sábado, 2 de mayo de 2015
CAPITULO 59
Por supuesto, se habían quedado dormidos al otro día. Eran más de las 10 de la mañana y estaban atrasadísimos.
Tenían que estar en el casamiento en menos de dos horas, y no llegaban.
Quedaba lejos, y todavía no se habían ni bañado.
El fue quien primero abrió los ojos y miró el reloj.
Había pegado un salto sacudiendo suavemente su hombro para despertarla.
—Paula. – dijo con la voz ronca. —Nos quedamos dormidos.
Ella pegó un salto también, y entre corridas, se habían podido dar una ducha a mil por hora y se habían cambiado.
Había protestado todo el camino por salir con el pelo mojado.
Odiaba hacerlo, porque siempre se lo alisaba. El por más que la veía, no entendía. Estaba preciosa.
Naturalmente, se le ondulaba en las puntas de manera suave… y el olor a durazno que tenía su shampoo… era demasiado. Le hubiera gustado poder sentirlo en su rostro, en su pecho, mientras la besaba, y volvía a hacerle el amor.
Parpadeó con fuerza y siguió manejando camino a la quinta en donde era el evento.
Estaban llegando quince minutos tarde, pero no parecía haber empezado. Los invitados estaban dispersos en el enorme parque buscando resguardarse en la sombra de los árboles, que debido a la hora, quemaba.
Las amigas de Paula estaban charlando con sus amigos cerca del altar y la familia de los novios se movía de un lado a otro apurados, como si algo más estuviera sucediendo.
Se acercaron a sus conocidos, y los saludaron.
—Wow, ¡Que linda estás Paula! – le dijo Caro mirándola. —Creo que no te veía tu pelo natural desde el secundario…
Ella puso los ojos en blanco y negó con la cabeza ofuscada.
—Es verdad!! Que hermoso te queda. – agregó Muri, —Todo
desordenado, más relajado. – ganándose otra mirada envenenada de su amiga. Pedro le hizo una seña de silencio con el dedo índice para que no dijera nada más. Su amiga no estaba para bromas.
La chica pareció entender porque cambió de tema drásticamente.
—Estamos esperando a que llegue Lucas. – se encogió de hombros.
—Gaby se está terminando de peinar.
Disimuladamente miró la pantalla de su celular para chequear la hora. Era bastante tarde. Frunció el ceño.
Paula, a su lado, más impaciente, fue a hablar con los padres de los novios, excusándose por un momento.
Ezequiel se le acercó y le dijo bajito para que nadie más pudiera oírlos.
—¿Me parece a mí o el pibe desapareció? – preguntó refiriéndose a Lucas, el novio.
—No creo. – contestó poco convencido. —Por las dudas no digas nada.
El otro negó en silencio y siguió como si nada haciéndose el
distraído cuando alguna de las amigas se acercaba.
Los minutos seguían pasando, y el murmullo entre los asistentes iba en aumento. Los padres del novio estaban hablando por teléfono, y a la madre de la novia la estaban ventilando con una servilleta porque se sentía mal.
Paula, a su lado, hablaba por teléfono y asentía con tranquilidad.
Cuando corto, le apretó la mano y le dijo al oído.
—Gaby está desesperada. Me dijo que quiere que vayamos y que no dejemos entrar a nadie más a la casa. – el asintió.
—Yo me encargo, andá tranquila. – contestó sin mencionar lo que de verdad pensaba. Ese chico se había escapado. No llegaría.
Las tres amigas salieron corriendo hasta la estancia que tenían en frente, y sosteniéndose los vestidos, subieron rápidamente las escaleras.
Pedro le hizo señas a Ezequiel y a Agustín para que se quedaran cerca y lo ayudaran a mantener a los invitados lo más lejos posible.
—Te dije que se había ido. – negó su amigo con la cabeza. —Que hijo de puta.
El lo hizo callar.
—No sabemos, por las dudas que no te escuchen. – se mordió el labio mientras pensaba.
Justo en ese momento vio como la madre de Gaby se desmayaba en pleno jardín y todo el mundo acudía a los gritos.
Agustín se acercó hasta donde estaban, y llamó por teléfono a una ambulancia.
En un par de horas, lo que supuestamente iba a ser un romántico casamiento al aire libre, era un caos. Gente corría, lloraba, gritaba… algunos incluso se peleaban.
Los médicos que habían acudido, atendían a los familiares más afectados y más nerviosos. No podía creer lo que estaba viviendo.
Su celular empezó a vibrar en el bolsillo de su pantalón, y
rápidamente lo atendió.
—Pedro. – era Paula. De fondo, se escuchaba a su amiga llorar desconsolada, mientras las otras la consolaban. —Lucas no va a venir. La llamó para decirle que… no estaba listo, y no se cuantas estupideces más.¿Cómo está todo allá afuera?
Su estómago se apretó. Pobre chica. Estaba tan entusiasmada con el asunto. No podía ni siquiera imaginarse por lo que tenía que estar pasando.
Trató de pensar bien las palabras que iba a decir, para no empeorar la situación.
—Está un poco complicado. Pero eso no es lo importante ahora. – ella lo interrumpió.
—Quiere estar sola con nosotras… – dijo bajito. —Y no quiere que nos vayamos de acá… – suspiró. —Acá también está un poco complicado.
—Yo me encargo. – le contestó.
—¿De qué?
—Les digo que se siente mal, que por favor se vayan. – miró a su alrededor. —Y a los padres, les digo que se queden en alguna de las habitaciones de la estancia y que esperen a que se le pase para hablar con ella…
Hubo un silencio.
—¿Harías eso? – preguntó sin poder creerlo.
—Si, bonita. Ustedes quédense tranquilas. – se despidió de ella con un beso y habló con sus amigos.
Se había encargado de decirle a la gente que la boda quedaba cancelada, y que por favor entendieran que no era un momento para decir nada más.
Ezequiel había llamado a una remisería, para que quienes no tuvieran transporte, pudieran disponer de uno rápidamente.
Y Agustín, había hablado con la gente del catering y de la estancia contándoles de la situación.
Aparentemente no era algo raro, y estaban preparados para que algo así ocurriera en cada evento que se realizaba.
El intentaba hacer entender a los padres que Gabriela ahora quería estar con sus amigas, pero éstos estaban tan angustiados que no querían escuchar razones. Podría haber llamado a Paula que los conocía mejor, los convenciera, pero se dijo que trataría de evitárselo tanto como pudiera.
Estaba en medio de la discusión cuando ella bajó por las escaleras acompañada por Caro.
—¡Paula! – gritó la mujer. —Por Dios. ¿Me pueden explicar que está pasando? – se quejó histérica.
—Julia, por favor quédese tranquila. – le dio la mano. —Gabriela está durmiendo, estaba muy angustiada. Necesita estar sola. No quiere hablar.
—Pero soy la mamá. – reclamó.
—Me lo pidió especialmente. Por favor. – insistió mirándola a los ojos. La mujer asintió resignada y se desplomó en un sillón.
Aprovechó ese momento de distracción de la señora y se acercó a él.
—Me parece que nos vamos a quedar acá hasta la noche. – le explicó. —Si vos querés, podés ir. De paso llevas a tus amigos.
—No tengo problema en quedarme. – le acarició el brazo. —Por si necesitan algo.
Ella le sonrió apenas y lo miró.
—Gracias. – asintió. —No te puedo pedir que te quedes
esperándome… No sé ni cuanto tiempo vamos a estar... – dudó.
—Me quedo hasta la noche y vemos. – la tomó por el rostro y muy despacio, la besó.
Ella cerró los ojos y suspiró, sintiendo como sus labios se tocaban.
Cuando se separaron los abrió y volvió a sonreír.
Su corazón iba a toda carrera.
Se acercó a su oído, y antes de dejarla le dijo.
—Sos hermosa. – y le besó la mejilla.
Sus ojos eran tristes, y se notaba que estaba preocupada por su amiga. Quería abrazarla y hacerla sentir mejor.
Reconfortarla diciéndole todo lo que sentía por ella, quería acompañarla donde sea.
Pero no podía.
Todo lo que podía hacer era quedarse cerca por si ella lo necesitaba.
Esperaría esa tarde. Y la esperaría siempre.
CAPITULO 58
Paula le había dicho que se quedara en su casa por todo el fin de semana, así que la mañana del sábado comenzó como la de los últimos días, a su lado en la cama. Se levantaron solo cuando fue hora de almorzar.
Ella cocinó, mientras él iba a su departamento a buscar ropa para ponerse en el casamiento del otro día.
Según lo que le habían dicho, era una boda de día y no iba a ser muy formal. Se encogió de hombros. Solo tenía un traje además del que usaba para trabajar, así que no había de donde elegir. Iba a tener que estar bien.
Cuando pasó por la sala, notó que Soledad había pasado por su casa en su ausencia y se había llevado sus cosas. No quedaba nada. Eso le rompió el corazón.
Le hubiera gustado poder hablar con ella en persona. Sentía que se lo debían, y además le hacía mal pensar que podía estar sufriendo por su culpa. La situación era horrible.
La última vez que habían hablado, ella estaba dolida y enojada. No quería volver a saber de él.
De vuelta en casa de Paula, el aroma a comida era exquisito…
La mesa estaba puesta, y ella estaba buscando una jarra de la heladera. ¿Cuánto tiempo se había ido? En menos de cuarenta minutos ya tenía todo estaba listo.
—¿Querés vino? Yo voy a tomar agua…con limón. Voy a comer sano después de la hamburguesa de ayer. – dijo distraída mientras servía los platos.
—Agua está bien. – contestó mientras la ayudaba.
Ella le sonrió.
—Espero que te guste a pesar de no estar frito… ni tener kétchup. – eso lo hizo reír.
—Me adapto – se encogió los hombros haciendo como que le daba lo mismo. —¿Qué es? – miró con desconfianza. Olía riquísimo, pero se veía algo raro.
—Tarteletas integrales de portobellos y verduras con salsa blanca. – sonrió orgullosa. —A base de leche de soja.
Quiso sonreír, pero no pudo. Tal vez si no hubiera preguntado, lo comía y listo. Pero ahora que sabía que tenía… Volvió a mirar su plato y pincho uno de los hongos con el tenedor.
Lo miró impaciente y él hizo de nuevo su versión de sonrisa, que era todo lo que podía hacer por el momento.
Se lo llevó a la boca, y respiró profundo, tratando de no hacer caso a la textura de lo que estaba masticando. Dios. Odiaba los hongos con todas sus fuerzas desde niño. Tragó y levantó el pulgar, rogando ser lo suficientemente convincente.
Para el próximo bocado evitó a conciencia los portobellos, y comió la verdura.
Paula comía mirándolo atenta hasta que dijo.
—Odias los hongos… – se quedó quieto y la miró. Pero cuando no pudo aguantar más, asintió con la cabeza aun con la boca llena.
Ella se rió y él hizo un gesto de disculpas.
—Tengo milanesas de soja y empanadas de verdura en el freezer. – le ofreció incorporándose.
—No, no te hagas problema. – le hizo señas para que no se
levantara. —Me como la verdura.
—Perdón, no sabía que no te gustaban. – se disculpó viendo
divertida cómo él separaba y seleccionaba con la precisión de un neurocirujano su comida.
—Es lo único que no como. – pensó mejor. —Eso y sushi. – arrugó la nariz y ella se rió.
—Yo como un poco de todo, pero prefiero las cosas sanas. – volvió a sonreír. —Y desde ayer también las papas con kétchup.
—Mmm… – dijo recordándolas.
Los dos se rieron y siguieron charlando sobre las cosas que le gustaban a cada uno mientras terminaban de comer.
Esa tarde, se pusieron a ver una película que daban en el cable y como no habían descansado demasiado la noche anterior, se quedaron dormidos abrazados en el sillón.
Cuando se despertaron estaba oscuro afuera, y tenían como cinco mensajes cada uno en sus teléfonos.
Sus amigas le habían planeado una cena a Gabriela y a su novio Lucas, y los habían invitado también a Agustín y a Ezequiel. Obviamente los esperaban.
Y aunque no tenían ganas de salir, porque estaban cómodos y con ganas de estar solos, hicieron el esfuerzo y a las nueve estaban en casa de Caro.
Sus amigos lo habían acribillado a preguntas. Querían saber que había pasado, si estaban juntos, si eran una pareja, o qué había pasado con el que supuestamente era novio de Paula. Pero él solo sonrió y cerró la boca negándose a dar detalles.
Todo era muy complicado, y para cuidarla, no iba a hablar del tema con nadie. Era lo mejor. Le bastaba con saber que ella sentía cosas por él, y cuando estaban juntos todo era perfecto. No necesitaba nada más.
Habían insistido, pero al ver que no iba a soltar nada, se irritaron y lo dejaron de molestar.
Lo que pensó que iba a ser una cena íntima con un par de amigos, se había convertido en una fiesta. El departamento de Caro era enorme, pero en este momento, en donde no se podía ni mover de lo lleno que estaba, le parecía pequeño.
Era temprano, pero los futuros esposos estaban completamente borrachos. Tal vez sería para no notar los nervios, pero estaban fuera de control.
Bailaban y cantaban cada canción que pasaban. Ezequiel estaba en algún rincón con Caro. Ella todavía se resistía un poco, pero se gustaban así que seguramente no pasaría mucho tiempo hasta que pasara algo entre ellos.
Agustín hablaba con Muriel, la otra amiga, y aunque tenían buena onda, ninguno parecía querer dar el primer paso.
Paula se acercó alcanzándole un vaso de cerveza y él la abrazó por la cintura y le dio las gracias con un beso. Estaba preciosa con ese vestido negro corto. Era parecido al que se había puesto cuando se conocieron aquella primera noche.
—Mis amigas están borrachas. – dijo riendo.
—Y vos un poquito también, ¿No? – le preguntó riendo al verle los ojos un poco brillosos.
Ella se acercó a su oído y muy despacio lo rozó con la nariz.
Sintió que le besaba el lóbulo de la oreja, y se estremeció.
—Un poquito. – le susurró. —¿Vos no estás tomando? – observó.
—Yo te traje en auto. – se explicó levantando los hombros.
—Nos podemos ir en taxi. – dijo ella como si nada. —Mientras manejas no puedo hacer esto. – acercó su boca y lo besó.
El sonrió y le devolvió el beso abrazándola por la cintura.
Lo tomó con más fuerza y sonriendo también cruzó los brazos por detrás de su espalda, pegándolo más a su cuerpo.
Entonces escucharon que alguien la llamaba.
—¡¡Hey Paula!! – el novio de su amiga, Lucas, llegaba hasta
donde estaban para saludar.
—Lucas. – le sonrió ella.
Se soltaron de manera incómoda y saludaron al chico que acababa de interrumpirlos.
—Pedro. – se presentó estirando una mano, aunque cuando se la iba a apretar, tuvo que sostenerlo con las dos, porque el novio estaba tan borracho que se caía.
Se rió.
—¡Cuidado! No te caigas. – contestó éste entre risas. —Yo soy Lucas.
El no podía hacer otra cosa que reírse también.
—¿Cómo te sentís? ¿Nervioso por mañana? – quiso saber Paula.
—Nah – dijo relajado. —Me siento muy bien. – le sonrió. —Che, que suerte que cortaste con Juan… no me lo bancaba.
Ella abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar así que el chico siguió hablando.
—Este me gusta más. – lo señaló. —¿Cuánto estuvieron? ¿Dos años de novios? Pfff – hizo un gesto con la mano.
—¡Lucas! – lo regañó Gaby que había escuchado la conversación.
—Está en pedo, no le hagan caso. – dijo arrastrándolo lejos.
El se había quedado callado tratando de no mostrar sus emociones, pero tenía las mandíbulas y los puños tensos.
No quería saber de ese Juan. Le recordaba que ella tenía una relación. En pausa, pero una relación con alguien. Dos años, pensó. Eso era muchísimo tiempo. Y ella todavía no lo consideraba su novio. ¿Cuánto hacía que ellos se habían
conocido? No quería ponerse a pensar en eso, o después no podría parar.
Ella lo miró, tal vez intuyendo lo que pasaba por su cabeza y lo besó en la mejilla.
Volviendo a la realidad, la abrazó acariciándole la espalda.
—Vamos a bailar. – le propuso al oído.
Ella asintió sonriendo y se lo llevó de la mano hacia donde todos sus amigos estaban bailando.
Metidos entre la gente, se hicieron lugar y empezaron a moverse. La abrazaba por la cintura, y ella tenía las manos puestas alrededor de su cuello.
No tenía nada que ver con el ritmo de la música que estaba
sonando, pero les daba igual. Podía sentir como ella movía las caderas y bailaba pegada a él, lo que hacía difícil o casi imposible concentrarse en algo más que no fuera el roce de su piel y su perfume.
Soltándolo suavemente giró su cuerpo y quedándose de espaldas se movió contra él haciéndolo enloquecer. En respuesta, tomó sus caderas y la atrajo todavía más cerca.
Ella sonreía y le apoyaba la cabeza en su hombro mientras bailaban cerca del otro levantando cada vez más la temperatura.
Acercó la boca a su oído le dijo.
—Estar así, me hace acordar demasiado al balcón de Mendoza. – estaba por prenderse fuego ahí también.
—Mmm… – contestó ella cerrando los ojos. —Es una pena que no estemos solos…
¿Qué hacían que no estaban solos? Tardó más de un minuto en recordar por qué no lo estaban. Claro, estaban en la fiesta de su amiga.
Gruñó frustrado. Quería llevársela de ahí.
Llevó las manos más abajo, pasando el ruedo de su vestido, hasta encontrarse con la piel de sus muslos y hubiera podido jurar que su piel ardía. Ella gimió cerca de su oído y sintió como su entrepierna latía, y se tensaba.
—Quiero estar con vos. – dijo él en respuesta.
Se dio vuelta despacio y levantó una ceja sonriendo.
—Vamos. – respondió ansiosa.
Sin despedirse si quiera, se fueron a su casa. Habían llegado a salir del ascensor como podían, ya besándose y tratando de desvestirse.
Entraron al departamento arrojando la ropa a donde podían, y tocándose con desesperación.
El jadeaba agitado, mientras ella se había separado de él un poco apenas, para verlo desnudarse.
Cuando lo logró ella se acercó y lo tomó de la nuca y tiró de su cabello.
—Quiero jugar. – se mordió los labios. —Solamente si vos querés.
Así no hubiera querido, que no era el caso, no habría podido decirle que no. Sus ojos lo miraban tan llenos de deseo… que se le secaba la boca.
Y a decir verdad… se moría por jugar.
La siguió a la habitación y se arrodilló como siempre esperándola.
—Me voy a cambiar. – le dijo entrando a su vestidor.
Se quedó solo mirándose las manos. Su cuerpo latía excitado y su mente iba a mil por hora pensando en que tenía planeado Paula para él.
Volvió vistiendo un conjunto de ropa interior celeste pastel de seda con encaje, con portaligas y sus tacones aguja negros.
Por encima se había puesto una bata de seda corta en el mismo tono celeste que la ropa interior.
Se veía preciosa.
Levantando apenas un poco la mirada se dio cuenta de que había algo más. Un accesorio.
Su pulso se disparó cuando vio que alrededor del cuello llevaba puesto el bendito collar de perlas con el que lo había azotado la última vez, y él había terminado diciendo la palabra clave.
Buscó rápido sus ojos, esperando que le dijera algo, pero ella solo sonrió lentamente… casi sin que se le moviera un pelo.
Fue hasta donde él estaba y se sacó el cinto de la bata.
—Las manos en la espalda. – le ordenó.
Le hizo caso todavía nervioso. Hasta la última célula de su cuerpo estaba alerta, y plenamente consiente del collar.
¿Qué pensaba hacer con él? ¿Lo volvería a golpear?
Todavía no lo había tocado y ya estaba bañado en sudor.
Respiró con dificultad y ella volvió a sonreír.
Se agachó a donde él estaba y lo hizo incorporarse un poco más, acercándole sus pechos al rostro.
El perfume de su escote lo intoxicaba. Su piel rosada y tersa olía a rosas. Suspiró cerrando los ojos por un momento olvidándose de todo. Pero como queriendo volverlo a la realidad, ella lo sujetó por el mentón.
—Besame. – él entendiendo, tomó uno de sus pechos y lo sintió con los labios a través de la tela del suave y pequeño corpiño. Aun con él puesto, sintió su pezón endurecerse y lo mordió.
Ella arqueó el cuerpo con un gemido y se apretó más cerca de su boca.
Hizo círculos con la lengua viendo como ella reaccionaba
retorciéndose, buscando más, mucho más de lo que él le daba.
En un momento, ella llevó una de sus manos hacia el collar y
comenzó a sacárselo. La sangre se le congeló y se quedó quieto donde estaba esperando el latigazo. Pero nunca llegó.
Ella se había sacado el collar y ahora se lo ponía a él con cuidado.
Con la joya funcionando como correa, podía controlar el
movimiento de su cabeza a su antojo…
Se mordió los labios y se paró de golpe desconcertándolo.
Con la improvisada correa, lo levantó y lo sentó al borde de la cama.
Mirándolo desde arriba, comenzó a acariciarse frente a él,
disfrutando del efecto que eso tenía.
Gruñía y trataba de liberarse del cinto, pero no podía.
Estiró la cabeza, para poder tocarla al menos con la boca, pero ella retrocedió.
—Quieto, Pedro. – le advirtió levantando su dedo índice como si estuviera hablándole a un perro.
Le sacó el collar y él volvió a encogerse. De verdad no quería ser golpeado por esa cosa. Era demasiado doloroso.
Pero esta vez tampoco le pegó.
Hizo algo mil veces más inquietante.
Con mucho cuidado y tan lento que lo desesperaba, lo puso
alrededor de su miembro.
Nunca en su vida se había quedado más quieto. No se atrevía a mover ni un músculo, aunque por dentro estuviera gritando. Oh por Dios.
Que no se le ocurriera pegarle con eso ahí, pensó.
Ella le sonreía asomando los dientes, por entre los labios rojos de manera perversa y él se congelaba más.
Tiró de un extremo y las perlas empezaron a rodar masajeándolo en contacto con las otras y con su piel. Era extraño…
Justo cuando estaba acostumbrándose a la sensación ella tiró del otro extremo, alternando entre ambos, y él gimió.
Cerró los ojos haciendo la cabeza hacia atrás, sintiendo el vaivén de perlas a lo largo de todo su miembro y pensó que se iba a venir abajo ahí mismo. Abrió los ojos y vió como seguía dándole más vueltas al collar enroscándolo por completo.
Sin que pudiera seguir mirando ella se acercó y tomó su boca. Con violencia, sin esperar a que él respondiera su beso. Lo poseía por completo.
Lo provocaba con la lengua lentamente, gimiendo y jadeando de deseo.
Colocó una de sus manos por sobre el collar y comenzó a moverla hacia arriba y abajo, haciendo que no solo la presión de las perlas pero también su mano, lo estimularan. Gruñó.
Eran demasiados estímulos.
Era demasiado intenso.
Lo más placentero que le había pasado. Abrió más las piernas, sintiendo como ella se acomodaba entre ellas y le acariciaba los muslos.
Seguía y seguía moviendo la mano manteniendo el contacto visual con él. Estaba por volverse loco. Su respiración agitada se mezclaba con el sonido de las perlas al chocar y su corazón agolpándose en su pecho.
Estaba muy cerca, y todo su cuerpo empezaba a tensarse.
—Mmm… – le dijo sintiendo que explotaba. —Te necesito ya.
Ella solo le dio una sonrisa torcida y aumentó la velocidad.
Se acercó más a ella con la cadera, gruñendo.
Le encantaba verlo así, incapaz de controlarse, al límite de dejarse ir.
Se agachó sobre él y se humedeció los labios mirándolo.
Pero cuando estaba a un centímetro, se alejó y le desenroscó el collar rápidamente haciéndolo contener la respiración.
Se subió de manera repentina a su regazo y tomándolo por el rostro lo besó. No podía seguir aguantando ni un solo segundo más.
Tiró del cinto que ataba sus manos y sintió como éste se cortaba, descosiéndose con un solo ruido.
La tomó de la cadera haciéndola retroceder, hasta que la tuvo de pie nuevamente frente a él y le bajó la ropa interior desesperado.
Mirándolo fijo lo empujó por los hombros haciéndolo caer contra la cama, y luego subiéndosele encima.
Era como una lucha por el poder.
Se sonreían y provocaban, tironeando, y tratando de estar por encima del otro.
Ninguno de los dos jugaba limpio.
Ella le clavaba las uñas y mordía suavecito en el cuello,
excitándolo… Y él empujaba con el peso de su cuerpo, buscando su boca para besarla.
Y cuando finalmente lo logró, ambos perdieron por completo el control. Ya no importaba quien quisiera dominar la situación, ninguno podía. Se perdían en ese beso, entrelazados de todas las formas posibles, jadeando, envueltos en el otro… muertos de deseo.
Ella abrió sus piernas para que se acomodara y de a poco, se dejó llenar por él, abrazándolo cerca. Estaban casi pegados, y los movimientos eran cortos pero muy, muy rápidos. Se necesitaban con tanta urgencia, que nada parecía suficiente.
Entre jadeos tan entrecortados como lo marcaba el ritmo de sus embestidas, dijo su nombre miles de veces hasta que por fin se dejó ir.
Paula, gemía alcanzándolo también mientras le clavaba las uñas en la espalda con violencia.
Minutos después todavía seguían abrazados tratando de
recuperarse. Había sido intenso. Siempre lo era, pero esta vez, había algo más. Se conocían mejor, sus cuerpos se entendían mejor.
No estaba seguro de cual iba a ser su reacción. Después de todo, había sido genial, pero él no había hecho caso a las reglas del juego. Se había desatado y había actuado por su cuenta.
Mientras ella suspiraba y besaba su pecho, no le importaba.
Ni eso ni nada. Si luego quería castigarlo, lo aceptaría.
Había valido la pena.
Besó su frente cariñosamente y le acarició el cabello. Era su manera de decir aquello que necesitaba, y ella no podía escuchar.
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