Podía sentirlo a través de su vestido, y estaba a punto de perder el control. El la besaba con tanta pasión que se le aflojaban las rodillas, y otras zonas también. Gimió.
La estrujaba contra su cuerpo con necesidad. Y ella se moría por arrancarle la ropa.
Tenía la mente dividida. Por un lado quería agarrarle las manos y atarlo a la cama. Desnudarlo y tenerlo así por horas, hasta que no pudiera más. Pero por otro…
Se alarmó recordando algo importante.
Volvió a la realidad de golpe.
—La salsa. – dijo separándose.
Salió corriendo a la cocina, y por suerte, estaba todo en orden. Solo por las dudas, removió la comida y suspiró.
Estaba sofocada. Se pasó una mano por la frente y de a poco recobró el aliento.
****
De repente se había quedado solo en el living. Se acomodó apenas la ropa y se obligó a respirar profundo un par de veces.
La música seguía sonando y sonrío al escuchar de que tema se trataba. “Los calientes”. Pensó en lo apropiado que era para ese momento y una vez ya calmado, la siguió hasta la cocina para ver si necesitaba ayuda.
La encontró probando de una cuchara llena de salsa. El tragó con fuerza mientras ella lo encontraba con la mirada y soplaba.
Tuvo ganas de reír y de preguntarle al cielo. ¡¿Por qué?! ¿No se daba cuenta de lo sexy que era?
Le sonrió como si nada y le preguntó.
—¿Necesitas ayuda?
Ella negó con la cuchara en la boca y su ceja levantada, como evaluándolo.
Con una sonrisa que a él se le antojó perversa, le habló.
—¿Querés probar? – él, totalmente embobado asintió y se fue acercando.
Sacó la cuchara a la olla, con un poquito de salsa humeante.
Le hizo señas para que se acerque, y cuando estaba por abrir la boca se acercó también y sopló, poniéndole los pelos de punta.
—Me vas a matar. – le hizo saber. Ella sonrió para nada inocente y muy de a poco le metió la cuchara en la boca.
El sabor delicioso de la salsa invadió sus sentidos y sonrió.
Todavía la miraba a la cara, perdido en sus ojos. Quería terminar lo que habían empezado en el living. Ya no tenía nada de hambre. Ella complacida, le sacó la cuchara y le dio un pequeño beso, para luego alejarse y seguir cocinando.
Parecía que sabía hacerlo, y que tenía un sistema. Todo estaba ordenado, y cada movimiento de ella, coordinado a la tarea que estaba realizando. Aun con su mirada insistente, no se había equivocado nunca.
Cualquiera hubiera dicho que estaba sola, bailando una coreografía, y era un deleite mirarla. La seguridad que emanaba, lo hacía sentir muchas cosas.
Ella podía con todo, y lo hacía bien.
Mientras sacaba una especie de ravioles del fuego y los colaba, se detuvo a pensar lo afortunado que había sido en que ella si quiera se fijara en él.
No sabía bien que estaban haciendo, es más, estaba esperando que ella le dijera. Después de todo era quien tenía el control la mayoría de las veces. No sabía que pretendía de esta situación tampoco. Evidentemente Paula le gustaba, demasiado. Pero ella tenía una relación, y él… estaba esperando a ver que pasaba con la suya cuando Sole volviera de Perú.
Entonces, ¿Qué buscaba?
Paula se acercó y lo rozó con el cuerpo al tiempo que buscaba en los cajones cubiertos para servir la pasta. Su cuerpo reaccionó casi al instante poniéndose totalmente duro como hacía unos instantes.
Mmm…si. Esto buscaba.
La tomó de la cadera y la sostuvo en el lugar, pegándose a su espalda, besándole el cuello.
Ella cerró los ojos, moviendo la cabeza hacia un costado,
facilitándole el acceso.
Era obvio que ella buscaba lo mismo, y lo demostraba sin vueltas.
Sin histerias. Y eso hacía que le gustara todavía más.
****
Abrió los ojos.
Era tan fácil perder el control con Pedro. Se mordió el labio y
odiándose por interrumpir sus besos se separó apenas.
—¿Comemos? – dijo visiblemente afectada. Sentía como sus mejillas enrojecían.
La miraba con sus ojos celestes y a ella le ardía el cuerpo entero.
Teniendo su cara tan cerca pudo detenerse en los detalles, como la pequeña peca en su labio inferior. Era tentadora, y ahora ya no podía dejar de mirarla con hambre.
Esos labios de repente se movieron.
—Dale. Comamos. – su tono de voz era grave y ronco.
Estaba pensando en lo mismo que ella.
Suspirando, llevó la fuente a la mesa, ayudada por él, que llevaba el pan y otros platos.
Se sentaron, y por primera vez en su presencia, se sintió nerviosa.
¿Le gustaría como cocinaba? Probó ella primero, para controlar que le habían quedado como querían, y cerrando los ojos brevemente, apreció la pasta.
Perfecta.
Sin quererlo dijo “mmm…” y se pasó la lengua por los labios.
Fue un acto inconsciente que había dejado a VEROZUK con todas las neuronas quemadas.
Abrió los ojos, para encontrárselo con la boca entreabierta y las manos apretadas en puños sobre la mesa. Le gustaba como la miraba. La hacía sentirse deseada. Sonrió y lo miró de manera juguetona.
Vio que se movía en su silla, y más derecho miraba su plato y trataba de concentrarse en otra cosa. Probó y al ver su gesto, no le quedaron dudas de que la había gustado.
—Cocinas muy bien. – dijo apenas tragó. —Está riquísimo.
—Gracias. – le contestó ahora más tranquila. —Me gusta cocinar.
El estiró los labios de manera cómica.
—A mí me gustaría aprender, porque amo la comida. – se rió. — Pero no me sale bien.
También se rió.
****
Empezó a hablar, y contarle como había aprendido a cocinar, deteniéndose en detalles graciosos que lo hacían reír, y poniéndole color a todo lo que decía. Miraba sus ojos, tan expresivos, tan seductores, parecían hablar su propio idioma. Era imposible no mirarlos. Le hacían sentir ganas
de meterse por un momento en su cabeza, y saber en que pensaba.
Sus manos se movían gesticulando, y eran preciosas.
Toda su piel lo era.
De un blanco delicado y rosado que brillaba con la luz, y lo tentaba a sentirle el tacto. El sabía porque la había tocado.
Era tan suave como parecía.
Era de seda.
Y su sabor era dulce.
Quería sacarle la ropa y besarla en cada rincón mientras esos ojos verdes lo miraban y esa boca provocadora le sonreía y gemía de placer.
Su entrepierna se ajustó tanto, que tuvo que acomodarse en la silla varias veces. Iba a explotar.
Apuró los últimos bocados, impaciente. Y se quedó
esperando a que ella le indicara que seguía.
Ella ya había dejado de comer, y con la copa de vino en la mano estaba mirándolo de manera intensa.
Y ahí se dio cuenta de que no le importaba para nada que ella tomara las riendas de la situación. No le importaba para nada. Quería que lo hiciera. Desde que la había conocido había percibido esa veta dominante. Era segura.
Lo cautivaba la manera en que ella manejaba todo, y quería que lo manejara también a él. Que lo usara.
Jadeó.
Había estado todo el día anterior despidiéndose de Juany.
Las buenas noticias tenían que ver con un trabajo que le había salido. Una oportunidad de negocio que no podía rechazar. No se verían por tres meses, y a diferencia de otras veces, se sintió casi aliviada. Se encontró preguntándose ¿Por qué seguía con esta relación si no la hacía feliz?
Y la respuesta era simple. Porque era cómodo. Porque lo conocía.
Porque no le daba felicidad, pero si seguridad. Y ella valoraba eso.
Siempre lo había hecho. Podía contar con él. Sabía de donde venía y a donde iba.
Pero entonces se acordaba de las noches que había pasado con Pedro.
No podía evitar hacer comparaciones.
Tenía ganas de verlo.
Y entonces sin evaluar lo que hacía ni sus consecuencias, se encontró buscando su celular para escribirle.
Las cosas con Juany, habían quedado en stand by. Eran adultos y las relaciones a larga distancias eran complicadas, así que en vez de hacerlo más difícil para ambos, se habían dado un tiempo libre. Para extrañarse, le había dicho él. Y ella le había hecho la mejor versión de sonrisa que podía darle.
Rara vez extrañaba a alguien.
Muchas veces se había sentido una bruja, por no ser capaz de sentir como lo hacían sus amigas. Por no ser cálida y amorosa como por ejemplo lo era Gaby.
Pero ellas la conocían. Sabían que no era porque fuera una mala persona, o no tuviera sentimientos. Le costaba expresarlos. Por eso se llevaba tan bien con Juana.
El era parecido.
No se lo exigía.
No la juzgaba.
Seguía las reglas del juego que ella imponía. Y eso a ella se le hacía fácil
Le encantaba el control. Era lo que la había llevado a donde estaba.
Y tenía que admitir que en las relaciones íntimas, eso la excitaba. Le gustaba pensar que no era para todos, y también por eso conservaba a su casi novio. El no se asustaba y aceptaba todas sus locuras a la hora del sexo.
Le gustaba dominar, y a él ser dominado se le daba casi de manera natural.
Siempre era cuando ella quería, como ella quería, donde ella quería.
Y sabía por experiencia que eso no le gustaba a todo el mundo.
Antes de conocer a Juan había salido con otros, y con ninguno había llegado a ese nivel de entendimiento.
Había pasado por demasiadas experiencias para darse cuenta de que prefería tener una pareja estable dentro del tipo de relación que prefería.
Pero era tan difícil.
Había llegado a pensar que era un problema, y que para ella iba a ser imposible encontrar a alguien que pudiera adaptarse a esas reglas. Y entonces apareció Juany.
Y justo cuando había sentido que él era todo lo que había buscado, aparece Pedro.
No sabía nada de él. Y seguramente no serían tan compatibles en la vida como lo era con su novio, pero tenía que hacer aunque sea el intento de conocerlo. Porque esas noches que habían pasado juntos, no se parecían a nada de lo que había vivido antes.
Había sido increíble.
Se habían entendido. No había tenido que decirle que hacer, se había conectado.
Y era tan raro para ella, que merecía la pena ver que pasaba. O eso se decía para tranquilizarse por la locura que acababa de hacer.
Había invitado a su casa a un desconocido. A su propia casa.
Sonrió y se terminó de peinar con los dedos frente al espejo.
Faltaban unos minutos para las diez, y conociendo al resto del mundo que no era ella, seguramente llegaría media hora tarde, así que se acercó hasta la cocina y probó la salsa. Pastas y un buen vino. Pocas cosas podían superar el placer que le generaba esa combinación. Sonrió mordiéndose los labios.
Y entonces escuchó el timbre.
Miró de nuevo el reloj. Las diez en punto. Se acomodó la ropa rápidamente y sorprendida por su puntualidad fue a abrirle la puerta.
Y ahí estaba, tan guapo como lo recordaba. Con el pelo algo
húmedo todavía, o oliendo maravillosamente. Llevaba una camisa perfectamente planchada y en su mano una botella de vino. Le sonrió nervioso.
Oh. Acababa de sumar muchos puntos, pensó.
—Hola. – lo saludó con un beso en la mejilla. El la sostuvo por la cintura durante un segundo.
De cerca olía aún mejor. Su vientre se contrajo de manera
agradable.
—Hola. – respondió, alcanzándole la botella.
Ella sonrió y lo invitó a pasar.
—Todavía estoy cocinando, pero si querés mientras esperamos podemos charlar un poco. – sugirió.
El abrió un poco los ojos y asintió buscando asiento.
Ella tenía las riendas de la situación, y eso hacía que no estuviera muerta de nervios como él. Se apresuró a abrir el vino y más rápido que ella, él lo sirvió.
Dando el primer trago, rompió el hielo.
—Perdón por lo del otro día. – se acomodó en la silla. —No sabía que iba a venir.
—Está todo bien. – se apuró a decir. —¿Era tu… – se corrigió. — ¿Es tu novio?
Ella negó con la cabeza volviendo a probar el vino.
—No es mi novio. – suspiró. —Es bastante complicado.
—No hace falta que me cuentes. – la frenó con una mano. Y tomó vino él también. —Estoy un poco nervioso… no suelo hacer esto.
Ella se rio distendiéndolos.
—Yo tampoco. – de alguna manera era verdad. Había hecho cosas locas. Muchas. Demasiadas. Pero nunca algo tan normal como esta cita.
—Hablemos de otra cosa, propuso. – mirando la copa, pensó. — ¿Qué haces? ¿Estudias? ¿Trabajas?
—Trabajo. – se aclaró la garganta. Le gustaba hablar de su trabajo. —Soy Licenciada en Administración, y soy la directora general de una empresa.
El abrió los ojos sorprendido.
—¿Cuántos años tenés? – le preguntó con una sonrisa y algo de admiración.
—Treinta y dos. – contestó orgullosa. —Me recibí a los veintidós. – explicó.
—Wow.
—¿Y vos?
—Yo me recibí la semana pasada. De hecho, vos estuviste en el festejo de mi recibida, no se si te acordás. – se rió. —Estaba disfrazado de mujer.
Ella también se rió y asintió. Se acordaba. El siguió hablando.
—Me recibí de Licenciado en Publicidad, y ahora estoy buscando trabajo. – se rascó la cabeza pensando en la entrevista nefasta que había tenido y habló distraído. —Y tengo veintisiete.
Ella también estaba sorprendida. No esperaba ser mayor que él, pero siguió hablando como si no importara.
—Esta bueno que quieras trabajar tan pronto. Muchos se reciben y se toman años sabáticos. – suspiró disgustada pensando en su hermana, que en ese momento estaba en Ibiza, de fiesta. —Para mi eso es una pérdida de tiempo.
El se rió ante el gesto reprobatorio de Paula y le contestó.
—Para mí también. Además me gusta mi carrera, y no veo la hora de trabajar. – se encogió de hombros. —Creo que desde que empecé a estudiar es eso lo que quiero.
****
Le sonrió dulcemente y a él cada vez se le hacía más difícil no mirarla a la boca, que se moría por besar.
Lo tenía impresionado.
No conocía a nadie de su edad que fuera tan exitosa.
Además de increíblemente hermosa. Siguieron hablando por un rato sobre sus hobbies, y se dio cuenta de que a pesar de que no tenían muchas cosas en común, todo lo que ella hacía le resultaba interesante.
De fondo sonaba John Mayer, y el olor delicioso de la comida casera lo estaba hipnotizando.
El vino lo había relajado lo suficiente para sacar algunos temas de conversación, así que más tranquilo preguntó.
—Y…¿Qué música escuchas? – ante la sonrisa con ceja levantada de ella, aclaró. —Además de John Mayer.
—Escucho mucha electrónica. – dijo pensativa.
El asintió. Odiaba la electrónica, pero disimuló.
—¿Alguna banda que te guste… de rock? – volvió a preguntar esperanzado.
—The Killers. – contestó acordándose. Y sonrió hasta que se le formaron hoyuelitos. Cada vez le parecía más linda. —Y de acá, Babasónicos.
El abrió los ojos más grandes y sonrió con ganas.
—Me encantan. Es una de mis bandas favoritas.
Ella todavía sonriendo se levantó hasta el equipo de música y cambió a otra lista de reproducción. Empezó a sonar “Rubí” y se sintió como en casa. Los acordes familiares, ayudaron para que terminara de sentirse cómodo y ya con menos timidez se acercó hasta donde estaba y la tomó por la cintura mirándola a los ojos. Esos hermosos ojos verdes que lo hacían perder el control. Y ahí estaba su boca, respirando tan cerca de la suya.
Irresistible….remar contra tu atracción… decía la canción. Y así se sentía. Fue acercándose hasta que sus labios se tocaron.
Había esperado por ese beso, y hacía que el corazón le galopara en el pecho, aumentara su ansiedad, pero al mismo tiempo, lo aliviaba. Su boca buscaba en la de ella, y se conectaba como dos piezas hechas a medida.
Ella había cruzado los brazos por detrás de su cabeza, y al notar tanta entrega, se estremeció. Su cuerpo lo traicionaba y se había excitado como un adolescente.
Paula lo notó y sosteniéndole la cabeza más cerca para profundizar el beso, su respiración se agitó.
Su boca era dulce, y muy caliente. Sabía exactamente lo que hacía, y estaba enloqueciéndolo. Fue moviendo sus manos desde su cintura hasta más abajo, apretándola contra su entrepierna.
No podía creer lo que estaba haciendo. Solo unos minutos antes, estaba en la cama con Paula, y ahora estaba debajo escuchando como se iba con su novio.
El no era así.
Cuando escuchó cerrarse la puerta salió de su escondite
malhumorado.
No la conocía, solamente tenía su nombre. Tampoco hubiera
esperado que le contara que estaba en pareja. Pero de todas formas estaba molesto. Si sabía que su novio podía ir a su casa y encontrarlos, debería haberle avisado.
No le gustaba como se sentía.
Sin ganas de seguir pensando en ella, ni en lo que acababa de pasarle, salió del departamento sin importarle que la parejita estuviera por ahí. Si se los encontraba, mala suerte.
Pero no.
El edificio estaba en completo silencio.
Dejó la llave en portería y se marchó.
Ni siquiera le había dado un beso de despedida…pensó.
Se golpeó la frente con la palma de la mano.
No podía estar pensando en eso.
Al llegar a su casa, se dio cuenta de que Soledad no había vuelto, no lo había llamado ni le había escrito. Seguramente estaba camino a Perú.
A diferencia de lo que le había pasado la otra mañana, hoy no sentía culpa. Y no porque técnicamente ya no estaba en pareja, si no porque no lo sentía.
Quien no parecía tener ninguna culpa era esta chica, Paula.
No había tenido problema en meter a un hombre a su casa, y esconderlo para que no lo descubriera su novio. Si se lo contaban, no lo creería. Era algo sacado de una película. Increíble.
¿Lo haría a menudo?
Frunció el ceño.
¿Qué le importaba? No era asunto suyo.
Y cuanto más se repetía eso, más se molestaba en pensar en lo fría que había sido con él.
Ni siquiera le había dicho su apellido, como para buscarla en
Facebook. Pensó por un segundo que se podía deber a que no la hubiera pasado bien, pero lo descartó. Ya era la segunda vez que estaban juntos. Si no le gustara no se hubiera repetido.
Se acostó mientras amanecía, pensando en ella.
Todavía sentía los besos grabados en sus labios, todavía le parecía oler su perfume…
Muy a su pesar, le había gustado.
Maldijo.
Le había gustado mucho, y quería volver a verla.
El día de su primera entrevista de trabajo, había llovido como pocas veces. De todas formas, se las había arreglado para llevar su material, su portfolio y la camisa que había planchado sin arruinar.
Era una empresa chica, y no estaba interesada en tener un
departamento especializado en publicidad. Más bien se los contrataba esporádicamente según la necesidad. Les había gustado su trabajo, pero no podían asegurarle ni siquiera cuanto sería el pago. Además lo cobraría en tres veces, y había unas cuantas cuestiones más que no terminaban de cerrarle.
Saludó a entrevistador en un apretón de manos y se fue.
Un rato en el gimnasio le vendría bien para descargar tensiones, pensó. Así que se cambió a su ropa cómoda y fue en busca de su amigo Ezequiel.
Apenas lo vio, le señaló una de las cintas para que vaya corriendo.
—¿Y? ¿Cómo te fue en la entrevista? – quiso saber.
El apretó los labios en una línea fina.
—Uff… ni me digas. – le apoyó una mano en el hombro. —Ya va a haber otras mejores.
El asintió mientras aceleraba el trote.
Como pocas veces, el gimnasio estaba lleno de gente, y su amigo lucía distraído. Cada tanto miraba en dirección a la puerta. Más de una vez lo habían llamado de alguna máquina y ni siquiera parecía estar escuchando a sus alumnos.
Y de repente, entró quien estaba esperando. Se rio. Era obvio. La morocha amiga de Paula, vistiendo unas mini calzas negras y un top corto ajustado y su larga cabellera negra atada en una colita de caballo tirante.
Los saludó con la mano y tras sonreír y guiñar un ojo a Ezequiel se ubicó en una de las bicicletas fijas.
Miró a su amigo levantando las cejas.
—Le dije que viniera a conocer el gym – le susurró. —Todavía la sigo remando, pero capaz la convenzo de salir a tomar algo después.
Negó con la cabeza divertido.
—¿Y vos con la amiga? – lo codeó.
Pedro sonrió y sin que Caro escuchara, le contó lo que le había pasado esa última noche, con todos los detalles que pudo. Su amigo se reía y lo cargaba divertido.
—Bueno, pero por lo menos yo estuve con ella. – se burló él. —Dos veces.
Ezequiel puso los ojos en blanco y resoplando, le contestó.
—Pero te echó a patadas de la casa… – comentó.
Se encogió de hombros como si no le importaba, mientras por dentro revivía por enésima vez como lo había tratado. No era solo el hecho de que era la primera vez que le pasaba, pero también había algo más.
Antes de que sonara el timbre, él había sentido una conexión entre ellos. Fueron minutos, pero no podía dejar de darle vueltas al asunto. Algo había pasado. No podía estar solo en su imaginación.
Insultó.
Quería volver a verla. Quería estar con ella otra vez. No tenía ningún sentido, pero se moría de ganas.
Tal vez si le preguntaba a su amiga…
Pero se frenó ahí mismo. ¿Qué estaba diciendo? No podía hacer eso. Primero porque Paula tenía novio, y segundo porque quedaría como un raro. Un acosador. ¿Qué pretendía hacer? ¿Pedirle su celular? ¿Y después qué?
Si ella hubiera querido se lo hubiera dado. ¿No?
De repente abrió los ojos y frenó de golpe la cinta. Acababa de darse cuenta de un detalle.
El tampoco se lo había pedido, ni le había dado el suyo. ¿Y si ella estaba pensando lo mismo que él ahora?
Esto le pasaba por tener tan poca experiencia en estos temas.
Siempre teniendo relaciones tan estables con la misma chica…no estaba en su terreno. Le tendría que preguntar a sus amigos como proceder. Y ellos seguramente tendrían muchas cosas que decir, muchos chistes para hacerle, y lo cargarían hasta el año que viene. Pero si eso lo acercaba a tener otra noche con Paula, lo haría sin dudarlo.
Terminó con su entrenamiento, se duchó y esperó a que su amigo saliera para poder hablar con él. Pero lo vio tan ocupado hablando con Caro, que se dijo que lo que tenía para charlar podía esperar.
Y sonriendo, le guiñó un ojo y levantando el pulgar le deseó suerte.
Aunque seguramente no la necesitaría.
De lejos podía ver como se acercaba a la chica, la ayudaba con los aparatos de musculación y ella sonreía.
En pocos minutos estuvo en su casa.
Se puso ropa cómoda y se dispuso a preparar el material para su próxima entrevista de trabajo. Era en unos días, pero quería estar listo.
Elegía los mejores trabajos que había hecho, pero también se fijaba que fueran del perfil de la empresa a la que estaba yendo.
Un sonido lo distrajo de su tarea. Su celular.
Tenía un mensaje. Pero cuando vio y en lugar de ver el nombre de su destinatario, un número que no tenía agendado, frunció el ceño.
Lo desbloqueó de mala gana pensando que era alguna publicidad de concesionaria de autos, o algo así, pero cuando leyó, su pulso se disparó.
“Hola Pedro, soy Paula. Disculpá lo del otro día. Nos podemos ver esta noche? Besos.”
El teléfono se le quedó en las manos y él todavía no reaccionaba. Al final había sido ella quien se había puesto en contacto. Por un momento se preguntó. ¿Y su novio? Se rio.
Le importaba bastante poco.
Se puso a pensar una respuesta para darle, y no le salía nada. Se sentó en una de las sillas todavía mirando la pantalla como si fuera a tener la respuesta, y nada.
Frunciendo el ceño tipeó lo primero que se le cruzó por la mente.
“Si. ¿Dónde? ¿Cómo tenés mi número?”
Y dio enviar.
Mierda.
Se tapó la cara ofuscado. Había quedado como un desesperado. Y ¿Por qué le preguntaba cómo tenía su número? Lo único que le interesaba es que quería verlo.
Otra vez más se sintió como un tonto.
Era obvio que la primera vez que habían estado juntos había
conseguido llevársela a su casa por la seguridad que el alcohol le había dado. Pero sin él, le pasaban cosas como las de esa noche y se bloqueaba.
No podía ni sonreír.
Por suerte, y aunque no contaba con una respuesta, su celular volvió a sonar.
“En mi casa. Se lo pedí a Muriel, ella estuvo hablando con tu amigo Agus y se lo dio. Te molesta?”
Sonrió y respondió lo más rápido que pudo.
“No! Me alegro de que me hayas escrito. Nos vemos a las 10. Te parece?”
Bueno, eso había salido bastante mejor que lo anterior.
Sonaba un poco más relajado. Volvió a sonreír. Era una tortura, no sabía como comportarse con ella, pero tenía ganas de verla. No podía esperar. Los recuerdos de sus ratos juntos vinieron a su mente quemándole el cerebro.
Y una nueva respuesta llegó a su teléfono.
“Perfecto. Nos vemos esta noche.”
Se sorprendió un poco por el tono frío de su mensaje, pero estaba demasiado nervioso como para que le molestara. Había querido que vaya a su casa directamente. Nada de bares, o restaurantes. No perdía el tiempo, y eso le gustó.
Tal vez se estaba imaginando algo que no era, pero de todas formas la ansiedad solo iba en aumento.
Decidió que solo por si acaso se volvería a bañar. Y ya estaba pensando con detenimiento que se iba a poner, cuando sonó su teléfono.
Miró la pantalla esperando ver a quien antes le había estado
escribiendo, pero no. No era Paula.
—Hola, Soledad. ¿Cómo estás? – dijo largando el aire, notoriamente decepcionado.
—Mal. Te extraño, amor… – ponía esa vocecita a la que él nunca podía resistirse. Ese tonito lastimero que se le clavaba entre las costillas como un cuchillo.
Suspiró.
—Yo no te dije que te fueras. Vos sola lo decidiste. – le recordó.
—Si, pero estaba muy enojada… No quise decirte todas esas cosas que te dije. – la angustia de su voz le partía el corazón. Sabía como debilitarlo.
—Soledad, no me hagas esto. – le rogó. —Me vuelven loco tus vueltas, tus idas y venidas.
—Por lo menos prometeme que cuando vuelva me vas a dar otra oportunidad, y lo vamos a volver a intentar. – dijo al borde de las lágrimas.
—Vos sabés que yo te quiero.
—Yo también te quiero. – dijo sinceramente. —Cuando vuelvas vamos a hablar. Ahora necesitamos un tiempo para que los dos pensemos. Vos aprovechá y disfrutá tu viaje. Y yo voy a hacer mi vida también.
Ella sabía a que se refería. Eran las condiciones de cuando recién se habían conocido. Estaban retrocediendo un par de casilleros en la relación, pero por lo menos no estaban cortando de raíz, fue lo que ella pensó.
—Esta bien. Te llamo cuando vuelva. – tomó aire con tristeza. —Te quiero.
—Yo también, nena. Cuidate. – contestó antes de cortar.
Odiaba escucharla o verla llorar. Era algo que no soportaba. Y peor todavía, si pensaba que él era el responsable de esas lágrimas.
Pero como le había dicho, él no la había echado. Lo confundía. Un día lo quería y le rogaba, y al otro lo insultaba y rechazaba. Era demasiado.
No solían pelearse.
Pero las pocas veces que lo habían hecho, había sido terrible.
Había veces que pensaba que no se peleaban por tonteras, porque estaban más allá de esas trivialidades por las que discutían las otras parejas. Pero otras veces, como hoy, llegaba a pensar que no se tomaban la molestia de pelarse porque no les importaba demasiado. La relación entre ellos había empezado en términos muy livianos, y era inevitable caer siempre en lo mismo. Todo era tan cambiante, como la misma Soledad.
Algo molesto se fue a dar un baño para relajarse y poner la mente en blanco un rato hasta que tuviera que reunirse con Paula.
No tenía intenciones de contarle Soledad de las veces que había visto a esta chica. Después de todo no era relevante desde su punto de vista. Como cuando salían y él estaba con alguna que otra compañera de la facultad.
Eran cosa de una noche. El mismo acababa de dejarle claro que cada uno haría su vida.
Pero después de haberla escuchado tan mal, algo de culpa le daba.
Maldijo.
¿Ella era la que no se decidía y él el que tenía que sentir cargo de conciencia?
No le parecía justo. Lo enojaba.
Y mientras lo meditaba se bañó, se cambió y se preparó para ir a lo de Paula.
Una corriente eléctrica de puros nervios le recorrió el cuerpo. ¿Qué se dirían? ¿Cómo tenía que saludarla? ¿Cómo sería?
A último momento pasó por una licorería y compró un vino que según el vendedor, quedaba bien con casi todo. Sonrío para sus adentros. ¿Cenarían o directamente…?
Era tan extraño darle todo el poder a la otra persona. Ella lo había controlado todo desde el principio. Hasta en la cama tomaba las riendas de la situación. Y eso era distinto… Pero le encantaba.
Tanto que su respiración se agitaba a una cuadra de llegar a su edificio.
Se estacionó en la entrada y se secó las manos transpiradas en el jean. Tomó aire para serenarse y se bajó con el vino.