viernes, 15 de mayo de 2015

CAPITULO 102




Las palabras habían salido de su boca sin que se diera cuenta. Tanto se había preocupado por corresponder los sentimientos de Pedro y no lastimarlo, que no había notado lo que le pasaba.


Se había dejado llevar, y en un impulso le había expresado todo.


Y ahora, en sus brazos tenía sentido.


Había vendido su auto para poder viajar… a verla a ella.


Todo tomaba una nueva y más feliz perspectiva.


Sonrió rozando su nariz con la de él y lo volvió a besar.



****


En la empresa, todo de a poco volvía a la normalidad. Paula fue recibida por un Gabriel que por poco se pone a dar saltos al verla.


Estaban todos tan nerviosos con el lanzamiento del nuevo producto y su campaña, que necesitaban de su presencia.


El, por su parte, había llegado justo para ponerse a trabajar como siempre había soñado.


Seguro, ahora tenía que trabajar hasta tarde, pero era
definitivamente su vocación.


El equipo estaba tan atareado, que habían delegado actividades muy importantes a gente como él, aun muy nuevo e inexperto.


Era una excelente oportunidad para probarse en su carrera y
aprender.


Eso significaba también que recién salía de noche, bastante más tarde que Paula, y había veces que ya por ser tan tarde, se iba directamente a su departamento.


De esa manera, no la molestaba, ya que también se sentía siempre agotada.


De todas formas, cuando estaban juntos, su teléfono no paraba de sonar, o no se despegaba de su laptop, y tampoco tenía tiempo. Eran épocas difíciles, pero según le parecía, divertidísimas.


Por lo menos hacía que esos breves instantes que tenían, entre el trabajo, comer algo rápido o dormir, fueran más especiales.


Y los valoraban cien veces más.


Como esa noche, que después de estar en la empresa hasta la noche, ella lo esperaba afuera para ir a su departamento.


No aguantaban más.


Apurados, y entre risas, se habían prácticamente arrancado la ropa camino a la habitación y lo habían hecho en cuanto lugar encontraron.


Los juegos también eran cada vez más intensos, y él estaba cada vez más activo en su papel como dominante. No le molestaba para nada, cada tanto, ser el sumiso y que ella tomara por completo el control… pero tenía que reconocer que le estaba agarrando el gustito a esto de mandar.


Ya con naturalidad, y sin sentirse tan raro, le daba órdenes de manera firme, y sin temor a lastimarla, conociendo a la perfección sus límites, había probado todas las cosas que de a poco le enseñaba.


Le encantaba.


Era un aspecto más de Paula que amaba.


Uno que no se lo imaginaría con nadie más que no fuera con ella.


Sus amigos, les habían reprochado ya mil veces que no tuvieran ni dos segundos para salir o juntarse, pero todavía les quedaba un mes y medio de muchísimo trabajo.


Ya para cuando la campaña estuviera terminada, la empresa daría una fiesta para sus empleados como hacía cada año, como una manera de premiarlos por sus tareas, y de alguna manera también incentivarlos a siempre querer dar más. El era nuevo, pero el sentido de equipo que sentía lo asombraba.


En apenas unos meses había logrado integrarse de la mejor forma.



****


Había llegado a su casa alrededor de las ocho, y Pedro todavía seguía en la empresa trabajando con Gabriel.


Le escribió un mensaje, y se enteró que se tenía que quedar hasta la noche. Estaba agotado, y lo único que quería era dormir… así que se iría directamente a su departamento donde tenía todas sus cosas. No tenía sentido ir al de ella tan tarde.


Suspiró.


No se habían visto en todo el día, y lo extrañaba. El le había
sugerido quedarse a dormir en su casa, pero ella tampoco tenía muchas energías. Significaba armarse un bolso para el día siguiente, con su traje recién planchado… y bañarse allí, donde no tenía su secador ni planchita del cabello…


Demasiado complicado.


La noche siguiente, él había salido y se había ido a buscar ropa y había tardado horas.


Para cuando llegó, estaban tan cansados, que comieron y se fueron a dormir abrazados.


Ya ni siquiera podía llamarlo a la oficina, como habían hecho en algunas ocasiones, para estar con él. En horario de trabajo ninguno de los dos podía darse el lujo de perder ni 20 minutos.


Ni siquiera lo intentaba, porque sabía que con Pedro tampoco podía hacer las cosas a las apuradas. 


Cuando estaban juntos, se dejaban llevar y perdían por completo el sentido del tiempo.


Era frustrante, y la estaba haciendo perder la paciencia.


Ella era una persona práctica, y tendría que encontrar una respuesta práctica también.



****


Estaba tan cansado, que los ojos se le cerraban mirando el monitor de la computadora. Se sentía enfermo de solo pensar que todavía le faltaba llegar a su casa, hacerse de comer, conducir su cuerpo hasta la ducha, tomar un baño y recién entonces, poder apoyar la cabeza en la almohada.


Ni hablar de ver a Paula.


Ella estaría probablemente peor que él.


Le escribió un mensaje para avisarle que apenas saliera se iba a dormir, y si quería podía quedarse ella también en su casa.


Pasaron 40 minutos, y su celular sonó.


—Hola, bonita. – dijo al ver que se trataba de ella.


—Hola. – contestó cansada. —¿No querés venir a casa? Estoy llegando y acabo de ver tu mensaje.


—Mmm… me encantaría, pero tengo todas las cosas acá, y después tener que ir y volver… – pensar en tanta ida y vuelta, lo agotaba.


—Bueno… – suspiró. Estaba por decir algo, pero la interrumpió.


—Vamos a mi casa. – le pidió. —Tengo muchas ganas de verte. – no solamente de verla…


—Mmm… – la escuchó decir. —Ok. Nos vemos allá.


Sonrió sin poder evitarlo.


—Un besito. – se despidió él. —Te amo.


—Un besito, Pedro. – dijo ella. —Yo también te amo.


Cortó la llamada con una sonrisa en el rostro.


Gabriel, que estaba cerca lo miró y se rió negando con la cabeza.


—Están insoportables. – comentó.


El se rió y se encogió de hombros. Su jefe se acercó y hablando un poco más bajo, le dijo.


—Hay alguien que me preguntó por vos… – puso los ojos en
blanco. —Además de Paula.


El lo miró curioso, frunciendo levemente el ceño. No tenía idea de quien podía estar hablando.


—¿Te preguntó por mi? – quiso saber. —¿En qué sentido?


—¿En qué sentido puede ser? – se rió.


—No me interesa, igual. – dijo sinceramente. —Estoy bien con Paula. – sonrió.


—Mmm… entonces cuidado cuando pases por Recursos Humanos solo. – comentó de nuevo Gabriel mientras seguía trabajando en su computadora.


—¿Silvina? – dijo todavía en susurros.


El otro lo miró y tocándose la nariz asintió.


No es que no se lo hubiera imaginado. Siempre habían tenido buena onda. Se rascó la cabeza sin saber que decir.


—Decile que tengo novia, si pregunta de nuevo. – el otro volvió a asentir.


—Una novia que te debe estar esperando. – su jefe miró el reloj que tenía en su muñeca. —Andá, Pedro. Es muy tarde, seguimos mañana.


No se lo iba a discutir, ni un poco.


Saludando a todos a las corridas, salió para su departamento, donde efectivamente, Paula lo estaba esperando.


Cenaron algo rápido, mientras se contaban como les había ido a cada uno en su día.


La notaba rara.


Se mordía los labios, y tenía la mirada distraída a cada rato.


Estaba… ansiosa.


Seguro últimamente estaban los dos muy estresados, pero esto era algo más. La conocía.


—¿Pasa algo? – dijo sin poder aguantarse más.


Ella tomó aire y se acomodó mejor en la silla.


—Si, quería que charlemos de algo… – había acertado. Se la veía nerviosa, e instantáneamente, se lo transmitió a él.


—Decime, bonita. – contestó con un hilo de voz. Esperó que no fuera nada malo, …como que lo había pensado mejor, y ya no quería verlo, o algo así.


—Estuve pensando… – podía sentir como le comenzaban a sudar las manos. —Los dos estamos con mucho trabajo, ya casi no nos vemos como antes… y se está complicando demasiado. – ya no le sudaban solo las manos. —Es incómodo, para los dos.


—P-pero, Paula… – la interrumpió tartamudeando, con la voz llena de terror. —Es un tiempo nada más, cuando terminemos con la campaña… – ella levantó una mano para seguir hablando.


—Si, es un tiempo… pero después vienen otros igual de
complicados. Pensá que la campaña recién empieza. – él ya no podía ni hablar. Se quedó congelado en el lugar, escuchándola. —Por eso… estuve pensando… Y no sé como te lo vas a tomar…


Su corazón agolpado en la garganta… Si era lo que imaginaba…


MAL. Mal se lo iba a tomar.


Ella ignorando su expresión, siguió hablando, cada vez más
nerviosa.


—Estaba pensando que capaz… para estar más cómodos… que sería más fácil… – hizo una pausa en la que casi lo vuelve loco. —…si viviéramos juntos…


Soltó el aire de golpe, ¿Había escuchado mal?


—Podríamos vivir en mi departamento, y eso de paso te ayudaría a vos a ahorrar para recuperar el auto y… – se estaba haciendo un lío y al no tener una respuesta de su parte, seguía hablando a toda velocidad. —Y no tendríamos que estar yendo y viniendo de un lado al otro. También mi casa queda más cerca de la empresa… y …bueno, como siempre nos quedamos dormidos a la mañana y llegamos tarde después, nos conviene…


El, la interrumpió riendo, de puros nervios que había juntado en ese breve lapso en el que había creído que lo estaba dejando.


—Me encantaría que viviéramos juntos, Paula. – ella sonrió y por fin, se calló. —¿Estás segura? – preguntó, sabiendo que era un paso importantísimo para ambos, pero que a ella seguramente le iba a costar el doble.


Bastaba solo con recordar sus ataques de nervios cada vez que se había encontrado algo de él en su casa… como su maquinita de afeitar, o su cepillo de dientes.


Pero habían recorrido mucho camino desde entonces.


—Si. – contestó segura.


Se acercó hasta donde estaba y se sentó en su regazo abrazándolo.


—Te extraño mucho cuando no estamos juntos. – le dijo,
derritiendo su corazón y su cerebro.


La acarició por la espalda, y se mantuvo todo lo calmado que podía.


—Si, Paula. Si es por mí, me mudo ahora. – estaba tan feliz que su rostro lo delataba, y su pulso todavía no se calmaba. Por lo menos ya había dejado de sudar. —Pero no me importa el auto. – se encogió de hombros.


—Si vamos a hacer esto, lo hacemos bien. Pagamos todo a la mitad y listo.


—No tengo que pagar alquiler… el departamento es mío. – dijo explicándole.


—Y este es mío. – contestó él. —Pero podemos dividir los demás gastos.


—De verdad no necesito. – pero no la escuchaba. Pensando en voz alta, seguía diciendo.


—Podría alquilar este y tener otra entrada de paso. – se rascó la cabeza, pensativo.


Ella sonrió.


—Después vemos. – tomó su rostro con delicadeza y lo besó. La oyó suspirar en sus labios, y todo su cuerpo se prendió fuego. —Vamos a la cama, Pedro.


Y con esa orden, dio por terminada la charla.


Sonriendo también, la alzó por las caderas, y se la llevó a la
habitación de una vez.


Por ahora, no había nada más que hablar.





CAPITULO 101




Estaban tan cansados después del vuelo, que lo único que querían era dormir. Se quedaron en su casa que quedaba de paso, y estaba 5 cuadras más cerca, porque ya no podían más.


Habían dormido todo ese domingo recuperándose y
acostumbrándose de nuevo al horario.


Su teléfono no había parado de sonar. Sabía que era la loca de su ex.


No pensaba atenderla. Había acabado por apagar el maldito aparato del todo.


Su madre también lo llamaba, porque se había desaparecido una semana sin dar señales de vida, pero él estaba un poco enojada por apoyar tanto a Soledad, aun enterada de la pelea que habían tenido.


Según Alicia, la chica estaba mal, estaba enferma como su papá.


Cada vez que pensaba que a Paula le había dado esa excusa por meses, se enfurecía.


Le había creído, y se había sentido mal por una persona que no se lo merecía.


Había perdido el tiempo y casi había terminado con la persona de la que estaba enamorado.


Cada vez que recordaba la última pelea que habían tenido, quería romper algo. Estaba enojado, pero sobretodo con él mismo, por haber sido tan ingenuo.


Había llegado a su casa, esperando encontrársela por lo menos triste, pero no. Estaba animada organizando la cena con sus padres.


Apretó las mandíbulas, y con la cabeza confusa después de escuchar que Paula acababa de decirle que estaba enamorada de él, se la había quedado mirando.


—Amor, llamaron tus papás. – sonrió. —Me dijeron que vienen a comer con nosotros.


Estaba literalmente enfermo. Le estaba mintiendo en la cara


—¿Ellos llamaron? – preguntó fingiendo tranquilidad.


—Si. – contestó descaradamente.


El asintió y se puso una mano en la barbilla, por no estrangularla.


—Pensé que estabas mal, Soledad. – la miró vestida y maquillada… con el pelo arreglado.


—Ya estoy mejor, gordo. – se acercó a él y le acomodó el cuello de la camisa.


La tomó de las muñecas y sacándose sus manos de encima
retrocedió.


—No me digas así. – ella torció la cabeza como si no entendiera… como si estuviera hablándole en otro idioma.


—¿Qué te pasa? – tuvo el coraje de preguntar.


—Que me siento un estúpido. – soltó el aire enojado. —Eso me pasa.


Controlando todavía las ganas que tenía de ponerse a gritar, respiró y habló despacio.


—Mi mamá me llamó recién, y me dijo que vos la habías llamado. – la miró frunciendo le ceño. —Vos los estuviste invitando todas estas veces… que yo estaba con Paula.


Lo miraba sin decir nada, pero ahora un poco más pálida.


—Cuando no te agarraba un ataque, eran mis viejos que venían, o algo siempre inventabas para que yo no pudiera estar con ella. ¿La fuiste a ver a la empresa? Me dijiste que ella había venido acá… – los ojos de Soledad brillaban y su mentón estaba temblando, y por primera vez en la vida, no le
importaba. —¿Todo esto de tu depresión es verdad, Soledad? ¿Realmente te echaron de tu casa?


Luciendo ofendida empezó a decir.


Pedro… – pero él la frenó.


—Antes de que me contestes, por favor tené en cuenta que
mentirme con algo así sería muy jodido. – se sujetó el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar. —No me lo merezco.


Se quedó callada y miró hacia abajo.


Ese silencio le había dicho todo lo que estaba sospechando.


—No te puedo creer. – dijo para si mismo mientras se tapaba el rostro con las manos, totalmente ofuscado. —¿Por qué, Soledad? ¿Por qué me mentiste?


—Porque no quería perderte. – contestó con lágrimas en los ojos, levantando apenas el mentón. —No quería que estuvieras con ella, Pedro. No es buena para vos… yo sí.


El soltó el aire por la boca en una especie de risa.


—Estas loca. – dijo por lo bajo. —¿Por qué justo con la enfermedad de mi viejo? Sabés como siempre me afectó... ¿Tanto me odias? – le preguntó con el corazón hecho pedazos.


—No te odio, gordo. – sollozó. —Te amo… – quiso acercarse a él, pero no la dejó.


—No, Soledad. – la frenó. —Vos no amas… nunca hubieras hecho una cosa así si me quisieras. – tomó las llaves de su auto. —Te doy hasta mañana para que te vayas de mi casa, me voy a dormir a lo de Ezequiel.


Pedro, gordo... – ahora si se acercó y desesperada, lo tomó por el rostro. —Por favor, no hagas esto. Perdoname… me equivoqué. – lloró. — Pero te amo… te necesito. No me podés dejar.


—No tengo nada más para decirte. Te aprovechaste de mí y me usaste de una manera muy baja. – se soltó de su agarre rápidamente. —No te quiero volver a ver.


—No me podes dejar. – siguió. —No me podes dejar por esa… Es una loca… – no soportó más y la miró.


—Nosotros no estamos juntos, basta. – gritó. —Dejá de hablarme como si fuera tu novio, te estas confundiendo. Te ayudé como mi amiga… porque de verdad, te quería mucho… pero me equivoqué. – se fue por la puerta y antes de perderla de vista, le dijo. —Nunca más hables de Paula,
no te lo voy a permitir. Mañana para el mediodía no te quiero acá.


Y se fue.


Apenas llegó a lo de su amigo, comenzó a llamar a Paula, pero nada. No le contestaba.


Si no hubiera sido tan tonto, se hubieran ahorrado todo ese
sufrimiento.


Así que ahora, después de escuchar también el teléfono fijo sonar, y sin ver de quien se trataba, solo arrancó los cables de la pared, y siguió durmiendo abrazado a Paula, con ganas de que todo eso hubiera quedado atrás, y que el momento que estaban viviendo ahora, durara para siempre.


Finalmente el lunes había llegado, y tenían que presentarse en la empresa. El ya había terminado su semana de licencia, y ella había decidido que ya era tiempo de regresar.


Después de desayunar en la cama, ahora sin hacer tanto desastre, se habían preparado para ir al trabajo.


Cuando salieron por la puerta, Paula miró a la calle y luego a él.


—¿Dejaste el auto en mi cochera? – quiso saber refiriéndose al estacionamiento de su edificio, que él tantas veces había utilizado anteriormente. —Me hubieras dicho y pasábamos más temprano por casa…


—Mmm… – dijo pensativo. —No, no lo dejé en tu cochera.


—¿Te robaron? – se asustó.


El negó sonriendo.


—Lo vendí. – contestó como si nada encogiéndose de hombros.


—¿Lo vendiste? – ladeó la cabeza sin entender.


—Necesitaba la plata… – suspiró recordando. —Pero ahora llamo un taxi.


—¿Vendiste tu auto? – repitió.


—Tenía que ir a buscarte, Paula. – dijo mirándola. Resultaba tan obvio para él.


Ella parecía shockeada. Sus ojos se habían llenado de lágrimas, y se llevó una mano al pecho.


—No te pongas mal por mí. – le sonrió secándole las lágrimas con una caricia. —No me arrepiento ni un poco…


Paula suspiró y se lanzó a sus brazos, besándolo dulce y
tiernamente, pero también con desesperación. Como si fuera el último beso.


Lo miró totalmente conmovida y le dijo algo que pensó, nunca iba a escuchar.


—Te amo, Pedro. – su voz sonaba exactamente como la suya cuando se lo había dicho. La emoción pudo más, y sin importarle que se encontraran en mitad de la vereda, la tomó por la cintura y la besó.


Su mundo se detuvo por completo. No existía nada más. Ya sabía que ella sentía cosas por él, pero escuchar esas dos palabras lo cambiaban todo absolutamente.


Todo cobraba otro significado.


Se detuvo para mirarla, y sus ojos verdes lo atraparon haciéndolo sentir tanta felicidad, que lo hacía sentir hasta …vulnerable.


¿Cómo no iba a vender el auto para ir a verla?


Lo volvería a hacer mil veces, si fuera necesario.


—Y yo te amo a vos, Paula. – le respondió con todo el corazón.






CAPITULO 100





No recordaba haberse divertido de esa manera en mucho tiempo…


En su último día de estadía en Paris, habían recorrido las calles tomados de la mano, y se habían sacado tantas fotos, que había perdido la cuenta.


Había comido hasta creer reventar, probando todo tipo de platos típicos, y regresando temprano al hotel de él para recoger sus cosas, habían decidido quedarse ahí disfrutando de esas últimas horas encerrados, concentrados solo en el otro.


Si hubiera ido con Juan, seguramente hubiera preferido salir de compras hasta que las tiendas cerraran, pero ahora le parecía una completa pérdida de tiempo.


Porque sinceramente, no había nada en el mundo que quisiera hacer más en ese momento, que estar con Pedro.


Se habían relajado bastante, ya que ninguno había vuelto a sacar el tema de la broma. Pero tampoco era algo que se hubiera tornado incómodo.


Se habían reído, y había pasado.


No había motivos para seguir dándole vueltas al asunto.



****


No había podido sacarse el tema de su broma de la cabeza ni un segundo. Era prácticamente en lo único que pensaba en el largo vuelo que acababan de tomar a su país.


La cabeza le daba vueltas, y no era por el movimiento del avión.


En Paris habían estado en una burbuja. Algo muy parecido a un sueño, donde todo podía pasar. Como haber estado separados por más de un mes y después volver a estar juntos, cenar a las luz de las velas en el Sena a bordo de un crucero… hablar de matrimonio. Mierda. No quería recordarlo, pero siempre volvía a lo mismo. Ella lo había tomado bien, pero él había quedado demasiado impresionado.


Y de alguna manera, cuanto más se acercaban a casa, más real se volvía todo. Y no podía creer nada de lo que había pasado.


Miró a su lado, y Paula estaba con los ojos cerrados escuchando música con auriculares, intentando dormir. Pero sabía que estaba despierta.


Se daba cuenta.


¿En qué estaría pensando?


¿Sería tan raro como lo era para él?


¿Qué pasaría cuando volvieran a su rutina?


Los dos habían dejado claro lo que sentían por el otro, y que
querían estar juntos, pero… No lo habían conversado tanto tampoco.


Tomó su mano y la apretó en la suya.


Ella enseguida sonrió y se la apretó también.


…Todavía no podía creerlo.


Hacía un par de días, había pensado que no la volvería a ver…


Aterrizaron en Argentina esa noche…