jueves, 14 de mayo de 2015

CAPITULO 98





Salieron juntos del hotel, y de la mano, pasearon por Paris.


El clima era ideal para estar al aire libre, y la gente que hacía
turismo, estaba por todos lados, recorriendo las diferentes atracciones que sus calles ofrecían.


No le gustaban las sorpresas, la ponían nerviosa, y él lo sabía. Lo miró ansiosa para ver si con los ojos se delataba, pero no.


No movía ni un solo músculo.


De repente cambiaron el rumbo, hacia el río, y su estómago se llenó de mariposas.


Volvió a mirarlo y él le sonrió. Había adivinado.


Su lista de pendientes… Navegar por el Sena en el atardecer...


Sonrió y se llevó una mano al corazón.


Frenándose para besarla, le dijo al oído.


—Hubiera llegando nadando por ver esa sonrisa. – lo tomó por el rostro y lo besó con ganas. —Hermosa.


Casi dando saltos de alegría, llegaron al embarcadero de la


Conference, en Pont de L’Alma, en donde los hicieron subir a un crucero elegante lleno de luces de donde salía música.


Suspiró con fuerza.


Música en vivo… a bordo…


Lo miró sin poder creerlo y él le guiñó un ojo.


Aun de la mano, la condujo hacia una de las mesas que estaba reservada. El piso de madera, con los interiores blancos le daba un toque moderno… pero eran sus sillas y manteles rojos, sumados a las velas lo que le daba un toque romántico y atractivo. Todo era tan sofisticado…


Al final de la fila de mesas, había un enorme piano de cola negro, en donde un pianista tocaba una canción conocida.


Se sentaron y pidieron algo para tomar mientras charlaban.


El la sostenía de la mano, atento a sus reacciones, y eso le
encantaba. La había dejado sin palabras. Iban pasando por los sitios más icónicos mientras degustaban la mejor comida francesa… Notre Dame, la cúpula dorada de Los Inválidos,
la Torre Eiffel, el puente Alejandro III… no lo podía creer. Era mucho mejor de lo que se había imaginado.


Había paseado por esos lugares, de día, y con una guía que hablaba en un francés muy cerrado y traducía a un inglés imposible de entender. Y ahora, a la luz de la luna, desde un precioso y romántico crucero, era como ver la ciudad desde otro ángulo.


—¿Y? – preguntó ansioso. —¿Te gustó la sorpresa?


Ella abrió la boca para contestar, pero no le salían las palabras.


Se rió y se acercó hasta quedar a su lado.


—Fue la sorpresa más linda que me dieron. – lo besó con emoción mientras el entorno los envolvía.


Brindaron, y se rieron por horas. Hasta habían bailado abrazados entre otras parejas que aunque nadie más en el barco lo hacía, se animaron.


Apoyó la cabeza en su pecho y deseó con todo el corazón que ese momento no se terminara nunca.


El, abrazándola, le susurraba al oído todas las cosas que sentía.


Y tal vez fuera el crucero, las luces, Paris, o las burbujas del
champan, pero se sentía cómoda… no, más que eso. Se sentía feliz.


La confusión de ver a Leo el día anterior… todo había sido tan fuerte que no había tenido tiempo de pensar.


El tenía razón.


Estaban mucho mejor juntos.


¿Y sus miedos?


Ahora, francamente, no podía pensar en ellos.


No podía pensar en nada más. Se estaba dejando llevar.


Ninguno había tenido en cuenta que el paseo con cena duraba cuatro horas. Y ya para el final de él, entre tanto brindis, el barco se les movía bastante más que por el movimiento del agua.


Habían charlado con los de la mesa del lado, y apenas pisaron tierra firme, decidieron a seguir la noche en otro lado. Era temprano, y tenían ganas de divertirse.


Terminaron en un club muy extraño en donde sonaba música a un volumen insoportable.


Ya directamente ebrios, se habían separado del grupo y habían quedado dando vueltas los dos solos entre risas y desafiándose a probar bebidas y tragos que no conocían.


Había sido la noche perfecta.


Más tarde, salieron tambaleándose camino al hotel. Estaba un poco más fresco, así que él la abrazó para darle calor.


Estaban a menos de 5 cuadras, y el paisaje era tan lindo, que fueron a pie.


—Fue la noche más linda… – dijo suspirando. —Gracias, Pedro.


El se encogió de hombros y después sorprendiéndola la abrazó más cerca de su cuerpo y la besó. Con pasión. Ahí, en medio de la calle.


—Voy a tachar una por una las cosas de tu lista y las de la mía también. – dijo mirándola muy de cerca.


Por puro reflejo, hizo la cabeza hacia atrás.


Sabía los ítems que quedaban…


Sin notar si quiera su reacción, tal vez porque estaba bastante borracho, siguió diciendo.


—Si yo te lo pidiera. – entornó los ojos un poco y a ella se le subió el corazón a la boca. —¿Vos te casarías conmigo? – y ahora quería vomitar.


—Stop. – dijo mirándolo con tanto horror que él retrocedió. —¿Qué decís, Pedro? – su voz tembló nerviosa.


—No te lo estoy pidiendo ahora… – levantó una ceja. —Pero si en algún momento te preguntara…¿Me dirías que no?


No pudo terminar de escuchar la frase, aun en tacones como se encontraba, empezó a correr sin mirar atrás por las calles de Paris, ….en ninguna dirección.


—¡Paula! – escuchó que la seguía mientras la llamaba a los gritos.


Ella no podía parar.


Tal vez nunca en su vida había corrido tan rápido.


El pecho le dolía casi quemándole con cada entrada de oxígeno, y los pies le latían violentos. Cuando ya no lo escuchó, dobló en una esquina, y se dejó caer en el primer banco que encontró.


Estaba mareada.


Puso la cabeza entre las piernas mientras recuperaba el aliento y de a poco, se calmó.


¿Qué clase de reacción había sido esa? Y lo más importante… ¿Qué clase de pregunta había sido esa?


El empezar a pensar en el tema, le aceleró de nuevo la respiración y el corazón. Ahora si iba a vomitar.


Cerró los ojos esperando que se le pasaran las nauseas… y sintió como una mano se apoyaba en su hombro.


Pegó un salto, pero al mirar, era Pedro quien estaba a su lado.


Estaba aguantando la risa.


—Perdón, bonita. – apretó los labios en una línea fina. —No me odies, era una bromita.


—¡Una bromita! – gritó.


Tenía los ojos fuera de sus órbitas… y él no podía seguir
aguantándose. Se rió a carcajadas, contagiándola.


—No me hagas reír, estoy enojada. Y asustada… – se tocó la boca.


—Y algo enferma.


El rió todavía más fuerte.


—Sos tan exagerada… – negó con la cabeza.


Ella trataba de disimular el temblor de sus manos y de a poco, se fue relajando.


—No me gustan las sorpresas por lo general, pero las tuyas… – suspiró y él sonrió. —Las tuyas hasta ahora, me encantaron. Babasónicos, ahora esto… – se mordió los labios. —Pero las bromas pesadas son un gran límite para mí. – lo miró todavía nerviosa, para que la comprendiera.


—Perdoname. – le dijo él y todavía sonriendo un poco imitó su gesto haciendo un puchero. —No te quise poner así. – y la besó.


Ella le sonrió y asintió. Estaba demasiado tomado como para darse cuenta de la gravedad del asunto.


La sujetó de la mano, y olvidando lo que había pasado, se fueron al hotel…


Nunca se lo dijo, pero esa noche no había corrido por miedo a su supuesta propuesta.


Se había asustado de su propia reacción.


Si él realmente se lo hubiera pedido,… ella le hubiera dicho que si.








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