lunes, 4 de mayo de 2015
CAPITULO 65
Los días que siguieron, fueron sin dudas, los mejores de su vida.
Su relación con Paula solo se hacía más fuerte, y se podía decir que compartían todo.
Ya se había acostumbrado a pasar todas y cada una de sus noches a su lado, entre juegos y momentos más de ellos, era... su parte favorita del día.
Hacían planes con sus amigos, o con las suyas, y ya no tenían que seguir ocultándose. Podía ser cariñoso con ella en público, y de a poco, notaba que ella también lo era con él.
Y aunque todo parecía haber cambiado para mejor, en la empresa se complicaba. Marcos no los dejaba tranquilos. Siempre estaba metido en medio cuando él quería acercarse, o aprovechaba algunas veces en que ella no miraba, para mirarlo mal y ponerle piedras en el camino.
Gabriel lo había notado, y no estaba muy feliz con el asunto.
Varías veces había intercedido a su favor para que el muchacho lo dejara tranquilo. Porque la verdad es que no hacía otra cosa que provocarlo.
Inventaba situaciones como que él había estado usando la
fotocopiadora sin permiso, o que siempre llegaba tarde o se vestía desalineado. Ya no sabía que decir.
Era verdad que su escritorio estaba siempre hecho un lío, pero su jefe entendía que era parte de su proceso creativo. Además antes de terminar la jornada de trabajo, dejaba todo de punta en blanco.
El chico lo decía para molestarlo.
Ese día estaba con los ojos en blanco escuchando como lo regañaba por mandar a pedir cartuchos de color para la impresora láser sin tener un documento firmado por él, que era por piso, el encargado de hacerlo.
El había ido con ese documento para firmarlo, porque necesitaba imprimir con urgencia, y Marcos no lo había querido recibir en su oficina.
—¿Qué está pasando? – los interrumpió Gabriel.
El chico le contó los detalles y su jefe lo miró. El negaba con la cabeza resignado, esperando también ser reprendido por él, pero no fue así.
—Pedro tenía mi autorización. – cortó en un tono firme. —De
ahora en más la tiene, y no necesita pasar por vos. Si tenés problemas con eso, por favor discutilos con tu jefa.
Marcos se puso rojo como un tomate y apretó los puños a los costados de su cuerpo con impotencia.
Asintió enojado, y esperó a que Gabriel se fuera para decir por lo bajo.
—Y obvio que todos defienden al que se acuesta con la jefa… – resopló.
—Ey. – le advirtió poniéndose de pie.
—¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a pegar? – se rió burlándose. — Decime si lo que digo no es verdad. ¿Sabés cuanto tiempo tuve que trabajar para ganarme este lugar? Y vos venís y te llevas todo de arriba porque te coges a Paula.
Salió disparado de su asiento hasta quedar parado frente a él mirándolo fijo a los ojos. Se había olvidado por completo en donde estaba.
Todo lo que quería era arrancarle la cabeza del lugar de una trompada.
—Nunca vuelvas a hablar así de ella. – amenazó pegándose más a su cara.
—Dale, pegame. – lo desafió. —Dame ese gusto… de ver como te echan a patadas, dale.
Apretó las mandíbulas con fuerza.
—Salí de acá, porque no me va a importar nada, y te voy a romper la cara. – resopló entre dientes.
—Mirá lo que sos.. – lo miró de arriba abajo con desprecio. —¿Te pensas que Paula se va a quedar con alguien como vos? Se está divirtiendo… y cuando se le vayan las ganas, te va a dejar tirado.
—Eso no es tema tuyo. – contestó.
—Siempre quise saber como era en la cama. ¿Cómo le gusta que se lo hagan..? – no pudo terminar de hablar.
Todo pasó rapidísimo. El pulso se le agolpaba en los oídos, y no pudo contenerse. Le pegó un puñetazo en plena cara, haciéndolo revotar contra otro escritorio y tirando todo lo que estaba encima.
Cuando pudo recuperarse, se paró y le hizo frente, tentándolo a que siguiera pegándole.
Pero para ese entonces, varios de sus compañeros lo tenían agarrado de los brazos y ya no podía moverse por más que tironeara para soltarse.
Marcos sonreía altanero y se limpiaba la boca notando que se le había partido el labio y sangraba.
Gabriel llegó justo para pegar dos gritos y que todos volvieran a sus lugares.
Levantó el teléfono y llamo a Paula. Genial. Ahora si que estaba en un problema.
Esta, sin entender llegó hasta el lugar y se quedó con la boca abierta mirando el panorama. Se puso algo pálida al ver la cantidad de sangre de su asistente y los miró primero a uno y después al otro.
Ambos estaban con las camisas fuera de lugar y agitados de la bronca que estaban conteniendo. Su jefe tomó la palabra.
—Fijate que haces con estos dos Paula, los miró enojado.
—Si es por Pedro, por quien puedo responder, que se tome unos días hasta que se le pase.
Oh por Dios, lo iban a suspender.
—Pero sabé que este – señaló a Marcos. —hace días lo viene provocando. No justifico la violencia, pero ya estaba empezando a molestarme a mí también.
Paula asintió y esperó a quedarse sola con los dos para empezar a hablar.
—Marcos ¿Qué pasó? – lo miró seria. —Quiero escucharte.
Este sonrió al ser el primer elegido por ella para hablar, y
parándose mas derecho, comentó.
—Vine a decirle que no le correspondía hacer el pedido a los
proveedores de librería sin mi autorización… y me pegó. – se encogió de hombros.
—Paula. – se quejó levantando la voz sin poder creerlo.
Estaba indignado. En cualquier momento iba a perder el control otra vez y le dejaría un ojo a juego con la boca rota.
Ella le hizo seña con una mano para que se callara.
—¿Por eso fue que te pegó? – levantó una ceja. —¿Esa es tu versión?
El otro puso los ojos en blanco.
—Estaba haciendo abuso de autoridad… se jactaba de tener
derechos que acá no todos tenemos… por la relación que tiene con vos. – la miró de manera intensa.
Ella asintió tranquila y después lo miró a él.
—Ahora quiero tu versión. – su mirada era helada.
Totalmente profesional.
—Ya habíamos solucionado lo de la impresora. Gabriel le había dejado claro que yo tenía su autorización. – tomó aire porque otra vez se estaba agitando con ganas de desfigurar la sonrisa soberbia de su asistente.
—Se volvió para decirme algo, provocándome y le tuve que pegar.
Ella levantó levemente la ceja.
—Le tuviste que pegar. – repitió mirándolo y luego negó con la cabeza. —¿En dónde se piensan que están? – se dirigió a los dos, molesta. —Están suspendidos.
—¿Yo también, Paula? – preguntó Marcos desesperado. —Yo soy la victima. El es un bruto, un animal… que… – ella lo interrumpió.
—Vos necesitas ubicarte y dejar de mencionar cosas que no tienen nada que ver con vos, y con el ámbito de trabajo. – dijo señalándolo con el dedo índice. —Tené mucho cuidado, Marcos.
Miró a Pedro y continuó.
—Y vos necesitas calmarte y acordarte a donde estas. Este
comportamiento no lo voy a tolerar, ni voy a poder justificarlo por más provocación que exista. – frunció el ceño realmente enojada. —Esto no es una cancha.
Se marchó enfurecida por el pasillo y ellos se quedaron en silencio escuchando sus tacones alejarse.
Tomó sus cosas y se fue a su casa frustrado.
Ella tenía razón, se había vuelto loco, no podía reaccionar de esa manera en la empresa.
Y lo que más le molestaba, era que se habían peleado por culpa de ese idiota.
Golpeó la mesa con el puño y se fue a dar una ducha para enfriarse.
CAPITULO 64
Se levantó con el estómago revuelto. La conversación que había tenido con Paula lo había dejado nervioso. Había algo en su tono de voz, algo que lo inquietaba. “Yo te llamo,” “Mañana hablamos.”
¿Cuándo cualquiera de esas dos frases habían significado algo bueno?
Cerró los ojos angustiado mientras las puertas del ascensor se abrían llegando al piso de su oficina. Le sudaban las manos.
Si llegaba a decirle que ya no quería verlo, su corazón se haría trizas. En realmente poquísimo tiempo, había llegado a engancharse tanto, que ni siquiera quería imaginarse como le dolería.
No.
No quería imaginarse.
****
La cabeza todavía le daba vueltas, y no tenía ganas de nada.
Se sentó en su silla y miró el monitor para prender la computadora.
Pero se encontró con algo que la dejó congelada.
Sobre su teclado, había una flor.
Una rosa rosada de tallo largo preciosa, con un cartelito anudado en un pequeño lazo también del mismo color.
Con las manos temblorosas abrió el papelito y lo leyó.
“Me gustaría abrazarte y que todas tus tristezas las compartas conmigo hasta que desaparezcan… Pero como estamos en el trabajo, solo puedo hacer esto. P”
Nada cursi, ni que a ella pudiera parecerle demasiado intenso. Nada más que una simbólica rosa que olía maravillosamente.
Sonrió y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Tenía otra cosa que agregar a la lista de positivos. El estaba
enamorado de ella…y hacía estas cosas que la dejaban estúpida. Antes hubiera dudado, sobre en que columna correspondía… pero bastó solo con ver esa flor y sentir como le temblaban los dedos para darse cuenta.
Se lo imaginó escribiendo el cartel, comprando ese detalle para ella, y dejándolo antes de que nadie pudiera entrar.
Con la rosa y el papelito aun en la mano se levantó de su asiento y caminó sin pensar hasta el área de publicidad.
El estaba cerca de la máquina de café con algunos compañeros charlando, que cuando la vieron en seguida volvieron a sus lugares. Todos menos él, que se quedó muy quieto con cara de asustado.
Ella le sonrió y él sonrió de vuelta con algo de sorpresa…o alivio.
Fue y se paró frente a él, y tomándolo del rostro, lo besó en frente de todos. Aunque parecía sorprendido al principio, no tardó en abrazarla por la cintura.
Contra su pecho podía sentir su corazón además del suyo. Iban a mil por hora.
A su alrededor se había hecho el más absoluto silencio.
Se separó de él para poder mirarlo a los ojos y le sonrió.
—Gracias. – dijo mostrándole la rosa y el cartelito que tenía en la mano.
El sonrió lenta, y encantadoramente mientras le guiñaba un ojo.
Algunos aplaudieron, otros silbaron, y algunos solo dijeron “Aww” por lo tierno del momento.
Gabriel que estaba cerca rió y se encogió de hombros resignado.
Ellos, entre risas nerviosas se miraban sin saber que hacer.
Quería decirle tantas cosas… pero no era el momento.
Estaban en la empresa, y a ella se le había acumulado trabajo por no asistir el día anterior.
Se acercó a su oído y le dijo.
—Después. – él, entendiendo le sonrió y asintió.
Se dieron otro beso, aunque más corto para despedirse y cada uno volvió a su puesto.
Puso la flor en agua en donde pudiera verla y cada tanto se
sorprendía mirándola y sonriendo.
****
Tipeaba con errores, y se olvidaba de las cosas que estaba pensando para el proyecto.
Su cerebro se había ido de paseo después de ese beso.
Había ido preparado para que ella le dijera que no quería estar más con él. Se había mentalizado toda esa noche, y parte de la mañana, en que tal vez lo que tenían, había llegado a su fin.
Pero justo cuando la vió aparecer por ese pasillo, hermosa y
sonriendo… caminando hacia él… su mente había hecho cortocircuito. Ese beso le acababa de arrancar el suelo en donde estaba parado.
Ahora solo tenía que esperar a que esa jornada de trabajo acabara para poder reunirse con ella.
A las cinco en punto de la tarde, apagó su computadora, y se
levantó de su silla.
Caminó con paso rápido hasta el ascensor y dudó.
¿La esperaba abajo? ¿Fuera de su oficina? ¿Ella lo iría a buscar? ¿Debía irse a casa? No habían hecho planes. Solo ese “después”, que todavía sonaba en su cabeza.
Estaba por llamarla cuando le entró un mensaje de texto.
“Esperame en casa. Salgo tarde. Estoy esperando que me envíen un formulario desde España.” Paula.
Más decidido, ahora que sabía lo que tenía que hacer, buscó en su bolsillo el llaverito azul y partió.
De camino a su departamento compró el vino que a ella más le gustaba y al llegar lo puso en la heladera.
Estaba tan nervioso, que sin poder seguir esperándola, lo destapó y se sirvió una copa.
Para cuando ella entró, llevaba media botella y todavía le sudaban las manos
Lo miró y con una sonrisa tímida se le acercó.
No se dijeron nada.
Tras mirarse a los ojos por dos segundos, se abalanzaron sobre el otro en un beso apasionado. Ella lo abrazaba acariciándole toda la espalda, y él la ajustaba a su cuerpo desde la cintura, besándola de manera desesperada.
Habían estado esperando ese momento por todo el día, y ahora no podían parar.
Mientras le acariciaba el cabello, mordió su labio haciéndola gemir.
Sonrió y gruñendo la llevó a los empujones contra la pared.
Suspiró y se separó apenas para decirle algo. Pero él aprovechó y besó su cuello. Con la misma insistencia que antes besaba sus labios.
Inundando sus sentidos con su perfume. Intoxicándose.
Hasta no sentir nada más que no fuera ella.
—Estuviste tomando vino. – comentó ella mordiéndose los labios.
El asintió y subió sus manos rodeando sus costillas.
—¿No querés que hablemos antes de…? – pero no la dejó terminar.
Empujó sus caderas contra las de ella y de un solo movimiento se sacó la remera que traía puesta.
Lo acarició por los hombros y luego bajando por su pecho mientras lo miraba con deseo.
Eso respondía claramente a su pregunta.
Le sacó la camisa con cuidado y le subió la falda lo suficiente como para poder poner sus piernas alrededor de su cintura. Sujetándola por atrás, se la llevó a la mesa de la sala y la sentó encima.
Entre sus respiraciones agitadas, la escuchó gemir, y no pudo seguir esperando. Se bajó el cierre del pantalón, y bajando rápidamente su ropa interior, se hundió en ella de golpe.
Ella cerró los ojos con fuerza, y se abrazó a él. Se fue acostando, obligándolos a cambiar de posición.
Ahora estaban los dos por encima de la mesa, moviéndose
sincronizados, en un ritmo fuerte e intenso.
Se clavó en ella disfrutando cada uno de sus gemidos y sus jadeos.
Haciéndola suya con cada embestida. Tiró de su cabello como ella siempre hacía, y le mordió el cuello, haciéndola estremecer.
Lo tenía agarrado de los brazos, mientras los acariciaba, y sus piernas estaban tensas, rodeando su cadera.
Apretándolo más cerca.
Sabía lo que le gustaba, y quería dárselo.
Quería dárselo todo.
Giró despacio su cuerpo, haciéndola gritar, y apurando más la velocidad, hizo que los dos se vinieran de manera violenta con el otro.
Volvieron a buscarse para darse un beso y suspirando, se
encontraban como si hiciera años que no se besaban.
Alternando besos profundos, con simples besitos por el rostro, estuvieron como por horas.
No tenía ni idea de cuanto tiempo había pasado.
Respirando con normalidad la subió a su pecho y la envolvió en sus brazos, acariciándole la espalda.
Todavía seguía sintiendo el mismo deseo que había sentido apenas la había visto, pero la dejó recuperarse.
Después de un rato ella se incorporó para mirarlo y sonrió.
—Hola. – los dos se rieron.
—Hola, bonita. – la besó en la punta de la nariz.
—Venía decidida a hablar primero. – dijo divertida, negando con la cabeza.
El la miró como disculpándose y se volvió a reír, para nada
arrepentido.
—Por lo menos ahora estoy un poco más relajado para poder hablar. – dijo él mirándola. Su cabello despeinado caía sobre su rostro, resaltando sus preciosos ojos verdes. Y sus labios estaban rosados y levemente hinchados de tanto besar. No, no estaba para nada relajado.
Bastaba con mirarla para que su corazón latiera a toda velocidad.
Ella asintió y sonrió.
—Estuve pensando mucho… – se colocó el cabello detrás de la oreja un poco nerviosa. —…y quiero estar con vos, Pedro. En serio. Una relación. ¿A vos te gustaría?
Lo miraba intensamente.
—S-si, Paula… – contestó soltando el aire mientras hablaba. — Obvio que si. Sabés como me siento… lo que siento por vos… – lo frenó levantando una mano.
—Si, pero no puedo escucharlo todavía. – bajó un poco la mirada. —Me vas a tener que tener mucha paciencia. Probablemente te canses de mí antes. – agregó riendo apenas.
La tomó de una mano y la besó.
—Puedo esperar todo el tiempo que necesites. – y no tenía idea de cuanta verdad encerraban esas palabras. Se sentía tan feliz… que la podría esperar toda la vida.
—También me gustaría contarte por qué me pasan estas cosas. – apretó los labios. —Te lo mereces y te lo quiero contar.
El asintió y le sugirió.
—Yo también te quiero contar un poco más de mi vida. – se bajó de la mesa y le tendió la mano. —Podemos tomar algo mientras… queda algo de vino.
—Voy a necesitar algo más fuerte. – contestó ella.
Un rato y varias copas después, ella le había contado como había sido su primera relación, y como había llegado a marcarla. Si pensó que ya nada podía sorprenderle viniendo de ella, se equivocaba. Ahora podía entender mejor sus actitudes.
Se le había estrujado el corazón escuchando las cosas que había tenido que vivir. Y le dolía pensar que gracias a esa persona, ella después no creyera en el amor. Rogó nunca tener que encontrarse con él cara a cara, porque no sabría controlarse.
Y así, con más confianza, le pudo contar de su primer noviazgo también. Ese que le había roto el corazón. Y de cómo Soledad había sido quien lo había sacado de ese periodo oscuro. Eso le recordó como estaban las cosas ahora con ella, y se angustió.
Pretendía todavía poder hacer algo para mejorar las cosas.
Era una buena amiga, y siempre la querría.
Paula, al verlo decaído, lo abrazó. Se quedó ahí por un rato
acariciando su espalda y besando su cuello cariñosamente.
No sabía cómo reaccionar. El era quien siempre había sido el cariñoso de los dos. Y ahora que ella estaba dando ese paso, él se congelaba. Sentía su pulso a punto de estallar.
Se separó para mirar sus ojos y ella se mordió los labios.
Estaba muy enamorado.
Y así no se lo dijera, no había manera de que no se diera cuenta con apenas mirarlo.
Tomó su boca y la besó mientras la alzaba y se la llevaba a la habitación.
Necesitaba sentirla.
Habían pasado esa noche juntos, y había sido una de las mejores.
Habían sido honestos con el otro, y por primera vez, estaban de igual a igual. Los dos sabían los secretos del otro, los dos venían de relaciones dolorosas, y los dos se gustaban al punto de no poder estar sin el otro. Y eso, de alguna manera se vio reflejado en la cama. La conexión que habían logrado no se comparaba a nada.
Amanecieron abrazados tal cual como se habían acostado, y entre besos, habían hecho el amor por horas.
Ella estaba relajada, y le encantaba. No paraba de sonreír y él se sentía en las nubes.
Habían ido a la empresa juntos, porque ya no existían motivos para seguir ocultándose. Ya todos sabían lo de ellos.
Se habían despedido con besos dentro del auto en pleno
estacionamiento de la compañía, y se habían ido a sus puestos de trabajo, con el mejor buen humor.
Algunos empleados, lo miraban raro, o lo felicitaban. Sus
compañeros más cercanos no lo podían creer. Lo cargaron todo el bendito día. Y Gabriel, aunque seguía siendo simpático, ahora se comunicaba de otra manera. De una más profesional, y guardando algunas distancias.
Sonrió. Al final iba a tener que pensar que lo que Paula le había dicho era verdad.
Marcos, el asistente, estaba hecho una furia. Les había pedido hacer varios de los bocetos otra vez, encontrando siempre algún defecto. Estaba insufrible.
Por suerte, el día terminaría rápido y podría irse con Paula por ahí.
Le propuso, esa noche, ir a su casa.
Pensó en que sería una buena idea alternar en donde se quedaban.
Y así fue como esa noche habían terminado abrazados en su cama, recuperando el aliento tras hacerlo unas cuantas veces antes de que de a poco, se quedaban dormidos en los brazos del otro.
Se había dado el gusto de llevarle el desayuno a la cama, y ella se lo había agradecido de unas cuantas maneras antes de que fuera hora de ir a la empresa.
Empezaban una nueva rutina, de a dos. A veces se quedaban en su casa, otras veces en la suya… comían, se bañaban, y hacían algunas compras juntos, y tenían, como no, sus primeras peleas.
Como la de una mañana, que Paula no podía encontrar el cepillo de dientes en su cartera. Siempre lo tenía a mano cuando iba a su casa, pero se le ocurrió sugerir.
—Te podrías dejar uno acá, así no tenés que acordarte siempre de traerlo. – expresó inocentemente.
Ella se rió alarmada.
—¿Y qué sigue? – lo miró con los ojos muy abiertos. —Hago las valijas y me mudo definitivamente…. – dijo irónicamente.
—Por mí perfecto. – contestó conteniendo la risa ante el gesto desesperado de ella. —Pero nada más te decía un cepillo de dientes.
Sabía que estaba exagerando, pero por orgullo no iba a dar el brazo a torcer. Lo miró enfurecida, y lo ignoró como por una hora. Para cuando se cansó y lo buscó dándole besos en el cuello, haciendo las paces.
Y eran cosas como esas, las que lo enamoraban todavía más.
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