miércoles, 6 de mayo de 2015
CAPITULO 71
El sol entraba de lleno por la ventana del departamento de Pedro, iluminando toda la cama. Y como siempre que se quedaba a dormir en su casa, él no estaba cuando despertaba.
Sabía que estaba en la cocina preparando el desayuno para
llevárselo.
Sin querer sonrió.
Le encantaba ese detalle.
Se tapó la cara dándose cuenta de que se había acostumbrado a tantas cosas que antes hubiera creído imposibles.
No sabía si era por esa fecha especial o qué, pero se sentía
sensible… como si solo por ese día pudiera ser capaz de disfrutar sin pensar tanto. Suspiró. Tal vez se debía a que había pasado tantos días dándole vueltas al asunto, aterrorizada… que ya se había quedado sin ganas de pensar.
¿Qué más daba? Ya no podía hacer mucho. Ya era viernes, y no podía salir huyendo.
El se acercó con una bandeja llena de cosas ricas y la besó en los labios sentándose a su lado.
—Buen día, bonita. – le sonrió.
—Buen día. – se rió. —¿Sabés que día es hoy? – preguntó ella viendo atentamente su reacción.
Primero se quedó quieto y después se aclaró la garganta.
—Viernes. – era malísimo para fingir calma. Para fingir en general.
—¿Y además? – preguntó levantando una ceja.
—¿Vos también te acordaste? – se rió un poco más relajado. —No te iba a decir nada, porque pensé que te ibas a desesperar…y te iba a explotar la cabeza o algo…
Los dos se rieron.
—Un mes. – comentó ella asintiendo. La sonrisa de él se hizo más grande.
—Un mes. – volvió a besarla y ella, respondiendo lo tomó de la nuca acariciando su cabello húmedo. Se había dado una ducha y olía maravillosamente.
—¿Me vas a decir a donde vamos esta noche? – le insistió entre besos.
El negó con la cabeza sonriendo.
Ella protestó, pero de todas maneras él se rehusó a darle aunque sea una pista en todo lo que había durado el desayuno.
En la empresa todo el mundo corría de un lado al otro, desesperados porque se habían reportado unos problemas con el servicio y el área técnica no daba abasto. Tendrían que sacar un comunicado y solucionarlo antes de que fuera más grave. La noticia ya daba vueltas en todos medios y redes sociales.
Mierda.
¿Justo hoy?
Eso además significaba retrasar un día a todo el cronograma que tenían armado para la campaña.
Cerca de las cuatro de la tarde su nivel de estrés había alcanzado un pico desesperante. Le dolía la cabeza, y estaba intentando mantener una conversación telefónica con una persona, a la vez que contestaba correos electrónicos y firmaba formularios. Quería ponerse a gritar. No era un buen
momento para quedarse sin asistente.
Se acordó de Marcos de una manera no muy agradable. De Marcos y de toda su familia.
Se dio energías acordándose de que por algo ella estaba en donde estaba. Si, ella era capaz de superar esta crisis, y las que fueran.
Suspiró. Iba a hacer todo lo posible por terminar todo rápido.
Pensar que antes tenía miedo de que llegara ese día…y ahora no podía esperar a ir a esa cita sorpresa.
La curiosidad la mataba.
Una hora después su celular vibró con la llegada de un mensaje y como tenía las manos ocupadas no pudo responder.
A los tres minutos le entraba una llamada.
Atendió poniendo el altavoz.
—Hola, bonita. – dijo Pedro en tono cariñoso.
Contuvo la risa y habló por el auricular del fijo.
—Ingeniero, lo llamo mañana para comentarle como solucionamos. – y cortó rápido.
Ahora si, agarró el celular y lo atendió bien.
—Hola, perdón. – se rió. —Te tenía en altavoz.
—Uh, disculpame, no sabía. – se rió también. —¿Te falta mucho? – se lo notaba ansioso…
—No. Ahora termino de mandar unos documentos y estoy lista. – contestó con una sonrisa.
—Mmm… ya se fueron todos… – dijo pensativo en voz baja. — Nos encontremos en la máquina de café así bajamos juntos al estacionamiento. Un beso, bonita.
—Dale. – sacudió la cabeza y se mordió los labios. —Un beso, bonito. – dijo sintiendo un hormigueo en su estómago.
Cortó rápido y se concentró en terminar los papeles para poderse ir.
A los cinco minutos estaba caminando a su encuentro.
Y ahí estaba, parado frente a la máquina de café esperándola con las manos hacia atrás y esa sonrisa blanca y tierna que la hacía sonreír también.
Se acercó y tomándolo suavemente del rostro, lo besó. El sonrió y sacando una mano de su espalda la abrazó por la cintura con fuerza.
Se separaron apenas para mirarse y él, sacando su segunda mano de la espalda, le entregó lo que estaba sosteniendo.
Una rosa rosada. Igual a la que le había regalado aquella vez.
Ella la aceptó algo emocionada y lo volvió a besar.
—Te diría algo como “Feliz primer mes”, pero no sé como te lo vas a tomar. – dijo entornando los ojos.
Ella se rió.
—Feliz primer mes para vos también. – él sonrió conforme y
asintió. Dándole otro rápido beso la tomó de la mano y subieron al ascensor
—Vamos a tu casa, y te cambias… – le explicó. —Después vamos a ir a comer.
—¿No estoy bien así? – pensando en su cita se había puesto un vestido precioso. Uno de sus favoritos, de hecho.
—Mmm… – dijo mirándola. —Estás hermosa, pero te conviene ponerte algo más cómodo.
Lo miró confundida.
—¿Algo como qué? – estaba al borde del estallar. Odiaba no saber.
—Un jean… una remerita. – le dijo encogiéndose de hombros.
—Me va a dar un ataque. – dijo ventilándose con la mano.
El se rió y sin hacerle caso, la llevó en auto a su casa.
Lo que más se acercaba a la descripción que él le había dado del código de vestimenta para esa noche era un jean azul oscuro, una remera negra con tachas que usaba para salir a bailar, y unas botinetas negras también. Se maquilló a tono y se recogió el pelo en una colita alta. Se miró al espejo y se rió. Parecía la Paula adolescente que había dejado atrás al terminar el secundario.
Pasó a la sala y se señaló dando una vuelta.
El se paró frente a ella, la miró con atención y metiendo las manos en sus bolsillos traseros la acercó a él.
—Estas preciosa. – ella sonrió.
—Me siento rara. – él la apretó más y suspiraron rozándose.
Buscando su boca, lo besó con impaciencia. Sentía sus manos acariciándola y sus labios desesperados entre jadeos la estaban poniendo a cien.
Lo mordió suavecito mientras con sus manos tocaba la piel de su espalda por debajo de su remera.
—Mmm… tenemos mesa reservada. – se quejó cerrando con fuerza los ojos y pegando su frente a la suya.
—Vamos. – dijo también agitada tirando de una de sus manos. Si se quedaban ahí un segundo más, iban a terminar en la cama y chau cena, chau sorpresa.
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