jueves, 21 de mayo de 2015

CAPITULO 121




Lo miró un rato mientras suspiraba con cara de total satisfacción.


—Te amo, Pedro. – le dijo besando su pecho.


—Yo te amo más, hermosa. – le levantó la barbilla con delicadeza y la miró a los ojos. —Ey… ¿Pasa algo? Estabas rara antes.


Ella apretó los labios. Ahora, en el estado que se encontraba, le parecía una tontería. Asi que suspiró y se lo dijo.


—Pensé que no te gustaba más. – él frunció el ceño confundido.


—¿Por qué pensarías una cosa así? – preguntó algo molesto.


—Porque antes eras distinto conmigo… te dejabas llevar mucho más. – se encogió de hombros. —No podías esperar a tenerme en la cama.


El se quedó pensando y después como si acabara de darse cuenta de algo cerró los ojos.


—Es por lo de antes, no? ¿Por lo de la cena? – se rió apenas. Ella solo asintió. Se sentía algo avergonzada para hablar. —Quería hacerme el duro, Paula… demostrarte que yo también puedo jugar como vos.


—Y si que podés… – dijo ella pensativa.


—Si, pero siempre que jugamos soy yo el que termina cediendo… el que no aguanta más. – se mordió el labio. —Ya sabés que apenas me tocas, estoy listo para todo.


—Hoy no parecía. – dijo muy bajito.


—Quería impresionarte. – le contestó algo avergonzado él también. —Estuve a punto de arrastrarte a la cama mil veces. ¿No viste que no te podía ni mirar? Pensé que te habías dado cuenta.


Le sonrió de a poco.


—Me impresionaste. – se acercó más a él y lo besó en los labios.


—Tengo otras maneras de impresionarte… – le sonrió travieso y le guiñó un ojo.


—Ah, si? – preguntó levantando una ceja.


—Mmm… – la besó en el cuello y fue bajando muy despacio sin dejar de mirarla a los ojos.


No hacía falta decir nada más.


Tenía muchas maneras de impresionarla, eso era verdad. Y esta, particularmente era una de sus favoritas.


Pasaron lo que quedaba del fin de semana en la cama. Era agradable saber que su condición no lo iba a cambiar absolutamente todo. O por lo menos, no todavía.


Los mimos de Pedro, habían hecho que desterrara hasta la última duda que pudiera quedarle. Ellos no eran un matrimonio normal, jamás lo serían.


Y eso le encantaba.


Ese lunes, fue la primera mañana en tres meses enteros en no tener nauseas. Y, en lugar de sentir el alivio que se suponía que tenía que estar sintiendo, se asustó.


¿Estaría todo bien?


El malestar matutino era la única relación más o menos tangible que tenía con el embarazo. Lo demás eran puras ideas, flotando en la nada.


Se llevó una mano a la barriga confundida.


Pedro, que estaba terminando de vestirse, se acercó cuando la vio.


—¿Qué pasa, amor? – puso su mano encima de la suya. —¿Te sentís mal? ¿Te duele algo? – sabía que estaba tratando de disimular su preocupación.


—No, todo lo contrario. – le sonrió para tranquilizarlo. —No tengo nauseas.


El sonrió soltando todo el aire del cuerpo y recuperando los colores en el rostro. Era adorable.


—Me alegro, hermosa. – la besó en los labios. —Es normal que entrando al segundo trimestre ya te sientas mucho mejor.


Ella no pudo evitar reírse un poco ante lo informado que estaba.


—Vos deberías ser el embarazado. – le acarició el cabello. 
—Estás mejor preparado que yo.


—Para nada. – la abrazó con cariño. —Hasta ahora venís haciéndolo muy bien.


Su corazón dio un vuelco. Dios, como lo amaba. ¿Qué había hecho ella para merecer a alguien así? Cualquier mujer mataría por un marido como él. Por tener un papá así para sus hijos.


Una emoción cálida se apoderó de su pecho y se lo estrujó. 


Se enamoraba todos los días de él.


—No sé que haría sin vos. – le dijo un poco más seria.


El notó su cambio de ánimo y quiso hacerla sonreír otra vez.


—Probablemente tendrías más espacio en el guardarropa. – se rió. —Ahora viene la parte más linda de estos nueve meses, te lo prometo. Se acabo el malestar… y el pelo se te va a poner brillante, y más bonito todavía de lo que es.


Se volvió a reír sacudiendo la cabeza.


—Y voy a engordar como un elefante…


—Te va a crecer la pancita. – él lo hacía sonar todo tan tierno y especial.


—Y voy a tener estrías y se me van a hinchar los tobillos… – enumeró ella desafiándolo a que le viera a eso el lado positivo.


—Te voy a hacer masajes con crema de esa que tiene vitamina A para que tu piel siga preciosa. Y te puedo hacer masajes en los pies también. – dijo confiado.


—Voy a ser un desastre de hormonas, y más locura de la que estás acostumbrado conmigo, Pedro– le advirtió.


El se encogió de hombros.


—Te amo a vos y a tus hormonas. Vas a tener a mi bebé.. lo menos que puedo hacer es acompañarte. – se rió. —Y yo también tengo mis locuras.


—Vos tenés mucha paciencia. – le dijo besándole el cuello. —¿Te voy a gustar cuando necesite una grúa que rompa la puerta para poder sacarme? Porque te juro, Pedro… si es de familia.. no sabés como engordó mi mamá con sus dos embarazos.



****


El no quiso pero dejó escapar una carcajada. Si era de familia, de su lado tampoco tenía nada muy alentador para contarle. Su madre había subido veinte kilos con él. 


Probablemente no era el mejor momento para contarle.



****


—¿Ves? Te reís porque sabes que tengo razón. – dijo angustiada.


—Vamos a hablar con Gabriela si te deja más tranquila. – la dio vuelta y quedaron los dos enfrentando el espejo, mientras él pasaba sus brazos encima de su cintura. —Ella es nutricionista, y te puede hacer una dieta.


—Es raro. – dijo pensativa, acariciándose la barriga en círculos. El asintió y la acarició también.


—No tengas miedo, Paula. – le besó la nuca muy despacio. 


—No voy a dejar que te pase nunca nada y voy a hacer todo lo posible para que sean felices. Sabes eso, no?


Ella asintió con los ojos llenos de lágrimas. Se dio vuelta y se quedó abrazada a él hasta que fue hora de irse a trabajar.


Todo iba a estar bien si él estaba con ella.





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