martes, 19 de mayo de 2015
CAPITULO 114
Sonrió y volvió a clavar su tacón con fuerza.
Por debajo, la piel de Pedro se ponía cada vez más rosada.
Se le aceleraba el pulso. Mmm… le encantaba.
Todo su cuerpo le pedía más.
Necesitaba esto… y sabía muy bien, que él también lo necesitaba.
Estaba arrodillado, con las manos apoyadas en el piso, pero sus músculos tensos y su respiración, le indicaban que ya no resistía.
Estaba disfrutando de su castigo.
Y la quería…
Tenía que tenerla, con locura.
Se sacó el collar del cuello y se lo sujetó a la muñeca con una vuelta más.
—Vamos a contar juntos esta vez… – agitó las perlas a un costado y estas hicieron un satisfactorio sonido a látigo cortando el aire.
El se estremeció, pero no tardó en contestar para complacerla.
—Si, señora. – y esperó el primero de los golpes con los ojos
cerrados, y muerto de deseo.
—Uno. – dijeron al unísono con el primer azote.
Cada una de las perlas dejaba una marca en su espalda.
Se mordió los labios y pasó los dedos por la superficie sin poder evitarlo.
Agitada apuró el segundo golpe.
—Dos. – contaron con la respiración entrecortada.
—Tres. – dijeron, él casi gimiendo.
Levantó apenas la cabeza para mirarla, y su rostro, aunque tenso por soportar el dolor, y sudado producto de la excitación del momento, también transmitía algo más.
Sonreía de manera perversa y mordiéndose el labio, le guiñó el ojo alentándola a continuar.
—Cuatro. – volvieron a contar, ansiosos.
—Cinco. – dijeron casi sin aire ante ese último e intenso golpe que los dejó aturdidos por una fracción de segundo.
Nada se comparaba con lo que se sentía.
—Muy bien, Pedro. – dijo acariciando su cabello con suavidad, de a poco recuperando el aliento.
Pero justo cuando estaba a punto de volver a la normalidad, él se puso de pie, y tomó el collar entre sus manos.
—De rodillas, Paula. – ordenó en tono firme.
Todo su cuerpo se tensó en respuesta.
—Si, señor. – dijo obediente.
Sabía lo que le esperaba, pero de todas formas, nunca terminaba de estar completamente lista para ello. Era emocionante, desconcertante, y sumamente… caliente.
—Odio dejarte marcas en la espalda. – dijo con una caricia suave. —Así que poné las manos en el piso y quédate así… mmm… en cuatro. – volvió a acariciarla, pero ahora en el trasero, y ya no tan suavemente.
Escuchó que tensaba el collar en sus manos preparándose y cerró los ojos.
—Uno. – contaron los dos, ella entre dientes.
Cada una de las perlas se incrustaba en la piel de sus nalgas dejándoselas en carne viva.
—Dos. – ardía una barbaridad.
El había empezado a alternar los azotes con caricias imitando lo que ella había hecho. Sabía que le gustaba sentir su piel tomando temperatura después de los golpes, era algo que lo ponía. Y mucho.
—Tres. – contaron agitados.
Más caricias, cada vez más intensas… los dos estaban al límite.
—Cuatro. – el brazo de Pedro estaba cada día más entrenado. Ya no tenía que preguntarle si estaba bien, lo sabía. Era la intensidad justa. Y él notaba lo que le hacía sentir.
—Cinco. – contaron por última vez entre jadeos.
Rápidamente él se agachó hasta donde ella estaba y tomándola del rostro miró sus ojos.
—Muy bien, hermosa. – estaba tan afectado, que solo hacía que lo deseara más.
Se reunieron en un beso catártico que hizo explotar el mundo.
Ahí, en el piso, a donde estaban, se dejaron caer y él de a poco, se fue colocando sobre ella.
La tomó por la cadera y sin poder esperar más, se hundió en ella con un gruñido fuerte que la enloqueció.
Ajustó sus piernas en torno a su cintura acercándolo más y juntos, fueron perdiendo el control.
El se separó apenas de ella, como para poder mirarla, y entre jadeos se dejaron llevar rápidamente.
Sin darle tiempo de descansar, mucho menos de reaccionar, la alzó, en la misma posición en la que estaban y la llevó a la cama. Pero no se acostó.
Apoyó la frente en la suya y suspiró.
—Sos tan hermosa… – dijo acariciándole la espalda.
Así sentados todavía, empezó a moverse nuevamente. Muy
despacio. Adentro y afuera de ella… de manera sensual.
Enfrentados, se movían buscándose de nuevo, sintiéndose de nuevo… era tan fuerte.
Con un gemido, llevó la cabeza hacia atrás y él la abrazó besando su cuello.
No tardaron en apurar lo que había empezado como algo lento y suave, para estar otra vez fuera de control, besándose de manera desesperada. Meciéndose contra el otro, dejándose llevar por segunda vez.
Y eso solo había sido el comienzo de lo que fue una larga y
excelente noche de bodas…
CAPITULO 113
Llevaba acomodándose el saco frente al espejo desde hacía 20 minutos. Había soportado que sus amigos pasaran por su lado y se burlaran de cómo parecía un pingüino, un muñeco de torta y otros adjetivos no tan alegres… pero no le importaba.
Estaba nervioso.
No nervioso, histérico.
No paraba de moverse y de ir al baño. Se sentía pésimo.
La noche anterior había bebido tanto líquido, por culpa de sus queridos amigos, que ahora parecía estar eliminando por segundos. Eso, sin sumar la cantidad que estaba perdiendo en sudor.
Dios…
¿Paula también estaría tan alterada?
Juan, el ex de su futura mujer, entró a la habitación en donde él estaba y tras mirarlo por un rato salió.
Sin decir nada, volvió y le puso una copa de whisky en la mano.
—¿Te estás por desmayar? – le preguntó ventilándolo con lo
primero que encontró.
—Puede ser. – reconoció sentándose de golpe.
El otro se rió y lo tranquilizó.
—Respirá despacio… – lo seguía ventilando. —Paula está con nauseas, gritándole a todo el mundo. Hacen una muy linda pareja. – se rió.
—¿Si? ¿Ella también está nerviosa? – preguntó con una sonrisa.
Ahora no se sentía tan mal.
—¿Me estás jodiendo? Sabiendo lo obsesiva que es con todo… Está insoportable. – se rió recordando algo. —Encima tu mamá está algo… – hizo un gesto de tomar con la mano… —borracha…
Pedro se rió pensando en que esta era la primera vez que hacía una excepción y tomaba con el estómago vacío.
—Ya es hora. – lo ayudó a incorporarse nuevamente y le dio
confianza con una palmada en el hombro. —¿Estás listo para casarte?
Asintió tomando aire.
Salió de la habitación acompañado del padrino de la boda, listo para encontrarse con ella.
A su lado, la madrina, la hermana de su novia, Solange lo miraba con una sonrisa. Era parecidísima a Paula, pero una versión más relajada y más…hippie. Y no pudo evitar ver como entre los padrinos intercambiaban también una que otra mirada.
Iba a tener que decir a su futura esposa de ese asunto… no estaba seguro de cómo se tomaría que su queridísima hermana menor empezara a salir con su ex. Y no cualquier ex…
…Juany.
Pero todos sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando ella entró.
Desapareció todo.
Los padrinos, sus amigos, el salón, el resto de los invitados, la música.
Ahí estaba el amor de su vida.
Paula.
Su pulso se disparó como la primera vez.
Estaba preciosa. Lo dejaba sin aire.
Su vestido era largo y exactamente como se lo había imaginado.
Realzaba su figura de una manera sensual, y delicada. Esa era la palabra.
“Delicada”.
Parecía una muñeca.
Sonrió y la miró a los ojos.
No llevaba mucho maquillaje, y eso le encantó. Su hermoso cabello estaba sujeto en un rodete caído con mechitas sueltas. Quería besarla.
Quería tomarla en brazos y besarla.
****
Lo vió, y se derritió. Todo elegante, esperando por ella, …con esa sonrisa sincera y encantadora que le hacía galopar el corazón, y esos ojos claritos…
Su felicidad era palpable… y contagiosa.
Quería besarlo.
Quería salir corriendo, colgarse a su cuello y besarlo.
Se sonrieron y una vez que estuvieron los dos juntos, empezó la ceremonia.
Se dio vuelta por un segundo a ver la primera fila de invitados.
Sus amigos estaban ahí, luciendo emocionados, pero pálidos y ojerosos a causa de la resaca.
Sonrió recordando las despedidas de solteros.
Habían empezado ellas, que entre una cosa y otra habían brindado, festejado y como para la despedida de Gabriela, se habían ido a bailar al mismo boliche de siempre.
Los amigos de él habían repetido el chiste de disfrazarlo.
Aunque ahora la peluca rubia ya no representaban a una de sus profesoras. Estaba disfrazado de Paula. Hasta le habían pedido prestada ropa para que usara.
Tenía que reconocerlo, se habían reído mucho al verlo.
Le había dado a sus amigos, un vestido elastizado que no fuera a descoserse cuando él se lo pusiera, y le quedaba ridículo.
Estaba todo ajustado, subido a unos tacos que había conseguido, con la peluca rubia, y maquillado como una puerta. ¡Ella no era así!
También había incluido en el disfraz un collar de perlas, que
cuando ella lo vio, él seductoramente guiñó un ojo.
Era tan difícil tomárselo en serio luciendo como un travesti enorme y musculoso.
Y después de mucho tomar y festejar, también fueron a parar al mismo boliche, en el que entre todos rieron hasta primeras horas de la mañana.
Gracias a Dios el casamiento era a la noche, porque al otro día habían dormido como hasta las 3 de la tarde. Pero había sido inolvidable.
Como el resto de la fiesta.
El casamiento había sido precioso.
Su suegra no era su persona favorita en el mundo, pero tenía que reconocer, que sabía como organizar un evento.
Todo había sido elegante, con clase, y lleno de detalles románticos.
Como por ejemplo la música que habían elegido para bailar por primera vez. La versión de “XO” por John Mayer.
Recuerdos de los primeros días en los que se habían visto volvieron a su mente y llenaron sus ojos de lágrimas.
Era más lenta que la canción original, ideal para bailar abrazados, y así lo hicieron… por primera vez, como esposo y esposa.
—Te amo. – le susurró enamorada, y él le respondió emocionado.
—Yo te amo más, bonita. – y la besó en frente de todos los
invitados que aplaudieron.
CAPITULO 112
No sabía, al principio, si él tenía tantas ganas como ella de estar solos, porque se había mostrado sonriente con todos, y él mismo había sugerido tomar un café de la comida… Pero apenas llegaron al departamento, la alzó entrelazándose sus piernas en la cadera y sin decir nada más la encerró en la habitación.
La acostó en la cama y le levantó las muñecas sobre la cabeza sujetándoselas con fuerza.
La besó con desesperación, mientras con las manos hacía todo lo posible por desvestirse y desvestirla a ella.
Repitiendo lo que otras veces Paula le había dicho, dijo.
—Te necesito. –y por si sus palabras no hubieran sido suficientes como para prenderla fuego, su tono de voz, ronco, jadeante, casi suplicante, hizo el resto. Ya no había vuelta atrás.
Con un gemido, se dejó hacer, como más le gustaba..
Sus cuerpos se encontraron solos, conociéndose ya de memoria, en un ritmo en el que no necesitaban coordinarse, salía de manera natural.
Perdidos en la mirada del otro, transmitiéndose con los ojos todo lo que en ese momento estaban sintiendo, y todo lo que estaba en sus corazones.
—Te amo. – dijo ella cuando sintió que se dejaban ir.
Y él, a punto de seguirla, con el rostro totalmente tenso y lleno de pasión, le respondió.
—Yo te amo más. – y se fundieron en el más lindo de los abrazos.
Y ahí, sobre su pecho, abrigada por sus brazos, sintiendo como la acariciaba con ternura, se puso a pensar en lo increíble que resultaba todo.
Una historia que había empezado como un accidente, de una noche de fiesta, y había continuado como una relación casual en la que de a poco y sin quererlo, se fueron enamorando.
Todos sus miedos habían sido una pérdida de tiempo.
¿Cómo no había visto las cosas claras desde el primer momento?
Pensó en todas las formas en las que Pedro le había demostrado su amor desde esos primeros días y se emocionó.
¿Qué le pasaba?
El le levantó apenas la cabeza y cuando vió que tenía lágrimas en las mejillas, la besó.
—Ey.. ¿Qué pasa, bonita? – preguntó con dulzura mientras la seguía llenando de besos.
—Gracias por quedarte conmigo aunque al principio haya sido una bruja con vos… – se mordió los labios.
El se rió y negó con la cabeza.
—Me encanta todo de vos, Paula. – se dio vuelta colocándose sobre ella y levantó una ceja. —Hasta cuando sos un poco bruja, y te pones mala conmigo. – le guiñó un ojo.
Ella se rió.
—Tengo suerte de haberte encontrado, entonces. – le dijo
acariciándole el rostro.
—Obvio. – le contestó levantando el mentón y acomodándose el cabello coquetamente.
Ahora los dos se reían.
—Yo tengo suerte. – dijo después de un rato. —Todavía no sé cómo hice para que me dieras bola.
Se mordió los labios y acercándose a su rostro, lo besó.
Realmente había tenido suerte con ese chico. Ella es la que tendría que estar preguntándose cómo había hecho para que aun después de todo, siguiera estando a su lado.
Miró a sus enormes y sinceros ojos celestes.
Nadie nunca la había mirado con tanto amor.
Sonrió y volvió a besarlo.
Obviamente no tardaron en volver a dónde habían empezado un rato antes. Amándose y adorándose por horas.
Su suegra ya la había llamado unas veinte veces para empezar a organizar los preparativos. Aunque no habían puesto ni la fecha, la mujer ya tenía pensado hasta el último detalle.
Suspiró.
Pedro la miró hablando por teléfono y adivinando de quien se trataba, le dijo en voz baja.
—Todavía estamos a tiempo de matarla. – ella se tuvo que contener para no reírse y lo hizo callar.
Le esperaban unos meses movidos…
Muy movidos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)