jueves, 16 de abril de 2015

CAPITULO 7





No sabía por qué había salido.


Últimamente parecía que no podía decirle que no a sus amigas. Y es que había estado tan ocupada con el trabajo, que se sentía en deuda.


Y ahora estaba ahí, en un boliche, bailando con el chico que
pensaba no volver a ver.


Por lo menos ahora sabía su nombre.


En el momento en que lo había visto en el auto fuera de su edificio pudo darse cuenta de que no sabía que ella estaría ahí. Lucía sorprendido, así que se imaginó que para él también era raro. Probablemente tampoco quería volver a verla. Pero ya estaban ahí.


Se acercó un poco más y tomándolo de la cintura se movió con el ritmo de la música. Estaba incómodo, y no sabía por donde agarrarla. Le dio un poco de gracia, pero compadeciéndose, tomó sus manos y las ubicó en su cintura también, mientras movía la cadera incitándolo a que se moviera.


La noche anterior, él había tomado la iniciativa porque estaba borracho. Y era cómico ver como ahora, se comportaba totalmente distinto.


Le parecía ridículo, después de todo lo que había pasado en su casa.


Apenas lo había saludado se había quedado impactada. 


Sabía que era atractivo, pero no recordaba hasta que punto. Justamente por eso, se había prometido a ella misma, no descontrolarse. No iba a tomar más de la cuenta, y por nada del mundo se iría nuevamente a su casa.


No importaban las ganas que pudiera tener. Y las tenía.


No iría a su casa.


La miraba de manera intensa. Sus manos estaban fijas en su cintura.


Tal vez demasiado fijas. Y cuando ella le sonreía, él apretaba las mandíbulas y trataba de corresponderle.


Estaba empezando a sentirse mal por él.


Se acercó a su oído y le preguntó.


—No tenés ganas de bailar. No? – su perfume la inundaba por completo. Sin querer su nariz había rozado su cuello y había sentido ese contacto en todo el cuerpo.


Era demasiada tentación. Tenía ganas de clavar los dientes justo ahí. Y después besarlo hasta llegar a la boca y no parar.


El sonrió mostrando unos preciosos dientes blancos y la forma en que sus labios se arqueaban…


—No. – la miró a los ojos de manera significativa. —Me gustaría estar solo con vos, pero no acá.


Su corazón se aceleró y no supo que decir ni que hacer. 


Sacudió levemente la cabeza, volviendo a la realidad.


—Vinimos a bailar. – miró a sus amigas. —A tu amigo le gusta Caro, no? – cambió de tema rápido.


—Le encanta. – sonrió. —Me mataba si no salíamos con ustedes.


—¿No querías venir? – preguntó torciendo la cabeza confundida.


—Estaba un poco cansado. – la miró de arriba abajo. —Aunque no me arrepiento de haber venido.


Ella sonrió y volvió a mirar su boca. No podía evitarlo. 


Recordaba lo suaves que eran sus labios, y su manera apasionada de besar.


Estaban cerca para poder escucharse, y con el calor que empezaba a hacer en el lugar, estaban comenzando a sofocarse.


La frente de Pedro brillaba, y la camisa se le pegaba de manera maravillosa en el cuerpo. Sus manos picaban por recorrerle el pecho y la espalda con la punta de los dedos.


El le dijo al oído.


—Vayamos afuera, al patio. – y mientras lo decía, dejó un beso casi imperceptible cerca del lóbulo de la oreja.


Asintió y lo siguió hasta la puerta del fondo.


Cuando el aire fresco de la noche la envolvió un estremecimiento la recorrió por completo.


Estaba empezando a volverse loca. No paraba de imaginarse todo tipo de escenas como las que habían vivido ayer.


Por lo menos aquí afuera, no tenían que bailar porque la música era más suave, así que podía tomar distancia y pensar con claridad.


O eso creía.


El la sujetó por una mano y se la llevó a uno de los sillones que estaban cerca de una de paredes. Quedaban alejadas del boliche, y había poca gente.


Sus intenciones eran clarísimas, y ella tenía que frenarlo. 


Pero no podía. Se sentía como una adolescente.


Se sentaron y para cortar con la tensión que obviamente los dos notaban, se pusieron a hablar de cualquier cosa. Del clima, de la música que ponían, de los lugares a los que salían, de sus amigos…


La temperatura iba descendiendo, y como no tenía abrigo, se abrazó levemente para resguardarse. Cualquier cosa era mejor que estar allí dentro bailando con él sin poder hacer nada.


Pero justo cuando se estaba acostumbrando, él la abrazó.


—Estás congelada. – le dijo mientras le frotaba los brazos con fuerza.


—No, estoy bien. No hay drama. – quiso separarse, pero no la dejó.


La agarró y envolviéndola con los brazos, la resguardó del viento de la noche.


No podía resistir mucho más.


Su perfume tan cerca sumado al calor que irradiaba su cuerpo era demasiado. Dio vuelta lentamente su cabeza para verlo, y él la estaba mirando. Se mordió los labios, buscando contenerse, pero él se le abalanzó sin dudarlo.


La besó con todas las ganas que habían estado acumulando. Y ella se dejó hacer.


Haber estado esperando por ese beso, hacía que se sintiera mil veces mejor. Sabía perfectamente lo que se había prometido, pero no podía hacer nada.


Pedro besaba tan bien.


Le encantaba la manera de tomarla por detrás de la cabeza. 


Era un gesto dominante, pero a la vez cariñoso. Y era raro que le gustara tanto, porque a ella le gustaba ser quien tenía el control, y de gestos cariñosos, sabía poco. La descolocaba.


Sin dejar de besarla se levantó arrastrándola contra una de las paredes que tenían cerca. Y muy de a poco, a la entrada del boliche.


Entre la gente que no les prestaba atención, seguían besándose de manera desesperada. Buscándose, tentándose.


El saber que estaba haciendo algo “malo”, lo hacía todo más
excitante.


Bailaron ahí, moviéndose cerca del cuerpo del otro, sintiéndose por todas partes.


—Cuando te vi, te juro que dije que me iba a portar bien. – la siguió besando. —Pero quiero estar con vos. Ahora.


No sabía a que se refería con eso de portarse bien, pero tampoco le importaba. Su respiración trabajosa y sus gruñidos, la estaban haciendo vulnerable.


La sujetaba pegada a su cadera y mientras se movía, podía sentir su erección apretándose cada vez más y más.


Se había prometido no ir a su casa.


Bueno, estaba cumpliendo.


Se lo iba a llevar a la suya.


Lo sujetó por el cuello y le dijo al oído.


—Nos vamos a casa.


El había asentido de manera frenética casi sin poder reaccionar.


En algunos minutos pasaban por el umbral de su departamento y como la otra vez, buscaban sus bocas para seguir comiéndose a besos.


Ahora más sobria, y sabiendo donde estaba y que estaba haciendo, iba a hacer todo a su manera. Lo tomó de la mano y se lo llevó a la habitación.


Lo sentó en su cama y sin dejar que la tocara, lo obligó a verla desvestirse.


Se tomaba su tiempo, sabiendo que él tenía cada vez más ganas.


Disfrutaba de ver como su deseo iba en aumento. Como miraba cada parte de su cuerpo, y le gustaba.


Una vez en ropa interior, lo desvistió a él.


Pensó que si lo ataba, probablemente saldría corriendo. No se conocían tanto. Pero tenía la necesidad imperiosa de hacerse cargo de la situación, así que con delicadeza, le sacó todo y agarrándole las manos, las llevó a su espalda para que no pudiera tocarla.


Se sentó en su regazo con cuidado mirándolo con una sonrisa.


Así le gustaba.


Quería sentirlo.


Debajo de ella.


Indefenso.


El luchaba contra su agarre, y estiraba la cabeza para besarla, y ella se lo permitía pero hasta cierto punto.


Le devolvía los besos, pero rápidamente lo hacía retroceder.


Mordiéndose los labios se volvió a parar y se liberó de la ropa interior.


—Sos hermosa. – le dijo mirándola sentado desde su lugar.


Ella solo sonrió.


Volvió a su lugar, sentada sobre él, con una pierna a cada lado de las suyas y suspiró. Estaba cada vez más excitado, y se le notaba.


Cuando quiso mover su cadera en busca de ella, se paró. No
todavía, pensó. Y volviendo a sonreír se alejó apenas de la cama.


Inconscientemente él llevó una de sus manos a su miembro. 


Se moría de ganas, podía verlo en sus ojos.


Ella asintió alentándolo a seguir con lo que hacía, y él no lo dudó.


Se quedó ahí parada frente a él, viendo como se daba placer
mientras la miraba.


En respuesta ella se rozaba los pechos muy despacio, hipnotizada por como se movía Pedro. Era tan erótico, que la volvía loca. Su rostro entero se tensaba y respiraba trabajosamente por la boca.


Estaba cerca.


Ninguna parte de sus cuerpos estaba en contacto con el otro, no les hacía falta. Estaban conectados.


Un minuto después, ella se acercó y frenándolo le preguntó.


—¿Tenés…? – él asintió y buscando en uno de sus bolsillos del pantalón que había quedado tirado en el suelo, se puso protección.


Notó que se había quedado esperando a que le dijera que hacer. Eso le gustó todavía más.


Volvió a sentarse en su regazo sin dejar de mirarlo y tomándolo con sus manos lo acercó hasta que muy de a poco lo introdujo centímetro a centímetro dentro de ella.


La sensación de plenitud hizo que se arqueara por completo
soltando un gemido que lo enloqueció.


Con un gruñido, movió la cadera llegando todavía más profundo, con las manos aun sujetas a su espalda.


Se movió hacia arriba y abajo haciéndole soltar jadeos y alguna que otra palabra a su oído.


No estaba pensando en nada. Sus sentidos estaban demasiado ocupados, percibiendo lo que sus movimientos le hacían sentir. Los dos estaban sintonizados, y tenían tantas ganas que iban a reventar.


Le soltó las manos, para poder abrazarse a su cuello y moverse como necesitaba para encontrar su liberación. Lo necesitaba. El calor la envolvía, iba en aumento, ya no aguantaba.


El bajó sus manos por su espalda acariciándola y encontrando un ritmo perfecto para los dos empezó a tomar el control.


Era intenso.


Las arremetidas eran fuertes, y profundas. Tanto que no podía evitar gemir. Estaba perdida. Fuera de si.


La sujetó por el trasero y apuró los movimientos hasta que sintió que se venía. Se apretó contra su agarre y se dejó ir abrazándolo con piernas y brazos.


Todo su cuerpo temblaba de manera violenta.


Pedro no tardó en seguirla. Con dos embestidas más, se sujetó a su cuerpo quedándose quieto mientras soltaba todo el aire por la boca y se relajaba.


Era un poco tarde arrepentirse, o plantearse ¿Qué había hecho? Y ¿Por qué? Ella era una persona práctica ante todo, y no tenía sentido hacerse esas preguntas. No se podía volver al pasado. Ya estaba hecho.


Y no podía decirse que estuviera tampoco…arrepentida.


Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de esa manera. Le gustaba el sexo, y más precisamente le gustaba como lo hacía él. Era tan normal, y a la vez tan alucinante.


Para ella, algo increíble.


Mientras volvía a respirar con tranquilidad, la besaba en el hombro y le acariciaba el pelo con delicadeza. Y por un segundo, solo por un segundo, se dejó llevar por lo que sentía y cerró los ojos. Apoyó la cabeza en su pecho y dejó que la arropara.


Pero muy propio de ella, empezó a sentir la situación demasiado íntima, y se separó de golpe.


Parecía confundido y estaba por decir algo, cuando los interrumpió el timbre.


Su mirada de terror hizo que él se alarmara.


Del otro lado de la puerta se escuchó.


—¡Amor! Volví antes. Le dejé mis llaves a Bauti, así que no me puedo ir a casa todavía. ¿Me abrís?


—Puta madre, puta madre. – dijo ella casi en susurros tapándose la boca. —Vestite.


Le arrojó su ropa, y ella manoteó la suya para vestirse también.


—¿Es tu novio? – preguntó bajito con los ojos llenos de terror.


Ella no le contestó. Lo hizo callar y le hizo señas para que se
escondiera bajo la cama.


—¿En serio? – dijo sin poder creerlo.


—Esta es mi llave de emergencias, cuando me vaya, esperá diez minutos y salí. – lo miró por un momento. —Dejáselas al portero. Chau.


Juany la abrazó por la cintura y la dio vueltas por el aire cuando la vio.


—¡¿Qué haces?! – preguntó entre risas. Ninguno de los dos era así de efusivo.


—Tengo buenas noticias.


Estaba incómoda, quería salir de ahí cuanto antes.


—Me las contas ahora, mientras desayunamos. – tomó su abrigo y lo empujó sutilmente afuera.


—Pero Pau, son las seis y media. – contestó riendo. —Es muy temprano. – le besó el cuello. —Yo tengo ganas de quedarme un ratito en la cama…


La cama.


¡No!


—Pero yo me muero de hambre, y en casa no tengo ni una tostada. Dale, vamos y me contas las buenas noticias. – lo besó lentamente para convencerlo. —Después volvemos…


Pocas personas sabían decirle que no, y él no era la excepción.


Asintiendo sonriente, le tomó la mano y se fueron.


Solo esperaba que a Pedro no se le ocurriera bajar justo en ese momento.


¿Qué estaba haciendo? Ella no era así.





CAPITULO 6






Pedro miró la puerta y después se rio. Seguramente en unos días se le pasaba.


Tal vez era mejor si ella se iba de viaje. Era lo que quería.


Esperaría a que se cansara de conocer lugares y quisiera por fin establecerse a su lado. Siempre se aburría de todo, esta no sería la excepción.


Ahora quería concentrarse en su carrera, y en los proyectos que tenía para su futuro.


Era tarde, y uno de sus amigos le había mandado un mensaje preguntándole si salía. Miró el reloj. Las doce de la noche. Mmm…bueno, se quería sacar la mala onda de encima.


En menos de diez minutos, se estaba yendo de fiesta con su grupo.


Al contarles de su pelea con Soledad, lo alentaron para que tomara todo tipo de tragos y se habían cansado de hacerle chistes y cargarlo con el tema. Pero no le importaba.


A esas alturas de la noche, no le importaba nada.


No sabía como, pero habían terminado en el mismo boliche de la noche anterior. Sin querer, empezó a mirar para todos lados buscando a la chica rubia con la que se había ido. 


¿Habría salido también?


¿Qué le importaba? ¿Para qué quería verla?


Ezequiel, uno de sus amigos, estaba tratando de levantarse una morocha divina. Era flaquísima, y apostaba cualquier cosa a que era modelo. Viendo que estaba teniendo algunos problemas, se acercó para ayudarlo.


—Le decía a Caro, que después del boliche nos vamos a casa, tranqui a tomarnos un champan. – lo codeó su amigo. —Que si quería venir con algunas amigas.


Cuando dijo “amigas”, algo en su cabeza hizo click. 


Recordaba a esa morocha de otro lado, y era de la noche anterior. Estaba con la rubia.


—Si, eso. Vengan. ¿Viniste con muchas amigas? – miró
disimuladamente por todos lados.


—Vine con dos amigas, pero queríamos llamar a otra más, que está en su casa re embolada. – dijo entre risas.


—Estamos en auto. La vayamos a buscar. – sugirió sin que nadie le preguntara. Ezequiel lo miró curioso, pero asintió.


La chica se rio y aplaudiendo les dijo.


—¡Dale! – más risas. —Nos va a matar.


Y así fue como se subieron su grupo de dos amigos, Caro y otra chica más con pelo cortito en busca de una tal Paula.


El solo podía cruzar los dedos por que fuera la misma persona que esperaba ver.


Se detuvieron frente a uno de los departamentos más lujosos de la cuadra más lujosas del barrio.


Silbó impresionado.


—Bajo a tocarle portero. – dijo la morocha bajándose del auto.


La otra chica se había quedado charlando con Agustin, otro de sus amigos. Aparentemente, la noche anterior habían intercambiado teléfonos, o Facebook, porque charlaban sin problemas. Como si ya se conocieran. El miró a su amigo Ezequiel que estaba algo borracho y sonreía a la figura de Caro caminando de espaldas.


Sonrió.


En diez minutos, la chica salió del edificio con su amiga. Hizo un gesto de victoria con la mano sin que nadie lo notara. Era la rubia.


Ahora más sobrio, se había quedado con la boca abierta. 


¿Cómo había hecho para que una chica así le diera bola? Y más, estando travestido.


Era alta, rubia, con un cuerpo impresionante y unos ojos…


Se le secó la boca.


Todo su cuerpo reaccionó de repente recordando algunos detalles de la noche anterior que creía haber olvidado.


Las chicas se acercaron, y fue justamente Paula quien habló.


—Vamos a un bar, mejor. – dijo mirando a sus amigas. —Si
ustedes quieren venir, vamos todos juntos.


Las otras dos chicas, estuvieron de acuerdo casi al instante. Como si siguieran las órdenes de la rubia.


Todavía no lo había visto, y cuando lo hizo se quedó muy quieta.


Sin perder la calma, se compuso al instante y le sonrió.


Ahí estaba de nuevo ese gesto con la ceja.


El, un poco menos disimulado le sonrió con ganas y le hizo un gesto con la mano.


Rápidamente miró a sus amigas y se subieron a otro auto.


—Nosotras vamos en este, somos muchos. – dijo otra vez.
Ezequiel se rio.


—¿Y esta? – lo miró ahora con más atención. —¿No es la
misma…?


El lo interrumpió haciendo gestos para que se callara.


No pudo evitar reírse cuando tanto Ezequiel como Agustín
empezaron a reírse y aplaudir cantando lo mismo de la noche anterior.


La siguió en el auto hasta un bar que no conocía. Era gigante, y la fila para entrar era eterna. Ya eran las dos de la mañana, y no tenía ganas de estar afuera esperando, pero por la cara de sus amigos, sabía que no iba a poder negarse.


Mariano estaba decidido a estar con la morocha. Y para ser sincero, él tenía muchas ganas de volver a estar con Paula.


Apenas estacionaron los autos, Caro, los juntó cerca de la puerta y después de hablar con uno de los guardias les abrieron, mientras los que estaban en fila esperando se quejaban.


—Tengo algunos amigos. – dijo la chica riendo.


Adentro estaba lleno. Se sorprendía de no conocer el lugar, era impresionante. Enorme. Las luces, el colorido…


Estaba sonando una canción que le gustaba y la gente parecía estar pasándola genial.


Su amigo, sin ganas de perder el tiempo, agarró a la morocha por la cintura y la invitó a tomar algo los dos solos. Ella al principio había mirado a sus amigas, pero finalmente se había ido con él.


Estaba un poco incómodo. Estaban los cuatro ahí, en medio de la multitud. No se podía hablar mucho, porque con el volumen de la música, no se escucharían.


Tuvo la sensación de estar demasiado sobrio para el contexto.


Miró a Agus, su amigo, y él estaba charlando algo con la de pelo cortito. Le decía algo al oído, y ella le mostraba la pantalla de su celular.


Se habían quedado oficialmente solos.


La miró y le volvió a sonreír. ¿Qué más podía hacer? Ayer ni
siquiera se habían dicho los nombres, con suerte habían cruzado cinco palabras.


Pocas veces se había sentido tan pelotudo.


Ella, que parecía haberlo notado se rio y levantando una ceja puso una de sus manos en su hombro, apoyándose para decirle algo al oído. Ese roce hizo que todo su cuerpo se alterara. Y cuando sintió su aliento cerca del cuello, no pudo resistir y cerró los ojos.


—Paula. – dijo bajito, presentándose.


Todo su cuerpo reaccionó cuando escuchó su voz. Era inevitable. La había escuchado así de cerca la noche anterior, en otras circunstancias totalmente distintas y ahora, maldita sea, no podía pensar en otra cosa.


—Pedro. – dijo, pero la voz apenas le había salido. Se aclaró la garganta y volvió a decir. —Pedro.


Ella le sonrió, y con toda la confianza del mundo le dio un beso en la mejilla.


—Mucho gusto.


Asintió sin saber que decir. La chica lo descolocaba. Lo ponía nervioso. No estaba acostumbrado a sentir esas cosas. A sentirse avasallado. A que alguien más tomara el control de la situación.