sábado, 23 de mayo de 2015

CAPITULO 127




—Bueno Paula, acá en la pantallita vamos a ver el bebé. – dijo el doctor. —Si tenemos suerte, podremos saber el género. Quieren saberlo, no?


—Si. – contestaron al unísono mirando ahora el pequeño tele del ecógrafo que aun estaba en negro.


—Perfecto. – movió el aparato sobre su barriga presionando levemente. —Ahí está.


La imagen se hizo perfectamente nítida y se quedó sin aliento. Ella apenas tenía esa zona un poquito más redonda, porque no podía llamarse panza todavía. Y ese bebé que estaba viendo, tan perfectamente constituido estaba ahí. Ahí dentro.


—La cabeza… – señaló. —La columna vertebral… los brazos… las piernas. – iba indicando. — ¿Ven?


Ellos asintieron incapaces de hablar.


—Está todo perfecto. – les sonrió. —Vamos a escuchar el corazón. – empezó a tocar los controles del aparato, pero ella todavía no podía dejar de mirar la pantalla.


Cuando se empezaron a sentir los latidos, Pedro que no había dicho nada hasta el momento, se acercó más a ella y le tomó la mano impresionado.


Lo miró y le sonrió. El también le estaba sonriendo.


El pequeño corazón, latía ya con mucha fuerza. Era totalmente increíble. Tan chiquitito… Y entonces se dio cuenta.


Si había alguien que pudiera sentir miedo, era alguien así de frágil. No ella. Ella sabía como cuidar de si misma. Ese bebito iba a necesitarla absolutamente para todo. No podía permitirse tanto miedo.


Tenía que estar entera para poder cuidarlo, y eso haría. 


Siempre había sido una mujer independiente, segura, dominante y con el control de su vida. Pero cuando algo se salía de sus planes, como había sido conocer a Pedro, todo se complicaba. Sonrió pensando que si las consecuencias de este imprevisto iba a ser la mitad de bueno que había sido enamorarse, no tenía a qué temer.


Sin pensarlo, tomó la mano de su esposo tirando de él para acercarlo y lo besó. Ni se había imaginado que iba a emocionarse de tal manera cuando más temprano salían de casa para la consulta.


Tenía los ojos llenos de lágrimas pero sonreía. Solo por un segundo, le hubiera gustado adelantar los meses que faltaban para poder conocer a su hijo.


Miró a Pedro y este al ver su gesto, le sonrió con dulzura acariciando su mejilla. Todo su enojo anterior, olvidado.


El doctor, que se había mantenido callado hasta entonces, respetando ese momento tan íntimo de los futuros padres, comentó.


—Y ahora nos vamos a fijar si podemos verlo mejor, tengo que tomarle algunas medidas y si tenemos suerte… – tocó los controles y se acomodó en su silla. —…vamos a saber el sexo.


El doctor Greene movió varias veces el ecógrafo y sonrió. 


Anotó en la planilla las medidas de la cabeza del bebé y otras cosas. Les comentó cuanto medía, pesaba, y todas esas cosas que probablemente no recordaría porque no podía concentrarse en otra cosa que no fuera la imagen del perfil de su bebito moviéndose.


—Bueno Paula, felicitaciones. – los miró sonriendo. —Es un varón.


Oh por Dios. Un niño.


Su niño.


Sollozó sin querer y se secó las mejillas con el dorso de su mano libre con algo de torpeza. Sus emociones estaban totalmente fuera de control.


Miró a Pedro y se sorprendió de verle los ojos algo 
vidriosos. Estaba conmovido también. Cuando noto que lo miraba, tomó aire disimulando y le sonrió tirándole un beso.


El doctor seguía comentando cosas, pero ella no escuchaba.


Su marido asentía y se hacía el duro mientras fingía estar prestando atención. Obviamente no lloraría frente el doctor ojazos. Lo conocía. Sabía que estaba tan afectado como ella.



****


Salieron del consultorio con las imágenes impresas de su bebito y un DVD con la ecografía grabada cortesía del atento “Robert”, como tantas veces les había repetido que lo llamaran.


Sabía que solo unos minutos antes, estaba molesto, loco de celos, pero ahora no podía borrar la sonrisa de su rostro. Iba a tener un varón. Su hijo. El hijo de Paula. Le daba lo mismo todo lo demás.


Afuera, una vez que estuvieron en el estacionamiento de la clínica, la abrazó con amor y se quedó así, sintiéndola cerca por un buen rato. No podía expresar con palabras lo que le estaba pasando en ese momento. Esa mujer era lo más importante de su vida.


—Te amo, hermosa. – le dijo al oído. Sus ojos pinchaban con todas las lágrimas que no había dejado salir.


—Yo te amo más. – le contestó acariciando su cabello cariñosamente. —Pensé que estabas enojado. – lo miró entornando los ojos sorprendida.


El se encogió de hombros.


—No tengo ganas de hablar de eso justo ahora. – le abrió la puerta del auto y después dio la vuelta y se sentó al volante, pero no arrancó.


—Pero estás enojado. – insistió ella levantando una ceja.


—Vos también estarías enojada, Paula. – tensó las mandíbulas. —¿Viste como te miraba? – negó con la cabeza. —No vamos a volver a pisar ese consultorio. Tenés que buscarte otro obstetra.


—¿Me estás diciendo en serio? – preguntó desconcertada.


Y suspiró, sabiendo la que se le venía. Seguramente empezaba a discutir y a gritarle. Se enojaría y estaría horas sin hablarle después. Ahora seguramente tendría la boca fruncida y los ojos muy abiertos e inyectados en sangre. 


Pero no.


La miró y ella seguía esperando una respuesta.


—Amor, sos hermosa. – dijo aprovechando la inesperada calma. —Y estoy acostumbrado a que otros hombres te miren… a la distancia. – cada vez que se ponía celoso se sentía un tonto. —Pero este idiota es tu obstetra.


Silencio. Ok, seguiría hablando.


—Y te miraba mucho… – si, muy tonto.


—Me tiene que mirar para atenderme. – dijo ella tranquila, pero pensativa.


—Y vos lo mirabas a él. – agregó entre dientes. —Te gustó… no me digas que no. Te conozco.


Ella se mordió los labios antes de contestar.


—Es atractivo… es verdad. – se encogió de hombros. Todavía estaba impresionado por su calma. —Si, me parece un hombre atractivo… pero no tenés motivos para sentirte celoso.


—Paula… – se quejó él. —Es como el actor este… que hace de cura… con Anthony Hopkins…


—¡En El Rito! – dijo ella estando de acuerdo. —Sabía que me hacía acordar a alguien.– se rió.


—No es gracioso. – ladró cada vez más molesto.


Pedro, por Dios. – se rió de nuevo. —Entonces no vamos a poder seguir yendo a trabajar tampoco… porque Lara… la secretaria de Gabriel te mira. – lo señaló. —Y sé que te parece linda.


El abrió la boca, pero la volvió a cerrar y después de un rato dijo.


—No es lo mismo. – ya había perdido la pelea. Parecía un niño caprichoso.


—No, ya sé que no. – dijo acariciando su mano. —Pero ninguno de los dos piensa hacer nada por más atraído que se sienta por otra persona. Estamos casados y confío en vos. Eso no quiere decir que dejaste un hombre, y ya no tenés ojos. Lara es preciosa, y mientras solo la mires. – se encogió de hombros.


—Yo también confío en vos, Paula. – tenía la necesidad de decirlo. —Y vos sos mucho más linda que Lara.


—Supongo que si se sentís tan incómodo con el doctor Greene… – levantó los hombros. — Puedo buscar algún otro profesional.


No podía creerlo.


—¿En serio? – entornó los ojos.


—Si, amor. Es importante que los dos estemos conformes. – comentó convencida.


—Y vos… ¿Estás conforme? – preguntó en voz baja.


—Creo que es un buen médico. Pero no es el único. – contestó decidida.


—Y te lo recomendaron mucho. ¿No? – su voz cada vez más baja.


—Si, varias personas. Pero aun así, hay otros muy buenos.


Se quedó pensando y después de tomar aire le dijo.


—Pero él es el mejor. – estaba hablando entre dientes. Cerró los ojos y apretó los labios. —No busques otro. Nos quedamos con este…


Pedro, no tenemos que quedarnos con él si no querés. – dijo acariciándole la mejilla.


—Mientras solo lo mires… – le contestó, repitiendo lo que ella le había dicho antes.


—Mi esposo es mucho más lindo. – se acercó a él y su mano bajó de su mejilla a su pecho y luego más abajo. —Y estoy muy, muy enamorada. – se mordió los labios y su mano siguió su descenso.
El dejó escapar el aire por la boca, acomodándose en el asiento. Cuando la mano de Paula llegó a su entrepierna, le susurró. —Y además sabe exactamente lo que me gusta, …y cómo me gusta.


—Si alguna vez se hace el vivo, lo siento en la camilla y le meto el ecógrafo… – ella lo interrumpió riendo.


—Ya sé amor. – y no pudo evitar reírse también.


Era preciosa. Sus ojos verdes brillaban de una manera nueva, especial. Estaba más linda que nunca. ¿Cómo no iba a tener montones de hombres deseándola? Pero al final del día, era él quien estaba a su lado. Y así sería para siempre.


—Un varón… vamos a tener un varón. – le dijo mirándola a los ojos.


Ella se mordió los labios y sonriendo, se volvió a emocionar.


Pasaron abrazados en el auto un rato más antes de volver a casa.







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