miércoles, 15 de abril de 2015

CAPITULO 1





Estaba frente al espejo decidiendo si dejarse el flequillo hacia delante, o prendérselo con una hebilla. Tenía exactamente dos minutos antes de que sus amigas fueran a buscarla. Lo sabía porque desde que había empezado a arreglarse había cronometrado todas sus acciones. Siempre lo hacía. Se lo peinó delicadamente con los dedos y fue a buscarse su abrigo.


Habían llegado media hora más tarde, y aunque eso siempre le molestaba hoy estaba de buen humor. Gabriela, su mejor amiga se casaba en pocos días y hoy iban a salir para festejarle su despedida de soltera.


Le parecía mentira. Después de todo, las dos se habían criado juntas, y la conocía desde que tenían seis años. 


Ahora las dos eran mujeres profesionales, habían vivido toda una vida, y se habían visto en los buenos y malos momentos también.


La quería con todo el corazón. Su prometido, Lucas, era el hombre más tierno que había conocido. Quería a su amiga más que a nada en el mundo, y eso ya era una razón suficiente como para que le gustara todavía más.


Sus enormes ojos verdes, estaban prolijamente maquillados de color gris oscuro y sus labios, como siempre, eran rojos. Había elegido entre sus vestidos más lindos, para quedarse con uno que le parecía el indicado para la ocasión.


Era negro, ajustado pero solo un poco y le quedaba perfecto.


Sabía que tenía un buen cuerpo, pero no presumía. De lunes a viernes se vestía formal para la oficina, y ya había hecho propia esa forma de vestir.


Se sentía segura, exitosa y poderosa. Y sabía que otros la veían así también.


Después de todo no era nada fácil ser la directora general de una empresa siendo mujer. Aunque era sabido por todos que había llegado a ese lugar por mérito propio, nunca faltaba quien quisiera dudar de sus capacidades. No se consideraba particularmente una feminista, pero estas cosas la enfermaban de verdad.


Era una suerte que ella tuviera un poder casi innato de imponer autoridad. Sonrío. Podía ser líder sin proponérselo.
Bastaba solo con que hablaran con ella para que se dieran cuenta de que sabía lo que decía. Se había graduado de una de las universidades más importantes y prestigiosas, y con poco más de treinta años, había conseguido todo lo que quería en la vida.


Una posición económica acomodada, el cargo más alto en la
compañía, un hermoso piso en Barrio Parque, o Palermo Chico como también era conocido. Un grupo de amigas que mantenía desde la escuela y una familia hermosa. No quería nada más.


Ah, claro. También estaba Juany. Su novio. Aunque esa era una palabra muy fuerte para lo que realmente eran. Hacía más o menos dos años estaba en una relación con Juan. Un ejecutivo que se dedicaba al comercio exterior y rara vez veía. Tenían muchas cosas en común. La música que les gustaba, los lugares que les gustaba frecuentar, y el mismo círculo de conocidos.


Además era muy lindo y le gustaban… el mismo tipo de “cosas” que a ella.


En su tiempo libre jugaba al rugby, y eso lo mantenía en forma. Era alto, rubio y de sonrisa encantadora. Todas sus amigas siempre bromeaban por lo afortunada que era, y sus padres lo adoraban.


Desde que habían blanqueado lo que tenían, todos esperaban verlos casados, pero la verdad es que ellos dos nunca lo habían hablado.


A veces sentía que no lo conocía lo suficiente. Se pasaba meses fuera y no sabía si era porque siempre estaban hablando por teléfono, o porque no estaba enamorada, pero rara vez lo extrañaba.


No estaba bien decirlo pero era la verdad.


No lo extrañaba.


Era una mujer práctica, que le gusta planificar todo, y tarde o
temprano quería tenerlo todo. El matrimonio, la familia, hijos y el perro. Y Juany encajaba idealmente en sus proyectos. Los dos eran ambiciosos y tenían una buena visión para los negocios.


No estaba segura de amarlo, pero si lo admiraba. Y no era
precisamente una persona romántica, que creía en el amor para toda la vida. Asi que le parecía que llegado el momento, se tendría que casar con quien sabía sería un excelente compañero o, como a ella le gustaba pensar, un socio para construir algo juntos.


Sonó el timbre.


Abrió la puerta y se encontró con sus tres mejores amigas.


La futura novia, Gabriela, Caro y Muriel.


Todas se habían puesto de acuerdo, y habían comprado bebidas de las más variadas como para hacer algunas combinaciones y tragos que les gustaba probar cuando se juntaban. Pero claramente, habían empezado a hacerlo sin ella. Contuvo la risa. Eran un desastre, pero las quería.


Eran tan diferentes. Estaba convencida de que si se hubieran conocido siendo adultas, nunca hubieran formado un grupo de amigas tan unido como el que tenían. Gabriela, era una nutricionista vegana, que dedicaba su tiempo libre a rescatar perritos de la calle. No conocía persona más buena, y dulce. Era un ángel rubio de casi dos metros.


Caro, era camarera en un bar de moda, y promotora en algunos eventos. Había estudiado para ser modelo pero nunca ejerció, y gracias a su ex novio, había hecho algunos contactos con los que consiguió un trabajo con buena paga, en el que también se divertía. Conocía pocas personas que disfrutara tanto de la noche como ella. Era morocha, flaquísima, preciosa y con veintinueve años, ya se había hecho cuatro cirugías plásticas.


Muriel, era la creativa. Diseñadora de Indumentaria, con gustos excéntricos. Usaba un corte tipo pixie en el cabello, que siempre cambiaba de color, y ya había perdido la cuenta de cuantos tatuajes llevaba hechos.
El amor de su vida era su gato “Alfiler”, una bolita de pelos grises de ojos verdes, y escuchaba mucho rock nacional.


Y ahora estaban todas ahí, en su departamento, bailando y
brindando como cuando eran más chicas.


—Ahora me caso y la que sigue es… – dijo Gaby dando vueltas una botellita vacía de cerveza.


—Es obvio. – dijo Caro entre risas. —No hace falta que hagas esa boludez. Se nos casa Paula… – la señaló levantando su copa.


Ella negó con la cabeza y puso los ojos en blanco.


—Y te pienso hacer un vestido con cola larguísimaa… – dijo con la mirada perdida, como si se estuviera imaginando cada detalle. —Y le voy a poner cristales Swarovski chiquititos y grandes por acá – se señaló el torso.


—Yo no iría comprando el material todavía. Juany tiene un viaje largo ahora en unos meses y es imposible. ¿Quién les dice? Y se casan ustedes primero… – señaló a sus otras amigas.


—Ja-ja. – dijo Caro levantando una ceja. —No te entiendo. Con semejante hombre… ¿Cómo es que todavía no lo ataste a la pata de la cama?


Todas rieron, pero ella solo levantó una ceja pensativa.


—No es el momento. Todavía los dos queremos hacer miles de cosas, tenemos proyectos, nuestra prioridad son nuestras carreras. – se encogió de hombros.


—Se pueden casar y trabajar lo mismo. – dijo Gaby. —Yo no pienso dejar de trabajar.


—Mmm… me parece que lo que te está pasando es que no te querés casar con él. ¿Tantos planes tenés que hacer? – dijo Muriel.


—Tal cual, es amor. Eso no se planea tanto. No es algo que puedas medir con gráficos y estadísticas. O algo que puedas organizar para que siga un cronograma. – dijo Gaby.


—Necesitas conocer gente nueva, Paula. – dijo Caro. —No me malinterpretes, me encanta Juany, pero me parece que te está haciendo falta otra cosa.


—Alguien que te haga compañía todas estas semanas que él te deja sola. – se rió Muriel.


—Me parece que ya están borrachas, y mejor nos vamos al boliche. – dijo Paula negando con la cabeza.


Sus amigas en respuesta se rieron, volvieron a brindar, y entre gritos, cantos y aplausos se fueron a festejar.


A ninguna le gustaba la idea de la típica despedida de soltera, con strippers, y antros. Querían pasarla bien como ellas mejor sabían. Entre amigas. Bailando como lo habían hecho desde la adolescencia.


Era jueves, y el lugar estaba lleno.


Habían alquilado un auto con chofer que las llevaría, y luego las buscaría cuando llamaran. Todo había sido idea de Paula, y también era ella la que iba a pagar.


Tenía dinero, y le gustaba vivir bien. Y aunque sus amigas a veces se enojaban porque ella las invitaba y no la dejaba pagar, a ella no se le movía un pelo.


Era generosa, y nunca dudaba en cargar con los gastos.
Después de todo ella podía afrontarlo sin inconvenientes.


Sentadas en su propia mesa reservada, jugaban a diferentes juegos con el único propósito de tomar y tomar. No pasó mucho tiempo hasta que un grupo de hombres que estaba festejando también se sentaran con ellas y participaran. Uno de ellos se estaba recibiendo en la carrera de publicidad y sus amigos lo habían obligado a disfrazarse con un vestido negro ajustado y una peluca rubia hasta los hombros. 


Incluso notó que estaba maquillado. Era tal en nivel de borrachera, que se sentía cómodo con su vestuario. Y aunque estuviera sentado con las piernas abiertas totalmente encorvado, llevaba el atuendo con dignidad. Pudo notar que tenía un buen físico.


Alcohol de por medio, decidieron seguir de fiesta hacia otro boliche en donde había una fiesta importante con un DJ conocido. Todos fueron a la pista con su consumición, que consistía en un vaso plástico con vino espumante.


No era su bebida favorita. La verdad es que disfrutaba de un buen vino dulce, cosecha tardía…hasta tenía una bodega predilecta. Pero esto no tenía nada que ver. Era una sustancia ácida llena de burbujas con olor a algo químico. 


Como estar tomando una gaseosa del peor y más barato vino de caja.


No habían ido a catar tampoco. No era el fin de la noche. Y ese asqueroso trago, por lo menos estaba cumpliendo su función.


Bailaron entre todos mientras se reían y se desafiaban a seguir los distintos ritmos.


Era tarde, y ella sentía las articulaciones flojas, y los ojos pesados.


No había perdido todavía el control, pero estaba alegre. El chico vestido de mujer hacía rato que la estaba mirando, y ella le sonrió.


Se acercó sin dudarlo y tomándola por la cintura le besó el cuello.


Casi en un gesto por sujetarse de algo. A veces parecía que se iba a desmoronar. Su aliento era cálido y su respiración profunda. Tan profunda como cuando uno duerme. Le acarició la mandíbula con la nariz y acercando la boca al oído le dijo.


—Podríamos ser mellizas. – y ella estalló en carcajadas.


Era bastante raro que ella se riera de esa manera. Siempre era correcta y cuidaba sus formas, pero ahora estaba inclinada apoyándose en el chico con los ojos totalmente cerrados y riendo sin parar.


—Yo tampoco soy rubia natural. – le contestó mirándolo a los ojos.


A pesar de que los veía borrosos y desenfocados, no podía negar su color.


Eran azul cielo. Enmarcado con unas preciosas pestañas negras.


Se separó apenas de ella para poder mirarla, y clavando los ojos en su escote, le contestó.


—Es lo único que no es natural. – rozó su dedo índice por su pecho casi llegando al borde del vestido y levantó la vista de nuevo en sus ojos.


Ella no pudo más que levantar una ceja y sonreír. Eran naturales.


Nunca se había hecho una cirugía, y si algo le daba seguridad era su cuerpo.


El, volvió a colocar las manos en su cintura, solo para ir bajando y rodeándola hasta dejarla encerrada en su abrazo.


Acercó su cara y justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse, los amigos del chico lo abrazaron y se pusieron a saltar casi arrancándoselo de los brazos. Ella se rió.


Casi se habían matado de un golpe, pero seguían cantándole.


Y así como así, se lo llevaron entre la gente hasta perderlas por completo. Sus amigas, ajenas a todo lo que acababa de pasar, seguían bailando y charlando con otros hombres que querían bailar con ellas.






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