Habían comido, lavado y ordenado todo lo de la cena temprano, y estaban tomando vino y decidiendo que película verían. Podía acostumbrarse a eso.
Cuando apenas conoció a Paula, y ella le contó de sus juegos, jamás se imaginó una velada como aquella. Sonrió. No solo podía acostumbrarse, podía querer convertirlo en una rutina.
Pero no quería pensar así. No tenía sentido. No arruinaría lo que tenían por poco que pudiera durar.
Había escogido una que él ya había visto, pero no le importó. Lo que menos le importaba era la película.
—Es una de esas que todo el mundo vió, y de las que siempre se hace alguna referencia. – dijo mirando la caja en donde aparecía una pareja besándose apasionadamente bajo la lluvia.
—Es que no puedo creer que no la hayas visto. – dijo él sonriendo.
—Hasta yo la ví.
Ella rió.
—¿Y por qué lo decís así? – imitó su tono. —“Hasta yo la vi.”
—Es una peli romántica. – puso los ojos en blanco. —Sos la única mujer que no la vió.
Volvió a reír y leyó el título mientras terminaba de apretar los
botones para que empezara.
—The notebook. – se encogió de hombros. —Vamos a ver que tal.
Se acomodó a su lado en el sillón y puso play. El la acercó más en un abrazo y cada tanto le acariciaba el brazo distraído.
Lo mejor de la película fue que como ya sabía lo que iba a suceder, se concentró en observar las reacciones de Paula mientras la miraba. Le hizo gracia ver que sonreía en las partes más graciosas, o se enojaba cuando los protagonistas peleaban. Pero lo que más le llamó la atención fue que en los momentos más románticos, se ponía incómoda.
Casi inquieta.
Ponía tensos los brazos, como si no supiera bien que hacer.
¿Sería por él o serían las escenas?
Siempre lo había emocionado un poco el final, aunque nunca lo admitiría abiertamente. No era un llorón… no se iba a poner a llorar. Rara vez lo hacía, y tampoco lo haría ahora.
Aunque no podía negar el nudo en la garganta que se le había formado. Tomó aire profundo y la miró. Tenía
lágrimas en las mejillas.
Sintió que el corazón se le calentaba al punto de derretirse.
Ella, Paula, que tantas veces le había parecido hecha de hielo, se había conmovido con la historia de Allie y Noah.
Estiró una mano y con una caricia le secó las lágrimas muy
suavemente. Ella sonrió cerrando apenas los ojos.
Era más fuerte que él, no podía evitarlo…
Acercó su rostro y la besó.
Un costado de ella que no conocía, que nunca hubiera imaginado.
Que lo hacía pensar en que se mostraba de una forma, pero en realidad… era esa chica frágil y delicada que él veía.
Sabía que el momento no iba a durar mucho. En seguida volvería a su postura, así que lo aprovechó lo más que pudo.
Con una mano en su mejilla todavía, y con la otra sujetándola cerca de su cuerpo para fundirse en un beso tierno y reconfortante.
No se resistía. Estaba todavía afectada, y lo único que podía hacer era responder y abrazarlo también.
****
No se acordaba cuando había sido la última vez que lo había hecho.
¿Qué era lo que la ponía tan mal? No llegaba a darse cuenta. Tal vez serían las hormonas, o algo que había comido. Definitivamente iba a dejar de tomar vino a la noche.
Pedro la besaba de una manera que… tampoco la dejaba pensar claro.
Estaba hecha un lío. Necesitaba recuperar un poco el control de su persona.
Incorporándose apenas, sin cortar el contacto con sus labios, se fue moviendo hasta quedarse encima de él. Apoyada en su regazo, con una pierna a cada lado de las suyas.
Inmediatamente la tomó de la cadera y suspiró con fuerza.
Ella volvía a estar al mando.
El beso había pasado de dulce y romántico, a apasionado y caliente en menos de un segundo.
Con estos sentimientos, ella se sentía mucho más cómoda.
Era lo que conocía. Era su lenguaje.
Se sacó la remera por arriba de la cabeza y la tiró al piso al tiempo que él hacía lo mismo con la suya.
No habían hecho falta palabras, ni nada más. Movidos por la misma urgencia, los dos terminaron de desvestirse y se fundieron con el otro hasta ya no poder más.
Se fueron a dormir a la madrugada, después de haber hecho el amor por horas.
A medianoche, ella se despertó y al sentir su cuerpo cerca, por poco se volvió loca. Como si hubiera adivinado, él se movió también, despertándose y al verla, tomó su boca en la oscuridad.
Su respiración se había agitado.
—¿No podés dormir? – le susurró.
Ella sonrió pasando la mano por todo su cuerpo hasta frenarse sobre su abdomen.
—No tengo ganas de dormir. – dijo antes de seguir bajando.
El cerró brevemente los ojos y la volvió a besar. Cuando pudo encontrar su mirada, rodó hasta quedarse sobre él.
Sus ojos azules claros, ardían de deseo y a la vez de algo más. Era eso que reconocía cada vez que estaba en su papel dominante. Era esa sumisión que la enloquecía.
No se ponían de acuerdo.
A veces él la tomaba sin permiso, y otras, como esta… se quedaba esperando a que le dijera que hacer. Quería complacerla.
Y aunque tenía la cabeza a mil por hora, se dio cuenta que ella también lo quería complacer a él. Sabía que el juego, no era siempre equitativo, y que siempre tenía que existir una dominación de alguno. Pero con Pedro todo era tan confuso.
Le besó el pecho demorándose mientras alternaba con suaves mordiscos, disfrutando de ese cuerpo escultural que tenía. Bajó más aun.
Sentía en sus labios como los músculos de su abdomen se contraían y relajaban. Estaba respirando cada vez más rápido, como si con el pensamiento se hubiera adelantado a lo que estaba por suceder. Se lo imaginaba, lo anticipaba,…y se volvía loco.
El saberse con ese poder, era embriagador. Casi podía sentirlo de la misma manera que él lo hacía.
Lo tentó apoyando su boca cerca y vio como se le tensaba la
mandíbula.
Amagó con seguir bajando y él ya no podía contenerse.
Movía la cadera apenas, buscándola. La sentía cerca. Podía sentir el calor de su aliento.
Y entonces, ella volvía a alejarse. Tampoco lo tocaba.
Mordiéndose el labio, la tomó de la cabeza y la quiso acercar pero ella lo frenó.
—No. – dijo seria. El obedeció al instante, no sin antes tensarse hasta hacer latir todo su cuerpo. Lo estaba torturando, y en el fondo le encantaba. —Las manos debajo de tu cabeza. – ordenó y él le volvió a hacer caso.
Apoyó las manos en sus muslos y fue bajando otra vez. Los besos eran cada vez más suaves.
Llegó hasta su ingle, y mientras él la miraba de manera intensa, casi resoplando de lo excitado que estaba, abrió apenas la boca y lo rozó con la punta de la lengua. Lo recorrió de esa manera por toda esa zona de su anatomía ignorando a propósito la que más atención requería.
Se detuvo para sonreírle como ella siempre hacía, y él negó con la cabeza cerrando los ojos. Perfectamente consiente de que estaba jugando, y que todo lo que hacía, era para verlo así. Sufriendo.
Aprovechando que no la veía, alternó su lengua con algunos besos más profundos. Sopló, y la mezcla de su boca cálida, y el aire más fresco lo llevó casi al límite.
Hizo la cabeza hacia atrás con fuerza, clavándose en la almohada con un gruñido. Ya no podía más.
Y ella tampoco. El verlo así de perdido, la aceleraba como nunca antes. Subió para besarlo en la boca y mientras le mordía los labios, bajó la mano tomando su miembro y comenzó a acariciarse con él.
—Mmm… estás muy lista para mí. – dijo al sentirla.
Desconcertándola por completo, sacó sus manos de debajo de su cabeza y la tomó por la cadera. En un movimiento fluido, la dio vuelta apoyándola en la cama y la penetró.
Ella no le había dado ninguna orden, había actuado por su cuenta. Y todavía no tenía tiempo de reaccionar, ni de volver a recobrar el control de la situación. El se estaba moviendo de una manera tan maravillosa, que absolutamente todos sus pensamientos se fueron de paseo.
Se sujetó a su espalda con los ojos casi en blanco, mientras él entraba y salía de su cuerpo con fuerza. Vibraban juntos y lo único que podía escuchar eran sus gemidos, mezclados con sus cuerpos chocando.
Se dejaron ir casi al mismo tiempo. De manera explosiva, y
ruidosa. El mundo acababa de explotar. Sentía oleadas de frío y calor por su piel, que estaba hipersensible, y sentía los besos de Pedro reconfortándola.
Le besaba el cuello murmurando algo.
No lo escuchaba bien, pero le pareció que entre tantas palabras, distinguía una: hermosa. Y sin que la viera, sonrió.
Eso, esa pequeña palabra que tantas veces le había dicho…
Y que siempre tenía el mismo efecto.
Se quedaron así por un rato largo, hasta que se durmieron juntos otra vez.
Como hacía unos días, se despertó en sus brazos. La tenía sujeta por la espalda como haciendo cucharita, cubriéndola, y dándole calor.
Un segundo después se dio cuenta de que él también estaba
despierto. La besaba en la nuca cariñosamente.
—Buenos días. – le dijo pegándose más. —Mmm… me encanta tu perfume.
—Buenos días. – contestó un poco afectada y se dio vuelta para mirarlo.
Era tan guapo recién levantado, como a la noche vestido para salir.
Los costados de los ojos se le arrugaban en una cegadora sonrisa. Y esos labios… le daban ganas de morderlo.
Frunció el ceño.
Cerca de Pedro, parecía perder el control. La única cosa que le daba tranquilidad. Lo único que ella conocía. Que le hacía posible ser como era.
Entonces ¿Quién era cuando estaba con él?
Un lío. Eso era.
Quiso decirle algo, para ponerle punto final a esa sonrisa tan tierna que ponía cuando la miraba, pero no pudo. El ya la estaba tomando del rostro para besarla.
Y si esa sonrisa le parecía tierna, sus besos directamente eran irresistibles. No conocía a nadie que le gustara besar tanto como a él.
Podían quedarse así por horas.
Lo frenó.
—¿A qué hora te tenés que ir? – se separó de su cuerpo poniendo un brazo de distancia.
—Eh – dudó. —Me quedo el tiempo que vos me invites… –
entrecerró apenas los ojos, inseguro. —En realidad, pensaba quedarme un rato, y después del mediodía tendría que irme. – juntó un poco las cejas. — Pero si tenés cosas que hacer, me puedo ir ahora.
Ella asintió.
—Tengo algo que hacer ahora. Me tengo que bañar. – el asintió también, confundido. —Y para eso te voy a necesitar a vos. – le sonrió. — Vamos a jugar.
En seguida notó el cambio que se había producido en su mirada. Le gustaba jugar, no podía ya negarlo. Su cuerpo se había tensado, y en la posición que estaban, aun muy cerca en la cama, se daba cuenta de que también se había excitado. Pero en sus ojos había otra cosa.
Estaba alerta. Dispuesto.
Sonrió levantando una ceja. Sumiso.
Preparó la bañera con su espuma y aceites preferidos. Cerró los ojos mientras disfrutaba el perfume de las rosas.
El estaba parado en la puerta del baño, esperando instrucciones.
—Me vas a bañar. – se encogió de hombros.
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