jueves, 7 de mayo de 2015
CAPITULO 75
Los días pasaron y las cosas empezaron a complicarse.
Soledad estaba triste, y cada dos por tres lo llamaba por teléfono llorando. Terminaba por irse corriendo tras ella, con miedo de que empeorara o hiciera alguna locura.
La situación empezaba a molestarle. A su tristeza había que
sumarle ahora los ataques de pánico que tenía, sospechosamente siempre que ellos salían…
Se mordía la lengua para no hacerle un comentario a Pedro, porque sabía que estaba preocupado… pero la verdad es que ella empezaba a desconfiar de su ex.
Al principio había pensado que eran solo celos, pero una noche, en que se suponía que iban a salir, él llamó para cancelar porque aparentemente Soledad se sentía mal.
Después se enteró que la chica había organizado una comida “sorpresa” con la mamá de Pedro en su departamento.
Como su madre estaba involucrada, no podía decirle nada, pero ya desde ese momento empezó a hacerle ruido que usara su enfermedad para mantenerlo cerca.
Ese día estaba especialmente molesta, porque en el trabajo había tenido problemas con un socio y había terminado discutiendo. Y su día terminó de arruinarse cuando vio que la chica caía a la empresa vestida de manera muy inapropiada y además de pasearse por todas partes, se había quedado una hora hablando con él. Su excusa era llevarle algo que había olvidado, pero saltaba a la vista que era solo para llamar su atención.
La relación que llevaban la enfermaba. Siempre riendo por ahí de manera cómplice. Quería golpearlos. O golpearse ella.
Furiosa, se acercó a dónde estaban, para escucharlos, mientras casualmente usaba el escáner.
—Si, podemos ir todos juntos en el auto de Pedro. – decía como si él le perteneciera.
—No sé si hay lugar para todos. – se rascó la cabeza. —Además no creo ir a la fiesta.
—¿Vos Paula, vas a la fiesta? – preguntó Gabriel viéndola rondar parando las antenas para escuchar. Todos la miraron ahora conscientes de que estaba ahí.
Maldito Gabriel.
—¿Qué fiesta? – dijo sonriendo super simpática.
—La de la empresa. – contestó Gabriel como si estuviera
hablándole a un niño pequeño.
—Claro que voy. – dijo ella mirando a Soledad.
—Y bueno, que vaya ella en su auto y vamos a poder ir más. – solucionó chica revoleándole las pestañas a su ex. En serio, ¿Por qué no la frenaba?
—Soledad… – regañó él. —Que desubicada… – se rió mirándola que se encogía de hombros, y le dedicó a Paula una mirada de disculpas. —Si querés, podemos ir juntos. – le dijo sorprendido, pero entusiasmado. Ella asintió y Soledad puso los ojos en blanco.
La hubiera matado ahí, con sus propias manos.
Todos se rieron como si hubiera hecho un chiste super gracioso, y ella, al quedarse afuera, decidió irse de nuevo a su oficina.
Gabriel, oliendo chismes, la siguió.
—¿Quién la dejó entrar? – le preguntó envenenada. —Esto no es un bar…
—Upa… – dijo riéndose. —No creo que te caiga bien la ex de tu novio.
—No cuando lo único que hace es revolotearle como una mosca…– entornó los ojos. —Una mosca en verano.
—Si, me di cuenta. Pero él solamente te mira a vos. – le señaló. — Siempre que estamos en un descanso no hace otra cosa que hablar de vos. – puso los ojos en blanco. —Insoportable.
Eso la hizo sonreír un poco.
—¿Y cuándo es esta fiesta de mierda? – quiso saber.
—Esta noche. – contestó Gabriel divertido.
Ella se hundió en su asiento resignada. Ya había dicho que iba ir…
No quería, pero claramente no se quedaría en su casa, sirviéndoselo de bandeja.
—Me voy a poner el mejor vestido que tenga. – dijo como
pensando en voz alta con sonrisa perversa.
—¡Así me gusta! – la alentó. —Sacá el látigo, reina… porque si no te lo roban.
Ella se rió ante la expresión aunque tal vez no fuera mala idea.
Eran las diez de la noche y estaba mirándose al espejo con una sonrisa.
El vestido era rojo sangre, ajustado y de diseñador que le llegaba bastante arriba de las rodillas. Combinados con unos zapatos de taco altísimo.
Se había dejado el pelo suelo, con sus ondas naturales y se había esmerado especialmente en su maquillaje.
Asintió. Así se sentía más cómoda.
Esa chica podía tener diez años menos, pero ella se veía como una maldita modelo.
Había empezado a tomar desde temprano, para ir entrando en calor.
Se sentía estupenda. Ahora que estaba algo picada, toleraría mejor la cara de la chica.
Puso música y siguió preparándose hasta que Pedro llegó.
Abrió la puerta y se quedó con la boca abierta mirándola.
—Estás… preciosa. – le dijo clavándole los ojos en las piernas.
Ella sonrió coqueta dando una vueltita frente a él.
Se colgó de su cuello y le estampó un beso en la boca
apasionadamente. Se pegó a su cuerpo y movió los labios y la lengua hasta que lo escuchó respirar más fuerte. El movía las manos desde su cintura, hasta abajo, apretando su trasero. Ese vestido tenía muchas ventajas.
—¿Vamos? – dijo separándose apenas.
—¿Estuviste tomando? – le susurró al oído.
—Ajá. – contestó riendo. Y agarrando una de sus manos lo llevó hasta el ascensor.
—¿Estás borracha, un poquito? – preguntó apenas riendo cuando la vio bailando la música que todavía salía de su departamento.
—Para nada. – se humedeció los labios mirándose en el espejo. — Me siento bien, y estoy de buen humor… nada más.
El asintió sujetándola por la cintura, mientras se bajaban y
caminaban hacia el auto.
En el asiento de adelante estaba, como no… Soledad.
Pedro la miró y después a Emma. Con los ojos le pedía paciencia…
Sin protestar, se fue a sentar a la parte de atrás.
Se saludaron con cordialidad, pero después ninguna abrió más la boca.
El boliche en donde se llevaba a cabo la fiesta estaba hasta arriba de gente. Y para su horror, todos de la empresa.
Cada uno estaba en la suya de todas maneras, así que se dijo que había ido a divertirse.
Soledad había tomado a Pedro de la mano para bailar, y ella no supo si reírse por lo ridícula de su situación o llorar.
Suspirando con fuerza, se fue hasta la barra y se pidió un vodka con energizante. Era asqueroso, y barato, pero pegaba como trompada.
Con el cuerpo y la garganta más calentita se fue a buscar a Gabriel para bailar. Este, la recibió encantado y empezaron a moverse entre los otros.
Soledad se pegaba al cuerpo de Pedro, que estaba en otro mundo, mirando entre la multitud sin prestarle atención.
Cuando sus ojos hicieron contacto con los de Paula, sonrió.
La había estado buscando. Se acercó, pero su ex no la dejó llegar hacia él.
La sacó a bailar ella, como si nada fuera. Le bailó rozándole la cadera y todo su costado de manera sensual ganándose la mirada de todos los hombres del lugar. Lo único que le faltaba.
En su mirada había desafío. No podía solo quedarse quieta.
No la dejaría ganar ni en esto. No señor.
La tomó por la cintura pegándola a su cuerpo y se movió con ella acercándose todo lo que podía mientras le sonreía con una ceja levantada.
No sabía con quien estaba jugando.
Casualmente le tomó el pelo de un costado del rostro, y se lo corrió liberándole el cuello. Se acercó a su oído y simulando un beso, le dijo.
—Podés hacer todo lo que quieras, que se va a ir conmigo esta noche. – apoyó sus labios ahora si en un breve beso y mirándola con maldad agregó. —Y va a dormir en mi cama.
La chica había tratado de seguirle la corriente, pero estaba
desconcertada.
Sujetándola todavía de la mano, la llevó hasta donde estaba Pedro mirándolas hipnotizado y ahora con él en medio, siguieron bailando de la misma manera.
Ella tenía el control. Cómo tantas veces.
Puso las manos de la chica alrededor de la cadera de él,
acercándolos, y ella se paró detrás. Sujetándola por la cintura. Marcando el ritmo, muy de cerca.
Podía notar lo nerviosa que estaba poniéndola. Su respiración se agitaba, pero no iba a dar el brazo a torcer. Era demasiado orgullosa. La había subestimado.
Sonrió mirando a Pedro, que juntó más los cuerpos para tocarla.
Se ponía interesante…
Gabriel pasó mirando, mientras asentía impresionado, le alcanzó un vaso. Los tres tomaron de él, y de otros más después.
Se iban soltando y la temperatura subía.
Le encantaba saber exactamente lo que tenía que hacer.
Puso a Soledad en medio, y mientras esta daba vueltas y se mecía, la tomó de las manos entrelazando los dedos y le levantó los brazos. Miró a Pedro como indicándole algo que entendió a la perfección. Se pasó los brazos de ella por detrás de la cabeza y todavía a sus espaldas, bailó. La chica
había hecho la cabeza hacia atrás apoyándola en el pecho de él… cerrando levemente los ojos.
Paula tenía las manos de él por todos lados, y las suyas, se
encontraban en el cuerpo de Soledad…
De un momento a otro, la dio vuelta de manera violenta,
apoyándola a su pecho. Bailó, besándole el cuello con suavidad, hasta que Pedro las abrazó por detrás.
La ajustó contra su cadera con fuerza y suspiró. Su erección
apretaba por salir y su piel ardía.
Sonrió.
Buscó con la mirada a Gabriel, y haciendo lo que antes habían acordado, dejó a Soledad en sus brazos y tomó a Pedro de la mano para desaparecer al fondo de la pista.
A las apuradas, entró al baño de mujeres y trabó la puerta.
Sonriendo de manera perversa, lo arrinconó en la pared y lo besó mientras le desprendía el pantalón.
—Paula… – quiso decirle muchas cosas, pero no pudo. Sus ojos estaban lejos. Tenía la misma necesidad de ella.
Puso su dedo índice sobre sus labios.
—Sh. – dijo y a continuación se bajó la ropa interior.
El la miró con deseo, y después gruñó sujetándola por la cadera, arrinconándola contra el lavabo. La besó con desesperación, con desenfreno.
La hizo girar de golpe quedando los dos frente al espejo, mientras sus ojos se encontraban con los suyos, tomó su miembro y levantándole el vestido, la penetró con fuerza haciéndolos gemir.
Se sostuvo con las dos manos, inclinada a los costados del tazón del lavatorio y se movió hacia atrás con velocidad, encontrándose con él.
Con ambas manos en su cadera, se dio impulso contra ella gruñendo con cada embestida. Cerró los ojos escuchando como sus cuerpos se chocaban. Era maravilloso y se sentía…. Mmm…
Cuanto más fuerte se movía, más le gustaba. Era esa delgada línea entre el dolor y el placer del que ella tanto disfrutaba.
El parecía entender lo que quería, como si pudiera comunicarse con su cuerpo, estando en sintonía…
Le tomó el pelo en un puño y jaló hacia atrás haciéndola apretar los dientes.
Con cada arremetida, se lo jalaba un poco más, y él se empujaba más en ella también.
Su mirada tan llena de deseo, tan dura, le aceleró el corazón. Ese cambio de roles era inesperado, y tan caliente, que apenas podía controlarse.
Vio una veta desconocida en él, que ni siquiera sospechaba que tenía ahí, oculta, esperando por salir. Y en este papel más dominante, sabía exactamente qué hacer y cómo.
Con un solo movimiento más, se vino entre gritos incoherentes, sintiendo como se sacudía. Y él tras dejar caer todo el peso del cuerpo sobre su espalda, la seguía.
Estaban los dos agitados, tratándose de recuperar, aunque él seguía hundiéndose en ella con profundidad. Se acercó a su oído y le dijo.
—Podés bailar con quien quieras, como quieras… – su tono de voz era levemente amenazante mientras se impulsaba en ella. —…pero sos mía. – un escalofrío la recorrió por completo.
—Lo mismo va para vos. – dijo ella respirando por la boca, con los ojos todavía cerrados.
Le acomodó el vestido y le subió la ropa interior rápidamente, con autoridad. A continuación se acomodó y subió el cierre de su pantalón.
Como si nada, salieron ignorando la fila de gente que quería entrar y los miraba queriendo matarlos.
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