miércoles, 13 de mayo de 2015
CAPITULO 93
Estaba parada mirando la puerta por la que Leo se había ido hacía dos horas.
El nudo que tanto se apretaba en su garganta y su pecho, ya no dolían. Las lágrimas, la habían liberado y anestesiado. Se sentía más liviana…
Su teléfono empezó a sonar.
Era él.
No, no iba a contestarle. Sabía que bastaría solo con escuchar su voz para arrepentirse, y la decisión ya estaba tomada. Era más sencillo de esa manera. Era una persona lógica, y no podía dejarse llevar ya por impulsos. Eso solo traía dolor.
No servía para estar en una relación, y él no pertenecía a su lado.
Frunció el ceño escuchando como a la tercera llamada perdida, intentaba en el teléfono fijo.
¿Cuánto tardaría en ir a buscarla? Diez minutos si ella no le
contestaba los llamados. Y encima tenía llaves.
Se desesperó.
Con el corazón en la boca, empezó a juntar dinero, una muda de ropa, y las llaves del auto. Corrió, y una vez en él, llamó a su amiga.
—Caro, necesito pedirte un favor. – dijo recuperando el aliento.
—Si, Paula. ¿Qué pasa? – sonaba preocupada. —¿Estás bien?
—No. – contestó con un hilo de voz. —¿Me puedo quedar unos días con vos? Ahora cuando vaya, te cuento.
—¿Querés que te vaya a buscar? – sugirió.
—No, no, ya estoy yendo. – dijo antes de cortar.
En menos de media hora estaba en el living de su amiga, contándole con todo el detalle que había podido su pelea con Pedro.
Necesitaba distancia, y Caro la entendía. No podía volver ahora a su casa. No quería enfrentarlo.
Estaba segura de que si lo veía, arreglarían todo, las cosas
mejorarían un tiempo, hasta que de nuevo Soledad estuviera en el medio. Y así desapareciera, no faltaría oportunidad para decepcionarlo de alguna otra manera.
Esperaría mucho de ella, y no podría dárselo.
Se cansaría de su frialdad. ¿Y cómo quedaría ella? Hecha una mierda.
No quería seguir pasando esos buenos momentos que vivían cuando estaban bien, si después se los iban a quitar.
Si ella misma los iba a arruinar.
No era sano.
Dolía más el golpe.
—Oy, por Dios… – dijo tapándose la cara. —¿Cómo voy hacer en el trabajo?
—Mandalo a trabajar en la central de Mendoza. – dijo su amiga entre risas, queriendo mejorar su humor.
Pero ella negó con la cabeza y se tapó con más fuerza.
Estuvo toda la noche dándole vueltas al asunto hasta que encontró la solución. A primera hora del día, llamó a la empresa y pidió una licencia.
Era por tiempo indeterminado… lo necesitaba y nadie podía
reclamárselo. Hacía años que no se tomaba vacaciones, así que de no aceptar su pedido, se pediría los días que le debían.
De Recursos Humanos le autorizaron la petición, y preocupados porque nunca hacía cosas así, la llamaron. Ella explicó que tenía un asunto personal, y tenía que viajar fuera del país. Cualquier cosa que no requiriera demasiadas explicaciones, bah.
Pero para dejarlos tranquilos, dijo que iba a aparecer en unas semanas, cuando fuera la reunión previa al lanzamiento del nuevo producto… ese para el que habían estado trabajando tan duro en la campaña publicitaria.
Así transcurrió una semana, y luego dos.
Se había cambiado de línea telefónica, y había prohibido a todo el mundo hablar de Pedro. Y especialmente le había pedido a Caro y a Muriel que no hablaran del tema con Ezequiel y Agustín.
Los días empezaban y terminaban sin que se diera cuenta.
Había puesto el piloto automático y lo único que hacía era concentrarse en la actividad que estaba haciendo y en seguir adelante.
Para ella se había acabado. Nada que le hiciera semejante daño podía seguir siendo parte de su vida. Nunca más se volvería a equivocar de esa manera. Nunca más se volvería a enamorar.
Sus amigas, asustadas por ese comportamiento tan poco propio de ella, se habían juntado para hablar.
—No entiendo, amiga… – dijo Gabriela, mirándola con sus enormes ojos claros. —Si estás tan mal ¿Por qué no lo llamás y arreglan las cosas?
Ella negó con la cabeza.
—Vamos a salir siempre lastimados. – contestó. —Fue un error, y me quiero olvidar de todo. Por favor. – rogó. —No hablemos más de esto.
Muriel soltó el aire con fuerza. No estaba de acuerdo con la actitud de Paula, y se lo expresaba casi siempre.
Según ella, ahí la que tendría que estar pagando los platos rotos era Soledad… y ellos dos tenían que hablar para solucionarlo. Pero no. Soledad solo había sido un motivo más.
Después de mucho insistirle, sus amigas habían logrado que Paula volviera a su departamento a buscar sus cosas.
Suspiró y entró rogando no encontrárselo dentro esperándola. Pero no. No estaba ahí. De hecho, el lugar estaba exactamente igual que como lo había dejado.
No quería hacerlo, pero sabía que debía… Tocó el botón del
contestador y esperó. Podía haberle llegado alguna llamada importante en su ausencia.
Manteniéndose ocupada mientras escuchaba los mensajes, ordenó la ropa y la dobló en varias pilas.
La habían llamado del banco, una vez su madre, y otra su hermana Solange. Esta última, había viajado a Francia para estudiar un semestre de cocina gourmet, y la invitaba a pasar una temporada de fiesta con ella.
Suspiró. Ni que tuviera cabeza para eso en este momento…
Justo cuando se estaba por relajar, escuchó su voz.
Levantó la mirada y se quedó quieta.
“—Paula, soy Pedro. – silencio. —Necesito que hablemos, por favor. No me tendría que haber ido. Te amo, bonita… llamame.” – sonaba triste también, decaído… Cerró los ojos con fuerza. No le gustaba escucharlo así.
Fue como una patada de lleno en el estómago, que le había sacado todo el aire del cuerpo dejándola aturdida.
—Vamos, ya tengo todo. – dijo ignorando la mirada de lástima que sus amigas ponían.
Llegó a la casa de Caro y sin decir nada, se acostó a dormir.
Tan solo se sacó los zapatos y se tapó hasta la cabeza.
Pasaron horas.
De vez en cuando escuchaba que sus amigas hablaban en voz baja cerca de ella. Era como si se hubiera sumido en un sopor parecido al sueño, del que entraba y salía, siendo consciente solo de a momentos. Era demasiado.
Cuando las palabras se volvían coherentes, apretaba más los ojos e intentaba volver a dormirse. Necesitaba estar dormida. Necesitaba que todo fuera un sueño. Apagar su realidad por un instante y solo dormir.
El día siguiente fue exactamente igual.
Solo recién a los dos días de escuchar ese bendito mensaje, salió a la calle otra vez.
Se había bañado, se había vestido, y pretendía retomar su vida.
Tal vez si se mantenía ocupada no pensaría tanto en él.
Ordenó y limpió el lugar… se dedicó a cocinar todo tipo de
comidas, y se había anotado a un curso de ritmos latinos.
Se había refugiado en sus amigas. Incluso en Juany, quien sin preguntar, le había brindado su compañía y se prendía a cada plan que ella proponía. Podía notar en su mirada que estaba preocupado, pero no la invadía. Solo se quedaba cerca por si acaso, y ella lo valoraba.
De a poco esa situación de querer sobreponerse a toda costa, se convirtió en toda una misión. Iba a leer todo lo que tenía pendiente. Haría yoga… Tenía todavía muchas películas que no había visto… Empezaría a estudiar lenguaje de señas.
Haría todo lo que tenía ganas de hacer, y volvería a ser Paula. La empresaria exitosa y poderosa que todos conocían.
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