lunes, 11 de mayo de 2015
CAPITULO 86
Los días siguientes habían sido perfectos.
Habían llegado a un acuerdo.
Ya no discutirían por Soledad. El tenía que acompañarla porque era su amiga, pero nada más.
Afortunadamente la chica se sentía mejor, y eso les había dado algo de aire para estar juntos.
Ahora que la veía salir adelante, ya no se sentía tan culpable por su situación, y la alentaba a salir y hacer todo tipo de planes para que de a poco se recuperara por completo.
No quería sacar el tema, pero le parecía extraño que en todo ese tiempo no había hablado de mudarse. No la había visto buscarse un trabajo, ni buscar un sitio para ella sola… y aunque le preocupaba su bienestar, también empezaba a incomodarlo.
Como novios no habían alcanzado a convivir, y ahora de alguna manera ella había copado todos sus espacios con sus cosas.
Era todavía más desordenada que él. Llegaba de la calle y tiraba su bolso en donde podía, nunca levantaba ni lavaba los platos, y lo que más le molestaba era que siempre había ropa sucia tirada por todas partes.
Se armaba de paciencia, y contando hasta mil, trataba de ignorarlo.
Estando tan bien con Paula, de todas formas, estaba mucho tiempo fuera. Casi todas las noches dormía en su casa y cada vez que podían, salían. Solos o con sus amigos.
Todo iba marchando de maravilla.
Todavía tenían sus peleas, por supuesto…
Esta tarde, ella le comentó que el club del que ella era socia desde pequeña, realizaba una gala a beneficio, y que algunos meses antes, ya había quedado con Juany que irían juntos. Además él era también un socio.
—Bueno, pero ya no estás más con él. – le decía de a poco
perdiendo la paciencia.
—Es mi amigo, tenemos muchísima gente en común. – le explicó ella con paciencia. —Siempre fuimos juntos a estos eventos. Su papá es uno de los organizadores.
—Hace lo que quieras. – le contestó enfadado.
Seguro, podían salir juntos, en la empresa sabían que estaban saliendo, pero siempre había gente a la que se lo escondía. No conocía a su familia, ni ella conocía la suya, no conocía esta gente del club, y claro… Juany pensaba que solo era un “amigo”.
—¿Por qué te enojas? – le preguntó abrazándolo por la espalda.
—Porque no me banco que prefieras ir con él. – dijo por lo bajo, todavía enojado, pero dejándose abrazar.
—¿Estas celoso? – preguntó besándole el cuello.
—No. – dudó. —No sé. ¿Te da vergüenza que te vean conmigo? – se arriesgó a preguntar.
Ella se dio vuelta y enfrentándolo lo miró confundida.
—¿Qué? ¡No! – contestó frunciendo el ceño. Después de mirarse un rato en silencio ella cerró los ojos y bajando un poco la cabeza le dijo. — Perdón. No tiene nada que ver con eso. Ya había quedado en ir con él, porque es nuestra costumbre…pero ya le voy a decir que no. Que voy con vos. Tenés razón.
—Mmm… ahora no quiero ir. – dijo haciéndola reír.
—Me voy a volver loca. – dijo tapándose la cara.
—¿Entonces no es porque no queres que te vean conmigo? – insistió y ella se rió. —Ok. Entonces anda con el rugbier tranquila.
—Mil gracias. – le sonrió irónicamente. —¿Me gané tu permiso? – se llevó una mano al pecho. —Muchas gracias, de verdad. – había empezado a levantar la voz.
Mierda.
—No empieces… no me refería a que…. No era eso lo que quería… – no podía terminar ni una maldita frase. —No es que me tengas que pedir… – lo interrumpió.
—Te estoy cargando. – lo tomó del rostro de manera violenta y lo besó. Respiró más aliviado. Ella lo notó y sonriendo profundizó más el beso hasta hacerlo jadear. —Nunca tendría vergüenza de vos. Me da miedo lo rápido que va esto, no estoy acostumbrada. Me cuesta mucho adaptarme,
pero de a poco… – dijo mirándolo con los ojos bien abiertos.
Y sabía que decía la verdad. Realmente notaba el cambio.
Le sonrió y le devolvió el beso, dando por finalizada la casi pelea que habían tenido.
Días después, ella se estaba preparándose para ir a la dichosa fiesta y él solo la podía mirar embobado.
Llevaba puesto un vestido negro largo sin espalda, tacones
altísimos y el cabello recogido con algunas mechas sueltas en un costado.
Brillaba.
Se mordió los labios, disfrutando de cómo daba vueltas frente al espejo.
En uno de esos movimientos, el vestido se abrió a un costado, por su tajo, y reveló la piel de prácticamente toda su pierna.
Se acomodó incómodo desde su lugar queriendo saltarle encima.
Pero solo podía eso, mirarla.
—¿Cómo me queda? – le preguntó levantando una ceja.
—Sos muy mala. – le dijo con la voz ronca.
—Mala sería si me llevo esto conmigo. – levantó frente a su rostro una pequeña llavecita plateada.
El apretó las mandíbulas. No… Ella no sería capaz.
Movió los brazos nervioso, pero sin la llave no había manera de salir.
Estaba esposado a uno de los barrotes de la cama.
No, no podía hacerlo.
La vio sonreír de manera perversa.
—Mmm… no soy tan mala. – le soltó una de sus muñecas, y él se sentó. Le dolía el cuello por haber estado en la misma posición por tanto tiempo…
—Pero un poquito mala soy. – agregó. Y aprovechando su
distracción, lo volvió a esposar, pero con las manos cruzadas adelante.
—Paula… – le dijo asustado.
—Sh.. – le acarició el cabello. —No pasa nada, bonito. No voy a volver tan tarde. – se metió con mucho cuidado la llave en el escote y sonrió. —Espero que no se me pierda – dijo rozándole los labios en el cuello.
A esas alturas su cuerpo entero estaba tenso como una piedra.
Gruñó al sentir su aliento cálido sobre la piel.
Perfectamente consiente de lo que le estaba provocando, agachó su cabeza y le fue regando el pecho con besos. Su abdomen se flexionó y contuvo el aire.
Ella solo siguió bajando, hasta llegar a su ombligo. Estaba desnudo, y se hacía bastante evidente que estaba al borde de reventar.
Haciéndose lugar entre sus piernas, lo tomó con la boca y él, con los ojos en blanco hizo la cabeza para atrás totalmente entregado.
Sus besos eran adictivos.
Lo volvían loco.
Su lengua giraba en círculos y él no podía contener sus jadeos, ni sus caderas que se movían hacia delante y atrás entrando y saliendo de ella rápidamente.
Estaba tan cerca que sin darse cuenta había empezado a mover sus muñecas en un intento inútil de soltarse, solo para dejarse casi en carne viva la piel.
Ella suspiró de manera ruidosa y retrocedió de a poco. Se paró delante de él, y se acomodó de nuevo el maquillaje.
Le temblaban todos los músculos.
—No te vayas. – dijo casi gimiendo.
—Quiero que cuando vuelva tengas muchas… – se mordió los labios. —Muchas ganas…
—Paula… – pero ella ya se había ido. Caminó con habilidad
trepada a esos inmensos tacos y cerró la puerta de salida.
Bufó totalmente frustrado.
Como pudo fue hasta el baño, y repitiendo lo que ya había hecho otras veces por su culpa, abrió el agua fría y se metió debajo sintiendo como de a poco se apagaba el fuego.
Más calmado, y ahora con más sangre irrigando su cerebro, se preguntó. ¿Y si había una emergencia? ¿Y si el edificio se prendía fuego?
El ni siquiera podía vestirse. Sus manos estaban esposadas juntas, cruzadas y por delante de su cuerpo.
Bueno, al menos no estaban en su espalda, o peor… a la cama. Así podía ir al baño todavía.
¿Podría comer?
El estómago le rugió.
Valía la pena intentarlo.
Había podido hacerse un sándwich con todo lo que había en la heladera. Nada mal, pensó levantando las cejas.
Estaba comiendo, cuando escuchó el timbre.
Se miró desnudo y se congeló en el lugar.
Tal vez se hubieran confundido… o era algún vecino pidiendo azúcar… Volvieron a tocar. Varias veces.
Miró hacia arriba como preguntándole al cielo. ¿Por qué?
Fue hasta la habitación y con una agilidad que lo había dejado impresionado, logró envolverse una toalla a la cadera. El ajuste era un poco precario, así que tendría que rogar que no se soltara.
Tomando aire, preguntó intentando ver por la mirilla.
—¿Quién es? – por favor que sea equivocado, pensó.
—¿Está Paula? – un hombre… le sonaba… —Soy Juany.
—Eh… ella se fue hace un rato a la fiesta. – le contestó.
—Nos desencontramos. – un silencio. —¿Me dejarías pasar? – sonaba raro. —¿Sos su novio, no? ¿Pedro?
Eso lo sorprendió.
—S-si. – aparentemente lo era.
—Pedro, dejame pasar un segundo. – se acercó mucho a la puerta. — Necesito pasar al baño, te lo pido por Dios.
Se contuvo de reírse, pero era difícil. El muchacho parecía
desesperado.
—No te puedo abrir… no estoy… – ohh…que incómodo se sentía. —…vestido.
—Te juro por lo que más quiero que no te voy a mirar. – rogó.
—Ok. – se rió y empezó a luchar con el llavero.
Le estaba costando dar vuelta la llave con las muñecas
imposibilitadas.
—Daaaaale flacooo. – decía el otro. —¿Por qué te cuesta tanto?
—Hago lo que puedo… – decía malhumorado y nervioso de que lo apurara. Le salía todo peor.
—¿Estas esposado? – preguntó el chico entre risas.
—Puede ser. – dijo mordiéndose para no reírse de lo ridícula de la situación. —Si te reís, vas a tener que hacer en una maceta.
—No me rió. – contestó mordiéndose y aguantando como podía. — Siempre guarda una llave de repuesto en el cajón de la mesita de noche.
—Este es el repuesto. Perdimos la otra hace unos días. – dijo poniendo los ojos en blanco y tratando de no pensar en que él antes estaba en su lugar… Había estado con Paula. El estómago se le apretó, y el sándwich que había estado comiendo, le cayó pésimo.
Gracias al cielo, en un intento más, la puerta se abrió y sin darle tiempo a nada, Juan pasó corriendo hasta el baño.
Cuando salió estaba mucho más relajado.
—Mil disculpas. – dijo levantando las manos. —Vivo lejos, y hoy trabajaba hasta tarde. – se acomodó el moño del traje. —Muchas gracias.
El asintió sin saber bien que decirle. Hubiera preferido que
directamente se fuera de una vez…
—No te tendría que estar diciendo esto, pero hay otras llaves en el botiquín del baño. – le sonrió. —Tratá de volver a esposarte cuando vuelva, porque se va a enojar. – levantó una ceja. —Mucho.
—Gracias. – dijo riendo incómodo. —Esto es muy raro…
El otro también rió.
—Podría ser peor… – entornó los ojos como recordando algo y silbó. —Si te contara la cantidad de situaciones…
—Prefiero que no. – se adelantó a decir él encogiéndose de
hombros.
Juan sonrió entendiéndolo, y guiñó un ojo.
—Nos vemos, Pedro. – lo saludó asintiendo con la cabeza y cerrando la puerta, ya que a él le costaría mil veces más.
—Chau, nos vemos. – dijo él.
Sacudió la cabeza y con mucho cuidado, se fue a servir una copa.
La necesitaba.
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