viernes, 8 de mayo de 2015

CAPITULO 79





—Hola, Soledad. Tenía en silencio el celular. ¿Qué necesitas? – oh por favor, no se quería ir. Quería arreglar las cosas con Paula.


—Estaba preocupada, gordo. – sonaba angustiada. —Nunca te tardas tanto en responder. Me siento mal.


—Soledad… – se tapó la cara con la sábana. —Tratá de calmarte, si? Yo ahora no puedo ir. Intenta dormirte, poné música… una película que te guste…


—¿Estas con ella? – tomó aire de manera ruidosa. —No quiero molestarte, perdón.


La culpa le endureció el estómago.


—No me molestas. – trató de tranquilizarla. —Acordate de respirar despacio. ¿Si? Si después más tarde te sentís mal, me volves a llamar.


Ella estuvo de acuerdo, y cortó. Justamente se estaba despidiendo cuando Paula entró con una bandeja y prendió uno de los veladores.


Entraba con una sonrisa, pero cuando lo vio hablando con su ex por teléfono, su rostro cambió por completo. Podía ver que tenía ganas de tirarle la comida por la cabeza.


Se apuró a dejar el celular lejos y con una sonrisa, le agarró lo que llevaba en la mano.


—¿Me trajiste la cena a la cama? – preguntó emocionado.


Ella hizo una media sonrisa.


—Voy a hacer una excepción… – lo besó en la mejilla. —Nunca traje comida al cuarto… pero me pareció que ninguno tenía muchas fuerzas para ir a comer a la sala. – ahora su sonrisa era más grande y más pícara.


El se rió y la besó en los labios tiernamente para agradecérselo.


—Gracias, bonita. – levantándole apenas la remera que se había puesto sobre su cuerpo desnudo, agregó. —Todavía me quedan muchas fuerzas para otras cosas.


Levantó las cejas impresionada.


—Entonces puede ser que hoy juguemos un poco… – levantó la ceja. —Primero comamos.


Asintió y se fijó que en su plato, había dos hamburguesas con papas fritas y un frasco de kétchup. Le sonrió con más ganas. Que difícil era no decirle todo lo que sentía. Ese momento se sentía perfecto, pero sabía que ella se lo tomaría mal.


Se mordió los labios y cuidando las palabras, le dijo.


—Muchas gracias, hermosa. – la besó tomándola del rostro. —Me volves loco.


Ella se rio y respondió a su beso acariciando su rostro también.


El teléfono volvió a sonar. Inmediatamente ella separó su rostro y muy seria, se lo alcanzó.


Soledad.


—Se sentía mal… – quiso explicarle, pero negó con la cabeza y se levantó de la cama en silencio, encerrándose en el baño.


—Hola. – contestó enojado sin querer.


Pedro, perdoname. – no estaba llorando. —No te quería molestar, pero vino tu mamá y quiere que vayamos con ella a comer. ¿Le digo que en un ratito venís o querés que te vayamos a buscar? Ella está en auto.


El calor se le subía a la cabeza y estaba rechinando tanto los dientes que le dolían.


—Soledad te dije que no podía ir para allá. – habló bajo, casi seguro de que Paula podía escucharlo.


—Me dijiste que te llamara… – dijo ella al borde de las lágrimas.


—Si te sentías mal. – le aclaró él tratando de calmarse. —Decile a mi mamá que va a tener que ser otro día. – y cortó maldiciendo.


Iba a tener que pedirle disculpas seguramente.


Sintiéndose un tonto se levantó y le golpeó la puerta del baño.


—Paula… – ella no contestaba. —Paula, por favor salí y
hablemos.


Abrió la puerta y a él se le encogió el corazón. Tenía los ojos
vidriosos.


—No quiero que te pongas así, perdoname. – la abrazó. —Soledad es mi amiga, es mi problema. Perdoname.


Ella lo miró confundida.


—¿Te tenés que ir? – él negó con la cabeza y ella lo volvió a
abrazar.


—Debes pensar que soy muy mala persona. – se secó las lágrimas que le caían por las mejillas. —Pero nunca me había pasado esto con nadie, y me cuesta… todo.


—No sabés lo bien que me hace escuchar eso. – dijo sonriendo. —Y a mí también me cuesta, bonita. – la miró a los ojos. —Me cuesta no poder decirte… todo lo que te quiero decir. Nada más para que lo escuches.


Ella se agitaba todavía por el llanto y mirándolo, le contestó.


—Decímelo. – su voz algo entrecortada, o tal vez fue el verde de sus ojos, lo derritieron. Le estaba pidiendo que le dijera lo que sentía por ella.


—¿Segura? – quiso confirmar él, al verla tan sensible. Paula
asintió ansiosa con la cabeza y se preparó como si estuviera a punto de recibir un golpe.


Le hizo gracia, y también le dio un poco de ternura.


Acariciándole las mejillas, le dijo.


—Te amo. – el corazón le retumbaba de manera audible. —Te amo, Paula.


Ella soltó todo el aire a la vez y lo abrazó con fuerza. Su corazón iba tan rápido como el suyo.


Lo había tomado demasiado bien. Sonrió con ganas. Se sentía tan bien poder decirlo al fin.


Algo que tenía anudado desde hace un tiempo en el pecho, se disolvía, y empezaba a crecer con fuerza llenándolo de una sensación de calidez.


Ella se separó apenas de él para mirarlo, y lo besó. Con suavidad, pero con determinación. Algunas lágrimas caían con velocidad por su mejilla, y se perdían entre ellos. Otras mojaban su rostro y casi podía sentir que también eran suyas. Podía sentir lo mismo que ella. Todo ese temor…
y no le importaba.


La amaba y se lo había dicho.


Haría lo que fuera para que ese miedo desapareciera.


Haría lo que fuera por ella.





CAPITULO 78





La mañana siguiente, sentía como si la hubieran atropellado dos camiones. Había tomado tanto, que aun estaba mareada, pero la había pasado genial.


Habían salido después de juntarse, y habían disfrutado entre amigos de la noche.


Claro que ahora tenía sus consecuencias. Su ropa y su pelo olían a humo de cigarrillo y muerte, y en su boca todavía tenía la sensación de estar tomando vodka barato.


La cabeza le dolía tanto, que le hubiera encantado arrancársela para dejar de sentirla.


Se rió cuando se dio cuenta de que aún llevaba puesta la ropa con la que había salido.


Había llegado a horas de la madrugada, y se había desmayado literalmente, en la cama.


Toda la noche había recibido mensajes de Pedro, pero no le había contestado.


Sabía por sus amigos, que ella había salido, y quería asegurarse de que estuviera bien.


Estaba tan borracha, que no le importaba.


Se paro en el piso frío, y el estómago le hizo unos ruidos extraños, siguió caminando hasta el baño y su propio reflejo la asustó.


Tenía la cara pálida y unos ojos rojos con ojeras moradas, que apenas se le veían entre las capas de maquillaje corrido por todos lados. Su pelo estaba todo enredado.


Con un estremecimiento se bañó, y aunque era lunes y fuera
importante su presencia en la empresa, faltó.


No le importaba nada.


Por primera vez en muchos años, decidió que no tenía ganas de ir a trabajar y se quedó.



****


Había querido concentrarse en su trabajo, pero no había podido.


Paula no le contestaba ni un mensaje.


Sabía por sus amigos, que había llegado bien a su casa, aunque muy borracha. Y hoy no había asistido a trabajar, que era rarísimo de ella.


Incluso Gabriel se lo había comentado. Aparentemente ni siquiera había llamado para avisar que no iría. Tenía miedo de que algo le hubiera pasado.


Pasando el mediodía no pudo más, y pidió permiso para retirarse porque necesitaba arreglar un tema personal, y se fue a casa de ella.


Abrió la puerta y casi corriendo se recorrió todas las habitaciones, hasta que la encontró. Estaba dormida en su cama, tapada casi hasta la cabeza. Todas las luces de la habitación estaban apagadas.


Se acercó a donde estaba y tropezó con algo y terminó en el piso haciendo un escándalo.


—Mierda. – maldijo entre dientes.


Ella se movió, pegó un grito y prendió la luz de la mesita de noche.


—¡Pedro! – dijo cuando lo reconoció, mientras se llevaba una mano al pecho.


—Perdón… – dijo abrazándola. —No te quise asustar. Me tropecé con algo… – miró al suelo.


Varios pares de zapatos, y pilas de ropas tiradas de manera
descuidada. ¿Qué había pasado en este lugar? Siempre lo había visto impecable.


—¿Qué hacés acá? – preguntó con mala cara.


—Estaba preocupado, no avisaste nada en el trabajo… y – lo interrumpió.


—Disculpame, pero yo no tengo que responder a nadie por mi ausencia. – se sentó más derecha y frunció los labios. —Lo único que falta…


—Paula… estaba preocupado por vos. – le dijo mirándola a los ojos. —No me importa la empresa.


Ella suspiró ofuscada, pero no le contestó.


—¿Estás enojada todavía? – le preguntó en un tono más bajo, acercándose a su rostro y dejándole un beso en la mejilla.


A pesar de que notaba que estaba molesta, sonrió.


—No quiero hablar del tema, Pedro. Si viniste para que sigamos hablando de tu ex, te podés ir. – le contestó sin humor, alejándolo y volviéndose a tapar hasta la cabeza.


—Yo tampoco tengo ganas de hablar de ella. – dijo destapándole la cara para poder verla. Se agachó y la besó en la comisura de la boca muy despacio.


Notó que ella tomaba aire y movía la cabeza lentamente para encontrarlo.


Sus labios se encontraron y todo en su cuerpo se encendió. 


La besó con tantas ganas que se olvidó de todo.


Ella lo agarró por el rostro profundizando el beso y haciéndole lugar en la cama, corrió las sábanas.


La boca se le secó.


Llevaba puesto una pequeña remerita de tirantes y la parte de debajo de ropa interior. Nada más.


Casi ni se dio cuenta de que se estaba quitando el saco y los zapatos para unirse a ella.


La tenía abrazada por todas partes, mientras ella terminaba de desnudarlo, respirando con dificultad. Parecía como si hicieran años de la última vez que habían estado juntos. Se deseaban desesperadamente.


Quería sentirla. Quería estar dentro de ella.


Le sacó la remerita con un tirón, después la ropa interior de la misma manera y con un gruñido se ubicó entre sus piernas buscándola.


Pero ella se adelantó, y con un movimiento de su cadera, lo tomó.


Se agitaron estremecidos, y gimieron al mismo tiempo. Sus piernas lo abrazaban con fuerza y cada vez se movía más fuerte.


Jadeando, se acopló a su ritmo rápido y profundo sintiéndose cerca.


La habitación se llenó de ruidos de sus propios gruñidos, los
gemidos de Paula, y de sus cuerpos rozándose apresuradamente… dejándose ir juntos.


Para cuando terminaron, ninguno de los dos había tenido
suficiente… Se buscaron una vez más, y otra, pasando así toda la tarde en la cama, enredados en el otro, en su propia burbuja.


Se quedó dormido en algún momento sin darse cuenta, sin energías, totalmente exhausto.


Cuando abrió los ojos, estaba solo en la cama. Afuera estaba oscuro, toda la habitación lo estaba. La única luz provenía de su teléfono que hacía luces de todos colores indicándole notificaciones.


Lo desbloqueó y lo leyó con un ojo.


Soledad. Tenía once mensajes y cerca de veinte llamados. 


Mierda.


Cerrando los ojos, la llamó.






CAPITULO 77





Soledad se había dormido tardísimo, en sus brazos. Se había abrazado a él mientras de a poco dejaba de temblar. Y sin darse cuenta, él también se había quedado dormido.


Cuando abrió lo ojos, se vio acostado a su lado, suspiró. No quería que fueran por ese camino. Pero tampoco podía ser tan duro y rechazarle en un momento así.


Con delicadeza, se fue incorporando, y sin despertarla, se levantó.


Le había escrito unos 30 mensajes a Paula para saber si había llegado bien la noche anterior, pero no le había contestado. Sospechaba que lo tenía apagado, porque tampoco había atendido sus llamados.


Se había molestado. Se suponía que iban a pasar la noche juntos, y a él también le daba bronca que no hubiera sido el caso. Tenía tantas de dormir con ella, que estaba de un humor de perros. Pero también era cierto que Soledad estaba enferma… Tendría que haber entendido la situación
mejor.


No estaba siendo justa. Y él se sentía dividido.


Cerca del mediodía hizo otro intento, y esta vez lo atendió.


—Hola, bonita. – dijo aliviado de que molesta y todo hubiera
llegado bien a su casa.


—Hola. – dijo ella tranquila. —¿Cómo está todo? – no había sido una pregunta directa, pero la había entendido.


—Ahora mejor. – suspiró. —Te extrañé anoche.


Ella no le contestó, como si no lo hubiera escuchado, cambió de tema.


—Hoy a la tarde me junto con las chicas que volvieron de Córdoba, y van a estar tus amigos. ¿Querés venir? Es en casa de Caro.


—Claro. – pensó en Soledad que todavía dormía. Seguramente hoy ya se sentía mejor. —¿A qué hora nos vemos? ¿Te paso a buscar?


—A las 6. – sonaba distraída. —Dale, pasá por casa.


—¿Te pasa algo? – bueno, era obvio… pero quería hacerla hablar.


Quería que le dijera de una vez qué era lo que le había molestado así lo charlaban.


—Estoy cansada. – le contestó. —Cansada de tu ex. – él levantó las cejas. Se esperaba tener más problemas para sonsacarle las razones de su enojo, pero no. Había sido directa.


—Esta enferma, Paula. – dijo tranquilo. —No lo hace a propósito.


Ella se rió irónicamente.


—Bueno, como sea. – dijo restándole importancia. —Te veo a las 6, Pedro. – y le cortó.


No entendía por qué esa actitud. Estaba tratando de hacer las cosas bien. ¿Por qué no lo entendía?


Justo en ese momento, Soledad se acercó por detrás y lo abrazó.


—Gracias por quedarte. – lo besó en el cuello, y él, atento a ese detalle tomó sus manos y disimuladamente se la sacó de encima.


—No hay drama. – le sonrió. —Voy a pedir algo para comer.


El resto del día había sido bastante tranquilo. Habían comido, charlado, visto una película por cable, y ordenado el departamento como en viejas épocas. Podría haber sido un domingo cualquiera del año anterior.


Ella parecía sentirse bien, así que no se preocupó. Cuando se acercó la hora de salir, se duchó y se vistió mientras ella estaba sentada en la computadora.


Se acercó hasta la sala y repasó para no olvidarse de nada. Billetera, llaves, teléfono, carnet de conducir…


—¿Salís? – le preguntó de manera casual.


—Si. – le contestó. —¿Necesitás algo? – por Dios, que diga que no, pensó.


—No, nada. – su rostro había caído, y casi podía darse cuenta que empezaba a ponerse nerviosa. Para tranquilizarla, se acercó y le dijo.


—Cualquier cosa que necesites, me llamás. ¿Si? – ella asintió. —A la hora que sea. – la besó en la frente y salió.


Ahora que tenía un tema solucionado, le faltaba otro.


Le faltaba hablar con Paula.



****


Escuchó que golpeaban la puerta y se sobresaltó. Tenía la cabeza en cualquier lado.


Era Pedro.


—Hola. – lo saludó con un rápido beso. —¿Por qué no usaste la llave?


El se encogió de hombros.


—Hola, bonita. – la miró y se puso la mano en los bolsillos. —¿Podemos hablar?


Ella puso los ojos en blanco.


—Si. – no le quedaba más remedio.


—¿Por qué estás así? No entiendo. – dijo sinceramente mirándola a los ojos.


—No quiero pelear. – suspiró. —No te va a gustar lo que te voy a decir de ella…


—Decime. – la alentó. —Lo único que quiero es estar bien con vos.


Ella asintió y sentándose en el respaldo del sillón, habló.


—Mirá Pedro, sé que tus intenciones son buenas, y que la estás ayudando… pero me parece que ella se está aprovechando de… – la interrumpió.


—No se está aprovechando. Hace años que tiene ataques de pánico… – dijo un poco molesto. —Vos no la conocés.


—Si me volvés a interrumpir, no hablo más. – dijo ella mirándolo fijo.


—Perdón, seguí. – dijo resoplando.


—Yo no la conozco, pero puedo darme cuenta que hace ciertas cosas para que no estemos juntos. Y sabe que vos te vas a ir corriendo atrás de ella. – comentó. —Te mintió una vez diciendo que se sentía mal, y cuando fuiste no era cierto. Era que te había organizado una comida.


—Se lleva muy bien con mi mamá… que sé yo… – le quitó
importancia. —No lo hizo con mala intención.


—Con la intención de que vos no salieras conmigo esa noche. – dijo riendo.


—Eso no es así. – negó. —No la puedo dejar sola, Paula. Pensé que entendías. Yo no siento nada más que amistad por ella.


—No puedo creer que no te des cuenta. – dijo casi por lo bajo. —No me la banco, no me banco sus actitudes… no me banco como sos con ella.


El se quedó mirándola en silencio, esperando que terminara de descargarse. Y ella siguió.


—No le creo nada. – ya estaba sacada. —Te maneja.


El tensó los músculos de la mandíbula y con los ojos fríos como el hielo, contestó.


—Hay un montón de cosas con las que yo no estuve muy feliz, y cedí. – su tono era firme y decidido. —Me banco no poder decirte lo que siento, y andar con todo el cuidado del mundo, para que no te vayas a desesperar. – se quedó muy quieto. —Ahora te pido por favor que vos cedas, y que me banques en esta. Es una amiga, que está enferma.


Ella no sabía que decir.


El solía ser muy bueno y dulce. Nunca lo había visto así.


Enojados se miraron a los ojos esperando que alguno de los dos dijera algo.


Estaba furiosa, pero no podía evitar notar como él con el ceño fruncido y respirando con fuerza, era guapísimo. Le quedaba muy bien ponerse así. Involuntariamente un estremecimiento le recorrió el cuerpo, y un calor se apoderó del ambiente.


Vio que él, aun furioso, clavaba los ojos en su boca. Estaba
pensando lo mismo.


Pero justo en ese momento, los interrumpió su celular.


Lo atendió en seguida y escuchó.


—¿Qué pasó? – cerró los ojos por un minuto. —¿Tomaste algo? – silencio. —¿Cuántas pastillas te tomaste? – escuchó la respuesta y agregó.


—Voy para allá. No hagas nada.


Se lo veía desesperado.


Ella no le dijo nada, no tenía sentido. El ya había decidido. 


Le abrió la puerta mientras él seguía en el teléfono para que se fuera, y se fue a su habitación para no verlo.


Escuchó a lo lejos que la puerta se cerraba.


Se había ido.


Tenía ganas de llorar. Muchas ganas de llorar.


Sabía que estar celosa, era una estupidez. Le creía a Pedro cuando le decía que estaba enamorado de ella y no de su ex. Le creía que eso de que para él era una amistad.


Pero le daba bronca.


Sabía que Soledad no pensaba lo mismo. Todavía estaba enamorada, u obsesionada…


Se sentía impotente frente a la situación. No podía hacerle ver que ella mentía, y eso la mataba.


Era en vano quedarse a darle vueltas al asunto… ya por hoy, no había nada que pudiera hacer. Así que se secó las lágrimas, se arregló el maquillaje y salió a reunirse con sus amigos.


Se iba a divertir. Y si él se quería quedar a cuidar los caprichos de esa chica, era su problema.