Se imaginaba hacia donde iba la conversación. Quería hablar de que lo había atado. Desde ese momento, su mente se había recreado con tantas fantasías, que ya casi le era difícil percibir que era real y que no. Le había encantado cada segundo de la experiencia y lo volvería a repetir cuantas veces ella quisiera.
—Decime. – dijo sentándose.
—A mí me gustan algunas cosas que no le gustan a todo el mundo. – tomó aire. —Te entiendo si en algún momento no queres hacer algo de lo que yo te digo. Y estaría bueno, que puedas decírmelo. Yo sé cuales son mis límites, pero quiero saber los tuyos.
El lo pensó. No sabía que podían existir límites. El había dado todo de sí.
—¿Límites? – preguntó confundido.
—A mi me gusta dominar. – aclaró. —Me gusta tener el control. Que me des el control, que me dejes usar tu cuerpo. Me gusta verte disfrutando de eso. Y también me gustan otras cosas.
Se había puesto duro de nuevo por solo escucharla. Todo lo que había salido de su boca había alimentado a los ratones que ya se hacía desde que lo había atado, y para colmo de males, estaba el tono seductor con el que se lo había dicho.
¿Cómo pensar claro con ella cerca? Balbuceó algo sin sentido y ella siguió hablando.
—Me gusta ejercer el poder físico sobre otra persona. Someterla. – levantó una ceja. —Hacerle doler un poquito y que se queje.
Eso lo hizo abrir los ojos con un poco de espanto. Nunca le habían pegado. Por lo menos no en el sexo y bajo su consentimiento. Pero le daba curiosidad.
—No soy ni una sádica, ni tampoco me copa dejar marcas visibles. – dijo negando con la cabeza. —No es mi estilo. Prefiero el placer al dolor. Siempre.
Tuvo que preguntar. Era algo que tenía atragantado en la garganta.
—El chico que vino el otro día… El…? – no sabía como decirlo. — ¿Hacés todo esto con él?
Ella sonrió y contestó.
—Hacía. Si. Pero solamente porque a él le gustaba, y me dejaba hacerlo. – se apuró a decir.
Hablaba en pasado y eso le gustó. No tenía ganas de compartir todas estas cosas con alguien más. Cerró los ojos con fuerza. No quería compartirla a ella, porque le gustaba.
Todo lo que le planteaba le daba curiosidad, y a la vez lo hacía desearla mil veces más. Ahí estaba ella, con su sonrisa y ceja levantada, esperando una respuesta y él no podía darle otra.
—No sé cuales son mis límites porque nunca había hecho nada parecido. – confesó. —Podemos ir viéndolos a medida que… nos conozcamos mejor.
Ella abrió los ojos levemente sorprendida.
—¿Querés quedarte? – le recorrió el cuerpo con la mirada. —¿No pensas que soy una loca?
El negó con la cabeza.
—Sos hermosa. – contestó abriendo mucho los ojos y casi sin pensarlo.
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Frunció el ceño y levantó una mano para aclararle.
—Esperá. – apretó los labios en una línea. —Nosotros jugamos, nada más. Nos vamos a divertir, y vamos a tener todo el sexo que podamos. Pero no quiero que esperes más.
—¿Cómo que? – preguntó de manera inocente. Aunque en sus ojos se notaba que había entendido perfectamente.
—No soy cariñosa, no me enamoro, no busco un novio y por
sobretodo no mezclo la cama con el resto de mi vida. – recitó como si fuera algo ensayado.
—¿Es por este chico? – quiso saber.
Ella lo pensó por un segundo, y después negó.
—Es porque así soy yo. – se encogió de hombros.
—Y no te puedo decir que sos hermosa… – sus labios se movían de manera tentadora mientras lo decía y a ella empezaba a fallarle la razón.
—Si. Si podés. – sonrió. —Pero no esperando algo más a cambio.
El frunció el ceño y tuvo que ser completamente sincera.
—Mirá Pedro, no te quiero hacer perder el tiempo. Me gusta jugar, y me gustaría hacerlo con vos. – le tocó inconscientemente la pierna. —Pero si estás buscando una relación, no soy la indicada. Mi prioridad es el trabajo y la empresa.
Se quedó pensativo con la mirada fija en la mano que tenía apoyada en el muslo. Y al cabo de unos segundos respondió.
—Mi prioridad es mi carrera. – la miró a los ojos. —No busco una novia. – y tomándola por sorpresa, la alzó y sentó sobre él acariciándola lentamente. —Y me encantaría jugar con vos.
El corazón le galopaba en el pecho. Sonrió nerviosa y se lanzó a su boca sin piedad. Lo sostuvo por las mejillas mientras lo besaba con todas sus fuerzas.
Gruñó por lo bajo y se recostó más para que ella nuevamente, hiciera lo que quisiera de él.
Era demasiado.
Si miraba lo que estaba a punto de pasar, acabaría en segundos. Así que cerró los ojos, y respiró con fuerza cuando ella se sentó sobre su miembro, tomándolo por completo.
La sensación de calidez lo inundó y lo hizo moverse casi de manera involuntaria. Agitó las caderas una vez más para sentirla rodearlo con todo el interior de su cuerpo. Se había puesto tan duro como una piedra. Nunca había estado así.
La necesidad por terminar era tan fuerte que lo hacía apretar los dientes.
****
Buscó su comodidad, y solo ahí, se empezó a mover. Arriba y abajo, cabalgándolo para saciar ese sentimiento que se había formado en su vientre. Algo parecido al hambre. Una cosquilla que le recorría el cuerpo de manera agradable.
El luchaba contra el agarre, quería algo de control. Estaba por venirse, y quería moverse para evitarlo. Pero ella no lo dejó.
Quería verlo.
Quería ver en sus ojos, y notar dentro de su cuerpo, que él
alcanzaba el clímax.
Aceleró sus movimientos, al tiempo que movía suavemente la cadera hacia delante también, masajeándose y buscando su propio disfrute.
El ver su rostro tenso y escuchar sus gemidos de placer, fue
demasiado para él, que sin poder hacer nada para evitarlo, acabó con un gruñido ronco desde el fondo de su garganta.
Y solo necesitó eso para acompañarlo también. Se pegó a su cuerpo y se dejó ir gritando.
Respiraron calmándose, mientras ella lo desataba con el mismo cuidado y de a poco lo dejaba salir de su cuerpo.
Sin darle tiempo a nada más, lo tomó de la mano y se lo llevó a la cama. En silencio se recostó y comenzó a besarlo.
El respondía con desesperación. Le gustaban sus besos. A ella le gustaba sentir que tenía el control, pero era maravilloso sentir que podían estar a su altura. Y a la hora
de besarla, Pedro la devoraba por completo. Su lengua buscaba, y bailaba con la suya de manera provocativa. La poseía.
Y ella se abandonaba por momentos.
Esta vez no esperó que le dieran permiso. Ella había llevado un par de preservativos al cuarto, y tomando uno lo abrió con la boca y tras subirse encima de ella, la penetró.
Se quedó mirándola mientras sus cuerpos se acoplaban, y el mundo volvía a girar.
Ella gimió. Casi un quejido. Pero tan dulce que él pegó de nuevo su boca a la de ella para besarla.
Se apretaba contra su cuerpo y salía por completo, tentándola. Le besaba el cuello, y le susurraba todo tipo de cosas que a ella le ponían la cabeza a mil.
Volvía entrar en ella con fuerza y salía.
Ella sentía como si fuera una caricia, de fuego, que necesitaba. Que se sentía gloriosamente bien, y él le daba y luego le quitaba. Estaba disfrutando de ese juego.
Se mordió los labios y volvió a gemir.
Esta vez, él empujó con más fuerza en su cuerpo y con la voz entrecortada por el deseo le preguntó.
—¿Te gusta así? – asintió frenética y gimió una vez más. El solo respondió aumentando la potencia en una nueva embestida y volvió a preguntar. —¿Te gusta que te lo haga así?
—Siii. – contestó con los ojos cerrados. —No pares. – rogó.
—Ni loco. – dijo con la voz agitada mientras aumentaba la
velocidad.
Levantó sus piernas y él se las acarició con cuidado mientras seguía con lo suyo.
Estaba cerca, todo su cuerpo se aceleraba.
Se apretó contra ella, bombeando con fuerza totalmente excitado y mientras se sujetaba del respaldo de la cama jadeaba buscando aire.
Era salvaje, y casi violento. Y fue tan fuerte percibir ese contraste con lo que había sido la vez anterior, que sintió que estaba con dos hombres en la cama. Uno sumiso, que se deshacía de placer con su toque, y otro dominante. Que la estaba embistiendo locamente haciendo que su cama crujiera.
Con esa imagen en la mente, se vino en mil pedazos a su alrededor, abrazándose a su espalda con el único propósito de sujetarse a algo entre tanto movimiento. Su cuerpo latía, y se contraía, haciendo que él, tras dos movimientos más, terminara soltando el aire por la boca, con un sonido gutural.
Sus pulsos volvían a la normalidad y sus respiraciones, casi se calmaban. Había sido algo intenso, y los dos habían quedado tan impactados, que no sabían que decir.
Se miraron brevemente y empezaron a reír.
Fue un momento absurdo, pero auténtico.
La risa les nació naturalmente ante la expresión de agotamiento que tenían, y un poco en reacción al torbellino que acababa de pasar por encima de ellos.
Sin dudas se llevaban bien en la cama.
Por cosas como estas, se habían vuelto a ver.
Por cosas como estas, había preguntado por todos lados como podía conseguir su celular. Suspiró. No se arrepentía.
Después de un rato se apoyó sobre su codo y buscó su mirada. Tenía la necesidad de hablar, para dejarlo todo claro. Era parte de su personalidad. No podía dejar nada al azar.
—Quiero que hablemos de algunas cosas. – le dijo calculando su reacción. —Algunas cosas que pasaron recién.
Lo necesitaba.
Se dio cuenta de que estaba esperando a que ella tomara la
iniciativa. Y esa sensación de poder, la excitaba a la vez que le daba seguridad. Se paró despacio sin cortar la conexión de sus miradas y quedó a su lado.
De fondo, sonaba “Risa” y aprovechando el ritmo de la canción y un poco la letra, lo sujetó por las solapas del cuello de la camisa y lo besó.
Lo besó con ganas.
Como hacía mucho que no besaba. Apoderándose de su boca sin dejarlo reaccionar, sin dejarlo responder. Era un ataque, no quería respuesta. Quería sentirlo de esa manera. Sorprendido. A su merced.
Cuando la tomó por el rostro para besarla, ella se separó y sonrió.
Levantó una ceja, y esa fue suficiente señal para que se quedara quieto. No se habían puesto de acuerdo, era increíble. Por eso le gustaba Pedro. Por eso le gustaba estar con él.
En silencio todavía empezó a desprenderle la camisa. La ayudó sacándosela por completo y mirando expectante.
Con solo ver esos hermosos ojos celestes esperando por ella para actuar, la hacía enloquecer. Ella también se sacó la ropa. Tenía un vestido liviano, que le insinuaba las curvas que ahora exhibía sin problemas.
Se arrodilló en el piso frente a la silla de Pedro y le sacó los zapatos.
Desde allí abajo lo miró y sintió su respiración agitada y trabajosa.
Se acercó un poco más y desprendió su cinturón y luego los
primeros botones del jean.
Se frenó nuevamente para míralo y él se mordió los labios
brevemente. Iba a necesitar un poco de ayuda, así que tendría que empezar a dar órdenes.
Se empezaba a poner interesante.
—Levanta la cadera. – dijo en tono firme.
El obedeció casi al instante sin saber por qué se lo pedía. Le
terminó de abrir el pantalón, y desde esa pose más cómoda se lo pudo terminar de sacar.
Llevaba puesto un bóxer negro con la marca escrita en blanco justo en el elástico. Muy sexy…pensó.
Pensando en lo que podía hacer a continuación, se fue a buscar algo a la habitación, paseándose mientras disfrutaba de que él la comía con la mirada. Estaba con un conjunto de lencería negro que sabía, le quedaba perfecto.
Cuando obtuvo lo que estaba buscando volvió a la sala, contenta de ver que él no se había atrevido a moverse ni un centímetro. Por un momento dudó.
Volvió a mirarlo y siguió caminando.
Puso frente él lo que tenía en la mano y verbalizó con calma.
—Quiero atarte. – en sus manos tenía un pañuelo de seda rosa. — No te va a doler, solamente quiero que tengas tus manos atrás.
Siempre en este punto había tres opciones. La primera es que se asustara, la insultara y saliera corriendo al grito de ¡Estás loca!. La segunda es que se riera de ella. Y la tercera, y quizá la más probable, era que él estuviera de acuerdo, y al principio le gustara la onda, pero no estuviera listo para todo lo que ella tenía en mente. Y entonces era ella la que se iba, desinteresada.
Tenía reglas muy estrictas hasta para el sexo. Y si le pedían, podía poner en una lista exactamente lo que le gustaba y lo que no. Le gustaba jugar, y sabía que no era el caso de todos. Pero si de muchos. A Juan le gustaba jugar.
Aunque Pedro se había quedado callado por un segundo, lo que hizo a continuación le resonó en todas partes del cuerpo. Sin romper el contacto visual, asintió y le entregó sus manos dócilmente para que lo atara.
Eran ese tipos de gestos, que hacían que no pudiera sacárselo de la mente en todo el día después.
Le puso las manos atrás del respaldo de la silla, y con delicadeza pero firmemente, se las ató.
Ahora, indefenso, se veía adorable.
Le acarició el pecho con la yema de los dedos y fue descendiendo hasta encontrar el elástico de su ropa interior.
El ahora jadeaba y todos sus músculos se tensaban. Ella sabía que al no poder ejercer su voluntad, moría por tener algo de control sobre las ganas que sentía.
Sin dejar de mirarlo, lo tocó sobre el bóxer, sintiendo como crecía y latía bajo su mano.
Llevaba por el deseo más fuerte que había sentido en mucho
tiempo, lo despojó de ropa interior, y liberándolo, subió y bajó su mano acariciándolo. El apretó todos sus músculos y jadeó con fuerza.
Pasó la lengua por la punta, sintiendo como de a poco se mojaba, como ella. Lo fue metiendo de a poco en su boca al tiempo que él llevaba la cabeza para atrás diciendo alguna palabra entre dientes.
Movía las caderas, siguiendo el ritmo que marcaba ella con sus labios, con su lengua, con sus manos. Estaba completamente entregado y deliraba. Dejaba su boca entreabierta y cerraba los ojos gruñendo. La visión era tan erótica, que sin darse cuenta ella había empezado a tocarse.
Sus manos iban desde sus pechos a su entrepierna, y se movían frenéticas en busca de placer.
El estaba a punto, podía darse cuenta porque había empezado a respirar trabajosamente y abrió de golpe los ojos, como queriendo avisarle.
Dejó lo que estaba haciendo y se incorporó.
Se miraba, agitado. Había quedado tan caliente, que no podía controlarse. Si hubiera tenido sus manos libres, seguramente hubiera terminado con lo que ella había empezado. Quería liberación. La necesitaba.
Ella buscó algo más, y volvió a acercarse.
Tirando de su cabello lo obligó a mirar para arriba, donde sus ojos se encontraron. De a poco y sin que viera le colocó un preservativo. El gimió ante ese nuevo contacto, pero ella lo hizo callar con su mirada.
Se puso sobre él, arrodillada en la silla, haciendo que las piernas de Pedro se juntaran apenas entre las de ella que habían quedado abiertas. El notó que se había quitado la ropa interior, y que muy lentamente iba bajando sobre él.