miércoles, 29 de abril de 2015

CAPITULO 50





Y ahí estaba Paula. Sonriendo de manera pícara.


Creyó que iba a hacerlo pasar, pero no. Todo lo contrario. Lo
empujó y salió con él a caminar por el pasillo. La miró confundido.


—Vamos a dar un paseo. – le tomó una mano y caminaron por el hotel casi a oscuras hasta llegar a una sala común en donde había algunos sillones, y un inmenso ventanal.


Ella siguió tirando de él hasta salir por una de las puertas de vidrio que daba a un balcón tan grande como la ventana.


Fue solo cruzar esa puerta, que sus pulmones se llenaron de aire puro con aroma a naturaleza. El paisaje que tenían era impresionante.


En frente del hotel, tenían una vista de las montañas que como en todas épocas del año se encontraban nevadas, y preciosas. A la luz de la luna, solo se veían los picos más elevados, y los otros quedaban siendo solo una silueta negra. Se distinguían perfectamente los relieves.


Le hubiera gustado tener sus elementos de pintura. O al menos su cámara.


Estaban a cierta altura desde ese piso. Si miraba hacia abajo, solo veía oscuridad. Monte… por todos lados. Desde ese lado del hotel, no había más que ventanas de vidrio que mostraban solo eso, montañas.


Tomó aire con fuerza. Parecía una postal.


Ella se paró a su lado y se apoyó en la baranda.


—Siempre vengo al mismo hotel. – respiró profundo con los ojos cerrados. —Es hermoso.


Estaba completamente relajada. Con la cabeza elevada, iluminada por el cielo su piel se veía…brillante. Cabello plateado suelto cayendo por sus hombros y una sonrisa de placer que nunca se olvidaría.


Se acercó por su espalda y le besó el cuello despacio. 


Apoyó una de sus manos sobre la suya en la baranda, y la otra en su cintura atrayéndola hacia él.


Ella solo ladeó más la cabeza, dejándose besar y suspiró.


Aprovechó y siguió besándola en la mandíbula, sintiendo como su perfume se mezclaba con los del aire. Lo tomó de la mejilla acariciándolo, y él también suspiró.


Tomó el lóbulo de su oreja con los labios y luego lo mordió
suavecito. Ella gimió.


Y ese sonido se volvió adictivo.


Bajó sus manos colocándolas en su cadera y la empujó contra su cuerpo.


Enredó los dedos en su cabello y tiró de él para acercarlo, mientras se mordía los labios. De repente no existía nada más.


El hotel, el balcón y las montañas habían desaparecido. Ni la luna parecía estar ahí. Subió sus manos, acariciándola hasta llegar a sus pechos.


Los sujetó con fuerza. Sintiendo como sus pezones se endurecían a través de la fina tela del vestido que llevaba puesto. Volvió a gemir. Moviéndose contra él, sacó una de las manos de la baranda y lo tocó directamente en la
entrepierna.


El cerró los ojos, y gruñendo se apretó contra su mano sin poder esperar ni un segundo más.


Quería sentirla.


Quería estar dentro de ella.


La soltó solo por un segundo, en el que se bajó el cierre del
pantalón y la ropa interior pegándose a ella, mientras le subía la tela del vestido. Estaba agitada, totalmente perdida y entregada a él. Eso solo hizo que la deseara todavía más. 


Una de sus manos viajaron por su pierna, subiendo, hasta encontrar el borde de su ropa interior, y corriéndola despacio a un costado, la tocó.


Instintivamente ella se hizo para atrás como buscándolo.


—Mmm… – se escuchó decir cuando la sintió al acariciarla.


Empujó apenas su espalda para apoyarla mejor en la baranda, y se acomodó entre sus piernas. Era una tortura, pero necesitaba sentirla.


Empujó más contra ella y la escuchó decir su nombre entre jadeos.


Gimiendo, incapaz de seguir aguantando, se acomodó y de a poco, la penetró. Los dos soltaron el aire con fuerza y comenzaron a moverse rápidamente.


Se necesitaban con urgencia.


Se agachó del todo contra la baranda, haciéndolo entrar mucho más en ella y él no pudo hacer otra cosa que acelerar el ritmo de sus embestidas. Tomado a su cadera, entraba y salía con tal ímpetu, que la hacía gritar.


Cuando quisieron darse cuenta, estaban los dos viniéndose de manera violenta. Tomó nuevamente sus pechos y gruñó, sintiendo como ella se dejaba ir en sus brazos, y se hacía eco de su placer.


Suspiraron y buscaron recobrar el aliento agotados.


La abrazó cariñosamente, conteniéndola mientras descansaban y sus respiraciones volvían a la normalidad. Su corazón también latía desbocado.


Había sido increíble. Pero siempre lo era con ella.


—Eso fue muy peligroso. – se rió todavía afectada. —Nos podría haber visto alguien. – explicó, pero aun así no se separaba de su abrazo.


Había apoyado la nuca en su pecho cómoda.


El se rió también.


—No aguantaba más. – suspiró con fuerza. —Te necesitaba. – sintió que se estremecía y él solo la sostuvo más cerca.


—Vamos a la cama. – dijo acariciando uno de sus brazos que la cubría.


Y él estuvo feliz de acceder a su invitación.


Se fueron a la habitación de Paula y siguieron lo que habían
empezado en ese balcón.


Sin juegos, sin reglas.. sin sumiso, sin ama, sin límites. 


Disfrutaron por igual del otro, como nunca lo habían hecho. 


Probándose, sintiéndose…


Deseándose.


Se despertó temprano por la mañana, sobresaltado con la alarma del celular de Paula.


—Por Dios, ¿Qué es eso? – dijo asustado.


—La alarma. – contestó riéndose. —No viajo con el reloj de mi cuarto. Acá no me queda otra que usar este tonito chillón.


—Casi muero del susto. – dijo ahora riéndose y volviendo a
abrazarla.


—Tenemos reunión en una hora y media. – se lamentó sintiendo como él se movía hacia ella totalmente listo para la acción.


—¿Y? – preguntó besándole el cuello.


—Tenemos que desayunar con Marcos para preparar las cosas. – le explicó.


Entendiendo, dejó caer su cabeza cerca de la de ella y gruñó.


—¿Nos damos una ducha? – le preguntó mordiéndose el labio. El la miró al principio sorprendido y después le sonrió asintiendo. ¿Le estaba preguntando? Eso era nuevo.


Se acerco a sus labios y los besó con ganas.


—Vamos. – lo interrumpió ella antes de que no pudieran detenerse.


Una hora después estaban sentados desayunando como si nada, bajo la atenta mirada de Marcos, que parecía más molesto con él que nunca.


Pero no le importaba ni un poco. Miró a Paula y le sonrió
abiertamente, feliz de estar con ella ahí en Mendoza. Ella le devolvió la sonrisa, acomodándose el cabello detrás de la oreja. Un gesto que no era para nada parecido a lo que estaba acostumbrado. Se había sonrojado y era realmente muy difícil no besarla en ese mismo momento.


El asistente se aclaró la garganta mirándolos a los dos, y con cara de pocos amigos, le fue pasando hojas a su jefa para que revisara.


—Ya que el señor Alfonso no tiene una tarea específica en la
reunión. – dijo con bastante malicia. —Podría aprovechar por visitar las plantas y traernos los informes que necesitamos para la conferencia de mañana.


Paula levantó la mirada hacia el chico y este instintivamente bajó la cabeza.


—Si tiene una tarea específica. – apoyó los codos sobre la mesa irguiéndose más y a él se le estremeció hasta la última célula de su cuerpo.


Con ese vestido elegante y el cabello apenas alisado, su aspecto era imponente. Sus ojos amenazantes se clavaban en él como los de un depredador a su presa. Podía sentir el miedo del muchacho. Era casi palpable. —Necesito que este presente y aprenda de algunos temas.


—Perfecto. – contestó con una sonrisa tensa. —Era una sugerencia para ahorrar tiempo, pero está bien. – le pareció que detrás de cierto temor, había algo más. Lo miró con odio y no le quedaron dudas. Al principio había pensado que era pura competencia laboral. Que el chico se sentía amenazado por el nuevo. Quizá temiendo que le quitaran su lugar. Pero no.


Ahora resultaba obvio. Marcos sentía cosas por Paula y estaba celoso.


Pero ella no parecía interesada. ¿Lo habría estado alguna vez? Y en su cabeza se empezaron a formar todo tipo de preguntas. ¿Ese chico había sido su sumiso también? Sabía que no jugaba con más de una persona a la vez, se lo había dicho. ¿Era por eso que Marcos lo odiaba? ¿Antes jugaba
con él?





CAPITULO 49




Se despertó cuando estaban aterrizado, algo sobresaltado por unos gritos. Miró a su costado, y Paula estaba manteniendo una acalorada discusión con su asistente.


Mejor dicho, ella era la única que discutía. Lo estaba regañando directamente. Su tono era frío y severo.


—No me podes decir eso ahora, Marcos. – protestó con un grito. — Eso tenía que estar autorizado para ayer. Ya lo tendrían que estar viendo los abogados. – golpeó su carpeta contra uno de los asientos enojada y vió que el chico se estremecía y bajaba la vista.


Trato de no mirar, para no empeorar la situación, seguro se sentía mal y estaba humillado, pero era muy difícil apartar los ojos de ellos. El lenguaje corporal… de repente se sintió molesto.


Se veían como ama y sumiso. Y ese chico hacía mucho mejor papel que él.


Una azafata interrumpió el momento, indicándoles que se pusieran los cinturones y se quedaran quietos en sus lugares hasta llegar a tierra.


Se permitió mirarla ahora si, y vio que estaba tratando de serenarse.


Pero como ya la conocía …más íntimamente, se daba cuenta de que todo su cuerpo permanecía tenso.


De ahí, se subieron a un auto los tres sin cruzar ni una palabra.


Ok, esto no era para nada incómodo – pensó con ironía.


Suspiró mirando por la ventanilla.



****


Estaba nerviosa, y se la estaba agarrando con su asistente. 


Cerró apenas los ojos tratando de calmarse.


Lo que en realidad la preocupaba era toda su situación con Pedro.


Una y otra vez trataba de poner en orden sus pensamientos, para así, encontrarles una lógica. Mierda. En cualquier momento se podría a hacer cuadros y listas.


Por lo pronto sabía que podían jugar, y eso se les daba espectacular.


A él le gustaba ser dominado. No tenía mayores problemas con eso, lo disfrutaba. Pero entonces también estaba su costado sensible… Su maldita forma de ser, que le ablandaba todos los huesos del cuerpo. Y ahí era donde él tomaba el mando.


Su corazón saltó.


La ponía histérica.


La confundía.


Antes temía lastimarlo… pero ahora que sabía que tenía su propia historia, con una chica hermosa – tensó la mandíbula. – y tan joven… sus miedos pasaban por otro lado.


Sacudió la cabeza. No podía pensar así.


Ella no era así.



****


Una vez en el hotel, cada uno fue a su habitación a prepararse. Esa noche había una cena con uno de los socios representantes, y era importante ser puntuales. En teoría era más una cena social, porque no pretendían hablar de trabajo, pero siempre había que estar preparados.


Lo que no sabía todavía bien, es que haría él ahí. Así que un rato antes, pasó por la habitación de Paula y le tocó la puerta.


Ella estaba en bata maquillándose, y después de mirar hacia el pasillo y asegurarse que nadie lo había visto, lo dejó entrar.


La tuvo ahí, tan cerca que no pudo contenerse. Parecía que hacía años que no la veía…


Tomó su rostro y le dio un beso en los labios.


—Hola. – le dijo bajito. Ella respondió a su beso enredando los dedos en su cabello y acercándolo más.


—Mmm…hola… – dijo entre besos.


Por un minuto, en sus brazos, volvía a ser la Paula que a él le gustaba. Bajó sus manos por su cintura y la pegó más a su cuerpo.


—Nos tenemos que ir a la cena. – le recordó, notando de repente como Pedro se tensaba contra ella.


—Si, venía a hablarte de eso. – le sonrió, separándose a
regañadientes. Ella le devolvió la sonrisa, pero sin entender.


—¿Qué voy a hacer yo ahí? No entiendo nada, soy nuevo… – le besó el cuello. —Mejor me quedo acá y te espero.


Ella se rió, negando con la cabeza.


—Donde yo vaya, vos vas a ir. – volvió a besarlo, tirando
juguetonamente de su labio inferior. —Y después vamos a volver acá los dos juntos.


El gruñó por lo bajo agarrándola de la cadera.


—No te hagas tanto problema. – lo acarició en el pecho. —Lo que no entiendas, te lo puedo explicar.


No le quedó otra que asentir. Seguía siendo su jefa después de todo...


Se habían sentado los dos en una mesa cuadrada del mismo lado, con Marcos enfrentándolos, y en donde las otras sillas vacías quedaban en las puntas. Estaban esperando a dos personas más que llegarían en cualquier momento.


Aprovecharon para ponerlo al día de quienes eran esas personas, y el rol que cumplían en la empresa. Era obvio que Paula ya había hablado con su asistente, y se imaginaba que su presencia ahí no tenía nada que ver con lo laboral…y eso no hacía más que ponerlo nervioso.


Peor teniendo en cuenta las miradas que este le dirigía. 


Como si quisiera fundirlo o quemarlo con los ojos.


Un momento después llegaron los socios, una mujer y un hombre de más o menos cuarenta años, muy atractivos, y simpáticos. Se presentaron como Alberto y Bárbara. Ellos trabajaban en la planta de Mendoza, aunque estaban al tanto de todo lo que pasaba en Buenos Aires.


Ordenaron rápidamente y mientras se acomodaban, el mesero les dejó un vino tinto de la casa con una amplia variedad de quesos para degustar. El vió una excelente oportunidad, y se vació la primera copa como para entrar en calor.


Justo lo que necesitaba.


Los socios hablaban de eventos a los que habían asistido con Paula, y Marcos cada tanto metía algún que otro bocadillo presumiendo de su amplio conocimiento en el tema. Bueno, en cualquier tipo de tema la verdad. El chico parecía saber un poco de todo. Era irritante.


El, por su parte, todavía no había abierto la boca más que para comer y beber.


Paula había tomado la palabra, y ahora les comentaba de las nuevas campañas de publicidad en las que se estaba trabajando en ese momento.


Lo miró entornando los ojos y le sugirió.


—¿Por qué no les contas un poco en que está trabajando tu
departamento? – y mientras él asentía amablemente y comenzaba a darles el típico speech, ella apoyó una mano en su rodilla.


Tensó un poco la mandíbula y luego continuó.


—Porque lo que queremos transmitir… – seguía diciendo, notando en sus miradas que les estaba vendiendo perfectamente la idea, aunque ya estaba dando vueltas sobre lo mismo.


Paula subió por su pierna, y sin que se le moviera un cabello de lugar, apoyó toda la mano en su miembro.


Su voz falló por un segundo, hasta que pudo reponerse y seguir.


Entonces ella metió los dedos y con habilidad, le bajó de a poco el cierre.


Ya no sabía ni qué hacía sentado ahí. Se concentró en seguir respirando con normalidad hasta que de nuevo, pudo continuar con lo que decía.


Había podido meter la mano por su bragueta, y ahora lo estaba tocando por encima de la ropa interior. Sentía que todo su cuerpo se había puesto duro como una piedra. Movía los dedos rodeándolo, imitando con delicadeza como siempre lo tocaba, haciéndolo sudar. Gracias al cielo, pudo terminar de contestar a la pregunta que le habían hecho, y ahora hablaban entre ellos, lo más alegres, totalmente ajenos a lo que pasaba en sus pantalones.


Ella subió un poco más y jugueteando con el elástico del bóxer, pudo meter la mano dentro para sentir su piel. El apretó los labios ahogando un gemido.


Dibujaba círculos en la punta de su miembro, y sonreía al notarlo cada vez más hinchado, y para su vergüenza, cada vez más húmedo. Iba a explotar en ese bonito comedor…y no sería lindo.


Se mordió el labio mirándola, casi rogándole que parara, y ella le sonreía con una ceja levantada. Suspiró trabajosamente.


Entonces ella retiró la mano de golpe y aprovechando que nadie la miraba, se pasó el dedo índice por los labios, para luego recorrérselos con la lengua probándolo.


El la miró perdido, negando con la cabeza. Se estaba prendiendo fuego.


Tomó de su copa precipitadamente y por poco se ahogó. Lo
disimuló aclarando su garganta y sentándose más derecho. 


Estaba hecho un desastre.


Necesitaba llevársela de ahí para estar solos. Realmente lo
necesitaba. Tenía toda la frente transpirada, y ella sonreía y hablaba con los de la mesa como si nada.


La comida se extendió y después del plato principal, habían tomado postre y habían hecho una larga sobremesa con algunos tragos. El ya no sentía ningún sabor. Quería darse golpes en la cabeza contra la mesa.


Cuando pensó que no podía más,Paula empezó a despedirse, diciendo que mañana tenían largo día y sería conveniente descansar. No se miraron, pero la tensión entre ellos iba creciendo de a poco.


Marcos se levantó y le dio la mano a los socios. Luego Paula, y ahora le tocaba pararse a él. Se prendió la chaqueta, que por suerte era bastante larga, y todavía un poco incómodo, se paró para saludarlos.


Alberto y Bárbara se quedaron en el restaurante, mientras ellos tres se subían a los ascensores que daban a los cuartos.


Soltó el aire algo aliviado.


Todos estaban alojados en el mismo piso, así que habían tenido que hacer de cuenta que se despedían hasta el día siguiente, para que Marcos no los viera entrar juntos.


Fue a su habitación y se quedó esperando. Lo estaba matando la ansiedad. Y ella lo sabía perfectamente. Se estaba tardando a propósito.


Ya no aguantaba.


Asomó la cabeza y no vió nada. El pasillo estaba sumido en
completo silencio. Apenas iluminado por las luces cálidas de las bombitas que estaban en los apliques con forma de arbolitos en la pared.


Salió y caminó muy despacio, casi en puntas de pie hasta su puerta.


Golpeó dos veces con los nudillos. Nada.


Golpeó más fuerte.


La habitación de Marcos no quedaba tan cerca, así que seguramente no se escucharía.


Escuchó que la llave daba vuelta y todo su cuerpo se tensó.






CAPITULO 48




En el avión apenas habían cruzado dos miradas. Su asistente Marcos, le estuvo encima todo el tiempo. El chico parecía desesperado por su atención. Querían tener preparadas las dos reuniones.


El solo se puso unos auriculares y cerró los ojos relajándose y recordando lo que había sido su día desde la mañana.


Como iba a viajar, le habían dado el día libre para empacar, así que a las doce, ya estaba en su departamento, bañado y haciendo la valija. No tenía idea que ropa llevar, pero le daba igual. Era lo que menos le importaba. Supuso que algunos trajes por si lo llevaba a las reuniones. “Si lo llevaba”, pensó. 


Sacudió la cabeza sin querer pensar en las implicancias de la situación.


Estaba doblando una de sus camisas, cuando Soledad apareció por su espalda.


—Entonces no te veo por tres días. – dijo asintiendo pensativa.


—Y tres noches. – le confirmó continuando con lo suyo.


—Es mucho tiempo… – vió por el rabillo del ojo que se abría el vestido que llevaba puesto.


Sin darle tiempo a reaccionar, se le abalanzó, dándole un beso en la boca. El quiso sostenerla, de paso para recobrar un poco el equilibrio, pero no podía.


—Soledad… – no había manera de frenarla.


—Te estoy dando la despedida nada más. – le sonrió y él negó con la cabeza. No tenía ganas de estar con ella y se sentía horrible.


—Esperá, no… – ella era rápida, y para ser tan pequeñita, tenía fuerza. Tampoco es que no pudiera alzarla como una pluma si quería, pero no pretendía forcejear ni hacerle daño.


Estaba recién bañado, así que solo tenía una toalla prendida a la cadera, que obviamente, ella, tras un par de tirones, se encargó de desprender y tirar al piso.


La estaba por recoger, cuando la escuchó tomar aire con fuerza y gritar.


Pedro, amor. – se tapó la boca. —¿Qué te pasó en el cuerpo?


El cerró los ojos con fuerza. Las marcas de los varazos. Lo que pretendía era estúpido, pero de todas maneras lo intentó.


Se tapó de nuevo y la miró como si no supiera de que estaba
hablando.


—Ah? ¿Qué me pasó? ¿Por qué? – ocultó bastante mal una risa nerviosa.


Ella abrió los ojos como si entendiera de repente y se tapó la boca.


—¿Te lastimaste entrenando? ¿Te agarraste a las piñas, Pedro? Oh por Dios – estaba tan preocupada, que le dio pena. Ahogó un grito de espanto. —¿Te quisieron robar?


—¡No! – contestó rápido para tranquilizarla. —No es nada, estoy perfecto. No es nada de lo que pensas, en serio. No te pongas así.


—Entonces ¿Cómo te hiciste todo eso? – tenía las manos en la cintura.


El se rascó la cabeza y sonrió apenas. No podía contarle, de ninguna manera. No, no. De ninguna manera.


—Soledad, dijimos que no íbamos a contarnos todo. – levantó las cejas y a ella por fin terminaron de caerle todas las fichas.


—¿La loca con la que estás te hizo eso? – dijo a los gritos.


—Basta.


—¿Cómo podes permitir que alguien te maltrate de esa forma? – negó con la cabeza indignada. —Me sorprende de vos, Pedro. Saliendo con ese tipo de gente… ¡Qué horror!


—Hey. – la cortó. —Te voy a pedir que por favor no hables de cosas que no sabes, y de gente que no conoces.


—Es que… es un asco. – arrugó la nariz. —Anda a saber con cuanta gente estuviste, y con cuanta gente estuvo ella… y yo acá. Queriendo estar con vos.


—¿Qué decís? – se rió exasperado. —Estas diciendo cualquier cosa.


—Yo ahora ya no quiero estar más con vos, Pedro. – se encogió de hombros, poniéndose el vestido nuevamente. —Te entiendo lo de la relación abierta, yo misma la propuse. Pero ESTO. – volvió a negar con la cabeza seria. —Este es mi límite.


El puso los ojos en blanco y siguió ordenando. No quería pelearse.


—Te estoy hablando. – le dijo arrojándole uno de los pares de medias que tenía perfectamente organizados por color.


—¿Qué hacessss? – la miró enojado. —En serio Soledad. Fijate a quien le decís loca, o mírate un poquito en el espejo.


Ella abrió la boca ofendida y él cerró un poco los ojos y se
tranquilizó respirando profundo.


—Perdón, perdón. – levantó las manos. —No te quise decir eso.


—Andate a la mierda. – le contestó con bronca. —Yo me preocupo por vos, y… – le tembló la barbilla. —Se acabó. Esto se acabó.


Se fue del departamento golpeando la puerta.


El se sentó en la cama y se tapó la cara con las manos. No quería lastimarla. Podía salir a buscarla, pensó. Pero después se miró. Todavía estaba desnudo.


Tomó su teléfono y llamó a su celular. Obviamente no lo atendió, así que le dejó un mensaje.


“Soledad, perdón. Sabes que no te quise decir eso. Estaba enojado. – suspiró. —No quiero que te vayas así…que terminemos mal. Por favor, hablemos.” Y se cortó.


Pero no le contestó.


Ahora en el avión todo le parecía bizarro. El había ido lejos con sus palabras, pero ella también. ¿Hasta cuando iba a seguir tolerando ese tipo de actitudes? Ya estaba cansado. 


Subió el volumen de la música de su mp3 para acallar sus pensamientos y se fue quedando dormido.