La apretó con fuerza mientras movía rozándose contra ella como más le gustaba. No iba a poder aguantarlo más.
Cuando la apoyó sentándola contra la mesada tiró la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y volvió a gemir. La fricción era demasiado. Demasiado. Imitando sus acciones, Pedro, se llevó dos dedos al elástico de su bóxer y cuando se lo estaba por bajar, negó con la cabeza y agitado como estaba, la miró.
Se separó de ella, y aun teniéndola ahí, como si nada se agachó y miró el horno. Chequeando la comida con una frialdad que ella no podía creer, lo apagó y abriendo la tapa, sacó la bandeja y la dejó servida.
No se le había quemado ni un poco.
Había ganado.
Inmediatamente se sintió vacía. Apretó los muslos y se quedó mirándolo sonreír triunfante.
Estaba frustrada… y con muchas, muchas ganas. Pero no iba a hacérselo notar. No iba a darle con el gusto. Se cruzó de piernas y le sonrió.
—Ganaste, amor. – miró la comida caliente. —Ganamos los dos al parecer. Se ven riquísimas.
El sonrió orgulloso y la ayudó a bajarse de la mesada muy despacio tomándola de la cintura.
—Voy al baño y vuelvo en un segundito. – comentó él mientras la dejaba en la cocina. —Si querés podés ir poniendo la mesa. – su voz sonaba lejos mientras cruzaba el pasillo.
Respiró despacio, calmándose. Buscó su bata y se la puso encima sin si quiera buscar el camisón. Estaría por ahí, tirado. Abrió la canilla de agua fría y se lavó la cara para refrescarse. Estaba que se prendía fuego.
Mientras ponía la mesa se obligó a pensar en otra que no fuera el cuerpo de su esposo pegado al de ella como habían estado hace unos instantes.
De a poco se fue calmando.
****
Estaba seguro de que iba a perder. De hecho, había estado tan cerca que se sorprendía de él mismo. Ella también estaba sorprendida. Lo había visto en sus ojos. Se había quedado con las ganas.
Cerró los ojos con fuerza.
Dios.
El también tenía ganas. Y pensar en que ella estaba así, lo llevaba al límite otra vez.
Se mordió los labios y respiró con calma para enfriarse. Lo que realmente necesitaba era una ducha helada, pero eso lo hubiera delatado enseguida, y estaba haciéndose el duro.
No, no era eso lo que realmente necesitaba. La necesitaba a ella. Sonrió.
Tenía que pensar en su premio. Pero no ahora, porque su imaginación era poderosa y si su mente volaba, ni la ducha fría sería suficiente.
Se aclaró la garganta y salió al encuentro de su hermosa mujer para cenar, fingiendo control total.
Ella estaba sentada esperándolo con una sonrisa.
Se había puesto la bata, eso lo entristeció por un momento.
Quería seguir admirando su cuerpo.
Aunque así, sería mejor contenerse.
No solo no se le habían quemado, si no que además, las empanadas estaban muy buenas. Con todo lo de antes, no se había dado cuenta del hambre que tenía.
—Están riquísimas, Pedro. – dijo Paula con la boca llena.
Sonrió.
—Estaba pensando que podríamos pedir helado para el postre. – dijo distraído mirando como ella se pasaba la lengua por el labio superior donde tenía una miguita. Se removió en su lugar.
—M-hmm. – asintió sin darse cuenta de cómo lo ponía. —De chocolate con cereza. – dijo con una sonrisa.
Quiso devolverle el gesto, pero no pudo. La bata se abría por delante y era muy difícil seguir mirándola a los ojos. Se acomodó nuevamente en la silla y miró fijo su plato mientras terminaba de comer.
Ella siguió hablando. Algo estaba diciendo, porque la veía mover los labios… pero no la escuchaba. Estaba haciendo un esfuerzo por no mirarla, pero ella ni se enteraba.
La bata era de un material suave que se deslizaba por su piel y casi lo revelaba todo debajo.
Cada vez que ella movía los brazos, más piel se asomaba.
Se llevó las manos al rostro y se lo tapó por un momento refregándose los ojos. Un gesto muy común suyo cuando estaba cansado.
Quería que ella se le acercara. Le debía su premio después de todo… El no iba a dar el primer paso. Ya se había aguantado bastante. Solo un poco más… Seguramente ella se estaría preguntando por qué no le había saltado encima ya. Quería demostrarle que podía aguantarse… que podía jugar a su altura.
Quería impresionarla.
Apenas vio que terminaba de comer, se paró y levantó los platos. Ofreciéndose a lavar.
Cualquier cosa para mantenerse ocupado. Ella aceptó, visiblemente confundida y se quedó mirándolo un rato.
Rogaba que en un descuido no se le resbalara la vajilla, porque todo su cuerpo estaba en tensión.
Tan, pero tan listo, que le dolía.
Escuchó un suspiro de Paula y su voz algo apagada.
—Me voy a recostar un rato. – él no se dio vuelta, porque sabía que si la miraba, la seguiría a la cama sin dudarlo. —Si querés pedí el helado mientras. – y se fue.
****
Antes la hubiera seguido a la cama en un segundo.
Ya habían superado el miedo del sexo en el embarazo.
Sabía que eso no era lo que sucedía.
Habían hablado con su ginecóloga y estaban de acuerdo en que era sano y recomendable.
Obviamente no esperaba que volvieran a jugar exactamente de la misma manera en que antes lo hacían, porque sería arriesgado… pero lo de hoy era nuevo.
Se miró en el espejo.
Todavía no había engordado. Bueno, un kilito, tal vez. Pero nada como para dejar de parecerle atractiva.
Se miró de perfil.
Comer harinas era un error. No volvería a hacerlo. Se miró a los ojos. No llevaba maquillaje.
Cuando Pedro la conoció siempre estaba impecable. Pero bueno, tampoco se puede esperar que estuviera producida las veinticuatro horas al día nada más que para estar en su casa o dormir la siesta.
El siempre le decía que era hermosa tal cual era.
Sonrió tristemente.
Tal vez ya no le parecía tan hermosa.
Recordó como en los primeros días había creído que él se cansaría de los juegos y un miedo repentino le recorrió la espalda. No, lo de ellos iba mucho más allá. Estaban enamorados.
Se amaban.
Resopló.
No quería ser de esos matrimonios en donde hay mucho amor, y poca pasión. Como cuando se llevan años y años casados…
Hacía meses, solo meses y ya estaban así.
Estaba exagerando. Lo más probable es que Pedro estuviera cansado del trabajo. Si, eso era todo.
Su cabeza le decía una cosa, pero su corazón estaba angustiado. Y tal vez su ego un poquito maltratado. Se sentía rechazada por su marido, y aunque le parecía ridículo pensar en que no la deseaba, le dolía. No estaba acostumbrada.
Se acostó hacia un lado y notó como las lágrimas que picaban en sus ojos comenzaban a caer cálidas sobre sus mejillas.
Ayyyyyyyyy, qué lindos y enamorados que están jjaja
ResponderEliminarMas Lindossss ❤❤❤❤
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