martes, 21 de abril de 2015

CAPITULO 22





Se habían quedado un rato abrazados sin decir nada. No hubiera sabido que decir de todas formas, no sentía que fuera necesario hablar.


La cabeza de Paula estaba apoyada en su pecho y él le acariciaba la espalda muy despacio.


No podía creer que fuera la misma persona que ayer lo había azotado hasta las lágrimas. Se la veía tan delicada, tan…inofensiva. Pero sabía que eran solo apariencias.


Le gustaba estar así con ella.


No era la primera vez que sentía esta conexión, aunque estaba casi seguro de que era algo que solo le pasaba a él. 


Ella habría tenido miles de esclavos, o sumisos, o como sea.


Era uno más.


¿Con todos sería de esta manera? ¿Sería normal sentirse así después de lo que había pasado la noche anterior? ¿Serían solo los efectos posteriores a …jugar como lo hacía ella?


Era muy extraño. Nunca le había pasado. Era como si sintiera un imán uniéndolo a Paula. Necesitaba tenerla cerca. Lo llenaba de felicidad estar ahí.


Pero era una felicidad agridulce. Porque comprendía las reglas del juego, pero todavía se le hacían algo muy nuevo y no se acostumbraba.


Su costado racional, le decía que tendría que haber estado enojado, o por lo menos humillado por como ella lo había tratado. Sin embargo, no podía.


Se sentía atraído. Le gustaba.


¿Quién hubiera dicho?


Recordó un artículo que había leído cuando estaba averiguando sobre el tema. Sobre las personas que disfrutaban del maltrato o sufrimiento físico. Los masoquistas. Le había parecido una ridiculez.


¿Cómo a alguien le iba a gustar que otra persona le infringiera dolor? ¿Qué estaban locos?


Y ahí estaba él. Recordando como se había excitado con cada uno de los azotes.


Como esa sensación de ardor y padecimiento se mezclaba con deseo… con placer.


Increíble.



****


Desayunaron como la otra vez, pero esta vez mucho más relajados.


El ya no parecía tan tenso, y ella sabía que mucho de eso se debía al castigo.


Ya podía hacerse una leve idea de lo que podía esperar de esa relación, así que no tenía que estar tan nervioso.


Y lo más extraño que esto, la hacía sentir bien.


—¿Esta noche tenes algo que hacer? – le preguntó mirándolo.


—Eh…no. – sonrió apenas de manera encantadora.


Una mirada que la dejó helada hasta los huesos. Podía leer en sus ojos, como un libro abierto. Y la esperanza que vió, la asustó como nada nunca lo había hecho. Bajó los ojos porque no la soportaba.


—Entonces te espero a la misma hora de siempre. – se aclaró la garganta. —Te conviene ponerte crema para aplacar un poco el dolor. – le señaló su trasero cuando vio que se movía un poco incómodo en la silla.


Asintió, un poco menos sonriente y algo sonrojado.


La confundía.


Terminaron de desayunar y tras una fría y corta despedida, se fue.


Se había quedado mirando por la ventana pensativa. 


Acababa de irse, y ella ya estaba deseando verlo. No era sano. Estaba obsesionándose con Pedro, y la ansiedad que eso le provocaba la asustaba un poco.


Sacudió la cabeza y se fue a la ducha. Tenía que estar en la oficina a las tres, y le esperaba un día muy largo. No podía seguir con la cabeza en las nubes.



****


Llegó a su casa entre las nubes. Todavía sentía los besos de Paula y recordaba cada segundo de esa mañana. Le había encantado despertarse a su lado.


Un sentimiento cálido lo invadió y lo hizo sonreír.


La tela de sus jeans le raspaba irritándolo, pero lejos de sufrir, lo disfrutaba. Le recordaba porque su piel le escocía.


Mientras se bañaba, se puso a pensar si tenía alguna crema para ponerse, pero no. Tendría que comprar algo. Después se le ocurrió…


Tal vez Sole tenía algo.


Hacía unas semanas, había dejado algo de ropa y un neceser con algunas cosas elementales en su departamento.


Fue y con cuidado de romper o derramar nada, se puso a leer lo que decía cada etiqueta de los productos femeninos.


De repente, se topó con algo que no hubiera querido toparse.


Un test de embarazo.


Hacía menos de un segundo que lo había visto, y ya estaba bañando en sudor, temblando y con nauseas.


Cerrando un ojo leyó el resultado.


Una rayita.


Se sentó en el piso para leer el prospecto de la jodida cosa.


Una rayita: Negativo.


Oh por Dios.


Sentía el impulso de salir a gritar, de llorar, reírse… o tal vez
vomitar.


Tomó aire.


¿Por qué nunca se había enterado de esto? ¿Cuándo se lo había hecho? ¿No tomaba ella pastillas? Un escalofrío lo recorrió por completo.


Mierda. Nunca habían hablado del tema. No pudo evitar pensar que hubiera pasado si en vez de haber una sola rayita hubiera habido dos. El era una persona responsable, y sin dudas se hubiera hecho cargo de las consecuencias. Se imaginó a sus padres, a los padres de Sole. Seguramente harían una fiesta, y los querrían casar antes de que naciera…


Sacudió la cabeza.


¿Por qué se hacía así la cabeza? ¿Por qué tenía que darle vueltas al asunto que lo ponía tan histérico? El test era negativo, al fin de cuentas. Ya no le parecía tan loca la teoría de que fuera un poco masoquista.


Se lavó la cara con agua fría, y tratando de pensar en otra cosa, se cambió para la entrevista.


Había llegado un poco temprano, así que se tomó su tiempo para recorrer el lugar con la mirada mientras se hacía anunciar.


Tenía el aspecto de una de esas empresas jóvenes, en donde trabajan montones de personas creativas, y en donde el ambiente es agradable y distendido.


Lo hicieron pasar a la oficina de Gabriel. El jefe de publicidad. Este lo estaba esperando con un café.


—No te pongas nervioso. La jefa no es tan mala como parece. – se rió. —Es exigente, le gustan las cosas bien hechas.


El asintió y le agradeció. Charlaron un rato, mientras le mostraba como se trabajaba. Como en todas las compañías, la publicidad era algo fundamental, y se la tomaban bien en serio. Apuntaban a un público joven, y estaban esperando propuestas frescas, que incluyeran los códigos que se
manejaban en la actualidad.


Después de quince minutos, pasaron a una sala de reuniones donde había una mesa ovalada de vidrio y sillas de cuero negro. Le indicó que se sentara en uno de los costados, y rápidamente supuso que la jefa se sentaría
en la punta. Donde se encontraba la notebook y el control remoto del proyector.


—La señora Chaves tuvo que atender una llamada importante, pero enseguida está con nosotros. – dijo Gabriel sentándose al frente de él.


Se acomodó en su asiento y esperó.


Trató de recordar todos los tips que había leído en Internet sobre las entrevistas de trabajo, y se dio ánimos diciéndose a si mismo, que tenía que ser seguro de lo que hacía. Era bueno. No tenían por qué no contratarlo. Suspiró.


La puerta se abrió y como estaba mirando fijo la mesada, lo
primero que pudo ver fueron sus zapatos.


Negros, taco aguja. Y esas piernas torneadas…


Alzó la mirada rápidamente sin poder creerlo.


Con un traje gris, camisa blanca y pendientes de perla.


Paula.





CAPITULO 21







Abrió los ojos algo sobresaltada por la cantidad de luz que entraba por la ventana. Miró el reloj. Mierda. Se había quedado dormida. Las diez de la mañana.


Nunca había dormido hasta tan tarde, y durante tantas horas.


Se movió apenas y lo miró. Estaba dormido tranquilamente con la boca apenas abierta y suspirando. Sus pestañas pobladas y oscuras hacían sombra sobre sus pómulos. No pudo evitarlo y estiró la mano para tocarlo.


Su piel era suave y clara. Se imaginó que en ese momento toda su parte trasera estaría al rojo vivo y sonrió. Le iba a doler un poco ahora cuando se despertara. Siempre sucedía al día siguiente.


Tenía una boca tan perfecta, que casi le resultaba imposible no besar. Los besos nunca habían sido un componente especial en sus relaciones. Solo un condimento más del sexo. Pero con Pedro, era distinto.


Era como si nunca la hubieran besado de esa manera. 


Como si fuera la primera vez. La primera vez en todo.


Frunció el ceño. Estar sintiendo esas cosas a su edad y no a los dieciséis, le parecía ridículo. De repente no pudo evitar imaginarse como hubiera sido si se hubieran conocido en esa época. Si hubieran salido en una cita, tal vez a algún baile de la escuela. O al cine, o a besarse en alguna plaza.


Un estremecimiento agradable, parecido a una cosquilla, la recorriópor todo el cuerpo.


¿Qué le pasaba?


Un minuto después, interrumpiendo sus pensamientos, él se movió y abrió de a poco sus ojos.


No pudo seguir pensando en nada más.


Esos ojos hermosos color celeste que en contraste con sus sábanas blancas e iluminados por el sol de la mañana la dejaban con la boca seca.


Era guapísimo.


Le sonrió y ella sin poder evitarlo, se sonrojó. Tal vez por lo que había estado pensando hasta hacía unos minutos, se sintió como una adolescente.


Le devolvió la sonrisa de manera tímida.


—Buen día. – le dijo él con voz ronca enviando olas de calor a toda su piel.


—Buen día. – la besó como si nada. —Es tarde.


Confundido, se rascó la cabeza peinándose y se estiró para buscar el celular y mirar la hora. Abrió los ojos de manera exagerada y ella no pudo más que reírse.


—Perdón. – le dijo apenas mirándola. —Ya me cambio y me voy.


Ella sintió una inexplicable angustia. No quería que se fuera.


—No te estoy echando. – se encogió de hombros. —Si no tenés que ir a ningún lado ahora, podemos desayunar.


La miró dedicándole una de sus mejores y más letales sonrisas.


—¿En serio? – ella lo miró curiosa y él se explicó. —Es que no sé como… hablar ahora con vos. O sea, ya no estamos jugando. ¿O si?


Ella se rió.


—No estamos jugando ahora. – le acarició la cabeza acomodándole los cabellos que tenía parados por la almohada. —Cuando no estemos jugando, somos Paula y Pedro, y me podés tratar como más te guste.


Pareció conformarse con la respuesta porque se movió sujetándola por el rostro y la besó con delicadeza en los labios.


Sin darse cuenta lo había abrazado por el cuello atrayéndolo para besarlo mejor, y él, gruñó por lo bajo ubicándose sobre ella cubriéndole todo el cuerpo con el suyo.


Estaban tapados hasta la espalda, y sin verlo, podía sentir cada cosa que le hacía. Le acariciaba los pechos y las piernas suave pero firmemente.


Era maravilloso despertarse así. Suspiró haciendo la cabeza hacia atrás, permitiéndole besar su cuello.


Le daba ansiedad saber que no estaban jugando, y que por lo tanto, todas sus reglas y normas no contaban. Tampoco era ella la que estaba al mando. Los dos estaban respondiendo por su cuenta, y estaban haciendo lo que sentían.


Notó que buscaba en la mesa de noche un preservativo. 


Tenía ahí su billetera y su celular, porque su ropa estaría desparramada en la entrada, seguramente.


Lo miró por un instante y le habló.


—Anoche no nos cuidamos. – apretó los labios. —Yo tomo la pastilla, pero tendríamos que hablar de otras cosas. No se puede repetir.


El asintió y mientras se colocaba la protección, le contestó.


—Si, estuvo mal. Pero me moría de ganas. – ella se mordió el labio.


Le había pasado lo mismo, y ahora estaba en la misma situación.


—¿Y ahora tenés ganas? – le preguntó moviéndose sugerentemente debajo de él.


El la miró con una sonrisa pícara entornando los ojos.


—Con vos, siempre tengo ganas. – la besó otra vez primero
dulcemente, y después con mas decisión. Casi con desesperación. Se separó apenas de su boca y la miró con los ojos bien abiertos. —¿Vos? – por la expresión de su rostro se dio cuenta de que se lo estaba preguntando de verdad. Y mientras esperaba una respuesta, la miraba de manera intensa.


—Me pasa lo mismo. – le contestó y la volvió a besar, no sin antes sonreírle.


Fue haciéndose lugar, abriéndole las piernas y acomodándose mientras le repartía besos en el cuello, la cara y la boca.


Moviendo las caderas, lo encontró, y despacio, con mucho cuidado se fue hundiendo en ella.


Esta vez sin prisas. Sin reglas.


Mirándose a los ojos, como nunca antes había hecho. Se perdía en su mirada celeste, y todo lo demás parecía desaparecer.


Le tomó las manos y empezó a seguir un ritmo que la volvía loca.


Alternando movimientos rápidos y potentes, y frenando de golpe para otros más lentos, casi imperceptibles. Le cedió el control, porque ya no podía pensar. Enredó los dedos en su pelo y lo besó ahogando sus gemidos.


No tenía experiencia. Solo con Pedro podía jugar y a la vez, mantener una relación totalmente vainilla. Y en ambos casos que su cuerpo vibrara como si fuera la primera vez.


Gritó. Estaba cerca.


La besaba con tanta pasión que se le ponía la piel de gallina. 


Había aumentado la velocidad, pegándose a ella con movimientos ondulantes.


Respiraba entrecortado y tenía todo el rostro tenso. El también estaba cerca.


No les costó dejarse ir al mismo tiempo. En sus miradas habían encontrado todo lo que necesitaban para sincronizarse y liberarse. La besó mordiéndole los labios mientras su cuerpo latía junto al de ella y pegó la frente a la suya.


Respiró de su aliento mientras se calmaba, y se inundó de él. Cerró los ojos, dejándose abrazar. Dejándose mimar.


Pedro… – había dicho con la voz y la respiración alterada.


—Acá estoy, bonita. – contestó él, hundiendo la cara en su pelo y besándola.


Ella se sujetó más fuerte, mientras el nudo que se estaba formando en su garganta se oprimía y aumentaba esa sensación de angustia que no sabía explicar. No tenía idea por qué se sentía así.






CAPITULO 20




Nada se comparaba a esto. Cerró los ojos, mientras su corazón volvía a latir normalmente y se calmaba. Pedro la besaba y acariciaba como si quisiera protegerla. Era delicado y eso la desarmaba. No estaba acostumbrada a este tipo de tratos.


Se estaba comportando de manera extraña.


El sexo para ella era algo placentero, pero casi como un ejercicio físico. Y esto era tan distinto que se le había hecho un nudo en la garganta.


El era un chico adorable. Cariñoso. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ella? Se sentía como aquella primera vez en donde la sensación de no tener el libreto para la escena la llenaba de temor.


Era uno de los riesgos, lo sabía.


Lo estaba llevando por un camino de ida.


Al menos, parecía haberlo disfrutado. Si le sonreía de esa manera tan hermosa, quería decir que por lo menos no la odiaba. No había usado la palabra clave. Había resistido cada uno de sus azotes con una dignidad que la impresionaba. Se abrazó a él con más fuerza.


No sabía lo que estaba haciendo, pero quería quedarse así.


Por dentro le agradecía con todo el corazón que no dijera nada. Su cabeza la estaba aturdiendo. Un montón de preguntas sin respuestas se agolpaban en su mente y no tenía espacio para nada más.


Se quedaron en silencio, como si quisieran procesar lo sucedido.


Sentía sus manos recorrerle suavemente la espalda mientras la tapaba apenas con la sábana y la llenaba de besos.


Fue quedándose dormida en sus brazos sin darse cuenta.


Abandonándose por completo.


El sumiso perfecto, pensó.