miércoles, 13 de mayo de 2015

CAPITULO 95




Los días seguían pasando, y su ansiedad iba en aumento. 


Ya era ridículo. Se había borrado del mapa.


Había desconectado los teléfonos, y según lo que decían en la empresa, nadie sabía nada de ella. Se estaba desesperando.


Por momentos, temía que nunca más volviera.


Con el corazón roto en pedazos, ese día, ya superado por la
situación, había ido a su casa.


Sabía que no correspondía, pero a la mierda con todo, se dijo. Ya no lo soportaba.


Abrió su puerta, y lo que se encontró, lo dejó helado. El lugar
estaba abandonado.


Todas sus pertenencias seguían en el mismo lugar que las había visto la noche de esa pelea espantosa que habían tenido. Nada se había movido.


El teléfono estaba desconectado de la pared, y la heladera en la cocina también. ¿A dónde se había ido?


A donde fuera, hacía días que no pisaba ese departamento.


Fue hasta su habitación, y aunque estaba impecable, algo se sentía terriblemente mal.


Su ropa.


Faltaba más de la mitad de su ropa.


Siguió recorriendo el lugar, y con cada paso, su corazón se hundía más y más.


Todavía estaban las cosas que él había llevado, en el mismo lugar que las había dejado.


No sabía si sentirse aliviado de que no las hubiera tirado…o
guardado, o sentirse miserable porque claramente ya no pertenecían ahí.


Se tomó un momento, para pensar en lo que tenía que hacer.


Guardó todo en el mismo bolsito que las había traído, pero no tuvo el corazón para llevárselo con él. Eso sería aceptar que todo se había terminado, y no podía.


Se fue de su casa con un nudo en la garganta.


Otro día lo iría a buscar.


Se acostó por un momento, queriendo dormirse de una vez hasta el día siguiente, pero no pudo.


Tal vez fuera el estar en su casa, respirar su perfume y recordar todo lo que ahí habían vivido, pero se encontraba terrible.


Tomó su celular y agregó a un grupo de Whatsapp a las amigas de Paula y les habló.


“Hola… sé que probablemente me odien y haciendo caso a Paula no quieran hablar conmigo, pero por favor, necesito verlas un segundo.”Pedro.


“No vamos a hablar con vos, Pedro. Mil disculpas, te juro que me caías bien y todo… pero no.” – Caro.


“Ok, no quieren hablar conmigo. ¿Me podrán escuchar entonces?”Pedro.


“Que te escuche Soledad” – Muriel.


Sonrió ante esa contestación y le aclaró.


“No me hablo más con ella.” – Pedro.


Silencio. Nadie escribía nada… Era evidente que estaban hablando entre ellas en privado. Esperó paciente hasta que su celular volvió a vibrar.


Pedro, acá las chicas aceptaron verte. Esta noche en lo de Caro.” – Gabriela.


“Gracias. En serio, mil gracias.” Pedro.


“A las 10. Trae algo rico.” – Muriel.


Volvió a sonreír.


Cerca de la hora pactada, había pasado por la heladería en la que siempre compraban con Paula, y había elegido un par de sabores de manera azarosa. Tendría que gustarles cualquier cosa que les llevara…


Se sentía un soborno…


Y lo era.


Apenas tocó el timbre, lo recibieron las tres mirándolo muy
seriamente.


El se aclaró la garganta y les alcanzó el helado. Hubiera jurado que habían suavizado al menos un poco sus expresiones.


Estaba nervioso.


No se le había pasado por la cabeza que lo estaría, pero si. 


Había estado tan concentrado en que ellas accedieran a verlo, que no se le había ocurrido. Le sudaban las manos.


Gabriela, apiadándose de su estado, se acercó y le habló.


—Hola Pedro. – lo miró señalándole un sillón. —Sentate, ponete cómodo.


—Esta bien. – negó rápido. —No las quiero molestar. – se mordió los labios y como no había forma mejor de pedírselos, solo lo dijo. — Necesito saber de Paula.


Vio que Caro estaba por interrumpirlo, así que levantó un poco la mano y siguió hablando.


—No aguanto más… – miró a Gabriela que tal vez sería quien sintiera algo de empatía por su situación. —Fui un estúpido, pero la extraño…


La chica se quedo mirándolo y miró después a sus amigas para ver que hacían


—Me parece que tenés que respetar que ella ya no quiera estar con vos. – dijo Caro, muy seria.


—Pero es que no es así. – contestó desesperado. —Yo sé que no es así. Quiere estar conmigo, pero tiene miedo… – se quedaron calladas y él agregó. —Miedo a lastimarme y a lastimarse ella.


Gabriela se moría por decir algo, pero Caro negaba con la cabeza.


Tenía que seguir insistiendo.


—Pero ya estamos lastimados… ella estaba mal la última vez que hablamos… y yo estoy… – levantó apenas los hombros. —Yo estoy sufriendo muchísimo. Nos hace mal estar separados.


—Ella sufrió mucho también. – dijo Caro cortante. —Pero está tratando de reponerse, de seguir adelante, de hacer su vida y de olvidarse.


El asintió resignado, lamentando lo que escuchaba. No le gustaba saber que Paula la había pasado mal.


—Estas semanas fueron terribles, nunca la había visto así. – dijo Gabriela. El cerró los ojos y bajó la cabeza. —Y ver a tu ex la llevó al límite… – suspiró pensativa. —Un viaje es lo mejor que le podía pasar en este momento.


Levantó la cabeza de golpe y la miró curioso.


Las otras la querían matar, aunque ella no parecía darse cuenta de que había dado demasiada información.


—¿Viaje? – preguntó. La chica se tapó la boca miró a sus amigas disculpándose. —¿A dónde se fue?


Muriel estaba por hablar, pero Caro la cortó.


—No, basta. – las miró de manera severa. —Se lo prometimos. – les recordó.


Mientras discutían, él se desconectó por completo y su cabeza empezó a formar millones de hipótesis. ¿Un viaje? ¿A dónde? ¿Mendoza?


Se hubiera enterado en la empresa… todos los días tenían contacto con la planta de allá… Mierda. Podía estar en cualquier lugar del mundo en ese momento.


Pero entonces la imagen Paula la última vez que la vió, lo aturdió.


El cabello pelirrojo.


La lista de pendientes.


—Francia. – las miró esperando que le contestaran. No lo habían hecho con palabras, pero se habían quedado con los ojos como platos.Había acertado. —Se fue a Paris.


—¿Cómo mierda..? – empezó a preguntar Caro.


—Si. – contestó una cansada Muriel. —Se fue a Aviñón con su hermana Solange, pero después quiso estar sola y viajó a Paris.


—¡Muriel! – la reprendió Caro.


—Me cansé. Nunca estuve de acuerdo con todo esto. ¿Sabés qué? – le dijo. —Tomá. – anotó algo en un papelito. —Este es el nombre del hotel, habitación 32. Andá y buscala.


El, aturdido asintió y sujetó el papelito en su mano como si fuera un tesoro.


Gabriela, aplaudió contenta y sonriendo lo abrazó.


—No le vuelvas a hacer mal. – le advirtió Caro señalándolo de mala manera.


—Nunca. – contestó él. Y tras despedirse de ellas, se fue a su casa y empezó a pensar como diablos iba a viajar a Francia.


Se había pasado la noche en vela y se notaba.


Se reunió con Gabriel y le pidió unos días.


—¿Estás loco? – dijo al borde de la risa. —Estas trabajando desde hace menos de dos meses, y estamos por lanzar una campaña… – pero entonces se frenó y mirándolo con atención se rió. —Te vas a buscar a Paula.


El se quedó callado pero soltando el aire con un suspiro y una leve sonrisa, le dio a entender todo lo que tenía que saber.


—Ok, vamos a hacer esto. – dijo su jefe sentándose más cómodo y mirándolo con atención. —Te voy a dar una semana. No puedo darte más. – él sonrió agradecido. —Además la necesito urgente en la empresa… si vos no podés hacer que vuelva, no sé quien podría.


—Gabriel, muchísimas gracias… – empezó a decir, pero él lo interrumpió.


—Más te vale que la convenzas. – se rascó el mentón pensativo. — ¿Cuándo te irías?


Se mordió el labio pensando. No podía decirle que todavía no sabía como iba a hacer para pagarse el viaje.


—Mañana. – mintió.


—Ok. – asintió conforme. —Que tengas suerte. – le sonrió.


Después de agradecerle unas diez veces, salió de la empresa, y llegando a su casa, armó una valija.


Tenía ahorros… que solo le alcanzaban para el pasaje de ida, y eso era todo. Podía pedírselo a sus amigos, pero no quería comprometerse a devolverles el dinero sin saber cuando iba a ser capaz de hacerlo.


Con su sueldo, calculaba que en poco tiempo, pero de todas
maneras…


Entonces tomó una decisión difícil, pero muy necesaria. 


Mirando las llaves de su auto, y con miedo de arrepentirse si lo pensaba demasiado, sacó los pasajes por internet.







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