lunes, 11 de mayo de 2015

CAPITULO 88





Cuando se quiso dar cuenta, había pasado otro mes al lado de Pedro.


El tiempo iba tan rápido últimamente que a veces se aturdía.


Lo que les pasaba seguía creciendo, y la tenía preguntándose mil cosas sobre el futuro. No quería todavía ponerlo en palabras, pero cada vez le costaba más imaginarse uno sin él a su lado. Se había vuelto necesario
en su rutina.


Necesitaba tenerlo cerca.


El, por su parte, estaba cada día más atento y se iba soltando de a poco demostrándole su cariño. La comprendía, y le había captado su ritmo.


Ahora ya no se desesperaba cuando él le decía “te amo”. 


Estaba un poco preocupada, porque tal vez se cansaría en algún momento de decirlo y nunca escucharlo… pero ya no se asustaba.


Por otra parte, estaba aprendiendo muy a prisa como dominar. Era un excelente alumno. Probablemente de esos que superan a sus maestros, porque le volaba la cabeza.


Le daba gracia pensar que ella hacía unos años, había preferido dejar esa veta de lado, y dedicarse a ser quien tenía el control siempre… pero con Pedro, podía ser sumisa sin dudarlo.


El chico tenía talento…


Y así como podía ser tierno y amoroso… también podía ser un amo implacable, que la hacía apretar los dientes y la tenía fantaseando todo el día.


Iban descubriendo los límites de cada uno y ya rara vez tenían que usar la palabra clave.


Pasaban casi todos los días juntos. Y había que decir casi, porque algunas veces, él decía que no podía verla o que le había surgido algo y ella no preguntaba.


No hablaban del tema por un pacto que habían hecho, y aunque ambos sabían que el otro sabía, no lo discutían.


Soledad todavía vivía en su casa, y cada tanto le agarraban pataletas a las que él con mucha paciencia tenía que adaptarse y soportar.


Por lo menos, se daba cuenta de que cuando tenía que quedarse con su ex, no lo hacía encantado. Prefería estar con Paula y la llenaba de mensajitos al celular diciéndole cuanto la extrañaba.


¿Nunca más se mudaría? ¿No era solo por un tiempo hasta que mejorara? Es que.. ¿No pensaba ya mejorar?


Más de una vez, estaba tentada a pedirle a Pedro que se viniera a vivir con ella. No existiría mucha diferencia en definitiva, y así pondría fin a la relación que mantenía con esa chica insoportable… Pero después se arrepentía. ¿Y si se negaba? Nunca se lo había pedido a nadie, y le
aterrorizaba que le dijeran que no. Que él le dijera que no.
Había hecho un camino largo, pero todavía tenía sus miedos.


Ese, era uno de esos días.


Estaban en la cama, abrazados y el teléfono de Pedro empezó a sonar.


Ella trató de no hacer caso, pero en el fondo sabía muy bien quien era.


Salió de la cama, soltándola con delicadeza y se fue a atenderla en la sala.


Aprovechó para tomarse un baño, para con el ruido de la ducha, no tener que escucharlo.


Tenía ganas de que viviera con ella… pero era muy tonta si pensaba que todo se solucionaba con una mudanza. Arrojó uno de los frascos de champú contra la pared. La odiaba.


Minutos después, algo más relajada, se cambió y se encaminó a la sala.


Se congeló en el pasillo cuando escuchó voces. ¿La había invitado?


No, eso era romper totalmente el trato.


La puerta se abrió y él entró nervioso y apurado mientras decía en voz alta.


—Un segundito, ya busco a Paula… y… – la miró con los ojos abiertos como platos como si hubiera visto un fantasma. —…y me cambio.


—¿Quién… – él la interrumpió.


—Tus viejos. – dijo muy bajo mientras entraba al cuarto y
empezaba a vestirse a toda velocidad.


Se mordió los labios para no estallar en carcajadas. Ella los
conocía, no se iban a espantar por ir a su casa y encontrarse con un hombre en bóxer. Probablemente le hacían algún chiste incluso.


Era una mujer grande, que desde los 18 años vivía sola. 


Conocían a su ex… eran personas modernas…


Pasó a la sala y con una sonrisa los saludó.


Claudia y Leo la abrazaron alegres y obviamente la miraron
esperando una explicación.


—Ese era Pedro. – susurró para que solo ellos la escucharan. — Y ahora debe estar teniendo un ataque de nervios mientras se viste.


—¿Y Pedro? – preguntó Leo.


—Ya no estamos juntos. – se encogió de hombros. —Pero seguimos siendo muy amigos.


—Que lindo este chico. – comentó Claudia con una sonrisa
cómplice.


Se rieron mientras terminaban de ponerse al día.


Un ratito después, un muy apenado Pedro, hacía su aparición en la sala y ahora sí, saludaba como correspondía.


—Mis viejos, Claudia y Leo. – dijo tomándolo de la mano, y
dándole confianza. —Pedro, mi novio. – agregó sonriéndole.


Al escuchar esa presentación, él le apretó apenas un poco más la mano y devolviéndole la sonrisa se animó a saludarlos.


Improvisaron una comida con lo poco que tenían en la heladera, y compartiendo unas copas, de a poco fueron todos integrándose.


Les había caído bien, y ellos a él también. No supo explicar por qué, pero ese hecho la emocionaba.


Casi se podía olvidar de que un rato antes lo había llamado su ex.


Casi.


Pedro se ofreció a levantar los platos y a buscar el postre, así ella tenía tiempo para cruzar algunas palabras con sus padres a solas.


—Es amoroso. – dijo Claudia. – Y jovencito. – sonó sorprendida.


—Tiene 27 años, mamá. – dijo ella riendo y poniendo los ojos en blanco.


—Tiene mucha onda… – dijo Leo recostándose en la silla como siempre hacía cuando terminaba de comer. —Deberíamos invitarlo al club.


Claudia estuvo de acuerdo.


Se excusó por un momento y se fue a ayudarlo a la cocina.


—Hola, bonita. – la saludó al verla mientras acomodaba los platos sucios en el lavaplatos.


Ella lo abrazó y lo besó en los labios.


—Hola, bonito. – contestó. —¿Cómo estás? – quiso saber.


—Un poco nervioso. – dijo sinceramente. —No sé en que estaba pensando cuando les abrí la puerta casi en pelotas. Me paralicé del….miedo, supongo.. Mil disculpas.


Ella se rió.


—No pasa nada. – lo volvió a besar. —Les caes bien, te quieren llevar al club.


El asintió con la cabeza sin saber que decir.


Había estado esperando un buen rato para tenerlo así, para ella sola.


El verlo sentado a la mesa, haciendo un esfuerzo especial para gustar a sus padres, la conmovía. Se había puesto una de las camisas que más le gustaban. Su corazón se derretía…


Lo tomó del rostro y lo besó con tanta dulzura como la que en ese momento sentía por dentro.


El sonriendo, le sacó el cabello del rostro con una caricia y le
murmuró.


—Te amo – y la besó una vez más.


Escucharon que Leo se aclaraba la garganta y se separaron de golpe. Pedro se paró derecho, pero ella se rió y miró a su padre para regañarlo. Lo había hecho a propósito para ponerlo nervioso.


—Chicos, nosotros nos vamos ahora porque tu madre está cansada y tiene ganas de irse. – murmuró para que la señora no escuchara. —Y se pone insoportable.


Se rieron y entre una cosa y otra, se despidieron.











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