miércoles, 20 de mayo de 2015

CAPITULO 119




La apretó con fuerza mientras movía rozándose contra ella como más le gustaba. No iba a poder aguantarlo más.



Cuando la apoyó sentándola contra la mesada tiró la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y volvió a gemir. La fricción era demasiado. Demasiado. Imitando sus acciones, Pedro, se llevó dos dedos al elástico de su bóxer y cuando se lo estaba por bajar, negó con la cabeza y agitado como estaba, la miró.


Se separó de ella, y aun teniéndola ahí, como si nada se agachó y miró el horno. Chequeando la comida con una frialdad que ella no podía creer, lo apagó y abriendo la tapa, sacó la bandeja y la dejó servida.


No se le había quemado ni un poco.


Había ganado.


Inmediatamente se sintió vacía. Apretó los muslos y se quedó mirándolo sonreír triunfante.


Estaba frustrada… y con muchas, muchas ganas. Pero no iba a hacérselo notar. No iba a darle con el gusto. Se cruzó de piernas y le sonrió.


—Ganaste, amor. – miró la comida caliente. —Ganamos los dos al parecer. Se ven riquísimas.


El sonrió orgulloso y la ayudó a bajarse de la mesada muy despacio tomándola de la cintura.


—Voy al baño y vuelvo en un segundito. – comentó él mientras la dejaba en la cocina. —Si querés podés ir poniendo la mesa. – su voz sonaba lejos mientras cruzaba el pasillo.


Respiró despacio, calmándose. Buscó su bata y se la puso encima sin si quiera buscar el camisón. Estaría por ahí, tirado. Abrió la canilla de agua fría y se lavó la cara para refrescarse. Estaba que se prendía fuego.


Mientras ponía la mesa se obligó a pensar en otra que no fuera el cuerpo de su esposo pegado al de ella como habían estado hace unos instantes.


De a poco se fue calmando.



****


Se lavó la cara con agua fría y suspiró mirándose al espejo del baño.


Estaba seguro de que iba a perder. De hecho, había estado tan cerca que se sorprendía de él mismo. Ella también estaba sorprendida. Lo había visto en sus ojos. Se había quedado con las ganas.


Cerró los ojos con fuerza.


Dios.


El también tenía ganas. Y pensar en que ella estaba así, lo llevaba al límite otra vez.


Se mordió los labios y respiró con calma para enfriarse. Lo que realmente necesitaba era una ducha helada, pero eso lo hubiera delatado enseguida, y estaba haciéndose el duro. 


No, no era eso lo que realmente necesitaba. La necesitaba a ella. Sonrió.


Tenía que pensar en su premio. Pero no ahora, porque su imaginación era poderosa y si su mente volaba, ni la ducha fría sería suficiente.


Se aclaró la garganta y salió al encuentro de su hermosa mujer para cenar, fingiendo control total.


Ella estaba sentada esperándolo con una sonrisa.


Se había puesto la bata, eso lo entristeció por un momento. 


Quería seguir admirando su cuerpo.


Aunque así, sería mejor contenerse.


No solo no se le habían quemado, si no que además, las empanadas estaban muy buenas. Con todo lo de antes, no se había dado cuenta del hambre que tenía.


—Están riquísimas, Pedro. – dijo Paula con la boca llena.


Sonrió.


—Estaba pensando que podríamos pedir helado para el postre. – dijo distraído mirando como ella se pasaba la lengua por el labio superior donde tenía una miguita. Se removió en su lugar.


—M-hmm. – asintió sin darse cuenta de cómo lo ponía. —De chocolate con cereza. – dijo con una sonrisa.


Quiso devolverle el gesto, pero no pudo. La bata se abría por delante y era muy difícil seguir mirándola a los ojos. Se acomodó nuevamente en la silla y miró fijo su plato mientras terminaba de comer.


Ella siguió hablando. Algo estaba diciendo, porque la veía mover los labios… pero no la escuchaba. Estaba haciendo un esfuerzo por no mirarla, pero ella ni se enteraba.


La bata era de un material suave que se deslizaba por su piel y casi lo revelaba todo debajo.


Cada vez que ella movía los brazos, más piel se asomaba. 


Se llevó las manos al rostro y se lo tapó por un momento refregándose los ojos. Un gesto muy común suyo cuando estaba cansado.


Quería que ella se le acercara. Le debía su premio después de todo… El no iba a dar el primer paso. Ya se había aguantado bastante. Solo un poco más… Seguramente ella se estaría preguntando por qué no le había saltado encima ya. Quería demostrarle que podía aguantarse… que podía jugar a su altura.


Quería impresionarla.


Apenas vio que terminaba de comer, se paró y levantó los platos. Ofreciéndose a lavar.


Cualquier cosa para mantenerse ocupado. Ella aceptó, visiblemente confundida y se quedó mirándolo un rato.


Rogaba que en un descuido no se le resbalara la vajilla, porque todo su cuerpo estaba en tensión.


Tan, pero tan listo, que le dolía.


Escuchó un suspiro de Paula y su voz algo apagada.


—Me voy a recostar un rato. – él no se dio vuelta, porque sabía que si la miraba, la seguiría a la cama sin dudarlo. —Si querés pedí el helado mientras. – y se fue.



****


Nada. Ni siquiera la había mirado una vez. ¿Qué sucedía?


Antes la hubiera seguido a la cama en un segundo.


Ya habían superado el miedo del sexo en el embarazo. 


Sabía que eso no era lo que sucedía.


Habían hablado con su ginecóloga y estaban de acuerdo en que era sano y recomendable.


Obviamente no esperaba que volvieran a jugar exactamente de la misma manera en que antes lo hacían, porque sería arriesgado… pero lo de hoy era nuevo.


Se miró en el espejo.


Todavía no había engordado. Bueno, un kilito, tal vez. Pero nada como para dejar de parecerle atractiva.


Se miró de perfil.


Comer harinas era un error. No volvería a hacerlo. Se miró a los ojos. No llevaba maquillaje.


Cuando Pedro la conoció siempre estaba impecable. Pero bueno, tampoco se puede esperar que estuviera producida las veinticuatro horas al día nada más que para estar en su casa o dormir la siesta.


El siempre le decía que era hermosa tal cual era.


Sonrió tristemente.


Tal vez ya no le parecía tan hermosa.


Recordó como en los primeros días había creído que él se cansaría de los juegos y un miedo repentino le recorrió la espalda. No, lo de ellos iba mucho más allá. Estaban enamorados.


Se amaban.


Resopló.


No quería ser de esos matrimonios en donde hay mucho amor, y poca pasión. Como cuando se llevan años y años casados…


Hacía meses, solo meses y ya estaban así.


Estaba exagerando. Lo más probable es que Pedro estuviera cansado del trabajo. Si, eso era todo.


Su cabeza le decía una cosa, pero su corazón estaba angustiado. Y tal vez su ego un poquito maltratado. Se sentía rechazada por su marido, y aunque le parecía ridículo pensar en que no la deseaba, le dolía. No estaba acostumbrada.


Se acostó hacia un lado y notó como las lágrimas que picaban en sus ojos comenzaban a caer cálidas sobre sus mejillas.










CAPITULO 118




Había acertado. No llevaba corpiño y ya daba lo mismo el juego. Mejor se ahorraba lo que venía y buscaba el teléfono para llamar al delivery, porque ahora que miraba su piel clara y tersa, ya se daba por perdido.


Se humedeció los labios y la siguió mirando con hambre.


Ella sonrió y se dio vuelta.


La pequeña ropa interior que llevaba puesta, marcaba sus curvas y entre ese pequeño encaje casi transparente se adivinaba lo que no dejaba ver también.


Pasó dos dedos por el elástico de la tanga muy despacio… torturándolo. La empujó hacia abajo unos centímetros, pero no.


Después la volvió a su lugar.


Cuando se dio vuelta para enfrentarlo, se llevó los brazos a los pechos y se los cubrió. El frunció el ceño.


No la iba a tocar, era lo que ella buscaba… pero tenía ganas de atarle las manos en la espalda.


La música seguía sonando mientras ella movía sus caderas hacia los lados, sin perder la conexión con sus ojos.


Haciéndose el desentendido, se aclaró la garganta y levantó la muñeca para fijarse la hora. No quería que se le quemara la comida y no era una cuestión de ganar o perder… Sabía que ella se pondría enferma si comía pizza.


El gesto de “aburrimiento” la enfureció. Y por más que quiso disimularlo, de sus ojos volaban chispas.


Apretó los labios y siguiendo el ritmo de la canción sacó uno de sus brazos, abarcando con uno solo sus dos pechos.


El tuvo que cerrar la mandíbula y apretarla con fuerza antes de que se le quedara la boca abierta para siempre.


La manera en que se tenía tomada, hacía que no pudiera mirar en otra dirección. Parecía que en cualquier momento el agarre no iba a ser suficiente y dejaría ver mucho más…


Hacía solo un segundo que había consultado el reloj, y no podía recordar que hora decía. ¿Llegó realmente a fijarse? 


Ya no sabía.


Ahora sonaba Ghost de Beyoncé. Reconocía la lista de reproducción, porque era la que siempre usaban para jugar. 


Era escuchar la voz de esa mujer, teniendo en frente a 
Paula, que ya lo predisponía para lo que estaba por venir.


Instintivamente todos sus músculos estaban tensos su respiración se alteraba. Le iba a ganar. Ya le estaba ganando y no le costaba.


Las curvas de Paula siempre le habían parecido perfectas, pero ahora, directamente lo dejaban sin sentido. Sus manos se movían solas, querían ir a su encuentro.


Ya tenía algo de entrenamiento, así que concentrándose, hizo de cuenta que estaba atado y no se le permitía moverse, como en tantas otras oportunidades.


Con la mano que tenía libre, movió su cabello, que había vuelto a ser rubio para la boda, para un costado, dejando a la vista la piel de su cuello. Se le secaba la boca.


Se moría de ganas de apoyar los labios ahí, justo ahí. Sabía exactamente como se sentía su tacto y su perfume era tan… de ella. Siempre que le besaba ese punto, ahí, debajo de la oreja, ella gemía y su espalda se arqueaba.


Sabía lo que estaba haciendo.


Sonrió perversa, y de un solo movimiento, dejó caer su ropa interior.


—Me parece que vamos a comer pizza. – dijo sonriendo.


El negó con la cabeza.


—Todavía no se quemó la comida. – contestó con la voz ronca. —No voy a perder, hermosa. – y para hacer más creíble su actuación se cruzó de brazos y la miró desafiante.


Estaba impresionada.


Levantó una ceja y sonrió.


Sin decir nada más, sacó el otro brazo y se quedó frente a él. Totalmente desnuda. Desnuda y preciosa. Este tranquilamente podía ser el castigo, porque estaba torturándolo.



****


Tenía que reconocer que en esos meses, Pedro había aprendido muchas cosas a su lado, y los juegos cada vez se ponían más interesantes.


Sonrió al recordar sus primeros encuentros. Lo tenía en sus manos por unos segundos y ya bastaba solo con eso para desarmarlo por completo. Era muy receptivo. Y no es que hubiera dejado de serlo, pero ahora estaba mucho más contenido.


Podía ver lo decidido que estaba a ganar. Y si no podía, por lo menos daría pelea. Le encantaba que ya no fuera tan fácil. 


Le planteaba un desafío. Nunca se cansaría de jugar con él.


Aunque pronto tendrían que lidiar con pañales y un recién nacido. ¿Tendrían si quiera tiempo para jugar? Frunció el ceño por un momento, pero se dio vuelta para que no la viera.


Tomó aire y cuando volvió a mirarlo, sonreía disimulada.


El, aunque se lo veía un poco afectado, todavía no se movía. 


Se le acercó un poco más y lo miró de arriba abajo.


—Hace mucho calor cerca del horno. – dijo pensativa.


Apoyó sus manos en el cuello de su camisa y lo atrajo todavía más cerca. Muy despacio, comenzó a desprendérsela atenta a su mirada.


Sentía el calor de su aliento en su rostro, cada vez más agitado, pero todavía no hacía nada.


Cuando terminó con los botones, metió sus manos por debajo para tocarle la piel de su pecho. Sus músculos se tensaban y relajaban en sus dedos. Sin querer jadeó. Se sentía muy bien.


Era un juego que tenía que estar acabando con el control de él, pero era ella la que pronto perdería todos los papeles.


Bajó las manos un poco más y se encontró con el cinturón del pantalón. Con los ojos fijos en su boca, lo desprendió, dejándolo caer al piso. Solo el ruido que hizo la hebilla al caer, le había puesto la piel de gallina.


Delicadamente puso las manos sobre el botón de su pantalón y lo miró mordiéndose los labios.


Y ya no hubo vuelta atrás.


Con un jadeo, la sujetó de la cadera y la atrajo a su cuerpo, atrapando sus labios en un beso apasionado. Entre mordiscos, su boca la exploraba cada vez más desesperado.


Sin ayuda de ella, se quitó la camisa desprendida y se desprendió el pantalón.


El saber que había ganado, solo hacía incrementar la excitación del momento. Enroscó los dedos en su cabello y tiró de él para besarlo con más fuerza. —Mmm… – dijo.


De una o dos patadas, él se liberó del jean y lo dejó tirado en el suelo de manera descuidada. Sus manos bajaron de la cadera hasta sus nalgas, que apretó con violencia.


Los gruñidos de Pedro, eran lo más sexy que había escuchado, nunca se cansaba.


Sus manos siguieron bajando por sus muslos, hasta alzarla apoyada a su cadera por las piernas.


Ella gimió con fuerza y le clavó los dedos en la espalda.


Por lo general, ella también mostraba más control en el juego y sabía jugarlo perfectamente, pero ahora estaba desbordada. Las hormonas le estaban haciendo subir la temperatura por segundos y pensó que ni siquiera iba a poder esperar a que la tomara, para dejarse llevar. Estaba tan cerca.









CAPITULO 117





Abrió los ojos para encontrarse con la habitación oscura. 


Sonrió. Pedro seguramente la habría encontrado durmiendo, y le habría apagado la lamparita para que descansara mejor.


Ya no entraba luz por la ventana, así que seguramente ya se había hecho de noche.


Se levantó despacio, ya acostumbrada a marearse si hacía movimientos muy bruscos.


Estaba bien.


Se sentía mejor que nunca.


De la sala llegaba música muy bajita y se escuchaba a Pedro en la cocina preparando la cena.


Sonaba Day too soon de Sia.


Su esposo estaba ahí, vestido de manera informal como cualquier otro fin de semana. Una camisa blanca y un jean oscuro, que le quedaba perfecto. Estaba concentrado.


Había estado practicando y ya no se le quemaba tanto la comida. A veces hasta le salía rica.


Era más fácil si ella cocinaba, pero no quería molestarla. La mimaba tanto…


Se acercó despacio y sin decirle nada se abrazó a su espalda con fuerza.


—Ey – dijo sorprendido apoyando las manos en las suyas con cariño. —Mi amor, hola.


—Hola. – dijo ella contra su espalda ancha mientras respiraba su perfume. —Te extrañaba.


El se dio vuelta de a poco y le levantó el rostro para besarla.


—Yo también, hermosa. – la volvió a besar con ternura. —¿Cómo dormiste?


—Muy bien. – le sonrió. —Hace mucho que no dormía tan bien.


El sonrió y la abrazó.


—¿Tenés hambre? Estoy cocinando esas empanadas de verdura que te gustan. – parecía orgulloso de su logro, aunque fueran unas simples empanadas, era todo un avance culinario, se lo tenía que admitir.


—¡Que rico! – le dijo mirando el horno. Había limpiado todo. Se lo quería comer a besos. —Voy a poner la mesa.


El la frenó, manteniéndola abrazada.


—Esperá un ratito. – la volvió a besar, haciendo un camino de besos desde la boca hasta el cuello y detrás de la oreja mientras respiraba su perfume.


Sin darse cuenta se estaban moviendo al ritmo de la canción.


Pedro la tenía sujeta de la cintura y la acariciaba entre besos mientras se mecían bailando. No hacían falta palabras en momentos como ese. Estaban ellos, y todo lo demás podía desaparecer.


Tranquilamente se podrían quemar las empanadas, el horno y la cocina entera sin que le importara ni un poco.


Le rodeó el cuello con sus brazos y le acarició el cabello lentamente.


La letra de la canción se mezclaba con los besos y sus respiraciones entrecortadas y suspiros.



Pick me up in your arms
Carry me away from harm
You're never gonna put me down
I know you're just one good man
You'll tire before we see land
You're never gonna put me down
I've been running all my life
I ran away, I ran away from good
Yeah, I've been waiting all my life
You're not a day, you're not a day too soon



Sonrió.


Era la canción perfecta. El nunca la dejaría caer, la alejaría de todo mal. Ella había evitado el amor toda su vida, había huído a todos los sentimientos, hasta que lo conoció.


Lo estaba esperando. Solo a él.



Darling, I will keep you in my heart


Sonrió y tomándolo de la nuca lo beso con todo el amor que sentía. Lo escuchó gruñir y gimió.


La tenía sujeta cada vez con más fuerza.


—No quiero que se me queme la comida. – dijo casi haciendo un puchero que la hizo reír.


—¿Qué pasa? ¿El cocinero no puede cocinar si lo distraen? – él la miró entornando los ojos.


—Si que puedo. – la desafío.


Ella asintió y alejándose de él, se abrió la bata de seda que llevaba puesta muy despacio y lo miró levantando una ceja.


El sonrió pero negó con la cabeza.


La bata que estaba abierta, cayó a sus pies, deslizándose por su cuerpo con un solo y suave movimiento. Debajo llevaba el camisón azul claro que tanto le gustaba.


Quería hacerse el desinteresado, pero sus ojos lo traicionaban. La recorrían con tanto deseo que era imposible de disimular. Su pecho se movía con su respiración. 


Respiraciones fuertes y profundas.


Estaba contenido. Todavía.


Con una sonrisa traviesa pasó por su lado caminando de manera sensual y se puso más cerca. No podía escapar. Lo tenía atrapado dentro de la cocina.


Se mordió los labios y tomó uno de los breteles de su camisón y lo dejó caer por su hombro.


El dejó escapar un suspiro brusco. No llevaba corpiño y sus pechos, hacía unas semanas estaban más llenos. Sabía que no iba a poder dejar de mirarlos.


Se quedaba hipnotizado.



****


Paula estaba jugando y sabía como hacer para que perdiera el control. No podía dejar de mirarla por más que se resistiera.


—Entonces… – dijo tomando el otro bretel. —Si se te quema la comida por distraerte… vas a tener un castigo.


El asintió embobado.


—Y si no se te quema, podes pensar en un premio. – él sonrió y asintió con más ganas. Ya le gustaba más el trato.


—Y además, si no se me quema, vamos a tener qué cenar. – se encogió de hombros. —Si no, además de castigo, vamos a tener que llamar a la pizzería.


Ella arrugó la nariz.


—O sea que el castigo es para los dos. – dijo ella con cara de asco.


El se cruzó de brazos y sonrió confiado.


—Ok. – dijo ella, sabiendo a lo que se enfrentaba.


Respiró tranquilo, no le iba a ganar tan fácil. Al menos daría pelea. Pero es que desde que la había visto dormida en la cama que compartían, con el cabello desparramado sobre la almohada y una mano sobre su pequeña barriga, no había pensado en otra cosa que no fuera amarla por horas.


Espero a que él la mirara directo a los ojos y muy despacio, dejó caer el otro bretel que tenía entre los dedos y el pequeño camisón de seda tocó el suelo en un suspiro. 


Mierda.




CAPITULO 116




**Pedro**


Paula, llevaba tres meses de embarazo, pero todavía se sentía como ese día en el barco cuando se enteró. No lo podía creer. Como si estuviera en un sueño y en algún momento fuera a despertar.


En menos de un año, su vida había cambiado por completo. 


Estaba, aunque no podía demostrarlo mucho por esos días, muy feliz. No se imaginaba que alguien pudiera ser más feliz que él.


Pero claro, disimulaba.


Su esposa no estaba muy cómoda con la situación, y no quería festejar hasta que los dos estuvieran listos para aceptarlo.


No es que ella no quisiera tener hijos con él. Ya se lo había explicado. Estaba asustada. Tenía miedo a lo que no podía controlar. Y sin dudas, esto no había sido algo planeado.


Los dos pensaron que tendrían más tiempo para ellos antes de pensar en bebés, pero el destino tenía planes diferentes.


Había veces que no se aguantaba, y ella lo descubría mirándola con ternura, o sonriéndole como un bobo.


Paula se reía y resoplaba sacudiendo la cabeza.


—Sos un idiota. – le había dicho una vez. —Ya vamos a ver si vas a tener esa cara de enamorado cuando te despierte llorando a la madrugada para que le cambies el pañal.


—Voy a seguir teniendo esta cara. – le dijo él antes de darle un beso. —Y me voy a despertar todas las veces que haga falta.


Ella ponía los ojos en blanco sin poder creérselo.


Habían decidido esperar que se cumplieran las doce semanas para contarle a todo el mundo la gran noticia. Ella decía que era porque eso se acostumbraba, por seguridad, y esas cosas. El sabía perfectamente bien que era porque ni ella misma todavía se lo creía y necesitaba aceptarlo antes de tener que decirlo en voz alta.


Pero ya se había cumplido la fecha dos días atrás, y seguían sin decirlo.


Estaba inquieto. Y a decir verdad, también angustiado. Se moría por compartirlo con su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo. Si no podía hablar con ella de lo emocionado que estaba, por lo menos lo haría con ellos.


El día anterior, Paula estuvo con muchas nauseas y malestares, así que ni se le ocurrió mencionarlo. Solo se quedó a su lado, acompañándola, y mimándola todo el rato.


Cada vez que se ponía enferma, le entraba un gran sentimiento de culpa. Era por él que se sentía mal. El le estaba causando esos vómitos tan molestos, esos mareos, y el síntoma nuevo, que era el aumento de sueño. Tenía pánico de que terminara odiándolo por todo eso.


Si hubiera podido cambiarse de lugar con ella, y sentir todos esas molestias él, lo hubiera hecho sin dudar.


No le gustaba para nada.


Pero eso no quería decir que no hiciera todo lo que estaba dentro de sus posibilidades, para que estuviera todo lo cómoda que pudiera estar teniendo en cuenta las circunstancias.


Le hacía masajes, había comprado galletitas saladas para darle en el desayuno, que le asentaban el estómago un poco, y había estado atento a no cocinar nada que oliera fuerte y pudiera provocarle asco.


Había dejado de tomar alcohol, en un acto de solidaridad para con ella, y eso no podía decirse tampoco que era un gran esfuerzo. Era lo menos que podía hacer.


Se compró un par de libros referidos al embarazo y se informó a fondo sobre los meses que les esperaban. No había llegado ni al segundo capítulo, el que correspondían a todos los cambios del cuerpo de la mujer, cuando se dio cuenta de que si Paula no lo odiaba ya, pronto lo haría.


Suspiró profundo y la imagen de su amor sosteniendo en brazos a un pequeño bebé, le llenó el alma. Todo valdría la pena al final.



****


Se miró en el espejo del baño mientras se secaba la cara. 


Los mareos todavía no se iban y estaba tan blanca como una hoja.


Con un gruñido, se fue a recostar. Era sábado, así que podía permitirse una hora de siesta.


“Siesta”.. por Dios. En toda su vida, nunca había dormido siestas, y ahora era para lo que vivía.


Tenía tanto sueño que en algunas ocasiones muy vergonzosas se había quedado dormida en su lugar de
trabajo.


Nadie la había visto, porque tenía su propio despacho, pero aun así.


Se levantaba a la mañana, pensando en cuando tendría tiempo para echar una cabezadita.


Pedro, sabía de su nueva rutina y no la molestaba.


Le cerraba las cortinas, y le apagaba las luces para que durmiera mejor, y de noche le servía un té antes de irse a la cama. En algún lugar había leído que era bueno para descansar mejor. Quien sabe.


Ella se lo tomaba de todas formas.


Estaba siendo tan bueno con ella, que se sentía culpable. 


Sabía que se moría por gritar a los cuatro vientos que estaba feliz con su futuro hijo, y si no lo hacía era por ella.


Se sentía mezquina.


El, sin embargo, le había asegurado que no la presionaría. Irían a su ritmo.


Aun con la llegada de este bebé que ya tanto amaba, ella seguía siendo lo primero en su lista de prioridades.


¿Quién más tendría esta paciencia? Nadie.


Quería cambiar. Ser diferente, por él… pero le costaba.


Hasta hace unos meses, ni siquiera creía que sería capaz de tener una vida normal, con una pareja normal… una historia de amor. Pensaba que no era para ella. Pero lo habían logrado. Se había enamorado como nunca antes. Solo con Pedro se sentía que era posible. Con él todo lo era.


Casarse había sido un gran paso, y ni siquiera había tenido un segundo para asimilarlo. En plena luna de miel, recibe la noticia de que va a ser mamá.


Suspiró.


¿Qué sabía ella de ser madre? Apenas si sabía como acostumbrarse a esta nueva vida, que ya debía hacerse cargo de una más. Una que dependería de ella, para todo. 


La aterraba.


Le daba más miedo todavía, el ver que Pedro estaba tan listo, tan preparado. Parecía que había nacido para ser papá. 


¿Cómo podría estar a su altura?


Esta era una de esas oportunidades en las que se sentía que no era suficiente para él. Que se merecía algo mucho mejor a su lado.


Alguien que hubiera saltado de alegría y emoción con él. A la que se le hubieran llenado los ojos de lágrimas de pura alegría y no de terror. Alguien que pudiera estar feliz y contenerlo porque iban a estar en esto juntos.


¿Y qué hacía? Se moría de miedo.


Se quejaba de sus nauseas, y no quería ni oír hablar del tema.


Era odiosa y se odiaba. Solo faltaba que Pedro se cansara y la odiara también.


Por Dios. Si él la dejaba, se moriría.


Sin darse cuenta, se había llevado una mano al vientre. 


Todavía no se le notaba. Si no se tenía en cuenta la cantidad de veces en el día que iba al baño y lo pálida que a veces estaba a la mañana, nadie podía decir que estaba ya de tres meses.


Cerró los ojos de a poco y se imaginó cómo sería ese bebé.


Pequeñito, tan frágil.


¿Cómo sería sentirlo en sus brazos? Hacerlo dormir…


¿Cómo sería su carita?


Quería que tuviera los ojos de su papá. Dos pequeños ojitos celestes llenos de amor.


Con una sonrisa dibujada en el rostro se fue quedando dormida.