miércoles, 29 de abril de 2015

CAPITULO 46




Con su mano libre, comenzó a desprenderle el cinturón que rodeaba su entrepierna. Jadeó al sentir como su entumecida anatomía, se liberaba.


Le sonrió rápidamente y lo rodeó hasta quedar a sus espaldas.


Desde allí lo recorrió con la vara por todas partes. Con su otra mano hacía más o menos lo mismo, pero mucho más suave.


Se le acercó hasta besarlo en la nuca y a él se le puso la piel de gallina. Siguió besando, tentándolo con su lengua por la base de su cuello, y cuando menos se lo esperaba… lo azotó.


El golpe había sido seco, en su muslo, y se había sentido genial. Sus músculos se estremecieron apenas.


Ella siguió rodeándolo hasta quedar de nuevo de frente a él. 


Pasó una de sus manos por su cuello y su mejilla. Se acercó hasta que sus labios casi se tocaron… y de nuevo, lo azotó. 


El soltó el aire y se quedó muy quieto. Cada vez le gustaba más.


Cuando sus labios se encontraron, ambos gimieron con fuerza y se entregaron de lleno al otro. Encontrándose, tentándose… y en ese momento también, lo azotó. Su miembro latía, tan duro que empezaba a dolerle.


Siguió tocándolo hasta llegar a su abdomen y volvió a azotarlo.


Fuerte. Rápido.


Esta vez, los golpes no caían todos en el mismo lugar. Se estaban repartiendo por sus nalgas, muslos y piernas dejándole marcas rosadas y lineales en el momento.


Sin dejar de besarlo, tomó su miembro y comenzó a tocarlo
mientras lo azotaba.


Sabía exactamente como coordinar entre los golpes y la velocidad en la que movía su mano, porque él no podía concentrarse en ninguna de las dos cosas. Era todo sensaciones. El dolor, el placer, era demasiado.


Paula le mordía los labios, tirando de ellos con los dientes, y él ponía los ojos en blanco. Estaba tan cerca que su respiración ya eran puros jadeos.


Los azotes se volvieron más fuertes a medida que el placer
aumentaba. La verdad, es que hubiera tolerado una agresión mucho más dolorosa. No solo la hubiera tolerado, le hubiera gustado.


—Mmm… – decía casi delirando. —Más fuerte… – se dio cuenta de que estaba hablando de los golpes, y no de cómo lo tocaba.


Ella lo complació y los golpes que siguieron lo hicieron gemir de gusto. No resistía.


Debió notarlo porque se arrodilló, y sin dejar de azotarlo, lo tomó entre sus labios. No podía seguir aguantando. Se iba a venir con fuerza en su boca y ni siquiera sabía si podía o no.


Lo único que consiguió decirle para advertirla fue:
—Paula…no. – pero ella solo le guiñó un ojo y siguió haciéndolo hasta que no pudo más. Lo azotó dos veces más con tanta fuerza, que él explotó.


Se dejó ir por completo… vaciándose en su boca. 


Desarmándose por completo en sus manos. Entregándose a sus labios entre gruñidos roncos, mientras su cuerpo entero convulsionaba entre el placer y la liberación.


De alguna manera, el dolor que le había producido cada uno de esos azotes, había intensificado ese orgasmo. Y ahora sentía sus extremidades flojas y temblorosas. No le habían quedado fuerzas ni para estar de pie.


Ella seguía besándolo muy suavemente, haciendo un camino por su vientre, su abdomen…rodeando su pecho, mordisqueando su cuello y finalmente terminando en su boca.


Suspiró de manera violenta, para recobrar el aliento y ella le sonrió.


—¿Estás cansado? – en su gesto ya no había enojo. Solo deseo. Sin pensar en lo que estaba contestando, negó con la cabeza.


Ella se rió. Estaba a punto de desmayarse, y se notaba. Así que tirando de la correa de su cuello, lo condujo hasta la cama y lo recostó.


Cuando se calmó, la miró. Lo estaba mirando desde hacía un rato callada. Tal vez debido a lo atontado que había quedado, pero habló sin medir lo que decía.


—Sos …hermosa. – quería acariciarla, pero todavía tenía las manos esposadas en su espalda. —Me gusta mucho estar con vos. Me gusta mucho …esto. – ella lo miraba de manera intensa sin contestar. —Todo lo que me haces…


Ella sonrió levantando una ceja.


—¿Aunque después no te puedas sentar? –preguntó en broma, aunque en sus ojos había algo de inquietud.


—No me importa nada. – contestó estallando en carcajadas.


Miró hacia otro lado y tomó aire.


—Hoy más temprano fui a tu casa. – se mordió los labios como disculpándose. —Me atendió tu novia.


—Ella no es mi… – no continuó. Paula había dicho que no le
importaba. ¿Para qué aclarar? —¿Si? Y… ¿Qué te dijo? – uff. Soledad era rara y capaz de decirle cualquier cosa.


—Que habías salido. – le sonrió y se quedó callada por un
momento. —Es linda.


No sabía que contestar. De repente fue más consiente que nunca de estar esposado e inmovilizado. Aun así trato de incorporarse, pero no pudo hacer mucho. Quedó semi-sentado con los codos apoyados en la cama.


—Estaba viniendo justo para acá. – le explicó. —Ella vino de viaje, y tiene sus cosas todavía en casa.


—Viven juntos. – no era una pregunta.


—Eh… no. O sea, si. – ni él entendía su situación, menos aun podría contársela a otro. —Por ahora si.


—¿Por qué la duda? – preguntó curiosa. Había algo en su mirada.


Una expresión que nunca le había visto y no podía definir.


—Porque es complicado… – dijo suspirando. Entornó los ojos. — ¿Por qué preguntas?


Ella abrió mucho los ojos y se puso roja como un tomate. 


Sus ojos verdes resaltaban más que nunca. Eran como dos piedras preciosas. Dos esmeraldas. Sonrió. Le gustaba demasiado que se interesara por él y sus cosas.


Y mucho más que la afectara hasta este punto. Se contradecía por completo a lo que le había dicho, y eso en el fondo le daba esperanza.


—Porque quiero saber si vamos a tener algún problema. – los señaló.


—Ella sabe, no te hagas problema. – se corrigió. —Sabe que estoy con alguien, no que sos vos ese alguien. Pero supongo que ahora se lo tiene que estar imaginando. – se rió.


Ella se rió también relajándose un poco.


—Pensé que solamente tenías relaciones y noviazgos normales. – levantó las cejas sorprendida.


—Obviamente eso cambio. – la miró de manera significativa.


Ella bajó la vista y se quedó pensando.


¿Qué había dicho? De nuevo parecía ponerse mal. Odiaba no poder preguntarle, no poder abrazarla y contenerla.


—¿Me podrías liberar? – preguntó haciendo sonar las esposas. Ella se rió y asintió.


Se arrodilló frente a él y se metió una mano en su ropa interior. Su mente hizo cortocircuito.


Después de un segundo se sacó una pequeña llavecita de entre la tela de encaje, sonriendo aun más.


El la miraba boquiabierto negando con la cabeza. Todo lo que hacía, lo ponía a mil.


Cuando abrió las esposas le besó las muñecas con delicadeza y él sonrió. Ya había notado eso en otras oportunidades. Cada vez que lo ataba después al desatarlo era cariñosa y lo reconfortaba de alguna manera. Le sacó el resto de los cinturones también.


—Tengo que viajar a Mendoza otra vez. – apenas lo miró, de
repente se había puesto… ¿tímida? —¿Tu novia tendría problema en que viajes conmigo?


—¿En serio? – hubiera querido no poner esa sonrisa de tonto que puso, pero no podía evitarlo. —Paula, ella no es mi novia. – puso los ojos en blanco. —Es raro y complicado, pero no es mi novia. – volvió a sonreír.—¿Cuándo nos vamos?


—Mañana a la tarde. – le sonrió visiblemente más alegre. —Y nos quedamos tres noches. – cerró los ojos como recordando algo molesto. —Y Marcos tiene que venir con nosotros, porque es mi asistente.


El frunció los labios.


—Me odia. – después se rió. —Mientras no estemos los tres en la misma habitación, no hay problema.


Ella se rió también ante la idea.


—Cada uno va a tener la suya. – se apuró en aclarar al ver su gesto de decepción. —Para no levantar sospechas en la empresa.


—¿No es sospechoso que viajes con un empleado que hace unos días que está trabajando en el área de publicidad? Sería más normal que viajaras con Gabriel.


—Mmm… – pensó tocándose los labios de manera distraída. — Vamos a tener que inventar que es un contacto tuyo de otra empresa a quien vamos a ver. – y suspiró resignada. —Pero supongo que con Marcos vamos a tener que blanquear la situación.


—Por mí bien. – estuvo de acuerdo.


—Es probable que empiece a odiarte más. – se encogió de hombros.


—Problema suyo. – contestó riendo y ella también se rió. 


Estaba por mandarse, pero después recordó su mirada triste y se arrepintió. Optó por pedir permiso.


—¿Te puedo dar un beso? – ella dejó de reírse, pero todavía
sonriendo asintió despacio mirándolo fijo. Su corazón se agitó de manera violenta.


La tomó por el rostro y la besó.


Pequeños besos. Primero en el labio superior, luego el inferior, y después de a poco apoyando toda su boca. 


Abriéndola, mientras ella también lo hacía. Rozando su lengua, mientras ella también lo hacía.


Suspirando y sintiendo como el calor de ese beso lo inundaba y trasladaba lejos. Siempre queriendo más y más, la sujetó por la nuca y lo profundizó haciéndola gemir.


Y esa era su señal. Cuando ella bajaba por fin todas sus defensas y se entregaba.


Se dio vuelta para quedar por encima, y con la misma dulzura que la besaba, le hizo el amor entregándose él también. Con todo su cuerpo, y su corazón. Tan lenta y tiernamente que sentía un nudo en el pecho y la garganta. 


Se había enamorado como nunca antes, y era como si con cada caricia se lo quisiera demostrar.






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