sábado, 23 de mayo de 2015

CAPITULO 126




A mediados de su cuarto mes de embarazo, tenía que ir a otra de sus visitas médicas. Por cuestiones de horario, su médica ginecóloga de siempre, no podría atenderla.


Es que Paula y Pedro estaban trabajando cada vez más, y si ella iba a tener que tomarse tiempo fuera de la empresa cerca del parto, era mejor dejar todo listo cuanto antes.


Por recomendación de la Doctora Figueroa, había terminado en la sala de espera de uno de los obstetras más famosos de Buenos Aires. El doctor Robert Greene. Bueno, que ejercía en Argentina, porque en realidad había nacido en Irlanda.


Por supuesto, se había cerciorado de que era un buen profesional. Mucha de sus conocidas que eran madres hablaban maravillas de él. De hecho, había escrito un libro sobre la gestación de la mamá primeriza y muchas de ellas lo habían comprado.


Pedro, a su lado, no estaba muy feliz con el cambio.


—Podríamos habernos arreglado con los horarios. – dijo molesto. —O vos podrías trabajar un poco menos.


Paula no le contestó, solo le clavó la mirada de manera hostil. Y debe haber sido una muy poderosa, porque lo vio encogerse un poco en la silla y dejar de discutir.


—Puedo venir sola, si tanto te molesta. – dijo al rato.


—No, no me molesta venir. – escuchó que decía algo más entre dientes.


—¿Qué es lo que te molesta entonces? – preguntó levantando los brazos. —Y por Dios no me digas que es porque querés que vayamos al médico de tu mamá, porque…


El negó con la cabeza.


—¿Entonces? – preguntó impaciente.


—¿Si o si tenía que ser un doctor? – esquivó por un momento su mirada. —¿No había ninguna doctora famosa a la que pudiéramos ir?


Su enojo se fue derritiendo, dando paso a la ternura.


¿Era por eso? Se quiso reír, pero no lo hizo porque no quería hacerlo sentir peor. ¿Cómo era posible que todavía pudiera tener alguna inseguridad?


—¿Estas celoso, amor? – preguntó en un susurro mientras le acariciaba la mejilla.


No le contestó.


Pedro… – dio vuelta su rostro para que la mirara. —Este doctor va a ser mi obstetra… – arrugó la nariz. —El que me va a hacer las revisiones, el que me va a atender en el parto, ahí…y … ahjj – se estremeció. —No hay nada de sexy en todo esto. – le sonrió.


El sonrió apenas convencido.


—Además… debe ser un tipo viejo, gordo y casi pelado. – eso pudo con los nervios de su esposo, que ahora si, reía más tranquilo.


Entonces la secretaria los anunció.


—El doctor Greene los puede atender ahora. – señaló una puerta a su derecha y les sonrió.


Pedro le tomó la mano y golpearon la puerta dos veces.


—Adelante. – dijo un acento muy inglés del otro lado.


Abrieron la puerta y apenas lo vieron, su esposo le apretó los dedos al punto de dejárselos sin circulación.


No, no era viejo, ni gordo, ni pelado.


Era un hombre joven, de apenas treinta y pocos, morocho, con un peinado moderno hacia el costado, ojos grandes, azules y barbita en candado.


—Señor y señora Alfonso. – dijo con una sonrisa que la dejó con la boca abierta. Madre de Dios. Tenía unos dientes preciosos, y esos labios rellenos que…


—Mucho gusto. – dijo su marido mirándola con odio mientras ella se obligaba a cerrar la boca para no babear.


—Tomen asiento, por favor. – les indicó amable. —Soy el Doctor Robert Greene, pero por favor, díganme Robert.


Sonrió y sacudió apenas la mano para que su esposo le aflojara a los dedos porque ya le dolían.


Pedro – leyó en el registro que tenía en su escritorio. —Y Paula ¿Verdad? – preguntó ahora mirándola solo a ella.


Tal vez fuera la manera en que había pronunciado su nombre o las hormonas que tenía enloquecidas, pero le dio por soltar una risita nerviosa no muy propia de ella.


Había vuelto a tener doce años.


Asintió.


—Paula Alfonso. – dijo Pedro a su lado, recordándole que era una mujer casada.


El doctor sonrió y se acomodó en su sillón.


—Paula Alfonso– repitió con su acento delicioso. —Veo en el informe que me envió la doctora Figueroa, que estás embarazada aproximadamente de cuatro meses.


—Si. Acá tengo mis análisis previos. – dijo entregándole una carpetita que llevaba.


Pedro estaba callado, pero con los ojos fulminaba al doctor Greene sin molestarse ni en disimular.


—Está bie, Paula. – le volvió a sonreír. —Emilia ya me pasó todo. – dijo refiriéndose a su doctora. —¿Estas últimas semanas tuviste alguna molestia nueva?


Pensó por un momento.


—Pensé que las nauseas se habían ido. – le comentó. —Pero algunos días vuelven.


El asintió y anotó.


—¿Suceden a un horario en particular?


—No. – ahora ya se sentía más tranquila. Como en cualquier consulta médica. —Antes solo era apenas me despertaba… pero ahora pueden ser a cualquier hora.


El se rascó la barbilla y pensativo levantó una ceja. Wow. 


Tenía unas cejas muy bonitas y expresivas. ¡Basta Paula! – se regañó. Malditas hormonas.


—Bueno, vas a comer porciones pequeñas, pero más veces al día. – le aconsejó. —Lo ideal es que no estés mucho tiempo sin comer. Vas a incorporar más proteínas. – siguió anotando. —No te recuestes después de la comida. Esperá por lo menos una hora… y cuando te levantes a la mañana
hacelo de a poquito. ¿Si?


Asintió. Sabía que Pedro por más enojado que parecía estar, estaba anotando todo en su mente atento.


—Este mes también puede aparecer acidez estomacal… es normal. – sonrió. —Nada de comidas demasiado picantes.


—Ok. ¿Me puede anotar todo así no me olvido? – preguntó.


—Claro, estoy anotando para que te lleves. – le mostró una hoja en la que estaba escribiendo y le dedico una media sonrisa letal. —Y por favor, tuteame.


No podía verlo, pero sabía, simplemente sabía que su marido estaba echando humo por las orejas.


—¿Y qué es bueno para el estreñimiento? – preguntó Pedro haciéndose el interesado. Si ella tenía doce, él tenía diez.


—Yo no…– se apuró en decir, pero se calló para no parecer dos idiotas. Sonrió hacia el doctor y esperó su respuesta después de dedicarle a su marido una mirada envenenada.


—Una dieta rica en fibras y mucho líquido puede ayudar. – sonrió paciente. —Es totalmente normal.


¡No estaba constipada!


Esperó por si tenían más preguntas, y entonces le indicó.


—Empecemos con la revisión. – se paró y la acompañó al consultorio del lado. —Sacate la ropa y ponete la bata que está colgada ahí. – Si, señor…pensó.


¡Paula! Tenía que dejar de pensar estas cosas.


—Te espero en la camilla.


Se fue dejándola sola, no sin antes, guiñarle un ojo. Y esto no había sido imaginación producto de sus hormonas descontroladas. Le había chocado un poco… Ok, muy lindo el doctor… y un poquito atrevido, pensó frunciendo el ceño mientras se cambiaba.


Una vez recostada en la silla de consulta, miró a Pedro para que se sentara a su lado, pero el doctor le indicó la que estaba en frente, porque él se sentaría ahí.


—Primero voy a hacer una revisión rápida y después la ecografía. ¿Si? – ella asintió. —Apoyá los pies en los estribos. – recién cuando se le acercó pudo ver que su barba… no era del mismo color que el cabello de su cabeza… no. No era morocho. Era casi rojizo. ¿Le había dicho algo?


Oh, si. Los pies, eso.


Se acomodó y resistió algo incomoda la inspección. Su esposo, no la miraba en absoluto. Estaba sentado a su lado, cruzado de brazos mientras veía trabajar al doctor con los brazos cruzados sobre su pecho.


Puso los ojos en blanco.


Al terminar, el doctor Greene empezó a preparar el ecógrafo y se volvió a sentar en la silla junto a ella.


Puso gel frío en su vientre y ella se concentró en lo más importante. Iba a saber de su bebé. La última ecografía había sido muy básica, y era tan chiquitito que poco se había visto.


Todo el mundo desapareció. El doctor y sus ojazos azules le dejaron de importar. En esa pantallita estaba a punto de ver a su hijo. Al hijo de Pedro.


Sintió que la garganta se le anudaba.






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