domingo, 10 de mayo de 2015
CAPITULO 85
La vió de frente a él, vistiendo un corsé negro, pero que a diferencia del otro que le conocía de cuero, era todo de encaje. Un encaje suave y transparente que translucía partes estratégicas de su piel, dejando otras a su
imaginación.
Suspiró hipnotizado, sin poder explicarse todavía como es que había hecho para que ella quisiera estar con él.
Tenía medias negras, también unidas a un portaligas y unas
hermosas y muy largas botas que se ajustaban sensualmente a sus piernas.
Arriesgó una mirada más arriba y vio que llevaba algo en la mano.
Una especie de palo, pero negro y con la punta flexible… de… ¿Cuero?
Era una fusta.
Bueno, tal vez si estaba un poco nervioso.
—Las manos en el piso, Pedro. – dijo en su tono autoritario.
El obedeció, bajando de nuevo la mirada y esperó a que se acercara.
—El juego es así. – le empezó a explicar. —Me vas a desatar todos los nudos y moños de las botas. – levantó una ceja. —Con los dientes. – él miró y ahora pudo notar que a lo largo de toda la bota había nudos, y en esas ataduras, pequeños lacitos en forma de moños. No le parecía demasiado difícil. Pero ella agregó. —Tenés un intento por nudito y si no…
Agitó la fusta con violencia, y esta azotando el aire hizo un sonido escalofriante. El sonido que él siempre imaginó que un látigo haría.
Gateando, se acercó a su pierna y disfrutando de la vista que tenía, tomó el primer cordón entre los dientes y tiró. El nudo se desató sin problemas. Casi parecía demasiado fácil.
—No, no, no. – lo amonestó. —Por cada nudo, hay un moño. Y los dos se tienen que desatar al mismo tiempo. – sonrió de manera perversa haciendo que su cuerpo reaccionara tensándose de deseo. —Un solo intento… así que quietito y cerrá los ojos.
Le hizo caso cerrando con fuerza los ojos, esperando el azote… y cuando llegó, el aire se le quedó en los pulmones sin poder salir.
Había sido un golpe seco. Lo aturdía. No sentía el dolor en el
momento, si no dos o tres segundos después. Y como dolía…
Era un ardor parecido al que se sentía con una quemadura.
—Podés abrir los ojos otra vez. – le ordenó.
Esta vez se concentró en el cordón y trató de agarran con los dientes también el lazo y volvió a tirar. El nudo se soltaba, pero el moño seguía ahí. Flojo, pero atado.
Cerró los ojos retrocediendo y bajando la cabeza, esperando el siguiente golpe.
Este fue a dar de lleno en su nalga derecha. Y casi
involuntariamente levantó la cabeza apretando los dientes.
El mismo dolor llevaba corrientes eléctricas a todo su cuerpo, tensándole la entrepierna.
Gruñó.
—Ya te va a salir bien. – dijo riendo.
Con los ojos vidriosos lo volvió a intentar, pero al estar ahora tan agitado, el listón se le escapó de los labios y no se desató.
Se mordió los labios y volvió a cerrar los ojos.
—Mmm… otra vez mal. – observó ella. —Por mí seguí así toda la tarde. – y mientras terminaba de decirlo lo azotó en el muslo.
Se escuchó gemir y como siempre le pasaba a estas alturas, su cadera empezaba a moverse en busca de contacto.
Abrió los ojos, y la miró desesperado. Quería tenerla en ese mismo instante.
—Esta es tu última oportunidad. – le dijo, casualmente desatándose la parte de arriba del corsé y mostrándole los pechos. —Si lo haces bien, el juego se termina…y son dos azotes… y si lo haces mal, son diez. – sonrió.
Se concentró en los cordones, sin aguantar las ganas de que el juego se terminara para ponerle las manos encima.
Tomó el cordón y el listón entre los dientes, pero mientras tiraba de uno, sujetaba el otro con la lengua con paciencia. Hizo con cuidado la cabeza hacia atrás y pudo ver como ambos se soltaban muy despacio.
La miró ansioso y ella le sonrió.
—Muy bien. – lo felicitó. —Cerrá los ojos.
Los cerró encantado mientras sentía el primer impacto.
Apretó los puños en el piso aguardando el segundo y último golpe.
Este le dio de lleno en pleno trasero. Gimió agitado con la cabeza hacia arriba, pero los ojos bien cerrados.
Sintió sus labios rozándose con los suyos, y respondiendo
pasivamente, se dejó besar por ella mientras las oleadas de dolor se desvanecían.
—Parate, Pedro. – dijo separándose apenas de su boca.
El le hizo caso mientras abría los ojos y se quedó mirándola.
Estaba sonrojada, y por su respiración podía notar que estaba tan afectada como él.
Mordiéndose el labio le dijo.
—Quiero que probemos algo… – bajó la mirada a sus manos y le tendió la fusta. —Quiero que ahora mandes vos.
—¿Yo? – la miró confundido y ella solamente asintió. —Pero no sabría como hacer… – empezó a decir, pero ella lo interrumpió.
—Algo se te va a ocurrir. – y diciendo eso se desnudó frente a él y se fue arrodillando a sus pies.
Ok, pensó mirando la fusta que tenía en las manos. La tomó con la mano derecha, sujetándola con fuerza, y con la otra, probó la flexibilidad estudiándola de cerca.
Era bastante más rígida de lo que se imaginaba.
La miró y se le secó la boca. El saberse con semejante poder, lo ponía a cien. Ella estaba entregada y esperándolo de la misma manera en la que él había estado antes.
Un mundo de imágenes se le vinieron a la mente y fue casi
imposible no empezar a fantasear. En el fondo sabía exactamente lo que quería.
Inconscientemente se paró más derecho y acercándose a su oído le dijo.
—Acostate en la cama. – ella tenía la vista fija en el piso, pero sonreía disfrutándolo.
La siguió y arrodillado cerca de ella observó con detenimiento su cuerpo. Su piel blanca, su pequeña cintura, sus pechos, memorizándola… grabándola en su memoria. Era hermosa.
Sonrió nervioso y ella lo miró asintiéndole, dándole coraje.
Se mordió los labios y muy despacio, le apoyó la punta de la fusta en el muslo… fue subiendo, acariciándola todo el camino hacia arriba por su cadera. Pasó por su vientre, viendo como se estremecía y bajaba apenas por las cosquillas. Miró sus ojos, y volvió a sonreírle. Lo hipnotizaba.
Siguió hasta sus pechos y ella separó los labios suspirando… Ahora hacía dibujos por sobre su piel, entretenido por como se erizaba y sus músculos por debajo se tensaban o relajaban.
Dibujó las líneas de su cuello, y con mucha delicadeza las de su rostro también.
Ella sonreía cerrando los ojos, y se arqueaba de placer al sentir ese suave toque que apenas la rozaba.
Acostado de costado a su lado, se apoyó sobre uno de sus codos y la miró más de cerca. Era lo más íntimo que había vivido con alguien.
Siguió tocándola, como si con la punta de la fusta pudiera
sentirla… por sus hombros, sus brazos… a veces rápido, otras muy lento.
Fuerte y luego casi por encima sin llegar a tocarla.
Paula se arqueaba mirándolo, con sus ojos verdes convertidos en dos brazas que le calentaban el cuerpo entero.
Subiendo por el lado interno de sus piernas, la escuchó gemir suavecito y le explotó la cabeza. Le separó las piernas, y con mucho cuidado, le apoyó la punta de la fusta en la entrepierna. Pasando por encima tan delicado como una pluma. Ella volvió a gemir, y agitó su cadera.
El suspiró con fuerza, y volvió a pasar por ahí, pero esta vez con más decisión, moviéndose a conciencia, provocándola como sabía que le gustaba que él la tocara con su mano, o con su lengua, pero ahora utilizando la fusta.
Ella cerró los ojos con fuerza y casi gritó hundiendo la cabeza en la almohada. La sentía cerca, así que frenó y sacó la fusta de donde estaba. La deslizó por su vientre, dejando apenas a su paso el rastro de su humedad.
Había empezado a moverse, y tenía su erección apretada contra la pierna de Paula, en busca de contacto. Respiraban los dos con dificultad.
¿Cómo hacía ella para aguantar hasta el final del juego? El apenas podía controlarse.
Llevó la fusta a la boca de ella y mojó sus labios para que sintiera.
Sin poderlo resistir, los besó, probando él también.
Ese beso se hizo cada vez más intenso, dejándolos al borde del descontrol a los dos. Tomando aire con fuerza, se separó apenas y para seguir con el juego, le ordenó en tono firme.
—Arrodillate. – ella le hizo caso todavía agitada, y llevado por el poder y el control que sentía, le volvió a hablar. —Las manos sobre la cama y avanza gateando hasta el borde.
Cuando estaba demasiado cerca, la frenó y él se colocó por detrás.
Conteniendo las ganas que tenía de hacerla suya así en esa posición, recorrió cada una de sus curvas con la punta de la fusta, repitiendo lo que ya había hecho por delante.
La fue metiendo nuevamente entre sus piernas, y ella como si no pudiera detenerse gimió y se movió buscándolo.
Con una mano sujetaba la fusta, y con la otra, acariciaba la piel de su trasero.
Pensó en que alguien tendría que haberle dado un premio por su control y su resistencia a esa altura. Llevaban un rato largo jugando y podía estar ahí, detrás tan cerca de sentirla, sin estallar. Bueno, podía pero le estaba costando muchísimo.
Soltándola, se sujetó el miembro y soltando el aire por la boca, lo rozó por su entrepierna muy despacio, imitando lo que había hecho antes con la fusta.
Esas suaves caricias los estaba volviendo locos a los dos.
Entre gruñidos no habían parado de moverse hacia delante y atrás, solo rozándose, era de verdad enloquecedor.
No podía más.
Apretando su mano libre a la piel de su cadera, la penetró con fuerza. Ella gritó y como si su mano se moviera sola, la levantó y la azotó en pleno trasero, escuchándola gritar más fuerte. No había usado toda su fuerza, y solo había sido su palma, pero su piel tan blanca empezaba de a poco a teñirse de rosado.
Gruñendo, casi delirando por el placer que le hacía sentir el
movimiento de sus cuerpos, tocó la zona que había azotado y estaba caliente.
Ohh… le había gustado.
Dejándose llevar por el ritmo cada vez más rápido de sus embistes, sujetó la fusta con fuerza y le dio en la otra nalga.
Un golpe seco y veloz como los que ella siempre daba. Los gritos de ella le ponían la piel de gallina. Realmente estaba disfrutando.
Alentado por sus gemidos y sus reacciones, se movió aun más rápido, y la azotó más y más fuerte. Jamás se hubiera imaginado lo que se sentía estar haciéndole eso a una persona y excitarse los dos tanto, al punto de no poder seguir aguantando.
Se dejaron ir gimiendo, desmoronándose en la cama uno encima del otro, como en caída libre desde la altura para impactar violentamente contra el suelo.
Sus cuerpos brillaban, sudados por el esfuerzo, y tenían que hacer un gran esfuerzo por recobrar el aliento dando boqueadas desesperadas con los ojos cerrados.
Había sido salvaje.
Todavía tenía la fusta apretada en su puño, y no se había dado cuenta. Lo soltó notando como le dolían sus dedos, entumecidos.
Ella suspiraba y se sacaba con ambas manos el cabello del rostro.
—¿Estás bien? – le preguntó mirándola. Estaba tan preciosa, que no pudo evitarlo y la besó rápidamente en la mejilla. Ese pequeño movimiento, le había costado una barbaridad. Todos sus músculos protestaban adoloridos. Se sentía como si hubiera corrido una maratón.
—Perfecta. – respondió suspirando con los ojos cerrados. —
Mmm…perfecta. – sonrió. —¿Y vos?
El sonrió y volviéndola a besar, le respondió.
—Perfecto. – rozó su nariz con la de ella. —No volvamos a pelear. – le pidió tomándole el rostro con las dos manos. —Prefiero estar así…
La abrazó cerca de su cuerpo mientras sus respiraciones se volvían más profundas.
—Yo también prefiero esto. – le contestó acariciándole el cabello.
Se rió.
—Y lo de recién tampoco estuvo mal… – dijo todavía riendo.
—¿Tampoco estuvo mal? – preguntó levantando una ceja y
haciéndose el ofendido.
—Estuvo genial. – se incorporó, y mirándolo se colocó encima de él. —Te gusta dominar también… – acotó pensativa. —Y te sale…. mmmmuy bien… – ronroneó en su oído.
Empezó a besarle el cuello y él suspirando cerró los ojos y la apretó más cerca.
Si, le había gustado dominar.
Le había gustado ser sumiso…
Definitivamente lo que le gustaba era estar con ella.
CAPITULO 84
Cuando volvieron a la normalidad. El la miró y se rieron.
—No te quise decir esas cosas, estaba enojado. – dijo tapándose la cara todavía riendo.
—Me di cuenta. – contestó. —No te tendría que haber seguido así el juego. Yo tampoco te quise decir lo que te dije.
—Igual me gustó como lo solucionamos. – dijo por lo bajo
mientras le acariciaba la mejilla.
—A mí también. – dijo mordiéndose el labio. —Pedro…
—¿Qué? – la miró a los ojos.
—No quiero que esto se termine. – apoyó la cara en la mano que la seguía acariciando.
—Yo tampoco, bonita. – la besó despacio. —Te amo. – dijo
apoyando la frente en la suya y suspirando.
Ella sonrió y se abrazó a él con fuerza.
Se quedaron ahí por un rato, hasta que les pareció que si no se apuraban les iban a cerrar las puertas de salida de la compañía.
Mientras se arreglaban la ropa él sonrió y acercándose a ella le dijo.
—Se me ocurría… – empezó a decir mientras le peinaba el cabello con los dedos. —Cuando estemos enojados… lo podemos arreglar jugando…
Ella, pensando en las perlas y esa vez en Mendoza, dudó.
—Puede ser peligroso si alguno se deja llevar mucho. – a lo largo de todos esos años, había escuchado de casos terribles, que habían terminado muy mal.
—Confío en vos. – le mordió el labio suavecito. —Y yo nunca te haría nada que realmente te lastimara. No podría.
Ella suspiró, sintiendo sus manos, de repente cerca del ruedo de su falda otra vez.
—Podemos probar… – comentó. —Vamos a casa. – dijo levantando una ceja, más decidida.
El le hizo una sonrisa cómplice, y sin mirar atrás se fueron a su departamento.
****
Sus tacones resonaban en todo el lugar. Sabía que se acercaba. Y no podía esperar por sentirla. Todo su cuerpo reaccionaba a sus sentidos.
Al sonido de sus tacos, al perfume en el aire. Todo en ese cuarto gritaba “Paula”, y era cautivante.
Antes hubiera tenido temor o incertidumbre al no saber que cosas era capaz de hacerle. Pero ahora estaba total y completamente entregado.
Ansioso.
CAPITULO 83
Entró a su casa dando un portazo. Juany se asustó y la miró.
—¿Todo bien? – preguntó.
Ella no se frenó a contestar. Fue hasta el equipo de música y
enterrándose en el sillón, cambió a la lista de reproducción de John Mayer.
Juan conociéndola, se acercó hasta donde estaba y le besó la frente.
Agarrando todas sus valijas, le dijo antes de salir.
—Llamame si necesitas algo. – ella asintió mientras abrazaba uno de los almohadones.
Había intentado llamarlo, pero él no le atendía. Se rió ante la ironía de la situación. Siempre era ella la que estaba en su lugar. Y ahora tendría que remar para arreglar las cosas.
Se tapó la cara pensando en como se lo había presentado a Juany, y se lamentó por lo tonta que había sido.
Todo se estaba complicando tanto…
Fue a la empresa y se concentró en hacer todas las llamadas y tener todas las reuniones por la mañana, para tener la tarde más despejada.
Cerca de las cuatro de la tarde, levantó su teléfono y llamó al
interno del área de publicidad.
Gabriel atendió, por regla, al segundo timbrazo.
—Publicidad. – ella sonrió por su tono monótono.
—Mandame a Pedro a presidencia, por favor. – le pidió.
—Está ocupado. – contestó él conteniendo la risa.
—Mentira. – lo provocó.
—Ok, ok. – reconoció él. —En cinco está por allá.
Cortó el teléfono, y nerviosa se arregló la camisa esperándolo.
A los diez minutos le estaban tocando la puerta.
—Pasa. – dijo en tono profesional como si se estuviera dirigiendo a cualquier otra persona de la empresa.
Entró con el ceño fruncido, y aunque ella le señaló una silla para sentarse, se quedó parado mirándola.
Ella suspiró. Iba a ser muy difícil.
—Pedro, quiero que hablemos. – él asintió lentamente, pero todavía muy callado. Ella siguió diciendo. —Me parece que no vamos a llegar a un acuerdo. Así que tenemos dos opciones.
El la miró levantando una ceja.
Parecía estar discutiendo un acuerdo legal con uno de sus socios.
Hasta ella se daba cuenta. Esta vez ganaba la Paula práctica, y tomando el control, veía todo con sangre fría.
—Podemos dejar de vernos… – apoyó las manos sobre el escritorio de un lado, como si esa opción que indicaba fuera tangible. —O podemos no hablar del tema. – dijo apoyándolas otra vez, pero en el lado opuesto.
El la seguía con la mirada de manera atenta.
—Yo no quiero dejar de verte. – dijo por primera vez rompiendo el silencio.
—Genial. – dijo cruzando los dedos al medio. —Y yo no quiero volver a hablar de ese tema. Vos sentís que tenés que hacer lo que estás haciendo, y como yo no estoy de acuerdo… no se va a discutir. – se encogió levemente de hombros. —No tiene sentido hacerlo. Vos no vas a cambiar de opinión y yo tampoco.
El asintió tranquilo.
—Pero por favor, no hablamos más de ella. ¿Ok? – le pidió mirando sus ojos.
—¿Y Juan? – preguntó él.
—Anoche hablé con Juany y terminé esa relación para siempre. – le explicó. —Ahora somos amigos, nada más.
—¿Le podrás decir que además de ser tu compañero de trabajo, estás conmigo? – preguntó ahora con mala cara.
—Ok. – respondió tranquila, queriendo llegar a un acuerdo.
—No te digo que le digas que soy tu novio… – sonrió irónicamente con una ceja levantada. —… pero que estás conmigo.
Tenía ganas de pelear.
Ella suspiró y puso los ojos en blanco.
—A mi novio, su ex no le dice “gordo”, o “amor”. – contestó
sabiendo que se estaba prendiendo en un juego estúpido.
—Seguro… tu novio es ese que se va de viaje y te ve dos veces al año. – se mordió los labios. —Pero aparentemente es tan importante para vos, que te da vergüenza presentarle al tonto con el que por ahí salís. ¿Cómo me decías? ¿Tu sumiso?
El calor le subió desde el estómago instalándose en su cuello y rostro. Estaba furiosa. Estaba mezclando todo.
—Por lo menos él a mi no me miente para tenerme al lado. Siempre nos dijimos la verdad. – retrucó enojada y vio como él también se ponía rojo de la bronca y la vena de su frente se tensaba.
—Andate con él entonces. – dijo encogiéndose de hombros, cargado de enojo.
—Dale, así vos te podés ir con ella. – contestó imitándolo.
Hizo un sonido nasal simulando una risa.
—Dale. – la desafió fingiendo una sonrisa airada.
Se retaron con la mirada hasta que el ambiente se tornó
insoportable. Tenía tanta bronca que hacía rato estaba apretando sus puños y su respiración agitada casi le salía por entre los dientes.
Sorprendiéndola se acercó, y tomándola por el rostro, la besó de manera violenta.
Se apoderó de su boca con tanto ímpetu que a ella se le aflojaron las rodillas. Todavía no reaccionaba cuando él la alzó y se la llevó hasta una de las paredes, arrancándole la camisa de un tirón. Gimió en su boca tratando de desprenderle la suya desesperadamente.
Sus labios y su lengua seguían atacándola sin piedad, mientras entre jadeos la apretaba más y más a su cuerpo.
Sentía su erección clavándose en ella, sin poder esperar, rozándola por encima de la ropa.
Lo necesitaba.
Le subió la falda y todavía sin dejar de besarla ni por un segundo, y así alzada por la cadera como la tenía, la recostó sobre el piso, colocándosele encima.
Ella dejándose llevar por su misma desesperación desprendió su cinturón, y buscando con sus manos, logró desprenderle el botón y bajarle el cierre de su pantalón.
El, al sentir sus manos ahí, gruñó con fuerza y apretó la cadera aplastándola más en el piso.
Retomando el control, arrancó su ropa interior y la tocó. Fue una sensación tan intensa que todo su cuerpo se retorció y su cabeza se hizo para atrás. Sus dedos, la tentaron solo con roces suaves y ella no hacía otra cosa que gemir.
Sin perder ni un segundo, se acomodó entre sus piernas y entró en ella con un rugido áspero que le puso la piel de gallina.
Entre los dos fueron encontrando un ritmo que necesitaban, y se dejaron llevar juntos como tantas otras veces. Con gemidos catárticos, sintiendo que se estaban desahogando, alejando de esa manera todos sus enojos. Liberándose del mundo.
No existía ni importaba nadie ni nada más.
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