Se sentía tan extraña que le irritaba. Le irritaba no saber por qué se sentía así.
En parte estaba casi convencida que se debía a Pedro.
Desde un principio ella se había sentido atraída por él. Había querido dominarlo, jugar como ella siempre hacía. Y hasta cierto punto, pensaba que eso era exactamente lo que había pasado. Ella dominaba, pero dominaba su cuerpo.
Lo que él estaba haciéndole era mucho más fuerte.
Con sus modos cariñosos, su forma de ser tan sensible, tan… encantadora, su manera de sonreír, como la miraba…
Estaba dominando su mente.
La poseía. Tenía el control de sus emociones. No sabía cómo había ocurrido, pero el poder que le estaba otorgando, la dejaba así, confundida.
Con ganas de llorar.
Ella era mentalmente, su sumisa.
No le estaba haciendo bien. Necesitaba alejarlo cuanto antes.
Se vistió y esperó a que él también lo hiciera para enfrentarlo.
—Me acabo de acordar que tengo unos contratos para revisar antes de la tarde. – suspiró y sacó fortaleza de donde no tenía al ver como se sorprendía. —¿Podemos dejarlo para otro momento?
Lucía decepcionado, un poco triste de hecho. Pero su educación ganó y respondió.
—Si, claro. – apretó los labios para simular una sonrisa. —Cuando quieras… – lo interrumpió.
—Yo te llamo. – miró hacia otro lado. Si miraba sus ojos, se
arrepentiría.
El asintió resignado y recogiendo sus cosas, se encaminó a la puerta. Ella abrió y la dejó abierta para que pasara. Sabía que se estaba comportando como una bruja, pero así era más fácil.
El pasó por su lado y antes de irse, volvió a mirarla acariciándole una mejilla.
—¿Segura de que no hice nada mal? – le susurró.
Ella solo negó.
Pedro cerró los ojos, por un momento, y luego la besó. Fue apenas un pequeño toque, pero bastó para descongelarle el corazón. Tuvo que separarse antes de que no pudiera dejarlo ir.
—Nos vemos el lunes en la empresa. – sonrió como pudo.
—Nos vemos. – contestó visiblemente dolido antes de irse.
Esperó a que la puerta se cerrara para dejarse caer. Fue hasta el cuarto y cerrando todas las cortinas, se acostó. Las sábanas tenían su perfume, y todavía podía imaginárselo junto a ella. Era una tortura.
Cerró los ojos con fuerza y esperó a que esa angustia que no podía explicar, la consumiera o que por lo menos la dejara dormir.
Había hecho bien, él no podía verla así. Nadie podía.
Su celular sonó.
“No sé que te pasaba bonita, pero espero que te sientas mejor. Besos.”
Pedro.
¿Cómo sabía?
El nudo de emociones le presionaba la garganta al punto de casi dolerle. No quería volver a llorar.
Sacudió la cabeza y revoleó el aparato a la otra punta de su
habitación. No quería saber de nadie hasta el lunes.
****
Repasó una y otra vez los últimos días, y no pudo encontrar nada que no fuera perfecto. Por lo menos para él. Le escribió rápido un mensaje y dio enviar.
No quería insistirle tampoco…
¿Y si se había cansado de él? Frunció el ceño.
Las horas pasaron y no tuvo respuesta. Mierda. Cada vez estaba más ansioso. No podía pensar en otra cosa.
¿Por qué lo había echado de esa manera? Desde que había cruzado la puerta de su departamento la extrañaba. A ella evidentemente no le pasaba nada parecido.
Pero esos ojos tristes… las lágrimas. Mierda. ¿Por qué no le
contestaba? Le hubiera gustado quedarse y abrazarla hasta que se sintiera mejor. Y no salir corriendo de ahí con el pelo todavía mojado.
Cerró los ojos cansado.
Un sonido estridente lo despertó.
Su teléfono. Pensando que era Paula, atendió.
—¿Paula? – preguntó ansioso.
—¿Quién es Paula? – era Soledad. Maldijo por lo bajo.
—Mi nueva jefa, estoy esperando que me llame porque el lunes empiezo a trabajar. – estaba diciendo cualquier cosa.
—Ahh. – la escuchó dudar. —Que confianza tienen… – comentó como si nada.
—Es que tenemos amigos en común. – eso era cierto. —Conoce a los chicos. – Soledad no soportaba a sus amigos, así que no seguiría preguntando.
—Claro. Te llamaba para ver a que hora quedábamos y donde. – conocía ese tono de voz. Era el mismo que utilizaba cuando quería llamar su atención. —Quedaste en llamarme…¿Te acordás? – preguntó irónicamente.
El se dio con la palma de la mano en la frente. Se había olvidado por completo. Suspiró y respondió otra mentira para no lastimarla.
—Te estaba por llamar. – miró su reloj. —¿Querés venir a casa a las diez?
—Dale. – hizo una pausa. —Tengo un regalo para vos… – él puso los ojos en blanco. Iba a ser una noche muy difícil.
—Nos vemos entonces, nena. Un beso. – y cortó.
Horas después, ella le estaba tocando el timbre.
Abrió la puerta y se la encontró toda entusiasmada y sonriente. La abrazó.
—Te extrañé. – le dijo emocionada. —Fueron un par de días, pero igual te extrañé.
—Soledad… – quiso decir, pero ella no lo dejó seguir hablando.
—Después hablamos. – se acercó y lo besó. Con fuerza.
Llevaba puesto un vestido hippie de tirantes, que no tardo en
quitarse. No le importaba nada. Quiso frenarla poniendo sus brazos duros, alejándola con las manos, pero ella parecía confundir su rechazo con pasión.
—Esperá. – decía cuando podía.
—Shh… – contestó contra su boca. —Te quiero dar tu regalo.
—No Soledad – se la quitó de encima. —Tenemos que hablar.
Ella lo miró confundida, pero se hizo un poco para atrás.
—Ok. Después. – le guiñó un ojo. —Pero por lo menos dejá que te lo muestre.
Ahora el confundido era él.
Ella se mordió el labio y se quitó el corpiño.
—Mirá. ¿Te gusta? – preguntó ansiosa.
—Siempre me gustó… – sonrió apenas sin querer, porque todavía no había visto a que se refería. Pero cuando lo vió su mandíbula se desencajó y se quedó con la boca abierta.
—¿Qué es…? – señaló con un dedo.
—Un tatuaje. – contestó inocente. Al costado de su cuerpo, sobre las costillas, del lado izquierdo en letra cursiva un inconfundible tatuaje.
“Pedro”, decía. No podía creerlo.
No le salía ni el aire. Se había quedado absolutamente mudo, y ella tomó la palabra.
—Es para demostrarte lo que significas para mi. – se acercó más a él. —Tenés razón. En todo, amor. Y yo desde ahora voy a estar a tu lado para apoyarte. No más idas y vueltas. – le sonrió. —Te quiero. – lo besó.
Era como si alguien acabara de golpearlo en la cabeza. No podía reaccionar aun. Un tatuaje con su nombre… ¿Cómo se suponía que tenía que hablar con ella ahora? No podía.
¿Por qué había hecho algo así?
No podía hacer nada. Se sintió tan mal que quiso salir corriendo. No quería hacerle daño.
Ella separó su rostro para mirarlo y tenía lágrimas en los ojos. No podía rechazarla, no tenía fuerzas.
La volvió a besar, acercándose más a su cuerpo.
Ese abrazo familiar, fue como otro golpe. Uno muy duro, y en la boca del estómago. ¿Qué estaba haciendo? El también la quería.
Negó con la cabeza y muy despacio, se alejó.
—Tenemos que hablar Soledad. Cuando vos te fuiste pasaron cosas. – empezó a explicarle.
—¿Estuviste con alguien? – preguntó sin alterarse.
—Si. Conocí a alguien. – pensó en Paula, y su corazón se agitó sobresaltado. —No te quiero lastimar.
—Yo suponía que podía pasar. – le acarició la mejilla. —No hiciste nada malo, nosotros habíamos hablado…
—Pero es que no es tan fácil. – no sabía como explicárselo.
—¿Tenés una relación con ella? – quiso saber.
—No. – contestó sin dudar al recodar la cantidad de veces que Paula se lo había recalcado. —Nada que ver.
—¿Y entonces por qué no podemos estar juntos? ¿Ya no me querés? – más lágrimas.
—Porque yo también te quiero. – la acarició. —No quiero hacer nada que te haga mal.
—A mi no me importa que estés con ella, Pedro. – lo abrazó. —Lo nuestro es diferente a todo lo demás. Por eso siempre me negué a ponerle una etiqueta. No somos novios, somos mucho más.
Era tan difícil para él entender esa forma de pensar. Pero sabía que era sincera y genuina. Ella realmente creía en eso. El siempre había tenido noviazgos normales, y se consideraba bastante celoso. Tal vez por eso le costaba entenderlo. Soledad siempre había sido como su mejor amiga.
—No quiero que sufras. – le insistió mirándola en los ojos.
—Voy a sufrir si me alejo de vos. – contestó bajito.
El frunció el ceño sin saber que hacer.
Estaba enamorado de Paula, pero quería mucho a Soledad.
La miró frente a él, desnuda. Evidentemente, también la deseaba muchísimo.
Recordó lo que Paula le había dicho cuando quiso explicarle de ella.
“No me tenés que contar, Pedro. No me interesa en lo más mínimo”
Y se enojó. Era frustrante, le dolía.
Tomó a Soledad en brazos, y besándola con pasión se encerró con ella por horas en la habitación.
No quería pensar.
Ahora solamente quería olvidarse de todo y refugiarse en los brazos de quien lo quería y le ofrecía amor.
Al principio se había sentido culpable, porque le preocupaba la posibilidad de hacerle daño, pero parecían haber llegado a un acuerdo. O eso creía.
Qué buenos los 3 caps, como toda la novela jaja.
ResponderEliminarAyyyyyy !!!! Que dificil para Pedro... cada dia.me gusta mas esta historia !!!!
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