miércoles, 29 de abril de 2015
CAPITULO 48
En el avión apenas habían cruzado dos miradas. Su asistente Marcos, le estuvo encima todo el tiempo. El chico parecía desesperado por su atención. Querían tener preparadas las dos reuniones.
El solo se puso unos auriculares y cerró los ojos relajándose y recordando lo que había sido su día desde la mañana.
Como iba a viajar, le habían dado el día libre para empacar, así que a las doce, ya estaba en su departamento, bañado y haciendo la valija. No tenía idea que ropa llevar, pero le daba igual. Era lo que menos le importaba. Supuso que algunos trajes por si lo llevaba a las reuniones. “Si lo llevaba”, pensó.
Sacudió la cabeza sin querer pensar en las implicancias de la situación.
Estaba doblando una de sus camisas, cuando Soledad apareció por su espalda.
—Entonces no te veo por tres días. – dijo asintiendo pensativa.
—Y tres noches. – le confirmó continuando con lo suyo.
—Es mucho tiempo… – vió por el rabillo del ojo que se abría el vestido que llevaba puesto.
Sin darle tiempo a reaccionar, se le abalanzó, dándole un beso en la boca. El quiso sostenerla, de paso para recobrar un poco el equilibrio, pero no podía.
—Soledad… – no había manera de frenarla.
—Te estoy dando la despedida nada más. – le sonrió y él negó con la cabeza. No tenía ganas de estar con ella y se sentía horrible.
—Esperá, no… – ella era rápida, y para ser tan pequeñita, tenía fuerza. Tampoco es que no pudiera alzarla como una pluma si quería, pero no pretendía forcejear ni hacerle daño.
Estaba recién bañado, así que solo tenía una toalla prendida a la cadera, que obviamente, ella, tras un par de tirones, se encargó de desprender y tirar al piso.
La estaba por recoger, cuando la escuchó tomar aire con fuerza y gritar.
—Pedro, amor. – se tapó la boca. —¿Qué te pasó en el cuerpo?
El cerró los ojos con fuerza. Las marcas de los varazos. Lo que pretendía era estúpido, pero de todas maneras lo intentó.
Se tapó de nuevo y la miró como si no supiera de que estaba
hablando.
—Ah? ¿Qué me pasó? ¿Por qué? – ocultó bastante mal una risa nerviosa.
Ella abrió los ojos como si entendiera de repente y se tapó la boca.
—¿Te lastimaste entrenando? ¿Te agarraste a las piñas, Pedro? Oh por Dios – estaba tan preocupada, que le dio pena. Ahogó un grito de espanto. —¿Te quisieron robar?
—¡No! – contestó rápido para tranquilizarla. —No es nada, estoy perfecto. No es nada de lo que pensas, en serio. No te pongas así.
—Entonces ¿Cómo te hiciste todo eso? – tenía las manos en la cintura.
El se rascó la cabeza y sonrió apenas. No podía contarle, de ninguna manera. No, no. De ninguna manera.
—Soledad, dijimos que no íbamos a contarnos todo. – levantó las cejas y a ella por fin terminaron de caerle todas las fichas.
—¿La loca con la que estás te hizo eso? – dijo a los gritos.
—Basta.
—¿Cómo podes permitir que alguien te maltrate de esa forma? – negó con la cabeza indignada. —Me sorprende de vos, Pedro. Saliendo con ese tipo de gente… ¡Qué horror!
—Hey. – la cortó. —Te voy a pedir que por favor no hables de cosas que no sabes, y de gente que no conoces.
—Es que… es un asco. – arrugó la nariz. —Anda a saber con cuanta gente estuviste, y con cuanta gente estuvo ella… y yo acá. Queriendo estar con vos.
—¿Qué decís? – se rió exasperado. —Estas diciendo cualquier cosa.
—Yo ahora ya no quiero estar más con vos, Pedro. – se encogió de hombros, poniéndose el vestido nuevamente. —Te entiendo lo de la relación abierta, yo misma la propuse. Pero ESTO. – volvió a negar con la cabeza seria. —Este es mi límite.
El puso los ojos en blanco y siguió ordenando. No quería pelearse.
—Te estoy hablando. – le dijo arrojándole uno de los pares de medias que tenía perfectamente organizados por color.
—¿Qué hacessss? – la miró enojado. —En serio Soledad. Fijate a quien le decís loca, o mírate un poquito en el espejo.
Ella abrió la boca ofendida y él cerró un poco los ojos y se
tranquilizó respirando profundo.
—Perdón, perdón. – levantó las manos. —No te quise decir eso.
—Andate a la mierda. – le contestó con bronca. —Yo me preocupo por vos, y… – le tembló la barbilla. —Se acabó. Esto se acabó.
Se fue del departamento golpeando la puerta.
El se sentó en la cama y se tapó la cara con las manos. No quería lastimarla. Podía salir a buscarla, pensó. Pero después se miró. Todavía estaba desnudo.
Tomó su teléfono y llamó a su celular. Obviamente no lo atendió, así que le dejó un mensaje.
“Soledad, perdón. Sabes que no te quise decir eso. Estaba enojado. – suspiró. —No quiero que te vayas así…que terminemos mal. Por favor, hablemos.” Y se cortó.
Pero no le contestó.
Ahora en el avión todo le parecía bizarro. El había ido lejos con sus palabras, pero ella también. ¿Hasta cuando iba a seguir tolerando ese tipo de actitudes? Ya estaba cansado.
Subió el volumen de la música de su mp3 para acallar sus pensamientos y se fue quedando dormido.
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