miércoles, 13 de mayo de 2015

CAPITULO 94





Hacía semanas que no sabía nada de ella, y estaba deshecho. Sus amigos habían hablado con las amigas y le habían dicho claramente que necesitaba distanciarse.


Paula estaba haciendo su vida y pretendía olvidarse de todo.


¿Pero como podría?


Todos los días se levantaba queriendo volver a aquella noche en la que habían discutido. Quería volver a ese momento y hacer todo completamente distinto.


Se hubiera quedado con ella, la hubiera besado y abrazado por horas sin soltarla.


Hubiera ignorado el llamado de su ex, en la que ni siquiera quería pensar.


Se habían peleado a muerte.


Poco después de llegar al departamento, habían discutido y él le había sacado todo de mentira a verdad. Terminó por confesarle que había sido todo a propósito desde el primer momento.


Nunca había vuelto a tomar la medicación ni ir a terapia. 


Todo lo había hecho para tenerlo al lado.


Le había mentido, y había traicionado su confianza.


El ya no quería volver a hablar con ella nunca más. Se había
preocupado sinceramente por su bienestar, y se sentía un boludo.


Ella era lo suficientemente bruja y manipuladora como para tomar la enfermedad de su padre y aprovecharla para manejarlo a su antojo.


Paula siempre había tenido razón.


Y ahora ya era demasiado tarde.


Había intentado llamarla, pero al fijo no respondía, y el celular marcaba como número ya no disponible. Estaba frustrado, y lleno de impotencia.


La extrañaba tanto, que le dolía físicamente.


Había pensado muchas veces en directamente caer a su casa y si no le abría la puerta, abrirla él con su llave, pero le parecía una invasión demasiado agresiva. Era su casa, no correspondía.


Cada cosa que hacía se la recordaba.


Estaba hecho una mierda.


Ni siquiera iba a la empresa. Se había enterado por Silvina que se había pedido una licencia.


Había sido un idiota, y ahora estaba pagando las consecuencias.


Ese día en particular, estaba más decaído que de costumbre. Su jefe trataba siempre de levantarle el ánimo con algún chiste, y el reía haciendo el mejor esfuerzo. Tenía buena intención,… y desde luego no tenía la culpa de que él hubiera sido tan estúpido y hubiera arruinado una de las mejores cosas que le habían pasado.


Se acercó a la máquina de café movido por la misma inercia que ya tenía por rutina y la vió.


Estaba parada cerca de la oficina de Gabriel, charlando con él y con Julia, su asistente.


Se había quedado congelado. Su cabello… pensó hipnotizado. Se lo había teñido pelirrojo. Estaba preciosa.


Se tuvo que obligar a respirar y parpadear cada tanto para no colapsar. El pulso se le había disparado violento.


Como la extrañaba…


Debía de estar mirándola muy intensamente, porque después de un rato, casi como si pudiera sentirlo, ella miró en su dirección. Se le secó la boca.


La angustia que sentía era tan difícil de describir…


Ella lo miró por un segundo y con una escueta sonrisa y un gesto con la mano, lo saludó.


Seguro, ya había pasado como un mes, pero ¿Cómo hacía? 


El todavía no podía reaccionar.


Levantó la mano como si fuera un robot en señal de respuesta, y ella volvió a mirar a Gabriel y a su asistente como si nada sucediera.


¿Eso era todo?


¿Y todo lo que habían vivido?


¿Así terminaba?



****


Si no llegaba en cinco minutos al auto colapsaría ahí en medio de la empresa.


Había tenido la esperanza de estar poco tiempo, para no tener que verlo… de hecho, nunca hubiera ido si es que el trámite que tenía pendiente no hubiera sido de vital importancia.


Ahora le dolía el pecho y le costaba respirar.


Fingiendo su mejor sonrisa, se despidió de todos y muy dignamente se fue al estacionamiento.


Se iría a dormir.


Sacudió la cabeza.


¡No! Ya no podía seguir haciéndose eso.


Necesitaba mantenerse concentrada en otras cosas. 


Necesitaba ruido en la cabeza para no pensar en él.


El shopping, pensó, y arrancó.


Una vez allí, la reconfortó el movimiento de la gente, el tumulto, las vidrieras atestadas, y la cantidad de colores y luces que de a poco la anestesiaban.


Estaba en cualquiera cuando escuchó que la llamaban.


—Paula. – y ahí venía probablemente la última persona a la que quería ver en ese momento. —Hola, tanto tiempo. – la saludó con un beso.


—Si, seguro. – dijo ella apretando los dientes. —¿Cómo estás Soledad?


—Divina. – contestó. —Te presento a Alicia, la mamá de Pedro. – señaló a la señora que iba con ella del brazo.


Los ojos celestes de la señora no le dejaron dudas. Era como estar viendo los mismos ojos de su hijo. Mierda. 


Quería salir corriendo.


—Mucho gusto, soy Paula. – se presentó rápido. —Las dejo que sigan haciendo compras, me tengo que ir a una reunión. – y las saludó de manera amable y cordial, como si en ese momento no estuviera a punto de ponerse a llorar.


Esto ya era demasiado… mucho más de lo que podía manejar.






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