miércoles, 20 de mayo de 2015

CAPITULO 117





Abrió los ojos para encontrarse con la habitación oscura. 


Sonrió. Pedro seguramente la habría encontrado durmiendo, y le habría apagado la lamparita para que descansara mejor.


Ya no entraba luz por la ventana, así que seguramente ya se había hecho de noche.


Se levantó despacio, ya acostumbrada a marearse si hacía movimientos muy bruscos.


Estaba bien.


Se sentía mejor que nunca.


De la sala llegaba música muy bajita y se escuchaba a Pedro en la cocina preparando la cena.


Sonaba Day too soon de Sia.


Su esposo estaba ahí, vestido de manera informal como cualquier otro fin de semana. Una camisa blanca y un jean oscuro, que le quedaba perfecto. Estaba concentrado.


Había estado practicando y ya no se le quemaba tanto la comida. A veces hasta le salía rica.


Era más fácil si ella cocinaba, pero no quería molestarla. La mimaba tanto…


Se acercó despacio y sin decirle nada se abrazó a su espalda con fuerza.


—Ey – dijo sorprendido apoyando las manos en las suyas con cariño. —Mi amor, hola.


—Hola. – dijo ella contra su espalda ancha mientras respiraba su perfume. —Te extrañaba.


El se dio vuelta de a poco y le levantó el rostro para besarla.


—Yo también, hermosa. – la volvió a besar con ternura. —¿Cómo dormiste?


—Muy bien. – le sonrió. —Hace mucho que no dormía tan bien.


El sonrió y la abrazó.


—¿Tenés hambre? Estoy cocinando esas empanadas de verdura que te gustan. – parecía orgulloso de su logro, aunque fueran unas simples empanadas, era todo un avance culinario, se lo tenía que admitir.


—¡Que rico! – le dijo mirando el horno. Había limpiado todo. Se lo quería comer a besos. —Voy a poner la mesa.


El la frenó, manteniéndola abrazada.


—Esperá un ratito. – la volvió a besar, haciendo un camino de besos desde la boca hasta el cuello y detrás de la oreja mientras respiraba su perfume.


Sin darse cuenta se estaban moviendo al ritmo de la canción.


Pedro la tenía sujeta de la cintura y la acariciaba entre besos mientras se mecían bailando. No hacían falta palabras en momentos como ese. Estaban ellos, y todo lo demás podía desaparecer.


Tranquilamente se podrían quemar las empanadas, el horno y la cocina entera sin que le importara ni un poco.


Le rodeó el cuello con sus brazos y le acarició el cabello lentamente.


La letra de la canción se mezclaba con los besos y sus respiraciones entrecortadas y suspiros.



Pick me up in your arms
Carry me away from harm
You're never gonna put me down
I know you're just one good man
You'll tire before we see land
You're never gonna put me down
I've been running all my life
I ran away, I ran away from good
Yeah, I've been waiting all my life
You're not a day, you're not a day too soon



Sonrió.


Era la canción perfecta. El nunca la dejaría caer, la alejaría de todo mal. Ella había evitado el amor toda su vida, había huído a todos los sentimientos, hasta que lo conoció.


Lo estaba esperando. Solo a él.



Darling, I will keep you in my heart


Sonrió y tomándolo de la nuca lo beso con todo el amor que sentía. Lo escuchó gruñir y gimió.


La tenía sujeta cada vez con más fuerza.


—No quiero que se me queme la comida. – dijo casi haciendo un puchero que la hizo reír.


—¿Qué pasa? ¿El cocinero no puede cocinar si lo distraen? – él la miró entornando los ojos.


—Si que puedo. – la desafío.


Ella asintió y alejándose de él, se abrió la bata de seda que llevaba puesta muy despacio y lo miró levantando una ceja.


El sonrió pero negó con la cabeza.


La bata que estaba abierta, cayó a sus pies, deslizándose por su cuerpo con un solo y suave movimiento. Debajo llevaba el camisón azul claro que tanto le gustaba.


Quería hacerse el desinteresado, pero sus ojos lo traicionaban. La recorrían con tanto deseo que era imposible de disimular. Su pecho se movía con su respiración. 


Respiraciones fuertes y profundas.


Estaba contenido. Todavía.


Con una sonrisa traviesa pasó por su lado caminando de manera sensual y se puso más cerca. No podía escapar. Lo tenía atrapado dentro de la cocina.


Se mordió los labios y tomó uno de los breteles de su camisón y lo dejó caer por su hombro.


El dejó escapar un suspiro brusco. No llevaba corpiño y sus pechos, hacía unas semanas estaban más llenos. Sabía que no iba a poder dejar de mirarlos.


Se quedaba hipnotizado.



****


Paula estaba jugando y sabía como hacer para que perdiera el control. No podía dejar de mirarla por más que se resistiera.


—Entonces… – dijo tomando el otro bretel. —Si se te quema la comida por distraerte… vas a tener un castigo.


El asintió embobado.


—Y si no se te quema, podes pensar en un premio. – él sonrió y asintió con más ganas. Ya le gustaba más el trato.


—Y además, si no se me quema, vamos a tener qué cenar. – se encogió de hombros. —Si no, además de castigo, vamos a tener que llamar a la pizzería.


Ella arrugó la nariz.


—O sea que el castigo es para los dos. – dijo ella con cara de asco.


El se cruzó de brazos y sonrió confiado.


—Ok. – dijo ella, sabiendo a lo que se enfrentaba.


Respiró tranquilo, no le iba a ganar tan fácil. Al menos daría pelea. Pero es que desde que la había visto dormida en la cama que compartían, con el cabello desparramado sobre la almohada y una mano sobre su pequeña barriga, no había pensado en otra cosa que no fuera amarla por horas.


Espero a que él la mirara directo a los ojos y muy despacio, dejó caer el otro bretel que tenía entre los dedos y el pequeño camisón de seda tocó el suelo en un suspiro. 


Mierda.




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