jueves, 7 de mayo de 2015

CAPITULO 74





Amaneció después de una noche espantosa en donde había tenido toda clase de pesadillas. En todas, Pedro se acostaba con Soledad de las maneras más variadas y creativas que su imaginación podía elaborar.


Fue a servirse café, y se encontró con la rosa que él le había
regalado el día anterior.


La había puesto en un vasito con agua mientras ella se cambiaba.


Distraída rozó sus pétalos y sonrió.


Sacudió la cabeza para dejar de pensar estupideces y después de una ducha se conectó para solucionar los problemas de la empresa, y así tener todo el sábado libre.


Cerca del mediodía Pedro la llamó.


—Hola, bonita. – saludó cariñoso.


—Hola. – sonrió. —¿Cómo estás? – en realidad quería preguntarle ¿Qué pasó anoche? ¿Cuánto tiempo se quedó Soledad después de que me fui? ¿De que hablaron? Pero no.


—Extrañándote. – dijo en un tono bajo. —¿Cuándo te puedo ver?


—Si querés voy a tu casa en un rato. – miró a su alrededor, a la mesa llena de papeles y documentos, y a los platos sucios del desayuno y el almuerzo. Mierda Paula, ¿Qué te pasó? No eras así. – pensó.


—Eh… prefiero en tu casa. – se aclaró la garganta. —O podemos ir a tomar algo por ahí. – sugirió.


Al final quedaron en su departamento, para la hora de cenar. 


Eso le daría tiempo de limpiar, cocinar, y prepararse.


Aprovechó para arreglarse las uñas, ir a la peluquería y pasar por el mercado a comprar verduras orgánicas.


Esa noche prepararía lasaña y había pensado en todo. El vino perfecto, velas… todo. No habían tenido la noche especial que querían antes, pero ahora podían hacerlo mejor.


¿Y si era demasiado?


Puso los ojos en blanco. No tenía experiencia en cenas románticas y se sentía un poco rara con tanto preparativo.


Cuando tuvo todo listo, se fue a cambiar.


Pedro, como siempre, llegaba temprano y con el postre. 


Había pasado por su heladería artesanal preferida y le había traído frutillas al chantilly y mousse de chocolate.


—Hola, hermosa. – le dijo.


—Hola. – lo hizo pasar sonriendo.


Apenas había tenido tiempo para guardar la caja en el freezer…


Pedro la tomó por la cadera y la besó con desesperación haciéndola chocar con la mesada. Con un gruñido rudo la sentó sobre ella y le levantó la falda del vestido para tocarla.


Ella sonrió mordiéndose el labio y entreabrió un poco las piernas para facilitarle la tarea.


Solo la había rozado con la yema de los dedos, y ella ya estaba respirando con dificultad.


El sonrió y bajándole la ropa interior, se agachó lo suficiente y la tomó con la boca.


Había empezado a gemir jalándole los cabellos, cuando él
tocándola con delicadeza, hundió primero uno y luego dos dedos en ella haciéndola gritar.


Subió las piernas, apoyándolas en sus hombros y se dejó llevar.


Se olvidó de todo y moviendo la cadera, disfrutó de lo que le hacía.


Era increíble. Sin dudas el mejor que había tenido. Podía no saber de BDSM, pero de esto, el chico podía dar clases.


Apretándose a su boca, entre gritos incoherentes jaló de su pelo con tanta fuerza que lo escuchó gemir y así, se dejó ir tan intensamente que sintió que se le rompía el cuerpo.


El seguía moviéndose con insistencia haciéndola vibrar alargando el instante de placer, y al cabo de dos segundos notó que sus piernas volvían a tensarse.


Jadeando se recostó sobre la mesada y retorciéndose por completo se llevó las manos a los pechos mientras él no paraba. Al sentirlo suspirar se dejó ir una vez más.


—Diosssss – había gritado.


Sus piernas temblaban y la cabeza le daba vueltas.


Con mucho cuidado se acercó a ella y le habló al oído.


—Desde anoche que me muero por hacer eso. – le mordió el lóbulo de la oreja, estremeciéndola.


—Cada vez me gusta más tu forma de saludar apenas nos vemos. – dijo haciéndolos reír.


Con delicadeza, le puso la ropa en su lugar y la bajó de la mesada con una sonrisa grabada en el rostro. Sabía que acababa de volarle la cabeza, y le encantaba.


—Te preparé una cena re linda… – dijo queriendo hacerse la seria. —Así que vamos a comer. – lo señaló.


El asintió, pero esperó a que ella se diera vuelta para buscar los platos y la abrazó por la espalda. Suspirando, besó su cuello.


—Estas hermosa. – le dijo besándola rápido y se fue a poner la mesa.


Ella sonrió y todavía acalorada, lo ayudó.


Habían comido tranquilos, mientras charlaban de todo un poco, y por más que él había hecho un muy buen trabajo distrayéndola, todavía había algo de lo que quería hablar.


—¿Cómo está Soledad? – preguntó sin rodeos. Tenía esa pregunta atorada desde hacía horas.


El parpadeó rápido y tomó aire.


—La está pasando mal. – su rostro cambió, y ahora parecía
angustiado. —Tiene problemas familiares… – le explicó.
Con toda la calma que podía le preguntó.


—¿Y por eso se mete y se desnuda en la casa de su ex? – sonrió para suavizar su tono que había salido con tanto veneno que si se mordía la lengua, moría ahí.


—N-no… – tartamudeó. —Eh… eso… – se rió nervioso. —
Supongo que se sentía sola…


Ella asintió todavía sonriendo.


—¿Y se fue muy tarde? – se estaba desubicando con la pregunta y era plenamente consciente de cómo estaba quedando, pero no le importó.


Esa risita de Pedro acababa de ponerla violenta.


—Se quedó a dormir. – ella levantó las cejas apenas y siguió
sonriendo. ¿Estaba sonriendo? Por lo menos, eso creía. —Justamente quería que hablemos de ese tema… – apoyó los antebrazos en la mesa algo nervioso.


—¿De que se quede a dormir en tu casa querés hablar? – preguntó con tanta calma que ella misma se daba miedo.


—La echaron de su casa… y yo le ofrecí que se quede en mi
departamento hasta que solucione sus problemas. – dijo mirándola evaluando su reacción.


—¿Y yo qué tengo que ver? – preguntó por lo bajo mirando su plato vacío.


—Paula… – dijo él como si fuera obvio.


—Una sola pregunta. – él asintió. —¿A vos todavía te pasan cosas con ella?


—No. – dijo seguro. —La quiero mucho… como amiga.


Ella se tapó la cara con las dos manos.


—¿Qué pasa? – le preguntó inquieto. —Ey…


—Por cosas como estas, no sirvo para estar en una relación. – comentó ofuscada y resopló. —No hablemos más del tema.


—Hablemos lo que haga falta hablar. – dijo frunciendo el ceño. — Ella en su momento me ayudó, y ahora le estoy devolviendo el favor.


—Tiene tatuado tu nombre. – dijo como si con eso explicara algo.


—Si. – dijo asintiendo y pensando por un momento. —No está tan loca como parece. – la justificó.


—No está loca, pero está muy enganchada con vos todavía. – él no le contestó.


—Aunque yo no sienta lo mismo, no la puedo dejar sola. Los
problemas con su familia le afectan mucho… estuvo con depresión. – el dolor en sus ojos era casi palpable. —No me gustaría que vuelva a pasar por lo que pasó y tanto tardó en superar.


Ella se mordió el labio pensando que había reaccionado como una estúpida. El se preocupaba, y la chica podía estar enferma. Los celos no tenían nada que ver con nada. Se sentían una inmadura.


—Perdón, no sabía. – se disculpó tomando su mano muy
avergonzada.


—Lo que siento por vos no lo siento ni lo sentí por nadie. – le dijo tranquilizándola. No le había dicho exactamente las palabras, pero había entendido. Y por primera vez desde que se hacía mención al tema, sonrió.


El le devolvió la sonrisa y acercando su boca, la besó.


Abrazándola por la cintura, se la llevó a la habitación y se dedicó a adorarla por horas haciéndole olvidar de todo.







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