En la empresa, todo era exactamente igual. Solo que ahora sus empleados ya no la llamaban “Señora Chaves” si no “Señora Alfonso”. Un pequeño, pero gran cambio.
Habían tenido peleas con Pedro porque ella no quería cambiar su apellido de ninguna manera.
Todavía al día de hoy no sabía como había cedido.
Aunque pensándolo bien, era porque se trataba de Pedro.
No hubiera aceptado semejante cosa de ningún otro hombre en el mundo.
Para él no significaba un signo de pertenencia machista. El lo veía como un acto de amor.
Mierda. Nunca sabía como discutir aquello. Algún día iba a terminar convenciendo de alguna locura como raparse la cabeza en nombre de ese amor y ella lo haría contenta.
Pero bueno, en términos prácticos… y teniendo en cuenta que ahora estaban casados, compartían todo, el nombre no era algo tan terrible. Además sonaba tan lindo: Paula Alfonso.
Quería que su hijo llevara el apellido de su papá… en eso no había discusión.
Y ella quería tener el mismo apellido que su hijo también.
Dios. Al final, después de tanto trabajo por ir en la dirección opuesta, iba a terminar siendo la típica mujer anticuada que tanto le disgustaba. Pero por lo menos lo haría dando pelea en lo que pudiera.
Esa misma tarde tenía una reunión importante con inversores extranjeros que visitaban el país por primera vez, y quería impresionarlos.
Si todo salía bien, podía asegurarse no solo uno, si no varios negocios con ellos. Estaba algo ansiosa. Eran momentos como estos, que extrañaba poder tomarse una copa.
Respiró despacio un par de veces antes de dirigirse a la sala de juntas y puso su mejor sonrisa.
El escritorio estaba ya preparado con carpetas para todos, vasos y botellitas descartables de agua y unos centros de mesa con arreglos florales.
Por cuestiones de protocolo, eran flores reales y no de plástico. Genial.
Gabriel la saludó con un gesto y se sentó en la otra punta de la mesa.
¿Qué tipo de flores eran esas y por qué olían tan fuerte?
Se aclaró la garganta y tomó un poco de agua, porque empezaba a descomponerse. Saludó amablemente a sus invitados y les explicó de la empresa haciendo la presentación estándar que ya tanto se sabía de memoria.
¿Hacía calor o era solo ella? El aire debía estar muy bajo…
Y abrir la ventana en un piso tan alto no era una buena idea nunca. Se acomodó en su lugar y respiró con fuerza. Las manos le sudaban.
Gabriel la miró curioso y con gestos le preguntó si estaba bien.
Ella asintió una vez y siguió con la reunión.
El perfume del adorno floral la estaba destruyendo. Sentía el estómago revuelto y estaba deshidratando de tanto transpirar. La ropa se le pegaba.
Y entonces todo pasó demasiado rápido.
Una puntada en la boca del estómago, literalmente la dobló y salió disparada haciendo arcadas sin dar más explicaciones hacia el baño más cercano. Hermoso y muy oportuno espectáculo acababa de dar.
Bueno, aparentemente, las nauseas iban a seguir acompañándola un tiempo más.
—Ey. – escuchó unos golpes en la puerta del baño. —¿Estás bien, corazón? – era Gabriel.
—Si. – le contestó todavía temblando con las manos en los azulejos fríos del compartimiento del sanitario. De a poco se recuperaba.
—¿Qué pasó? – se preocupó su amigo.
—Comí algo que me hizo mal. – dijo tratando de sonar mejor de lo que se sentía. —No los habrás dejado solos en la sala, no?
—No, corazón. Les dije que nos disculparan y que posponíamos el encuentro para la próxima. – la tranquilizó. —De todas maneras hoy era una presentación, ya habíamos dicho todo lo más importante… no te hagas problemas por nada.
—Ay Dios… que vergüenza. – dijo.
—Cualquiera se enferma. – se rió Gabriel. —¿Querés que lo llame a Pedro?
Salió del cubículo y acomodándose la ropa se lavó la cara y las manos.
—No, gracias. – sonrió. —Ya estoy perfecta.
—Me alegro, entonces. – le sonrió asintiendo con un gesto suspicaz. —Cualquier cosa que necesites estoy en mi escritorio, reina.
Y se fue.
Ella miró disimuladamente hacia los lados en el pasillo y cuando se aseguró de que no venía nadie, sacó un cepillo portátil que ahora siempre tenía a mano y se lavó los dientes.
****
Su jefe, Gabriel, venía por el pasillo casi corriendo y en cuanto lo vio, lo agarró del brazo y se lo llevó a su despacho.
Para cualquiera le hubiera parecido muy raro ese trato con un empleado, pero entre ellos había mucha confianza. En esos últimos meses, se habían hecho muy amigos.
—¿Cuándo me iban a contar? – preguntó aparentemente enojado señalándolo a la cara.
—¿Qué cosa? ¿Estás loco? Casi me arrancas un brazo. – dijo acomodándose la camisa.
—Paula está embarazada. – dijo cruzándose de brazos.
—Shhh. – lo hizo callar y cerró la puerta a sus espaldas. —No sabe nadie… ni sus amigas, ni la familia. Nadie.
—¿Por qué? – no entendía.
—No estábamos exactamente buscando un bebé… y pasó. Y Paula… ella… – se pasó las manos por el cabello. — No la está pasando muy bien. No se la esperaba… que sé yo. No está muy feliz con la noticia. – se encogió de hombros.
Gabriel se quedó mirándolo.
—Y vos si. – dijo. No era una pregunta.
—Muy feliz. – contestó sonriendo sin poder evitarlo. —Por favor no digas nada. No quiero ponérselo más difícil.
—Ok, ok. – le dijo Gabriel. —Pero vos tenés derecho también a festejar un poquito. – le dio dos palmadas en la espalda. —Felicitaciones.
—Gracias. – dijo sinceramente.—¿Cómo te enteraste? – preguntó cuando pudo dejar de sonreír.
Gabriel se rió.
—Porque estábamos en una reunión recién y se descompuso de una forma, pobrecita. – él dejó de sonreír automáticamente. —Salió corriendo al baño super enferma… se moría de vergüenza con los inversionistas y…
Dejó de escucharlo y salió de la oficina casi corriendo.
En menos de cinco minutos estaba en la de Paula.
Golpeó la puerta y esperó que le abriera.
—Pase. – dijo tranquila desde el otro lado.
—Ey, hermosa. – fue hasta su escritorio y la miró preocupado. —¿Estás bien? ¿Te llevo a casa así te recostas? ¿O querés ir al médico?
—Tranquilo… – dijo abrazándolo. —Nauseas… nada nuevo. Ya estoy bien, mírame.
La miró con detenimiento. No estaba pálida.
—¿Querés que te vaya a buscar agua? ¿Jugo? – tenía la necesidad de hacer algo. No soportaba que se sintiera mal.
Lo hacía sentir un inútil.
Ella le sonrió y le señaló una mesa en donde había una jarra enorme de agua con hielo y algunas rodajas de pepino flotando.
—Estoy perfecta, Pedro. – le acarició la mejilla. —Ya sabés como es esto… se me pasa en un segundo.
El asintió algo frustrado por no poder hacer nada.
—Pero podríamos tomarnos lo que queda de la tarde para que me mimes un rato y dormir la siesta juntos. – le sugirió hablándole al oído. Lo decía para hacerlo sentir mejor.
—Vamos, preciosa. – dijo él, contento de sentir que podía hacer al menos algo para que se sintiera un poquito más feliz.
Me encanta esta novela! No veo la hora de que digan lo del embarazo a medio mundo!!
ResponderEliminarQué lindos caps. Pedro es un dulce con Pau y ella va aflojando de a poquito.
ResponderEliminarPor dios que hombre DIVINO es Pedro !!! Y se aman tanto.. quiero quw lo griten a lis 4 vientos.. q estan embarazados ❤
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