – contestó dándose vuelta. —Estoy enamorada, Pedro. Muy enamorada. – dijo repitiendo lo que le había dicho aquella primera vez en que le había confesado sus sentimientos.
El se estremeció.
—Me acuerdo que me dijiste eso antes de dejarme… – recordó con mirada triste. —Fue la peor época de mi vida, Paula. – apoyó la frente contra la suya y le murmuró con los ojos cerrados. —Nunca más se te ocurra dejarme. Haría lo que sea,… lo que me pidas… pero nunca te separes de mi lado.
—Nunca. – dijo ella con un sollozo. —Te amo.
—Te amo más. – la besó con ternura, como si el tiempo hubiera dejado de pasar. Con calma, absorbiendo cada momento, cada suspiro, cada pequeña caricia. Siempre había sido así. Todas las angustias, los temores y las inseguridades, desaparecían en los brazos de Pedro. En la necesidad que sentía en sus labios.
No necesitaba, ni quería nada más.
La cena había estado riquísima. Una entrada de ensalada crujiente con espinaca, pollo y parmesano. Y el plato principal, gnocchi de papa con salsa de tomates frescos.
Estaba encantada.
Se había tomado molestias eligiendo su comida favorita con cuidado y sin incluir ninguna carne roja. Estaba impresionada.
El postre había sido lo mejor de todo. Tarta Sacher servida con frutos rojos. El sabor a chocolate amargo, mezclado con las almendras crocantes le hacían arquear los dedos de los pies. Dios, estaba riquísimo.
—Mmm… – dijo mientras comía. —Este es sin dudas mi postre favorito.
El se rió.
—¿Y el helado? – preguntó.
—Y el helado. – contestó ella haciéndolo reír nuevamente.
—No puedo elegir. No hay manera.
Se quedó callada por un momento y sonrió.
—A tu bebé también le gustó. – dijo llevándose una mano a la barriga. El pequeño se estaba moviendo alegremente.
Siempre que comía algo dulce lo sentía.
—¿Si? – se acercó apoyando las manos él también. —¡Si! – dijo sonriendo cuando volvió a acomodarse. —¿Ves? Ahora se mueve, debe estar bailando… Pero cuando vos comes hongos y esas cosas asquerosas te patea. Pobrecito… – agregó negando con la cabeza conteniendo la risa.
Ella se rió.
—Perdoname, bebito… por muy ricos que sean los postres, mami come muy sanito… y cuando nazcas también vas a comer muy sanito vos también.
—Y papi te va a llevar al burguer cuando quieras. – dijo para provocarla, pero los dos terminaron a las carcajadas.
—¿Ya te puedo dar tu regalo? – preguntó ansiosa.
—Ah… esperá que voy a traer el tuyo. – dijo antes de irse de nuevo a la habitación. —En realidad son dos. – agregó cuando volvió levantando las cejas con orgullo.
—Seguro que el mío es más lindo. – lo desafió mordiéndose los labios.
Se sentó y esperó mientras ella le tendía una cajita rectangular.
La abrió con mucha ceremonia y sonrió.
—Un iPhone. – se rió. —Después de todo lo que insististe para que cambie el teléfono… te saliste con la tuya. – tocó la pantalla desbloqueándolo y encontró la foto de su última ecografía. — Paula… – dijo más emocionado tomando su mano.
—Es hasta que tengas una foto con él. – le sonrió a la pantalla. —Pero sale muy bonito de todas formas…
—Perfecto. – tenía los ojos vidriosos. La tomó la barbilla y la besó. —Gracias, hermosa.
—De nada. – sonrió. —Ya vas a ver lo fácil que es usarlo. Yo te voy a enseñar. Vas a poder tener las cosas del trabajo ahí también, la agenda… hay tantas aplicaciones que te pueden gustar. ¿Y la música? ¿Y las fotos? – aplaudió.
El puso los ojos en blanco y le tendió una caja grande, silenciándola.
—Abrí tu regalo. – ella se rió.
Sacó la tapa y destapó el papel de seda que cubría el contenido.
—Oh… por Dios. – contuvo el aire. Sacó una preciosa cartera de la marca que ella usaba.
Ultima colección. Era sofisticada, brillante, color rojo oscuro y olía genial.
—Sé que estás cansada de que te regalen cosas para el bebé. Esto es para vos… – le sonrió. — Nada de ositos, ni moñitos celestes.
—Oh, Pedro… – se paró para abrazarlo. —Gracias. – siempre tan considerado. Siempre sabía lo que le estaba pasando.
Y no es que estuviera tampoco tan cansada de las cosas que le regalaban para su futuro hijo, todo le venía muy bien y todo lo agradecía… pero también sentía que estaba dejando de ser Paula, como ella misma se conocía, para ser una mamá común. Necesitaba de vez en cuando recordarse que no todo tenía que cambiar tan radicalmente.
Y esto, era una forma de decirle que él no se olvidaba, y que para Pedro, esa Paula seguía ahí, a su lado.
—Y el segundo regalo… es simbólico. – se rió rascándose la nuca y alcanzándole un sobre.
Abrió emocionada y super curiosa.
Una postal de la torre Eiffel. Lo miró sin entender.
—Consideralo un vale. – le explicó. —Por un viaje a Paris, apenas podamos viajar. Los tres juntos. – otra vez sentía que las lágrimas se le juntaban en los ojos. Ella y sus hormonas.
—Los tres en Paris. – sonrió secándose las mejillas.
—Es un lugar especial para mí. – le sonrió. —Estaba en tu lista de pendientes, ese fue el lugar en donde te encontré cuando nos separamos… pero en el que volvimos a estar juntos…
—El Sena… – siguió enumerando ella. El asintió.
—En donde casi te pedí que te cases conmigo. – los dos sonrieron ante el recuerdo. —Aunque fue un desastre… y estábamos tan borrachos… – se rió.
—Te hubiera dicho que si. – dijo en voz baja.
El se quedó mirándola.
—Si me lo hubieras pedido, te hubiera dicho que si. – se encogió de hombros de manera inocente.
—¿En serio? – no podía creerlo.
—Por eso salí corriendo. Me dio miedo lo convencida que estaba. – se rió.
—Pero yo pensé que… – su cara de desconcierto era genial.
—Me imagino lo que pensaste… – le acarició la mejilla. —Me alegro de que hayas esperado un poco para hacerlo. La segundo propuesta fue lo más lindo que alguien hizo por mi.
El se quedó mirándola y muy lentamente sonrió.
—Creo que ya terminamos de comer… ¿No? – preguntó con voz grave.
Levantó una ceja mientras los músculos de todo su cuerpo ya empezaban a tensarse.
—Yo también lo creo…
Le tendió una mano y juntos volvieron a la habitación a las apuradas.
CAPITULO 132
La habitación de masajes, contaba con un baño privado también, con una ducha amplia de hidromasaje y un jacuzzi en dónde tranquilamente podrían haber entrado cuatro personas más.
Se quedó quieta observando como Pedro la rodeaba y se encaminaba a la ducha abriendo las canillas y regulándolas.
Se mordió los labios pensativo, y después también dejó correr agua en el jacuzzi para llenarlo.
De un tirón abrió su bata y se quedó con el cinto con el que cerraba enroscado en la mano y le sacó la bata lentamente.
Pasando por su lado, dejó caer su toalla guiñándole un ojo.
—Pone las manos para adelante. – ordenó.
Ella obedeció con una sonrisa y él la premió con otra.
Ató sus muñecas en un nudo ajustado y dejó el largo que sobraba para poder arrastrarla a su antojo.
Se metió al cubículo de la ducha con paredes de vidrio y la atrajo de un tirón firme.
—Te vas a agachar todo lo que puedas, apoyándote de los barrotes de ahí. – le señaló unos tubos de metal que tenía en frente. —No te vas a cansar, Paula. – y seguramente no lo haría. Porque él acababa de decírselo. —Va a ser muy rápido. ¿Entendido?
—Si. – contestó en voz baja. Pedro tomó todos sus cabellos en un puño y torció apenas su cabeza para mirarla.
—Si, qué? – gruñó.
—Si, señor. – jadeó ella.
Hizo caso colocándose exactamente como le había dicho y esperó.
—Perfecto. – masajeó su cintura con mimo y luego más abajo, hacia sus caderas. —¿Tenés ganas, hermosa? – preguntó con la respiración alterada y a ella se le aflojaron las rodillas.
—Mmm… si. – se movió buscando algún tipo de contacto y repitió. —Si, señor.
Sin esperar, metió una mano entre sus piernas y la tocó. Ella gimió fuerte disfrutando de su caricia.
Apenas le había puesto una mano encima, y ya estaba lista para dejarse llevar.
Los dedos de Pedro comenzaron a moverse con más decisión en círculos, acelerándola y haciéndola gritar, apretando las manos contra el barrote. Le gustaba. Le gustaba mucho. Lo necesitaba, ya. Fuerte y duro.
Se mordió los labios y sintió cuando él metía solo un dedo, tentándola.
—Si querés parar, avísame. – le advirtió en voz baja.
—No pares,Pedro. – dijo en un quejido.
El volvió a meter y sacar su dedo, pero esta vez, con su otra mano le tiró el pelo acompañándolo.
Impuso un ritmo rápido. Su dedo entraba y salía, y ella se mecía guiada por los tirones.
—Mmm… – gimió.
—¿Te gusta, Paula? – preguntó entre dientes, apretándose a ella cada vez que la acercaba a su cuerpo.
—Si, señor. – cerró los ojos y ahogó un jadeo. —Más fuerte, por favor. – rogó.
Al escucharla, gimió y retiró la mano que tenía entre sus piernas y se acomodó.
Entre jadeos, se hundió en ella muy despacio torturándola.
Los dos soltaron el aire gruñendo. Inundándose de esa sensación de alivio que los hacía querer cada vez más.
Se estaban aguantando.
Sabían que no podían perder demasiado el control ni ser muy bruscos, pero lo necesitaban de tal manera, que era desesperante.
—Pedro… – volvió a insistir.
Escuchó como su esposo tomaba aire con fuerza y la tomaba con ambas manos por la cadera clavándole los dedos en la piel.
—Muy rápido, hermosa. – dijo con un hilo de voz.
Ella sonrió satisfecha mientras sentía las embestidas que quería. Cada vez más rápidas, cada vez más potentes.
Sus piernas se tensaron, y mientras dejaba escapar un profundo suspiro, se dejó ir con todo el cuerpo, y toda el alma.
A sus espaldas, él respiraba con la boca abierta, hundiéndose profundamente con sus manos todavía firmes en su agarre. Le quedaría una marca, y eso la excitaba tanto, que de a poco, fue tensándose nuevamente.
Se llevó su propia mano a la entrepierna sin poder aguantarse y mordiéndose el labio, se tocó mientras encontraba otra vez el placer junto con Pedro que acabó en un bramido ronco y la cabeza apoyada en su espalda.
Sin dejarla reponerse todavía, la tomó en brazos y la metió al jacuzzi con mucho cuidado, donde se recostó a su lado envolviéndola en un abrazo.
—¿Cómo estás, mi amor? – preguntó desatándola.
Tomó aire para poder hablar.
—Mejor que nunca. – y se rió.
—Desde que entramos a la sala, tenía ganas de echar a las masajistas. – le comentó riéndose también. —¿Te duele algo? – pasó sus manos por sus muñecas despacio.
—No, estoy bien amor. – se acomodó más en su pecho con un suspiro. —Perfecta.
Al diablo se habían ido sus planes de usar la piscina climatizada, y el otro masaje que tenían programado para después. Y había valido la pena.
Una vez que terminaron de bañarse, se pusieron las batas acolchadas y se durmieron abrazados acariciando su panza hasta que empezó a oscurecer.
****
Sonrió y apoyándose en su codo, se incorporó apenas para mirarla. Se veía preciosa.
Besó su cuello con delicadeza, sintiendo su piel suave y tibia.
—Hermosa. – le susurró. —Feliz día de los enamorados. – ella se quejó con un insulto y él se rió. —Aww… yo también, mi amor.
Ignorándolo, se puso la almohada en la cabeza.
—Tenemos una mesa reservada. – quiso convencerla.
—Quiero dormir dos años, Pedro. – dijo con los ojos todavía cerrados.
—Vamos, cenamos y venimos a dormir. – insistió.
—Vamos, cenamos, comemos postre y venimos a dormir. – le corrigió ella.
El se volvió a reír.
—¿Preferís que comamos en la habitación? – preguntó. —Puedo llamar y nos traen… – ella lo calló con un gesto.
—Dame diez minutos y estoy lista. – se sentó de a poquito. —Esto es toda tu culpa. – dijo refregándose los ojos.
—No me acuerdo de que te quejaras. – se hizo el ofendido.
—De hecho, me acuerdo que me pediste que no parara, y que lo querías más… y más fuerte. – le susurró al oído.
Ella tragó duro y lo miró algo sonrojada.
—No me hables ni me mires así, Pedro. – lo señaló. —Me dan ganas otra vez.
El sonrió perverso y se acercó a su boca para besarla apasionadamente.
Como era de esperar, no estuvieron listos en diez minutos.
Pero por suerte, sus reservas eran algo flexible porque se trataba de una mesa en ese mismo hotel.
Había organizado para que montaran una mesa en la terraza de afuera de la cabaña, con vista al lago. Un montón de antorchitas iluminaban el sendero y los rodeaba.
La comida estaba servida en una bandeja auxiliar con ruedas en donde también reposaba la bebida entre hielos.
Más de esas bebidas de fruta burbujeantes sin alcohol, supuso. El mantel estaba regado de pétalos de rosa roja y rosada y sonaba música desde un dock en donde estaba apoyado el iPod de Pedro.
Sia, por su puesto.
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