martes, 28 de abril de 2015

CAPITULO 45




Llegó a su casa cerca de las seis de la tarde. Estaba impaciente, pero antes había algo que tenía que hacer. 


Soledad pasaría a verlo y de paso, a buscar unas cosas que se había dejado en su departamento.


Pensó que además llevaría un vino a casa de Paula. Le quedaba de paso, porque además tenía que hacer compras.


Se bañó, se cambió, y se puso a terminar el trabajo que le había quedado pendiente ese día cuando ella lo había interrumpido.


Escuchó la puerta. Era Soledad que ya había llegado. Era bastante tarde. En menos de media hora tendría que salir si quería conseguir el vino.


La saludó, y charlaron un rato mientras ella ordenaba sus cosas. No había desempacado en su casa, y tenía una de sus valijas en lo de Pedro, y pensaba pasar algunas tardes mientras pintaba y remodelaba su departamento. A él le daba lo mismo. De todas formas, no estaría la mayor parte del día.


Cuando se hizo la hora, se disculpó y se tuvo que ir. A ella no pareció molestarle. De hecho lo había saludado con una mano sin cortar con la llamada telefónica que estaba manteniendo.


Su relación había pasado a ser una amistad. Con algún que otro condimento especial, pero solo una amistad. Y últimamente, ni siquiera ese condimento.


Hizo las compras que tenía que hacer, y todavía le sobraba tiempo, así que se metió en un bar a tomar algo para ver si se le calmaban los nervios.



****


Faltaba mucho para que Pedro tuviera que ir. Suspiró. 


Tenía algunas cosas pensadas para esa noche, pero quería algo más.


Un cambio de escenario tal vez.


Le mandó un mensaje avisándole que no fuera a su casa, que mejor ella iba para allá.


Si, quería volver a su departamento. No recordaba como era. 


Había ido aquella primera vez, y la verdad no tenía recuerdos de esa noche.


Tomó su abrigo y se fue.


Había llegado rápido. No se acordaba lo cerca que quedaba de su casa. La puerta de abajo se abría a cada rato, así que aprovechó para pasar una de esas veces.


Una vez arriba tocó el timbre. La luz estaba prendida, así que ya la atendería.


—¿Si? – una mujer. —¿Quién es? – no se había confundido de departamento. Era este. Lo había confirmado con los registros de la empresa.


Dudó, pero después contestó.


—Eh… Paula – se paró más derecha. —Paula Chaves. Estoy buscando a Pedro.


La puerta se abrió rápidamente, y una chica de no más de 24 años le sonrió. Era bajita, pelirroja, y bellísima. Tenía un gesto infantil, y sus ojos color chocolate miraban de manera pícara.


—Usted es la jefa de Pedro – le dijo. Y por la forma en que la había tratado y su evidente diferencia de edad, se sintió una anciana.


—Si, mucho gusto. – sonrió ella.


—Soledad Martini. – se presentó. Ella asintió. Esa era la novia. —Pedro en este momento no está, me dijo que salía. – se encogió de hombros. —Y por lo que estoy viendo, se dejó el celular. – tomó el aparato de la mesa y lo miró negando con la cabeza.


—Está bien, muchas gracias. – se movió algo incómoda. Quería largarse de ahí cuanto antes. —Me tengo que ir. Fue un gusto conocerte.


—Igualmente. – sonrió de manera radiante. Mierda. Parecía una niña.


De fondo se veían prendas de mujer acomodadas en la sala, como si estuviera desempacando. Estaban conviviendo.


Sin ser capaz de ver más, salió a toda prisa.


Estaba molesta… muy molesta.


Cuando llegó a su casa, se encontró con Pedro. Como tenía llave, había llegado y se había servido vino mientras la esperaba.


Apenas lo vio a los ojos, se lo imaginó con Soledad. Se los imaginó compartiendo una comida, en la intimidad de su hogar. Se los imaginó yendo a dormir cada noche, y despertando juntos. Caminando por la calle de la mano, o visitando la casa de sus padres. Y la visión le dio tanta bronca, que su cuerpo se tensó por completo.


No entendía por qué sentía esos celos, pero los sentía.


Ella no tenía nada que ver con esa historia. El y Soledad eran una pareja. Ella era solo eso…el juego.


Sonriendo de manera siniestra se le acercó.


Al menos ese sentimiento le serviría para algo. Pedro sabría lo que era jugar con ella de una vez por todas.



****


—Hola. – la saludó acercándose. Pero ella le respondió desde lejos, con un lenguaje corporal claro que gritaba: No te me acerques.


—Hola. – sonrió bebiendo de la copa que él acababa de servirle. — Me parece que hoy podemos tomar algo más fuerte. – se acercó a donde estaban los otros licores, y sirvió dos copas de whisky.


Unos minutos después, con ambas copas vacías, Paula se le acercó y lo sujetó por el rostro quedándose a centímetros de él.


—Vamos a jugar. – su aliento olía maravillosamente y como
hipnotizado quiso acercar más su boca para besarla, pero ella se alejó sonriendo.


La siguió hasta la habitación, y como siempre hacía, se desnudó y arrodillo. Notó como ya repetía los pasos mecánicamente sin pensar en la incomodidad, ni en la humillación. Solo estaba ella. No existía nada más.


No había ni bueno, ni malo.


Solo Paula.


Mirándolo fijo se desprendió el vestido negro que tenía y este cayó al piso de una sola vez. Esta vez tenía un baby doll –o como fuera que se llamara esa especie de vestidito negro transparente que dejaba ver apenas su ropa interior haciendo juego-. Y por supuesto, los zapatos de taco aguja.


—Parate. – le dijo. —¿Te gusta? – se sujetó la prenda de ropa interior mirándolo.


—Si, señora. – contestó con la boca seca.


Ella asintió y se dio vuelta buscando algo en uno de sus cajones.


Apenas agachada pero son doblar las rodillas. Sus piernas estiradas por completas. Blancas. Perfectas.


Tenía algo en las manos que parecían varios cinturones cuero y hebillas de metal sujetándolos.


—Vos también vas a vestir algo que me guste a mí. – levantó una ceja.


La parte de arriba eran una especie de tiradores como los que se usan para sujetar los pantalones, pero estos se colocaban cruzados, haciendo una gran “X” en su pecho, y una más pequeña en la espalda. Un tercer cinturón que se sujetaba a estos, estaba rodeando su cadera y tenía pequeñas hebillas en la parte inferior.


—Esto no te va a gustar. – le dijo sonriendo.


Sacó de otro cajón otro cinturón. Pero este era bastante más
pequeño y fino. No le gustaba para nada lo que se estaba imaginando.


Levantó su mirada buscando sus ojos, ansioso.


—No duele. – dijo suavizando por un segundo la voz. Y como si no pudiera resistirse, le acarició la mejilla y lo besó.
Gimió, como si estuviera quejándose y cerró los ojos. —Si me besas, no puedo jugar. – dijo ella y se mordió el labio alejándose.


—Prefiero los besos. – dijo dando un paso hacia delante donde estaba.


Le levantó una mano y le indicó que no siguiera.


—Por favor, no te muevas. – dijo insegura. Toda su actitud había cambiado. Estaba desconcertada. En sus ojos había temor. ¿Por qué? No entendía. Tenía ganas de tomarla en brazos y abrazarla hasta que se sintiera mejor.


Parecía a punto de desmoronarse, o empezar a llorar. No quería verla así. No podía verla así.


Entonces obedeció. Bajó la vista y puso las manos hacia atrás quedándose muy quieto.


Ella se fue al vestidor.


Se estaba tardando bastante en volver, pero se dijo que no iba a hacer nada, la esperaría paciente. Todavía podía sentir en sus labios la suavidad de sus besos.


Cuando volvió traía esposas en la mano.


Sin decir nada más se las colocó en ambas muñecas por la espalda.


—Mientras no te muevas, no te voy a tener que castigar. – lo miró tranquila…y ahora si, más segura, lo tomó del cuello acercándolo y lo besó.


A su manera. Tomando ella el control. Besos apasionados,
profundos, que los hacían suspirar. Acariciaba su rostro muy despacio, el cuello, su cabello.


Estaba perdido. Todo en él reaccionaba ante sus labios. Se dejaba besar por ella, y se sentía maravillosamente bien. 


Estaba conteniéndose.


Quería moverse también. Morderla. Pero no. Se portaría bien.


—Muy bien. – asintió conforme. —Así me gusta. – ronroneó.


Se acercó para volver a besarlo, pero no lo hizo. Había sido solo una distracción para que no notara lo que estaba haciéndole. Lo había sujetado por la entrepierna y la estaba rodeando con los cinturones más finos.


El se estremeció sintiendo sus manos, pero aguantó hasta que terminara.


Es verdad, no dolía. Solamente tenía tiras de cuero que lo rodeaban.


No era tan espantoso como se imaginaba.


El último cinturón cerraba la “X” de arriba con un collar que dejaba resto hacia delante. Una correa.


Paula tiró de ella y todo su cuerpo se hizo para delante haciendo ruido de hebillas metálicas. Como una especie de arnés… pero sado.


Probablemente si ahora se reía, ella se molestaría, así que optó por respirar profundo y apretar los dientes.


—Después no vas a querer reírte. – le dijo mirándolo. 


¿Cómo sabía? No pudo seguir conteniéndose y se rió.


—Perdón. – dijo, pero ya estaba tentado.


Creyó que se iba a poner hecha una furia. Ya la había visto enojarse antes, y se lo esperaba. Pero no. Aflojó el entrecejo y se rió también.


Y ya no tenían retorno. Le había contagiado la tentación, y ahora los dos reían. De la situación, de su vestuario, de todo.


Aflojar la tensión que se había formado entre ellos, se sintió
catártico. Una especie de alivio. Notó que ella también se relajaba.


Sus ojos brillaban, y estaba algo sonrojada de tanto reír.


Ojalá hubiera podido decirle lo hermosa que la veía en ese
momento sin que otra vez se desesperara.


Tomando aire para poder hablar lo condujo al comedor.


—Vamos a comer. – él hizo ruido con las esposas señalándole que no iba a poder comer y ella sonrió. —No vas a necesitar las manos.


Lo sentó en una de las sillas, y se fue a la cocina. De allí volvió co una bandeja. En un plato grande había dispuesto una variedad enorme de frutas cortadas en cuadraditos pequeños.


Ella ladeó la cabeza y volvió a tirar de la correa acercándolo y puso su silla en frente para sentarse.


Tomó una frutilla y mirándolo se la metió a la boca. Un
estremecimiento le recorrió la espalda, tensándole todo el cuerpo.


El cinturón ahora le molestaba.


Las correas de cuero de a poco se le clavaban en la piel, a medida que su erección crecía. Todavía no era doloroso, pero casi.


Ella sonrió sabiendo perfectamente lo que estaba provocándole, y volvió a tomar una fruta de la bandeja. Esta vez era una cereza.


Se movió hacia delante, hasta quedar sentada sobre su regazo, con las piernas abiertas a cada lado de las de él. 


Estirando la mano le apoyó la cereza en la boca sonriendo como si nada.


El abrió y sujetó la fruta entre sus dientes, disfrutando de lo cerca que la tenía. Apenas le sintió el sabor. Lo único que quería era besarla.


Vio como se metía otra frutilla entre los labios, pero en lugar de comerla, se acercó a él y se la ofreció. El, no tardó en abrir la boca y comerla, sintiendo su roce.


Ella suspiró y repitió la tarea con uvas, pedazos de duraznos, mangos y frambuesas. Siempre llegando hasta ahí. Casi apoyándole los labios, pero todavía sin besarlo. El sentía que su resistencia se vencía, y en cualquier momento reventaría el arnés de cuero en pedazos.


Ahora era el turno de un gajo de naranja. Se lo llevó hasta su boca y cuando él la recibió, ella mordió, haciendo que el jugo de la fruta se derramara.


Unas gotas corrían por su mentón y estaban bajándole por el cuello.


Paula lo miró un momento a los ojos, y luego le pasó la lengua por donde el jugo de la naranja se había volcado.


Y fue ahí donde explotó. No pudo seguir aguantando.


Movió el rostro hasta tenerla de frente, y sorprendiéndola, tomó su boca y la besó. Devorándola, como antes había hecho con las frutas. Se tomo su tiempo. La disfrutó. Era tal el impulso y el deseo que sentía, que no habían hecho falta sus manos para sujetarla en el lugar. Solo con la boca, sentía poseerla por completo. Sus labios estaban dulces, y deliciosos.


Su respiración agitada, se mezclaba con sus gruñidos, y ya no existía nada más.


Dejándose llevar por el momento, descubrió los dientes y la
mordió. De lleno. Con violencia. Como había tenido ganas de hacer. Ella gimió y se apretó más contra él, meciéndose en su regazo.


Pero él no podía moverse. Quería, con todas sus fuerzas, pero no podía. Estaba esposado, y para colmo con los cinturones, se sentía como un perro con bozal. No podía hacer absolutamente nada. Gruñó de pura frustración.


Eso pareció volverla a la realidad, porque retomando el control, se hizo levemente hacia atrás y le sonrió juguetona.


—Te portaste muy mal, Pedro. – se pasó la lengua por su labio mordido. —Y ahora voy a tener que castigarte.


El sonrió y le guiñó el ojo.


—Valió la pena, bonita. – dijo provocándola.


Ella se rió.


—No sé si vas a decir lo mismo después. – contestó poniéndole los pelos de punta.


Tomó de su copa un poco de vino y después le ofreció también.


Para cuando terminaron, ella volvió a tomarlo de la correa y se lo llevó de vuelta a la habitación.



Se quedó de pie, sin saber si tenía que volver a arrodillarse. 


Ella había ido al vestidor a buscar algo, pero esta vez no tardó en regresar.


Entre las manos sujetaba una especie de vara muy fina de madera con mango rosado. Frunció el ceño. Nunca le gustaba hacia donde se iba su imaginación. La palabra clave es “Stop”, se repitió como un mantra mientras ella se acercaba.


Se paró frente él y apoyándole la vara en el pecho, lo recorrió acariciándolo hacia abajo. Se sentía fría, y ahora que sentía su tacto, ya no pensaba que estaba hecha de madera. Era flexible.


Puso una de sus manos entre ellos con la palma hacia arriba y se azotó con la vara haciendo un ruido escandaloso.


Cerró los ojos brevemente y luego los abrió para sonreírle. 


Sus pupilas se habían dilatado, y sus mejillas estaban apenas sonrojadas.


—Hoy no vamos a contar. – clavó la mirada en su boca. —Vamos a parar cuando quieras. – al ver que no entendía cual era el castigo entonces, agregó. —No vas a querer que pare.






CAPITULO 44




¿Cómo había sucedido? En un momento ella tenía el control de la situación, lo dominaba… y de repente no podía aguantarse. Lo besó. Y todo se volvió un lío.


Cerró los ojos recordándolo.


Su pulso se había acelerado como el de una adolescente.


Se sentó más derecha. Basta. Se estaba poniendo un límite.


Si esta noche no podía volver a ser ella, lo suyo con Pedro se terminaba definitivamente.


Asintió conforme, y se volvió a pintar los labios de rojo.



****


Un muchacho morocho, de más o menos su edad, que reconoció porque era el mismo que estaba sentado en un escritorio fuera de la oficina de Paula, se le acercó.


—La señora Chaves le manda esto. – le entregó un sobre
cerrado. —Me dijo que le tiene que enviar una respuesta ahora. – suspiró molesto.


—Ok. – dijo sonriendo con intenciones de ser simpático. —Mi nombre es Pedro, soy nuevo. Mucho gusto.


—Sé muy bien quien es. – contestó con cara de pocos amigos. — Soy Marcos Buteler, el asistente de la señora Chaves.


El asintió y abrió la carta. Adentro ponía solo:
“Me parece mejor que te las quedes por ahora.”


Moviendo el sobre se dio cuenta de que había algo más dentro. Las llaves con llavero azul que había usado en dos oportunidades para salir de su casa.


El chico lo miraba impaciente, así que sacó una hoja blanca y le respondió.


“Gracias, hermosa.”


Dobló el papel en varias partes para que no se leyera y lo guardó en el sobre devolviéndoselo. Marcos lo miró de arriba abajo una vez más antes de irse por donde había venido.


¿Cuál era su problema?


Le daba igual.


Miró la llave que tenía en las manos y sonrió.




CAPITULO 43






Al día siguiente, ya no había nada que pudiera sacarle a Paula de la cabeza. Era lo último que pensaba cuando se iba a dormir, y lo primero cuando se despertaba.


Estaba en la oficina, terminando de redactar algo que Gabriel le había pedido cuando su celular vibró con un mensaje.


“Te espero en mi oficina en diez minutos.”
Paula.


Miró para todos lados, pero nadie lo miraba. ¿Se levantaba e iba así nomás? Estaba trabajando, no podía dejar todo a medias. ¿Sería por algo relacionado con el trabajo? No. No le parecía.


Gabriel pasó y mirándolo serio le comentó.


—La jefa quiere verte. – se encogió de hombros. —Seguramente tenga que ver con tu contrato.


Siguió caminando y murmurando por lo bajo hasta entrar en una de las salas comunes: “Aunque no sé por qué no lo manda con Recursos Humanos”…


El sonrió y acomodándose la corbata la fue a ver.


Estaba esperándolo sentada en su escritorio, mirando la pantalla de su computadora, con las piernas cruzadas por debajo y unas gafas transparentes apoyadas en la nariz.


—Cerrá la puerta. – le dijo por lo bajo mientras lo miraba.


El le hizo caso y se quedaron solos.


Lo miró de arriba abajo y le sonrió.


—Quería hablar unas cosas con vos. – se desprendió el primer botón de su camisa


Se sentó en la silla que tenía delante, sintiendo como todo su cuerpo se tensaba. Sobretodo una parte.


—Como habrás notado las cosas cambiaron un poco. – él la miró confundido. —Entre nosotros dos.


—Si, me di cuenta. – dijo mirándola intensamente. —¿Hice algo mal? En serio me gustaría saber…


Ella negó rápido con la cabeza.


—No Pedro, no. Vos no hiciste nada malo. – frunció el ceño como si estuviera muy molesta. —Yo hice las cosas mal. Te confundí con mis actitudes. La otra noche se puede decir que fue la primera vez que realmente jugamos. – se mordió el labio. —Así es como realmente va a ser …si querés seguir.


El dudó un segundo, pensando en toda la bronca que había sentido, toda esa frustración… Pero después contestó.


—Si, quiero seguir con vos. – ella asintió sorprendida.


—Entonces te gusta el juego… – dijo ella en tono reflexivo…


No, me gustas vos. – pensó él. Pero respondió.


—Ajá. – y sonrió.


—Ok. Entonces me alegro de que quede claro. – su tono de vos se había vuelto un poco más duro, pero había querido disimularlo.



****


¿Por qué había pensado que se iba a negar? Que le iba a decir que no solo le gustaba el juego…


Ahora le quedaba claro, después de todo.


Ella había sido fría, y ni siquiera lo había besado. Sin importar las ganas que había tenido, no se había acercado a sus labios ni una vez. Y de todas formas quería seguir jugando.


Esta bien. – pensó. Si querés jugar, vamos a jugar.



****


Le sonrió levantando una ceja y le dijo.


—Sacate la camisa, Pedro. – estuvo a punto de reír pensando que era un chiste, pero al ver que ella dejaba de sonreír, rápido se paró y se sacó el ruedo de adentro del pantalón. Estaba aflojándose la corbata cuando lo interrumpió.


—No te saques la corbata. Aflojala nada más. – ladeó la cabeza hacia un lado. —Y sacate los zapatos y los pantalones también.


Estaba por protestar, pero ella negó con la cabeza y nuevamente obedeció.


Se había quedado con la corbata, el bóxer y las medias. Ella sonrió y se humedeció los labios. Cuando sus ojos se encontraron, no pudo evitar devolverle la sonrisa también.


—De rodillas. – ordenó de nuevo seria. —Quiero que vengas
gateando hasta mí.


Se agachó, y poniéndose en cuatro patas, avanzó hacia el otro lado del escritorio. Notó que el piso estaba cubierto con una alfombra suave y clara. Era agradable. Se tuvo que morder las mejillas por dentro para no reír de imaginarse que alguien podía entrar y verlo en esa situación. Negó con la cabeza sin poder creerlo. Estaba seguro de que si Paula le pedía que se diera golpes en la cabeza contra la pared, no tardaría en hacerlo.


Ella giró su silla para tenerlo de frente y le acarició el cabello
delicadamente, para después jalárselo con fuerza moviéndole la cabeza hacia un lado y él cerró los ojos, porque le había dolido.


Tomó la punta de su corbata y atrajo su cabeza a su regazo un poco más cerca.


—Siempre quise hacer esto acá. – le dijo y se rió de manera pícara.


Aunque prácticamente lo estaba ahorcando, le pareció adorable.


Abrió despacio sus piernas, se subió la falda y siguió tirando de su corbata. No tenía ni medias, ni ropa interior. La miró rápidamente y vió que suspiraba y se sonrojaba de deseo. 


No pudo contenerse.


Puso las manos en cada uno de sus muslos, separándolos aun más y se perdió en su entrepierna. La besó primero con mucha dulzura, y de a poco con más insistencia. Paula cerraba los ojos y apretaba los labios para no gemir.


Se recostó sobre la silla y le dio más espacio haciendo la cadera hacia delante.


Apoyó toda su boca, provocándola y desde ese lugar la miró. 


Ella lo miraba también, perdida. El le guiñó un ojo justo en el momento que sacó su lengua para acariciarla también.


Ella gimió y lo sujetó con fuerza. Acercándolo más, moviéndose contra él, ya no aguantaba.


Aceleró sus besos hasta sentir que se dejaba ir. Tenía sus piernas abrazándolo por los hombros y suspiraba trabajosamente.


Nada se sentía como esto. Nada se le comparaba.


Volvió a tirar de su corbata indicándole que se levantara. 


Como si se tratara de una correa, caminó con él por la enorme oficina hasta apoyarlo contra una pared.


La tenía tan cerca que podía sentir el calor de su piel a través de su ropa.


Lo miró detenidamente, y él por poco se vino abajo. Las ganas que tenía de besarla, lo estaban confundiendo. Sabía que no tenía que tomar la iniciativa, pero es que estaba ahí… tan cerca. Sus labios, rosados apenas entreabiertos…


Ella cerró sus ojos y apoyó la nariz en su cuello, sintiendo su
perfume.


—Mmm… – dijo. El también cerró los ojos, totalmente perdido.


Movió apenas su rostro y besó el lugar que acababa de rozar su nariz. Muy despacio, apenas un toque con su boca, pero resonó en todo su cuerpo. Jadeó apenas, esperando más. Y ella volvió a besarlo. Pero esta vez en la mandíbula.


Su aliento cálido tan cerca, se mezclaba con el suyo y ya no podía seguir aguantando. Tenía que tener esos labios.


Agachó la cabeza apenas y quedaron a solo centímetros de besarse.


Ella parecía sorprendida, pero también un poco fuera de personaje. El sonrió. Le gustaba dejarla así.


Sorprendiéndolo, tomó con ambas manos sus mejillas y lo besó.


Gimió apenas sobre su boca cuando él empezó a responderle con la misma pasión. Arremetió contra su boca con violencia.


Como si estuviera desahogándose por todas las ganas que había juntado hasta ese momento de besarla. La tomó por la cintura, olvidándose de que ella era la que mandaba, y la acercó cuanto pudo a su cuerpo. Nada le parecía suficiente, todavía así estaban muy lejos.


La alzó, y se la llevó a cuestas apoyándola en el escritorio. 


Ahora con las manos libres, le tomó el rostro y profundizó su beso tanto como pudo.


Todavía no era suficiente.


Sujetándola por los muslos subió su falda hasta arriba y le separó las piernas haciéndose lugar. No esperó a que se negara, o le diera una nueva orden. Bajándose la ropa interior, se hundió en ella lentamente gruñendo en sus labios mientras la seguía besando.


Lo tomó por el cabello y se lo jaló con violencia arqueando su cuerpo, gimiendo. Con los pies intentaba terminar de sacarle la ropa interior a las apuradas.


El sonrió y con una mano la ayudó.


Tiró de su corbata incitándolo a moverse y a encontrar un ritmo que les sirviera a los dos.


Bajó sus manos hasta sujetarla por la cadera y ya no las movió más.


Controló la velocidad a su gusto y acelerando sus embestidas, pudo ver en sus ojos que faltaba poco.


Así, agitados, entre jadeos, se dejaron ir juntos con fuerza.


La sentía por todas partes. Podía sentir en su piel lo que ella estaba sintiendo. Podía adivinar en su mirada cada una de sus sensaciones.


Apoyó su frente en la suya intentando calmar su respiración


Había sido increíble.


La volvió a besar, esta vez más despacio. Mientras le acomodaba el cabello. Se había calmado, pero su corazón todavía latía desbocado. Había extrañado besarla.


Se dio cuenta de que podía atarlo, azotarlo, pisarlo con tacones llenos de pinches, pero para él, la peor tortura era no poder darle un beso.


De repente fueron interrumpidos por su teléfono. Ella se alisó la ropa y separándose de él, presionó el altavoz.


—Gabriel. – puso los ojos en blanco. —¿Qué necesitas?


—Necesito que me firmes los formularios antes de las 6. – hizo una pausa como si estuviera pensando en que decir. —Y ya que estás hablando con el señor Alfonso, decile que tiene que presentar su documentación en Recursos Humanos todavía.


Vio que Paula suspiraba con fuerza y se ofuscaba.


—No me tenés que decir como hacer mi trabajo. – contestó de manera seca e inflexible. —Sé perfectamente lo que tengo que decir y hacer… Por algo estoy acá. ¿Ok?


—¡Ok, ok! – dijo ofendido. —Perdón.


Ella soltó el teléfono de manera agresiva.


La miró esperando que dijera algo, pero estaba callada. Sus ojos se habían enfriado. Así como así, había vuelto a ser la Paula de siempre. El momento que habían compartido, se había roto.


—Me parece que tendría que volver a trabajar. – dijo buscando su ropa para vestirse.


Ella lo miró distraída. Parecía con la cabeza en otro lado. Tal vez todavía estaba enojada por ese llamado.


—S-si. Claro. – dijo.


Terminó de atarse los zapatos y cuando estaba por incorporarse e irse, lo frenó


Tiró de su corbata como había hecho antes, pero esta vez para acomodársela.


Su rostro quedó cerca del suyo, y haciendo caso a sus impulsos, aunque después tuviera que arrepentirse, la besó. 


Solo un pequeño y rápido beso robado. Y después le sonrió.


Ella se quedó mirándolo todavía descolocada y se tocó los labios como si no entendiera. Bajó la mirada y lo soltó.


No tenía nada que hacer. Ella había vuelto a su postura, así que era inútil. Se peinó con los dedos como pudo y se encaminó a la puerta.


—Chau, bonita. – la saludó.


Ella sonrió brevemente y también lo saludó.


—Chau. – lo llamó. —Pedro. – se dio vuelta para mirarla. —Esta noche necesito que vengas a casa.


El asintió sin poder ocultar su felicidad. Eso significaba pasar más tiempo con ella. No había nada que quisiera más.


Fue caminando a su escritorio con una sonrisa grabada, que no se le borraría en todo el día.