sábado, 23 de mayo de 2015
CAPITULO 128
Varias semanas pasaron, y todo comenzó a cambiar.
Estaban trabajando duro en la empresa, y eso estaba acabando con todas sus energías. Ya no tenía nauseas, por suerte, pero otros síntomas no tardaron en manifestarse.
Seguía teniendo mucho sueño, los pechos le dolían en cantidad y tenía jaquecas terribles.
Hacía dieta sana, y tomaba líquido todo el tiempo. Lo que también significaba que vivía en el baño. El bebé crecía y le apretaba la vejiga constantemente.
Y el mayor y más notorio cambio era el de su cuerpo.
Su panza estaba creciendo y era rarísimo. Pasaba horas contemplándose. Todavía podía usar su ropa, pero sabía que solo era cuestión de semanas para que tuviera que comprarse nueva.
Desde la ecografía, había cambiado totalmente su actitud.
Estaba ilusionada. Pedro no podía creerlo. Habían ido juntos a averiguar precios para decorar la habitación de su hijo.
Sabía que su suegra lo llamaba cada tanto para preguntar y ver en dónde podía meterse en sus planes, pero él trataba de mantenerla al margen. Para que no se sintiera excluida, le habían dejado comprar la sillita para el auto. Era una que se adaptaba y que se suponía serviría tanto para un recién
nacido, como para después un niño más grande. Además de eso, su esposo la visitaba con frecuencia.
Ella se había inventado ya diez excusas diferentes para no estar presente, y no sentía en lo absoluto culpable.
Tenía las hormonas alteradas, y sabía que bastaba solo con un comentario de la mujer, para que todo se descontrolara.
Quería mantener el respeto que todavía se tenían, aunque era poco… y tener que arrancarle los pelos y hacérselos tragar, era algo que podía hacer que la situación se complicara.
Las visitas con el doctor Greene, habían ido mejor que la primera. Le inspiraba más confianza, y llevaba el embarazo de una manera profesional. Era un especialista en mamás primerizas, y se notaba.
Tenía paciencia y le explicaba todo tranquilamente aunque a veces ella estaba a punto de desesperarse.
Cada vez que iban, Pedro se quedaba pegado a su lado y no la descuidaba ni un solo segundo.
Disimulaba lo mal que le caía, pero ella notaba que cuando el doctor Robert se daba vuelta, él le hacía caras. Por más que se sentía un poco mal de que su marido se sintiera tan incómodo, era algo gracioso de ver.
Robert no hablaba mucho castellano, y su esposo se aprovechaba haciéndole bromas con doble sentido que él ni se enteraba.
Era infantil. Pero se desternillaba. A estas alturas, el doctor pensaría que el ecógrafo le daba muchísimas cosquillas, porque a veces no podía ni disimular la risa.
Esa tarde, estaban volviendo de su consulta y como no tenían que volver al trabajo porque se les había hecho tarde, decidieron ir a pasear.
Hacía un poco de calor, así que los bares con mesas afuera estaban llenos de gente.
Pedro estaba algo callado cuando se sentó frente a ella en la mesa de uno que quedaba en frente del parque.
No tuvo que preguntarle que le pasaba. Solo lo miró levantando una ceja.
Ya se conocían lo suficiente.
El puso los ojos en blanco y le dijo.
—Lo que no entiendo es para qué necesita darte su celular. Tenemos todos los números de la clínica. – se cruzó de brazos totalmente molesto. —Si tenemos alguna emergencia, esta la guardia de obstetricia, no?
Lo miró seria por un instante y luego estalló en carcajadas.
—Pedro, no me dio su teléfono para que lo invite al cine. – negó con la cabeza. —Se supone que tengo que tener el teléfono de mi obstetra para una urgencia… es quien va a atender mi parto.
El resopló.
—Todavía falta para eso. – estaba celoso y no entendía razones. —¿Por qué no te lo da más adelante?
—Por Dios. – dijo cansada. —Si me quería invitar a salir, me hubiera invitado cuando todavía tenía cintura. – se miró la barriga. —Y no cuando voy camino a convertirme en una pelota.
—Estas más linda que nunca. – comentó desganado y suspiró. —De hecho, estas preciosa con panza. – ella le sonrió enternecida. —Por lo menos no lo agregues al Whatsapp ni le mandes mensajitos.
—Ok. – contestó ella entre risas. —¿De verdad todavía te sigo pareciendo tan linda?
—Te consta que si. – dijo ahora sonriendo un poco. Se acercó a su oído. —Pero si te quedan dudas, podemos ir a casa y…
—¡¡Pedro!! – una voz estridente los interrumpió. —¡¡Hola!!
Se separaron sin ganas y se quedaron mirando a la chica que estaba parada al lado de su mesa.
—Soledad. – dijo entre dientes. Su esposo se había puesto tenso.
—Hola, Soledad. – dijo por su parte.
—¿Cómo están? – sonrió como si nada. —¿Cómo va esa panza, Paula?
Ella miró desconcertada, primero a su marido y luego a la muchacha. ¿Perdón?
—Eh… bien. – ¿Cómo diablos sabía? Ahora que estaba sentada no se veía su panza. No había manera de que la hubiera visto desde donde estaba ubicada.
—Te pregunto a vos, porque este de acá no suelta ni una palabra cuando vamos a comer con Alicia. – se rió de manera natural y fresca… y aunque era bellísima, a ella le sonaba como raspar las uñas por una pizarra. —Si no hubiera sido por ella, ni me enteraba
No supo bien en que momento, pero le había soltado la mano a su esposo y ahora miraba fijo su plato. No quería comer, tenía nauseas.
—Está todo perfecto, Soledad. – dijo Pedro con mala cara. —Deja de molestar a mi mujer.
—Ohh… – se hizo la afectada. —No era mi intención, Paula. – volvió a sonreír. —El siempre fue muy cerrado… cuando estábamos juntos, pensábamos en tener un bebé. – suspiró melancólica. — ¿Te acordás de cuando encontraste ese test de embarazo en casa y no me dijiste por meses? Yo quería
darte una sorpresa, pero al final dio negativo. – se encogió de hombros.
En “casa”. En casa de Pedro. Nunca fue su casa. Mocosa idiota. Apretó los dientes con fuerza.
Recordaba lo de la prueba de embarazo. El día que fue a hablarle a su oficina la había nombrado. Por una razón u otra, nunca lo hablaron con Pedro, y ahí estaba. Se sentía enferma.
—Sos una máquina de decir mentiras, Soledad. – el aludido entornó los ojos molesto.
—¿No hablamos nunca de tener hijos? – preguntó con una sonrisa malvada.
—Nunca hicimos planes… hablamos de lo que cada uno quería de la vida. Vos nunca quisiste hijos. ¿Qué decís? – ellos discutían, pero ella los escuchaba desde lejos. ¿Por qué estaba presenciando esto? ¿Por qué tenía que soportarlo?
—Eso no es así. Con vos si quería. – se puso las manos en la cadera de manera desafiante. —¿Y el test? ¿Eso también es mentira? Recién pudimos hablarlo realmente hace unas semanas…
Se seguían viendo. Claro… en casa de su suegra. A todas esas visitas y cenas a las que ella no asistía. La Paula normal, se hubiera enojado, hubiera escupido algún comentario hiriente y hubiera castigado a su hombre por semejante cosa. Tal vez con el collar de perlas. Pero la Paula embarazada y hormonalmente inestable, estaba a punto de ponerse a llorar. Y eso la enfurecía mucho más.
Pedro no sabía que decir. Se había quedado mudo.
—Con Aly hablábamos siempre de sus futuros nietos… – agregó inocente. —Pero claro, ella es un amor. Siempre me quiso tanto. Como a vos, obvio. – dijo mirándola.
Sacando fuerzas de donde no tenía, habló.
—No, no me quiere, Soledad. – su gesto se fue congelando. —No sé que planes hayas tenido en un pasado, pero los hijos de Pedro, van a ser mis hijos, así que espero que hayas tenido un plan B con tu ex suegra. – ahora más tranquila, su cara era de póker. —¿Y el test? Tal vez te hubiera dado positivo si hubieras dejado de tomar alcohol, fumar marihuana y matarte de hambre al borde de la anorexia. — Sonrió satisfecha. Las nauseas empezaban a desaparecer. —Como sea, te agradezco la preocupación…
Pero no te molestes. Más vale ocupate de tus cosas, que ese tatuaje no se va a borrar solo.
El placer que sintió al ver la cara de la chica, fue indescriptible. Abrió y cerró la boca, totalmente aturdida.
Pasaron unos segundos hasta que pudo contestar.
—Capaz me tendrías que dar el teléfono de tu cirujano plástico para que me lo borre. – contestó levantando una ceja tratando de lastimarla.
Paula dejó escapar una carcajada.
—Si, claro. – hizo como si se secara unas lágrimas invisibles de la risa. —¡Como si pudieras pagarlo! Es el más exclusivo de Buenos Aires, querida. – a la otra se le soltó la mandíbula y casi le llegó al piso. —Y ahora disculpanos, pero tenemos que seguir comprando cosas para el bebé. – sonrió cariñosa acariciándose la panza. —Nos vemos. – se paró y empezó a caminar, seguida por un Pedro que apuraba el paso para alcanzarla. Cuando estaban ya a cierta distancia se volvió y agregó. —¡Besotes a Aly!
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Me encantaron los 3 caps Carme. Me fascinó cómo le respondió Pau a la insoportable de Soledad.
ResponderEliminarJajajajaja ame a Pau!!! Una genia total !se lo merecía esa lle.. Jajaj espero el prox cap, bsoo @GraciasxTodoPYP
ResponderEliminarUna genia Pau jajajaj. Me encanta esta nove!
ResponderEliminarJajajajajajaj ... tomaaaa Soledad !!! Que genia Pau
ResponderEliminarJajajajajajaj ... tomaaaa Soledad !!! Que genia Pau
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