lunes, 11 de mayo de 2015

CAPITULO 88





Cuando se quiso dar cuenta, había pasado otro mes al lado de Pedro.


El tiempo iba tan rápido últimamente que a veces se aturdía.


Lo que les pasaba seguía creciendo, y la tenía preguntándose mil cosas sobre el futuro. No quería todavía ponerlo en palabras, pero cada vez le costaba más imaginarse uno sin él a su lado. Se había vuelto necesario
en su rutina.


Necesitaba tenerlo cerca.


El, por su parte, estaba cada día más atento y se iba soltando de a poco demostrándole su cariño. La comprendía, y le había captado su ritmo.


Ahora ya no se desesperaba cuando él le decía “te amo”. 


Estaba un poco preocupada, porque tal vez se cansaría en algún momento de decirlo y nunca escucharlo… pero ya no se asustaba.


Por otra parte, estaba aprendiendo muy a prisa como dominar. Era un excelente alumno. Probablemente de esos que superan a sus maestros, porque le volaba la cabeza.


Le daba gracia pensar que ella hacía unos años, había preferido dejar esa veta de lado, y dedicarse a ser quien tenía el control siempre… pero con Pedro, podía ser sumisa sin dudarlo.


El chico tenía talento…


Y así como podía ser tierno y amoroso… también podía ser un amo implacable, que la hacía apretar los dientes y la tenía fantaseando todo el día.


Iban descubriendo los límites de cada uno y ya rara vez tenían que usar la palabra clave.


Pasaban casi todos los días juntos. Y había que decir casi, porque algunas veces, él decía que no podía verla o que le había surgido algo y ella no preguntaba.


No hablaban del tema por un pacto que habían hecho, y aunque ambos sabían que el otro sabía, no lo discutían.


Soledad todavía vivía en su casa, y cada tanto le agarraban pataletas a las que él con mucha paciencia tenía que adaptarse y soportar.


Por lo menos, se daba cuenta de que cuando tenía que quedarse con su ex, no lo hacía encantado. Prefería estar con Paula y la llenaba de mensajitos al celular diciéndole cuanto la extrañaba.


¿Nunca más se mudaría? ¿No era solo por un tiempo hasta que mejorara? Es que.. ¿No pensaba ya mejorar?


Más de una vez, estaba tentada a pedirle a Pedro que se viniera a vivir con ella. No existiría mucha diferencia en definitiva, y así pondría fin a la relación que mantenía con esa chica insoportable… Pero después se arrepentía. ¿Y si se negaba? Nunca se lo había pedido a nadie, y le
aterrorizaba que le dijeran que no. Que él le dijera que no.
Había hecho un camino largo, pero todavía tenía sus miedos.


Ese, era uno de esos días.


Estaban en la cama, abrazados y el teléfono de Pedro empezó a sonar.


Ella trató de no hacer caso, pero en el fondo sabía muy bien quien era.


Salió de la cama, soltándola con delicadeza y se fue a atenderla en la sala.


Aprovechó para tomarse un baño, para con el ruido de la ducha, no tener que escucharlo.


Tenía ganas de que viviera con ella… pero era muy tonta si pensaba que todo se solucionaba con una mudanza. Arrojó uno de los frascos de champú contra la pared. La odiaba.


Minutos después, algo más relajada, se cambió y se encaminó a la sala.


Se congeló en el pasillo cuando escuchó voces. ¿La había invitado?


No, eso era romper totalmente el trato.


La puerta se abrió y él entró nervioso y apurado mientras decía en voz alta.


—Un segundito, ya busco a Paula… y… – la miró con los ojos abiertos como platos como si hubiera visto un fantasma. —…y me cambio.


—¿Quién… – él la interrumpió.


—Tus viejos. – dijo muy bajo mientras entraba al cuarto y
empezaba a vestirse a toda velocidad.


Se mordió los labios para no estallar en carcajadas. Ella los
conocía, no se iban a espantar por ir a su casa y encontrarse con un hombre en bóxer. Probablemente le hacían algún chiste incluso.


Era una mujer grande, que desde los 18 años vivía sola. 


Conocían a su ex… eran personas modernas…


Pasó a la sala y con una sonrisa los saludó.


Claudia y Leo la abrazaron alegres y obviamente la miraron
esperando una explicación.


—Ese era Pedro. – susurró para que solo ellos la escucharan. — Y ahora debe estar teniendo un ataque de nervios mientras se viste.


—¿Y Pedro? – preguntó Leo.


—Ya no estamos juntos. – se encogió de hombros. —Pero seguimos siendo muy amigos.


—Que lindo este chico. – comentó Claudia con una sonrisa
cómplice.


Se rieron mientras terminaban de ponerse al día.


Un ratito después, un muy apenado Pedro, hacía su aparición en la sala y ahora sí, saludaba como correspondía.


—Mis viejos, Claudia y Leo. – dijo tomándolo de la mano, y
dándole confianza. —Pedro, mi novio. – agregó sonriéndole.


Al escuchar esa presentación, él le apretó apenas un poco más la mano y devolviéndole la sonrisa se animó a saludarlos.


Improvisaron una comida con lo poco que tenían en la heladera, y compartiendo unas copas, de a poco fueron todos integrándose.


Les había caído bien, y ellos a él también. No supo explicar por qué, pero ese hecho la emocionaba.


Casi se podía olvidar de que un rato antes lo había llamado su ex.


Casi.


Pedro se ofreció a levantar los platos y a buscar el postre, así ella tenía tiempo para cruzar algunas palabras con sus padres a solas.


—Es amoroso. – dijo Claudia. – Y jovencito. – sonó sorprendida.


—Tiene 27 años, mamá. – dijo ella riendo y poniendo los ojos en blanco.


—Tiene mucha onda… – dijo Leo recostándose en la silla como siempre hacía cuando terminaba de comer. —Deberíamos invitarlo al club.


Claudia estuvo de acuerdo.


Se excusó por un momento y se fue a ayudarlo a la cocina.


—Hola, bonita. – la saludó al verla mientras acomodaba los platos sucios en el lavaplatos.


Ella lo abrazó y lo besó en los labios.


—Hola, bonito. – contestó. —¿Cómo estás? – quiso saber.


—Un poco nervioso. – dijo sinceramente. —No sé en que estaba pensando cuando les abrí la puerta casi en pelotas. Me paralicé del….miedo, supongo.. Mil disculpas.


Ella se rió.


—No pasa nada. – lo volvió a besar. —Les caes bien, te quieren llevar al club.


El asintió con la cabeza sin saber que decir.


Había estado esperando un buen rato para tenerlo así, para ella sola.


El verlo sentado a la mesa, haciendo un esfuerzo especial para gustar a sus padres, la conmovía. Se había puesto una de las camisas que más le gustaban. Su corazón se derretía…


Lo tomó del rostro y lo besó con tanta dulzura como la que en ese momento sentía por dentro.


El sonriendo, le sacó el cabello del rostro con una caricia y le
murmuró.


—Te amo – y la besó una vez más.


Escucharon que Leo se aclaraba la garganta y se separaron de golpe. Pedro se paró derecho, pero ella se rió y miró a su padre para regañarlo. Lo había hecho a propósito para ponerlo nervioso.


—Chicos, nosotros nos vamos ahora porque tu madre está cansada y tiene ganas de irse. – murmuró para que la señora no escuchara. —Y se pone insoportable.


Se rieron y entre una cosa y otra, se despidieron.











CAPITULO 87






Había estado en la fiesta el tiempo suficiente para esperar a Juan que llegaba retrasado, saludar a los asistentes una vez y tomar unas copas.


Nunca había tenido menos ganas de estar en un lugar… y más pensando en que en ese mismo momento, Pedro la esperaba en su casa.


La cabeza no había parado de darle vueltas.


Se había ido con la intención de dejarlo con todas las ganas, pero el juego se le había vuelto en contra. No podía esperar, quería estar con él ahí y ahora.


Temprano todavía, se despidió de Juan desde lejos con la mano, porque estaba charlando con una chica muy bonita y se subió a un taxi en cuanto pudo.


Apenas llegó, abrió la puerta y lo encontró tomando una copa.


Frunció el ceño.


Se había sacado las esposas.


—Hola. – le dijo y le señaló sus manos. —¿Por qué te las sacaste?


—Me picaba la espalda. – le contestó aguantando la risa. Se paró hasta donde ella estaba y sujetándola de la cintura le preguntó. —¿Me vas a castigar?


Ella sonrió.


—Puede ser. – levantó su ceja. —¿Vos querés que te castigue?


—Puede ser… – le dijo al oído.


—Con una condición… – lo miró a la boca. —Después quiero que vos dirijas el juego. – lo besó con fuerza, sintiendo en su boca el sabor del whisky que acababa de tomar, mezclado con su aliento dulce. —Quiero que me domines... – susurró en sus labios.


El asintió despacio y a ella se le puso la piel de gallina.


Todavía no dejaba de sorprenderla el hecho de que aceptara sus preferencias, y ahora más aún, que quisiera participar de manera activa en el juego.


No hace mucho le había preocupado que él estuviera con ella solo para introducirse en ese mundo, pero ahora no. A estas alturas ya no podía poner en duda de que había mucho más.


Para ella también había mucho más.


—El castigo no va a ser doloroso. – sonrió. —Pero si muy intenso.


Ya podía notar que la anticipación de lo que le decía lo había
afectado. Asintió y la siguió a la habitación obedientemente.


—No te voy a esposar. – se fue a buscar entre sus cajones y volvió a aparecer. —…las manos. – se rió. —Acostate boca arriba en la cama.


Le sujetó un tobillo con una correa de cuero ajustado a una de las patas de la cama y lo dejó tirante. Hizo lo mismo con la otra y se paró a distancia para apreciarlo mejor con una mano en la cintura. Sonrió. Le gustaba lo que veía.


El respiraba agitado, excitado a tope y esperándola.


Se fue a su vestidor y se cambió de ropa. Un conjunto de lencería como a ella le gustaba. Transparente, de encaje, y apretado. Se le ocurrió algo más en el momento, y lo buscó antes de volver a su encuentro.


—¿Te gusta? – dio una vueltita frente a él y lo vio sonreír.


—Sos hermosa…– dijo ronco entre jadeos. —Me volves loco.


—Ahora que ya me viste… – se acercó a él y le apoyó algo el rostro. —…te puedo poner esto.


Era una máscara de cuero que le cubría la mitad de la cara hasta la nariz y por detrás se ataba en la nuca.


Se veía tan atractivo… Solo dejaba ver su boca y era… irresistible.


Se acercó y lo besó.


Sin poder evitarlo, la tomó por el rostro y la besó
desesperadamente. Como si hubiera estado esperando por años… devorando su boca sediento.


Suspirando hizo la cabeza hacia atrás y le indicó.


—Las manos atrás de la cabeza, Pedro. – él asintió. —¿Cómo se dice? – lo amenazó.


—Si, señora. – contestó en un tono bajo.


Todo su cuerpo se estremeció al escucharlo. La sensación de poder que en ese momento sentía, se mezclaba con el deseo y le encantaba.


Se sentó sobre él y le masajeó con mimo el pecho. Sus músculos pectorales se flexionaban bajo sos dedos y su hermosa boca le sonreía.


Devolviéndole la sonrisa como si pudiera verla, de repente le clavó las uñas en la piel arrastrándolas hacia abajo.


—Ahh… – gritó él, sin dejar de sonreír y se movió retorciéndose haciéndola mover también.


—Quieto. – lo amonestó.


—Si, señora. – contestó haciéndole caso.


Levantándose apenas de donde estaba, le bajó el pantalón que usaba a veces para dormir y se lo quitó.


No llevaba ropa interior.


Se estiró hasta la mesita de noche y buscó algo dentro. Mmm… no debía pasarse. Por más ganas que tuviera de dejarse llevar y castigarlo, aquí tenía que irse con todo el cuidado del mundo. Estaba jugando con fuego.


Se colocó uno de sus guantes de satén hasta la mitad del brazo mientras con un control remoto encendía algo de música.


Estaba eligiendo algo para la ocasión… necesitaba algo… oscuro.


Sexy. Perfecto.


Empezó a sonar “Eat me, drink me” de Marilyn Manson. Cerró los ojos pensando en la cantidad de recuerdos le traía… y casi como entrando en personaje, tensó la mandíbula y se sentó entre sus rodillas.


Llevó la mano con el guante directo a su miembro y se lo sujetó con suavidad.


El gruñó sorprendido, y mecánicamente movió la cadera hacia delante. Se humedeció los labios y comenzó a mover la mano hacia arriba y abajo, haciéndolo perder el control, viendo como apretaba cada parte de su cuerpo luchando para quedarse quieto.


El aire entraba y salía por su boca, entre sus dientes.


Era intenso.


La canción subía y también lo hacía él.


Tomó lo que había sacado del cajón y le preguntó.


—¿Cuál es la palabra clave? – sin dejar de estimularlo.


—Stop. – frenó su mano apretándolo con violencia. —S-señora. – gimió él corrigiéndose.


Ella sonrió y aflojando su agarre siguió moviéndola.


Dudó.


Mientras se mordía el labio prendió de un pequeño botoncito lo que tenía en la mano, y este empezó a vibrar suavecito. No hacía casi ruido, pero si hubiera hecho, la música lo hubiera tapado de todas maneras.


Esa fue la razón por la que cuando se lo apoyó en la ingle él saltó como si lo hubiera electrocutado. No se lo esperaba.


—Quieto. – le advirtió otra vez. Volvió a apoyárselo, y esta vez no se movió.


Sus piernas estaban duras. Todo su cuerpo lo estaba.


El pequeño vibrador, le daba vueltas por los muslos, y el vientre con suavidad, dejando que se acostumbrara a la sensación.


Cuando pudo asegurarse de que ya estaba más calmado, lo acercó de nuevo a su ingle.


Lo vio apretar las mandíbulas y contener el aire. Tenía miedo. Ya lo conocía lo suficiente como para saber leer con precisión su lenguaje corporal.


Sonrió y se fue acercando a la base de su miembro en movimientos circulares.


Lo vió soltar el aire por su boca precipitada y descontroladamente.


En su otra mano, su erección estaba cada vez más rígida.


Probando todavía más su resistencia, apretó el vibrador un poco más abajo, y él no la frenó.


Sus gruñidos le indicaban que estaba cerca. Aumentó la velocidad de los movimientos de su mano y siguió bajando con la otra hasta posarse en la zona del perineo. Pensaba frenarse ahí, pero solo por si acaso, una mano de él envolvió su muñeca con firmeza y la detuvo.


No se la sacó del lugar, solo la contuvo ahí y gimió violentamente enloquecido de placer. Ella, dejándose llevar, lo tomó con la boca por completo y mientras lo envolvía una y otra vez con su lengua sintió como se venía tomándole la cabeza con las dos manos y un gruñido de puro desahogo.


El vibrador seguía en el mismo lugar que él lo había frenado.


Aunque no estuviera teniéndola, ella no traicionaría jamás su confianza. Y en el fondo, él también lo sabía.


Lo desató y le destapó el rostro con cuidado. Se acercó a sus labios y se los besó cariñosamente.


—Muy bien, bonito. – lo felicitó. —Muy bien.


El, de a poco recuperando el aliento, le preguntó.


—¿Ya se terminó mi castigo? – ella asintió con la cabeza porque fue lo único que tuvo tiempo de hacer.


El tomó su boca y la besó con pasión.


La música todavía seguía sonando. Era otra canción, pero todavía en el mismo tono oscuro y el mismo ritmo sensual.


Tomó sus manos con violencia y las levantó sobre su cabeza.


—Ahora mandó yo. – susurró en su oído. Llevó una de sus manos directamente a su entrepierna y la movió por encima de su ropa interior.


Se arqueó por completo y gimió al sentirlo. Fue tentándola mientras con un dedo corría la tela hacia un costado. Contuvo la respiración. Un segundo dedo tocó su piel ahora desnuda y todo el aire que estaba sosteniendo salió en jadeos entrecortados.


—Mmm… si. – dijo metiendo un dedo más. —Sos tan hermosa… – susurró.


Movió su cadera encontrando su mano, en busca de más intensidad, y él la dejó. Sonrió y aumentó la velocidad disfrutando de llevarla al límite.


Estaba a punto, pero él sacó su mano.


—Seguí vos. – gruñó en su oído. Soltó sus manos y besó su boca mientras ella no dudaba y le hacía caso.


Sus propias manos, no se sentían ni por lejos tan bien como 
las de él lo hacían, pero ya no podía evitarlo. Sus besos la catapultaban cada vez más arriba, ahogando cada uno de sus gemidos.


Se frenaba hipnotizado mirándola y excitado por la situación volvía a besarla con furia mientras no se perdía detalle.


Estaba otra vez al límite de su resistencia… empezó a moverse más rápido, pero, igual que antes él la frenó.


Sacó su mano y las volvió a aprisionar por sobre su cabeza.


—No, no, no… – la regañó. —Todavía no… – se rió y le mordió los labios. —Quiero que uses esto. – puso frente a su rostro el pequeño vibrador. —Y te quiero besar.


Para ese momento su cuerpo tenso, se movía solo lleno de
frustración. Necesitaba liberarse.


El fue bajando y le abrió las piernas colocándose en medio.


Disfrutando de cómo la torturaba, se tomó su tiempo hasta que por fin apoyó su boca en ella.


Cerró los ojos dando un grito y pudo sentir sobre su piel como sonreía. Su aliento cálido era demasiado.


Empezó a besarla muy suave, mientras tomaba la mano con la que ella sujetaba el vibrador y la llevaba ahí debajo. Ella, obedeciendo, apoyó apenas la punta del aparatito y lo prendió.


La sensación fue tan fuerte que tembló. Entre gritos y gemidos incoherentes, sus caderas apuraron lo que era ya inminente.


Sus besos eran dulces y dedicados… en combinación con el
zumbido del aparato la hicieron estallar. Su cuerpo se sacudió dejándose llevar por completo. No se comparaba a nada de lo que había experimentado hasta ahora.


Gimiendo y recobrando el sentido, después de varios minutos de locura, lo miró. El le sonreía complacido y quitándole de la mano el vibrador se colocó sobre ella.
La besó en los labios con ternura, y muy de a poco, se fue
hundiendo en ella.


Gimieron sintiéndose y él todavía mirándola, le dijo.


—Te amo. – sus ojos tan llenos de significado, de adoración, le calentaban el alma. Sentía cosquillas en el estómago….un vértigo que acentuaba el deseo que sentía por él.


Esa noche recién empezaba.






CAPITULO 86





Los días siguientes habían sido perfectos.


Habían llegado a un acuerdo.


Ya no discutirían por Soledad. El tenía que acompañarla porque era su amiga, pero nada más.


Afortunadamente la chica se sentía mejor, y eso les había dado algo de aire para estar juntos.


Ahora que la veía salir adelante, ya no se sentía tan culpable por su situación, y la alentaba a salir y hacer todo tipo de planes para que de a poco se recuperara por completo.


No quería sacar el tema, pero le parecía extraño que en todo ese tiempo no había hablado de mudarse. No la había visto buscarse un trabajo, ni buscar un sitio para ella sola… y aunque le preocupaba su bienestar, también empezaba a incomodarlo.


Como novios no habían alcanzado a convivir, y ahora de alguna manera ella había copado todos sus espacios con sus cosas.


Era todavía más desordenada que él. Llegaba de la calle y tiraba su bolso en donde podía, nunca levantaba ni lavaba los platos, y lo que más le molestaba era que siempre había ropa sucia tirada por todas partes.


Se armaba de paciencia, y contando hasta mil, trataba de ignorarlo.


Estando tan bien con Paula, de todas formas, estaba mucho tiempo fuera. Casi todas las noches dormía en su casa y cada vez que podían, salían. Solos o con sus amigos.


Todo iba marchando de maravilla.


Todavía tenían sus peleas, por supuesto…


Esta tarde, ella le comentó que el club del que ella era socia desde pequeña, realizaba una gala a beneficio, y que algunos meses antes, ya había quedado con Juany que irían juntos. Además él era también un socio.


—Bueno, pero ya no estás más con él. – le decía de a poco
perdiendo la paciencia.


—Es mi amigo, tenemos muchísima gente en común. – le explicó ella con paciencia. —Siempre fuimos juntos a estos eventos. Su papá es uno de los organizadores.


—Hace lo que quieras. – le contestó enfadado.


Seguro, podían salir juntos, en la empresa sabían que estaban saliendo, pero siempre había gente a la que se lo escondía. No conocía a su familia, ni ella conocía la suya, no conocía esta gente del club, y claro… Juany pensaba que solo era un “amigo”.


—¿Por qué te enojas? – le preguntó abrazándolo por la espalda.


—Porque no me banco que prefieras ir con él. – dijo por lo bajo, todavía enojado, pero dejándose abrazar.


—¿Estas celoso? – preguntó besándole el cuello.


—No. – dudó. —No sé. ¿Te da vergüenza que te vean conmigo? – se arriesgó a preguntar.


Ella se dio vuelta y enfrentándolo lo miró confundida.


—¿Qué? ¡No! – contestó frunciendo el ceño. Después de mirarse un rato en silencio ella cerró los ojos y bajando un poco la cabeza le dijo. — Perdón. No tiene nada que ver con eso. Ya había quedado en ir con él, porque es nuestra costumbre…pero ya le voy a decir que no. Que voy con vos. Tenés razón.


—Mmm… ahora no quiero ir. – dijo haciéndola reír.


—Me voy a volver loca. – dijo tapándose la cara.


—¿Entonces no es porque no queres que te vean conmigo? – insistió y ella se rió. —Ok. Entonces anda con el rugbier tranquila.


—Mil gracias. – le sonrió irónicamente. —¿Me gané tu permiso? – se llevó una mano al pecho. —Muchas gracias, de verdad. – había empezado a levantar la voz.


Mierda.


—No empieces… no me refería a que…. No era eso lo que quería… – no podía terminar ni una maldita frase. —No es que me tengas que pedir… – lo interrumpió.


—Te estoy cargando. – lo tomó del rostro de manera violenta y lo besó. Respiró más aliviado. Ella lo notó y sonriendo profundizó más el beso hasta hacerlo jadear. —Nunca tendría vergüenza de vos. Me da miedo lo rápido que va esto, no estoy acostumbrada. Me cuesta mucho adaptarme,
pero de a poco… – dijo mirándolo con los ojos bien abiertos.


Y sabía que decía la verdad. Realmente notaba el cambio. 


Le sonrió y le devolvió el beso, dando por finalizada la casi pelea que habían tenido.


Días después, ella se estaba preparándose para ir a la dichosa fiesta y él solo la podía mirar embobado.


Llevaba puesto un vestido negro largo sin espalda, tacones
altísimos y el cabello recogido con algunas mechas sueltas en un costado.


Brillaba.


Se mordió los labios, disfrutando de cómo daba vueltas frente al espejo.


En uno de esos movimientos, el vestido se abrió a un costado, por su tajo, y reveló la piel de prácticamente toda su pierna.


Se acomodó incómodo desde su lugar queriendo saltarle encima.


Pero solo podía eso, mirarla.


—¿Cómo me queda? – le preguntó levantando una ceja.


—Sos muy mala. – le dijo con la voz ronca.


—Mala sería si me llevo esto conmigo. – levantó frente a su rostro una pequeña llavecita plateada.


El apretó las mandíbulas. No… Ella no sería capaz.


Movió los brazos nervioso, pero sin la llave no había manera de salir.


Estaba esposado a uno de los barrotes de la cama.


No, no podía hacerlo.


La vio sonreír de manera perversa.


—Mmm… no soy tan mala. – le soltó una de sus muñecas, y él se sentó. Le dolía el cuello por haber estado en la misma posición por tanto tiempo…


—Pero un poquito mala soy. – agregó. Y aprovechando su
distracción, lo volvió a esposar, pero con las manos cruzadas adelante.


—Paula… – le dijo asustado.


—Sh.. – le acarició el cabello. —No pasa nada, bonito. No voy a volver tan tarde. – se metió con mucho cuidado la llave en el escote y sonrió. —Espero que no se me pierda – dijo rozándole los labios en el cuello.


A esas alturas su cuerpo entero estaba tenso como una piedra.


Gruñó al sentir su aliento cálido sobre la piel.


Perfectamente consiente de lo que le estaba provocando, agachó su cabeza y le fue regando el pecho con besos. Su abdomen se flexionó y contuvo el aire.


Ella solo siguió bajando, hasta llegar a su ombligo. Estaba desnudo, y se hacía bastante evidente que estaba al borde de reventar.


Haciéndose lugar entre sus piernas, lo tomó con la boca y él, con los ojos en blanco hizo la cabeza para atrás totalmente entregado.


Sus besos eran adictivos.


Lo volvían loco.


Su lengua giraba en círculos y él no podía contener sus jadeos, ni sus caderas que se movían hacia delante y atrás entrando y saliendo de ella rápidamente.


Estaba tan cerca que sin darse cuenta había empezado a mover sus muñecas en un intento inútil de soltarse, solo para dejarse casi en carne viva la piel.


Ella suspiró de manera ruidosa y retrocedió de a poco. Se paró delante de él, y se acomodó de nuevo el maquillaje.


Le temblaban todos los músculos.


—No te vayas. – dijo casi gimiendo.


—Quiero que cuando vuelva tengas muchas… – se mordió los labios. —Muchas ganas…


—Paula… – pero ella ya se había ido. Caminó con habilidad
trepada a esos inmensos tacos y cerró la puerta de salida.


Bufó totalmente frustrado.


Como pudo fue hasta el baño, y repitiendo lo que ya había hecho otras veces por su culpa, abrió el agua fría y se metió debajo sintiendo como de a poco se apagaba el fuego.


Más calmado, y ahora con más sangre irrigando su cerebro, se preguntó. ¿Y si había una emergencia? ¿Y si el edificio se prendía fuego?


El ni siquiera podía vestirse. Sus manos estaban esposadas juntas, cruzadas y por delante de su cuerpo.


Bueno, al menos no estaban en su espalda, o peor… a la cama. Así podía ir al baño todavía.


¿Podría comer?


El estómago le rugió.


Valía la pena intentarlo.


Había podido hacerse un sándwich con todo lo que había en la heladera. Nada mal, pensó levantando las cejas.


Estaba comiendo, cuando escuchó el timbre.


Se miró desnudo y se congeló en el lugar.


Tal vez se hubieran confundido… o era algún vecino pidiendo azúcar… Volvieron a tocar. Varias veces.


Miró hacia arriba como preguntándole al cielo. ¿Por qué?


Fue hasta la habitación y con una agilidad que lo había dejado impresionado, logró envolverse una toalla a la cadera. El ajuste era un poco precario, así que tendría que rogar que no se soltara.


Tomando aire, preguntó intentando ver por la mirilla.


—¿Quién es? – por favor que sea equivocado, pensó.


—¿Está Paula? – un hombre… le sonaba… —Soy Juany.


—Eh… ella se fue hace un rato a la fiesta. – le contestó.


—Nos desencontramos. – un silencio. —¿Me dejarías pasar? – sonaba raro. —¿Sos su novio, no? ¿Pedro?


Eso lo sorprendió.


—S-si. – aparentemente lo era.


Pedro, dejame pasar un segundo. – se acercó mucho a la puerta. — Necesito pasar al baño, te lo pido por Dios.


Se contuvo de reírse, pero era difícil. El muchacho parecía
desesperado.


—No te puedo abrir… no estoy… – ohh…que incómodo se sentía. —…vestido.


—Te juro por lo que más quiero que no te voy a mirar. – rogó.


—Ok. – se rió y empezó a luchar con el llavero.


Le estaba costando dar vuelta la llave con las muñecas
imposibilitadas.


—Daaaaale flacooo. – decía el otro. —¿Por qué te cuesta tanto?


—Hago lo que puedo… – decía malhumorado y nervioso de que lo apurara. Le salía todo peor.


—¿Estas esposado? – preguntó el chico entre risas.


—Puede ser. – dijo mordiéndose para no reírse de lo ridícula de la situación. —Si te reís, vas a tener que hacer en una maceta.


—No me rió. – contestó mordiéndose y aguantando como podía. — Siempre guarda una llave de repuesto en el cajón de la mesita de noche.


—Este es el repuesto. Perdimos la otra hace unos días. – dijo poniendo los ojos en blanco y tratando de no pensar en que él antes estaba en su lugar… Había estado con Paula. El estómago se le apretó, y el sándwich que había estado comiendo, le cayó pésimo.


Gracias al cielo, en un intento más, la puerta se abrió y sin darle tiempo a nada, Juan pasó corriendo hasta el baño.


Cuando salió estaba mucho más relajado.


—Mil disculpas. – dijo levantando las manos. —Vivo lejos, y hoy trabajaba hasta tarde. – se acomodó el moño del traje. —Muchas gracias.


El asintió sin saber bien que decirle. Hubiera preferido que
directamente se fuera de una vez…


—No te tendría que estar diciendo esto, pero hay otras llaves en el botiquín del baño. – le sonrió. —Tratá de volver a esposarte cuando vuelva, porque se va a enojar. – levantó una ceja. —Mucho.


—Gracias. – dijo riendo incómodo. —Esto es muy raro…


El otro también rió.


—Podría ser peor… – entornó los ojos como recordando algo y silbó. —Si te contara la cantidad de situaciones…


—Prefiero que no. – se adelantó a decir él encogiéndose de
hombros.


Juan sonrió entendiéndolo, y guiñó un ojo.


—Nos vemos, Pedro. – lo saludó asintiendo con la cabeza y cerrando la puerta, ya que a él le costaría mil veces más.


—Chau, nos vemos. – dijo él.


Sacudió la cabeza y con mucho cuidado, se fue a servir una copa.


La necesitaba.