jueves, 30 de abril de 2015
CAPITULO 53
Cuando fue capaz de pararse, se vistió. La piel le ardía en contacto con la ropa, pero no le importaba. Tenía que ir tras ella. Algo andaba muy mal. Algo le sucedía. Y él no soportaba verla así, simplemente no lo soportaba.
La había buscado por todos los rincones del hotel, sin poder
encontrarla. Sentía una angustia que crecía a medida que pasaba el tiempo.
¿El sería el culpable de su estado? ¿Había sido porque había dicho la palabra clave? ¿Algo más le molestaba?
Diossss…Hoy no era su día con las mujeres, pensó.
Necesitaba enfrentarla y que hablaran.
Ya la había visto enojada muchas veces, pero nunca como ahora.
Se hacía de noche, y su ansiedad no hacía más que crecer.
Estaba en bata, descalza y sola en esas condiciones.
Tampoco se había llevado con ella su teléfono, así que no había como ubicarla.
A la hora de cenar, no le quedó más remedio que ir a hablar con Marcos.
Estaba en el lobby, esperando a los socios vestido de punta en blanco, y cuando lo vió llegar frunció el ceño y se paró más derecho como para parecer más alto.
El puso los ojos en blanco, y le preguntó.
—¿La viste a Paula? ¿Sabés algo de ella? – se acercó para hablar más bajo. —Estoy preocupado… no se sentía bien más temprano.
Lo miró curioso.
—¿Esa Paula? – le señaló la mesa en donde se iban a sentar.
Allí efectivamente estaba ella. Vistiendo un vestido largo y rojo con el cabello suavemente ondulado suelto. Lucía radiante. Como si nada hubiera pasado.
Hipnotizado, caminó y se sentó a su lado.
—Paula. – ella no lo miraba. —¿Qué pasó? ¿Dónde fuiste?
—Nada, está todo bien. – lo miró por apenas un segundo y volvió a dar vuelta la cara.
—Te estuve buscando por todos lados. – insistió acercándose más para que lo volviera a mirar. —¿Qué te pasa, bonita? ¿Ahora qué hice mal?
Ella cerró los ojos por un momento y lo miró. Sus ojos estaban tristes y algo enrojecidos. ¿Había estado llorando?
—No hiciste nada mal. – su voz se quebró. —Yo hago todo mal.
Ladeó la cabeza sin entender. Miró hacia donde estaba Marcos y luego de nuevo a ella.
—Vamos. – le dijo sujetándola de la mano.
—¿Qué? – contestó sorprendida.
—Que nos vamos. – entrelazó sus dedos.
—¿Qué decís? Se supone que tenemos que cenar con los socios… – comenzó a decir ella, pero él la frenó.
—Nos escapemos. Marcos puede cenar con ellos. – tiró de ella. — Vamos, dale.
Ella miró hacia todos lados, y de a poco se paró para seguirlo aunque todavía dudando.
Le explicó a su asistente que se sentía mal, y después salieron corriendo por la puerta de salida.
—¿A dónde vamos? – dijo agitada mientras se apuraban en salir sin ser vistos.
—No tengo idea. Es la primera vez que vengo a Mendoza. –
contestó entre risas.
Ella se rió también y tiró de su mano para que doblaran en la
próxima esquina.
Fueron a parar a un barcito pequeño, perdido entre otros locales ruidosos. Era un lugar que tenía apenas un par de mesas, y ninguna estaba ocupada.
La música era fuerte y retumbaba en todos los rincones haciendo vibrar los vidrios.
Tomaron asiento y ordenaron el plato recomendado con el mejor vino que había en la carta.
—Me van a matar. Ya no sé ni que estoy haciendo. – dijo pasándose los dedos por el cabello retirándoselo de la cara.
El sonrió.
—Sos la jefa. – se encogió de hombros.
—Si, y por eso tendría que ser más responsable. – negó con la cabeza fingiendo enojo, aunque en el fondo, la notaba divertida con la situación.
—¿Me vas a decir que te pasa? – preguntó aprovechando que parecía más tranquila.
Ella vació la copa de un trago y le contestó.
—No sé lo que me pasa. – su gesto era totalmente sincero.
—Yo no soy así, Pedro. – dijo angustiada.
—¿Es por mí? – tenía un nudo en el estómago.
—No sé. – lo miró a los ojos pensativa. —Puede ser.
—¿Qué hice mal? ¿Qué hago mal? – la tomó de una mano. —Decime, Paula. ¿Qué querés que haga?
Ella negó con la cabeza y se sirvió más vino.
—No quiero hablar más del tema. – se tomó todo el contenido de la segunda copa.
—Hey. Despacio, bonita. – bajó su copa. —Comamos algo antes.
Ella se encogió de hombros y volvió a tomar.
—Necesito estar por un ratito afuera de mi cabeza. – golpeó la copa contra la mesa. —Me parece que voy a tomar algo más fuerte.
Dos horas después, apenas había tocado su plato y ya estaba borracha. Se había cansado de pedir tragos.
—Nos vamos. – dijo agarrándola del brazo. Se iba a poner enferma si no la frenaba.
Dejó un par de billetes que cubrían la cena más una generosa propina, y se la llevó prácticamente alzando.
Era tarde, y ya no había gente en los pasillos del hotel. La arrastró hasta su cuarto y la acostó en su cama con cuidado.
Le acarició la frente.
—¿Qué es lo que te tiene así? – la besó.
Ella sonrió y después lo miró fijo.
—Estoy hecha un lío,Pedro. – cerró los ojos. —Ya no sé ni quien soy. No soy como otras…
—Ya lo sé bonita. – le sonrió.
—Soy mala. – su mentón tembló. —Te hago mal. Me hago mal.
—No sos mala. – frunció el ceño confundido. —Y te puedo
asegurar que no me haces mal. Creeme, sé por que te lo digo.
—Esto es una mierda. – dijo haciéndolo reír. Era tan raro
escucharla insultar, cuando normalmente era tan correcta y formal. Lo miró y se rió también.
—Sos hermosa. – la besó en los labios con ternura mientras ella todavía sonreía.
—Vos también. – le sonrió.
—¿Soy hermosa? – preguntó haciéndola reír aun más.
—Acordate que te vi con un vestido negro, peluca rubia y hace bastante poco con los labios rojos. – le guiñó un ojo y los dos se rieron a carcajadas.
—Y eso que no me viste con tacos. – levantó el mentón. —No sabés la cola que me hacen…
Paula reía relajada a su lado y a él se le estremecía hasta el alma.
Hermosa.
Se acercó a su cara, impulsivamente besándola con desesperación.
Ella suspiró y lo abrazó fuerte pegándolo a su cuerpo.
El se separó apenas para mirarla a los ojos.
—Me estoy enamorando, Paula. – dijo en susurros. —Creo que estoy enamorado de vos.
Ella abrió los ojos como platos y lo empujó.
—Stop. – dijo incorporándose tan rápido que se había mareado.
—Paula… – la quiso frenar, pero fue inútil.
—¡Stop! – contestó levantando una mano para que se mantuviera a distancia, y salió corriendo a su habitación.
Cerró los ojos lamentándose y se dejó caer en la cama entre
insultos.
CAPITULO 52
Llegaron a la habitación de Paula, y se miraron. Estaba por
acercarse y besarla, pero ella retrocedió riéndose.
—Te quiero desnudo y arrodillado. – endureció el gesto y levantó una ceja. —Ya.
Un poco nervioso, pero dispuesto, empezó a desvestirse y se quedó en la posición que siempre se ponía esperándola.
Ella se quedó en ropa interior, zapatos, y lo que más le llamó la atención; un collar largo de perlas que se perdía entre sus pechos. Se removió inquieto en su lugar, impaciente por tocarla. Estaba preciosa.
—Mmm….me falta algo. – dijo pensativa paseándose delante de él sin tocarlo. —Ya sé. – sonrió.
Fue hasta su bolso y sacó su labial rojo. Se pintó tan lentamente, mientras separaba los labios, que pensó que su cerebro se iba a quemar.
—¿Te gusta? – preguntó pasándose la lengua por los dientes.
—Si, señora. – contestó comiéndosela con la mirada.
Ella asintió sonriendo y se le acercó tanto que pensó que lo iba a besar. Cerró los ojos esperando, pero en lugar de sentir sus labios, sintió algo suave que se deslizaba dejando aroma a cereza.
Abrió los ojos sorprendido.
—Queda perfecto con tus ojos. – dijo impresionada.
Le pintó el labio inferior, y luego con mucho cuidado el superior mientras él abría un poco la boca para facilitarle la tarea.
Tenía en su mente, la cara de sus amigos negando con la cabeza… si alguien lo veía. Bah…¿Qué le importaba? Era obvio que por esta mujer haría lo que fuera.
—Quiero que te pares y te veas en el espejo. – le pidió.
El hizo caso, esperando no reírse al encontrarse con su reflejo.
Y ahí estaba.
Desnudo.
Con la boca pintada de rojo carmesí.
No le dio nada de gracia, sentía algo más que todavía no se daba cuenta. No sabía que era, pero no era agradable.
—Estas muy… bonito, Pedro. – comentó en tono de burla.
Tensó las mandíbulas totalmente enojado.
Este tipo de maltrato era el que más le costaba aceptar. El que ella lo humillara, era demasiado. Tenía ganas de tenderla en la cama y…
Resopló con violencia mientras fruncía el ceño.
—Volve a tu lugar. – le señaló el piso.
El volvió a obedecer, sintiendo como el calor subía por todo su cuerpo, alcanzando especialmente su cuello y su rostro.
****
Algo en su estómago se agitó también, pero no haría caso.
Estaba todavía molesta y ciega de celos.
Había contado los mensajes que le habían llegado mientras comían.
Once.
Once mensajes de Soledad, que a ella le habían hecho sentir horrible.
Había sentido nauseas, y ganas de golpear algo… En este momento, lo único que quería era castigarlo.
Ella se había sentido furiosa, ahora lo sentiría él.
Se sacó el collar de perlas del cuello y lo tensó entre sus puños.
No era un simple accesorio de bijouterie. Sonrió.
—Conta Pedro. – sin decirle más sujetó el collar de un lado y con el otro, lo azotó con fuerza en plena espalda.
No se la esperaba. Lo vió cerrar los ojos y apretar los dientes
conteniendo un grito.
—Vas a contar hasta once. – le ordenó cada vez más enojada. Ya no le importaba si esto resultaba excitante para él. No era ese el fin. —¿Entendiste?
—Si, señora. – dijo entre jadeos.
****
Pensó que para el cuarto azote, el collar se rompería en pedazos.
Después de todo ¿Cuánto podía soportar? Pero no.
—Cinco. – dijo casi sin aire. ¿De qué estaba hecha esa mierda?
Paula no parecía disfrutarlo. De hecho, parecía cada vez más enojada. Quería parar. Quería decir la palabra clave y terminar con esto.
Pero más que nada, quería saber que le pasaba. ¿Por qué se había puesto así?
El sexto latigazo lo hizo bajar la cabeza. La punta del collar le había dado en la nuca y le había dolido como nunca.
—Mmm…seis. – dijo como pudo.
Agitada le seguía pegando, dejando escapar algún gemido de vez en cuando, señal de que estaba utilizando toda su fuerza.
Para cuando recibió el noveno, ya no podía más. Cayó hacia delante con las manos sobre el piso, soltando el aire por la boca con un bramido.
Ni siquiera podía decir el número. El collar había impactado encima de los otros golpes, y sentía la espalda en llamas.
Rodó hacia su costado y apretó los ojos dolorido.
—Stop. – murmuró.
Sin decirle nada, tiró el collar haciéndolo chocar contra una pared y alcanzando una bata de toalla, salió disparada de la habitación dando un portazo.
El se concentró en respirar con calma por la boca para de a poco relajarse, y ser capaz de tolerar el dolor que sentía.
****
En el fondo, donde ya nadie podía verla, se dejó caer sentada entre los árboles y tapándose la cara, comenzó a llorar.
Sentía como si un hueco le estuviera destruyendo su pecho por dentro dejándola vacía.
No entendía sus sentimientos. Ya no entendía nada.
Se dejó ir, desahogándose… Sintiendo como sus lágrimas calientes, de a poco apagaban el fuego de su corazón.
Nunca le había pasado nada similar.
Al escuchar la palabra clave, había bajado a tierra. Se había visto desde afuera, sujetando ese collar, haciéndole daño a Pedro y se había odiado. Quería abrazarlo, pero no podía.
No.
Ella no era así.
Ella no podía sentir esas cosas.
No era normal. No podía. Sus amigas si podían. Todas ellas si podían permitírselo. Soledad también…
Hasta Pedro podía..
Y ella solo podía hacerle daño…
Se abrazó las rodillas y siguió llorando por un buen rato.
CAPITULO 51
La reunión no le pareció tan tediosa como las de su viaje anterior.
¿Era ella o todos estaban mejor predispuestos?
A su lado, Marcos tomaba nota absolutamente de todo lo que se hablaba, cada tanto haciéndole alguna acotación al oído. Cuando él estaba cerca, no tenía que preocuparse por nada. A la hora de trabajar, podía confiar ciegamente en su profesionalismo.
Los socios, y otros representantes que integraban la mesa, parecían igual de entusiasmados con las campañas que se venían.
Del otro lado lo tenía a Pedro. Había estado nervioso minutos antes, pero ahora estaba explicando como iban a proceder con los diferentes medios ATL, BTL y TTL teniendo en cuenta que la estrategia de marketing era ambiciosa, y se planeaba ir mucho más allá con una idea totalmente diferente a lo que la empresa venía haciendo.
¿Cómo hacía?
Hacía solo algunos días que estaba en la empresa, y con ella se había preparado media hora antes. Sonrió. Gabriel estaría tan orgulloso de él en ese momento.
A la hora del almuerzo, se despidieron contentos con el proyecto y encantados con el nuevo miembro del equipo. Se había integrado a la perfección, y además, les había caído bien.
Y para festejar, fueron a una de las bodegas más importantes de la provincia, que contaba con un restaurante de primer nivel.
En medio de la comida, vio que Pedro sacaba su celular y escribía mensajes. Frunció el ceño. ¿A quién le escribía tanto? Parecía preocupado.
Se acercó a él y le dijo al oído.
—¿Todo bien? – él se tensó apenas, pero contestó.
—Si, perfecto. – y le sonrió.
Ella asintió y siguió charlando con otros como si nada.
Aunque no podía evitar mirarlo por el rabillo del ojo cada tanto.
Aunque no podía evitar mirarlo por el rabillo del ojo cada tanto.
En un momento apoyó el aparato en la mesa y se distrajo con algo que le habían preguntado. Justo en ese momento, le entraba una llamada, y ella había tenido la mala suerte de leer de quien se trataba.
En la pantalla celeste, se leía perfectamente:
“Sole”
Y eso no era lo peor. La tenía agendada con una foto preciosa de ellos dos dándose un beso para la cámara.
Su corazón latía violento y estaba rechinando los dientes.
El miró rápido la pantalla y desesperado atendió excusándose de la mesa. Todo lo que había podido escuchar había sido:
—Te estoy llamando desde ayer… ¿Por qué no atendías? Estaba preocupado. – se había tocado el puente de la nariz con el dedo pulgar y el índice, visiblemente compungido. —Hey…hablemos. – le pedía casi rogando.
La comida acababa de caerle mal.
Trató de concentrarse en la gente que la rodeaba, que estaba charlando con ella, pero no pudo. Cada dos segundos se daba vuelta viendo que hacía Pedro. La estaba pasando mal de verdad.
El verlo ahí, caminando de un lado para el otro con el celular
pegado al oído y con gesto serio o triste la estaba irritando.
Respiró profundo, y quiso racionalizarlo. Era dominante. Era
posesiva. Le gustaba poseer. Lo que era de ella no se tocaba.
Pedro no era de ella. Nunca lo había sido. Nunca lo sería.
Escuchó que le hablaban.
—¿Cierto, Paula? – preguntó Bárbara y ella no tenía ni idea de que estaban hablando.
—Paula siempre quiso primero tener plantas y sucursales en
Córdoba. – interrumpió Marcos al ver que ella se quedaba callada. — Tenemos algunas reuniones programadas para dentro de unos meses.
Ella lo miró agradecida, volviendo de a poco a la realidad. Se
acomodó en la silla, dándose cuenta de que estaba clavando las uñas en los posa brazos.
Pedro tardó unos minutos más, y después volvió a la mesa luciendo abatido, mirando cada tanto la pantalla del teléfono chequeándolo.
Era suficiente. Esa situación la estaba poniendo muy ansiosa.
Lo miró esperando a que él la mirara, y cuando sus ojos se
encontraron ella sonrió levemente y se acercó para decirle algo al oído.
—Nos vamos a mi habitación, ya. – la miró rápido. —¿Querés jugar? – le preguntó.
Se quedó quieto un segundo, y cuando pudo responder, lo hizo con una hermosa y blanca sonrisa pícara que le calentó la sangre de todo su cuerpo.
—Bueno, los tenemos que dejar. – dijo parándose y mirando a Pedro para que se le uniera. —Marcos, quédate con los señores y terminen de hablar. Nosotros estamos esperando un llamado importante de Buenos Aires. – apretó un par de manos y tras despedirse se encaminaron al auto.
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