Hacía una hora que estaba listo para ir a casa de Paula, pero todavía era muy temprano. Ya no sabía que hacer para hacer que pasara el tiempo. Caminaba de un lado para el otro como un león enjaulado.
Se le ocurrió llamar a Sole para preguntarle sobre el test, pero después desistió. No tenía ganas de ponerse a pensar en esas cosas ahora.
Miró de nuevo el reloj. Mierda. Demasiado temprano.
Su celular sonó y lo atendió casi al instante.
—Hey Pedro! – su amigo Agustín. —Estamos acá con Caro y Muri y queríamos salir. ¿Te prendes?
—No puedo. – dijo sin dudar. —Hoy imposible. De hecho me estoy por ir. – pensó que hasta no hablar con Paula, no le contaría a sus amigos que se seguían viendo.
—Daaale. – insistió su amigo. ¿Qué tenés que hacer? Aprovecha de salir antes que vuelva la loca… – así llamaban a Sole.
—Sigue de viaje. Pero no, de verdad hoy no puedo. Mañana me tengo que levantar muy temprano. – se rió. —Lo dejamos para el fin de semana.
—Dale, no seas maricón. – odiaba esos términos, pero no dijo nada.
—Capaz que viene la rubia con las chicas. ¿No tenés ganas de verla?
Sonrió. Se moría de ganas.
—¿Paula? – preguntó haciéndose el distraído.
—Si, Paula. La rubia.
—¿La misma que tiene novio? – dijo riéndose.
—Bueno, como quieras. Este fin de semana salimos si o si. – se rió.
—Me dice Ezequiel que manejas vos, así que olvidate de tomar.
—Ok, ok. – aceptó algo molesto. —Que la pasen bien. Nos vemos.
—Nosotros seguro que la pasamos bien… – más risas. —Sos vos el que se va a quedar en su casa como un abuelo durmiéndose temprano. – y cortó.
Negó con la cabeza riendo. Presentía que iba a dormir bastante poco.
Sin poder seguir aguantando, se fue a comprar vino para ir a casa de Paula.
****
Le habían avisado que salían con los amigos de Pedro, y que lo iban a llamar para que saliera también. Y por un momento se inquietó.
¿Y si él prefería irse de fiesta con ellos? ¿Si la llamaba para dejarla colgada? Se mordió el labio.
O tal vez ella tendría que llamarlo y decirle que no había problema, y que podían quedar para otro día, que no se quedara sin salir con sus amigos. No quería tampoco que se sintiera obligado a venir. Y que estuviera con ella, pensando en que prefería estar en otra parte…
De paso sería ella la que ponía las reglas y condiciones. El no podría plantarla, porque no le daría oportunidad.
Tomó su celular dispuesta a escribirle, pero fue interrumpida por el timbre de abajo.
Miró su reloj. Tenían que ser sus amigas.
Atendió.
—¿Si?
—Eh… ¿Paula? – su pulso se disparó. Pedro. —Es un poco
temprano, pero… estaba por acá… y… – daba tantas vueltas. —Tenía ganas de verte. – dijo más bajito.
Ella sonrió y tocó el botón que abría la puerta.
Al verlo no pudo evitar sentir que todo su cuerpo se estremecía. El como siempre la miraba con esa sonrisa tan bonita, y ella sentía que las rodillas se le doblaban. Era irresistible.
—Hola. – lo tomó del rostro y le estampó un beso en los labios. Su voz había sonado extraña. Se notaba que había estado esperando por horas para verlo, y toda su piel lo reclamaba.
El se había sorprendido, pero entusiasmado respondió de la misma manera. Se sujetó como pudo de su cintura, y tras cerrar la puerta a sus espaldas con el pie, la condujo a la habitación, apurado.
Ella lo siguió, forcejeando con su ropa para desvestirlo. Le aflojó el cinturón, y tirando de él lo hizo volar por la sala. Iban por el pasillo casi desnudos. El jadeaba, y tomaba su boca de manera desesperada, violentamente.
La alzó y se colocó las piernas de ella abrazando su cadera.
Gimió cuando muy despacio sintió que le corría la ropa interior para un costado y metía un dedo en su interior. Se contrajo ante su toque y lo mordió en el labio. Lo necesitaba.
Notó que él se bajaba apenas el bóxer y casi sin dejar de mirarla, se colocaba la protección. La apoyó contra la pared del dormitorio, y sin poder seguir esperando se hundió en ella con un gruñido.
Su cuerpo se arqueó de placer y clavándole las uñas movió sus caderas para encontrarse con él más profundo, mucho más intenso. Gritó cerrando los ojos.
No podía esperar más.
Se agitó sujetándose a él, uniéndose al ritmo de sus arremetidas, totalmente fuera de sí. Estaban agitados, y sus respiraciones se mezclaban con los gemidos de ambos.
Podía sentir el cuerpo de Pedro apretándola con
fuerza, entrando y saliendo sin piedad.
Tenía el rostro tenso y las mejillas de un rojo encantador.
Miró a sus ojos, y fue por lo que vió en ellos, que se dejó ir con fuerza. Esa mirada celeste, salvaje, tan llena de deseo que le hizo perder la razón.
Su cuerpo latía con él dentro, pequeñas convulsiones que la
invadían de placer y lo llevaban al clímax también. Se miraron por un breve instante, y como atraídos por una fuerza magnética, se volvieron a besar. Así, con los ojos abiertos, sin perderse ni un gesto del otro. Sin dejar de tocarse.
Se abrazó a su cuello temiendo perder el equilibrio. Tenía las
extremidades flojas, y le faltaba el aliento.
El, devolviéndole el abrazo la llevó hasta la cama y con delicadeza la acostó. Le acarició los brazos mientras seguía besándola.
—Hola, bonita. – dijo contestando a lo que ella había dicho apenas había entrado.
Se rieron.
Apoyándose en sus codos, lo miró.
—Me hiciste caso. – sonrió pensando en sus indicaciones de no tocarse.
El sonrió y encogiendo apenas los hombros le contestó.
—Me porto bien. – le guiño el ojo, y a ella le aleteó el corazón. — Así como hay castigos… ¿Hay premios?
Ella volvió a reírse.
—El premio es que no hay castigo. Además se supone que me tenés que hacer caso. – él la miró pensativo. —¿Esto de recién te pareció poco premio? – preguntó levantando una ceja.
—Mmm… – le tomó las mejillas y la besó con ternura. —Siempre me voy a portar bien, entonces.
Ella sonrió y aprovechando que él estaba acostado, se colocó por encima y se sentó mirándolo detenidamente.
¿Cómo era posible que un par de ojos brillaran de esa manera? El también la miraba. Intensamente. Memorizando cada uno de sus rasgos, cada detalle.
Entre ellos se había creado un silencio que hacía tanto ruido como una bomba de estruendo. La aturdía.
¿Por qué la miraba de esa manera?
A veces sentía que los roles se invertían, y era él quien tenía el control. Y ella solo estaba ahí, indefensa, vulnerable. La hacía sentir vulnerable.
Sacudió la cabeza, para liberarse de esos pensamientos que la confundían, y se concentró en lo hermosa que era su boca, y su talento al besar.
Se inclinó para que sus labios se tocaran, pero los interrumpieron.
El timbre de la puerta y gritos.
—PAULA!! Te venimos a buscar para que salgas con nosotras!! – sus amigas.
—Dale, acá tus amigas dicen que si no venís, ellas no salen. – y los amigos de Pedro.
El cerró los ojos y se tapó con el brazo.
—Los voy a tener que atender. – dijo resignada. —Si no, no van a deja de tocar, y me van a echar del edificio por ruidos molestos. – susurró.
—¿Querés que me quede acá mientras? – preguntó algo inseguro y decepcionado.
Dudó.
—¿A vos te molestaría mucho que tus amigos te vieran conmigo? – dijo sin mirarlo, sintiendo como sus mejillas se ponían calientes.
—¿En serio me preguntas? – lucía sorprendido. —Para nada. – sonrió. —Todo lo contrario.
Ella se quedó muy quieta y casi no hizo ningún gesto con el rostro, aunque por dentro, su cerebro se derretía.
—Bueno, nos vistamos entonces.
El asintió y buscó su ropa rápidamente.
En dos minutos ya estaban listos. Tratando de actuar normal, Pedro sirvió dos copas de vino y Paula prendió la tele mientras abría la puerta.
—Hoolaaa. – saludó Muri, que apenas vio que su amiga estaba acompañada se quedó muda en el lugar.
Caro la miró levantando las cejas y los saludó algo sonriente.
—Ahhh bueeeeeeeeeeno!!!! – dijo Ezequiel casi a los gritos cuando lo vió.
—¿No te tenías que levantar temprano mañana? – preguntó
Agustín.
El se rió un poco y se encogió de hombros, queriendo parecer culpable, aunque no lo sentía ni un poco.
Paula los saludó y les ofreció vino a todos, pero estos viendo
claramente que interrumpían, se negaron.
Se apuraron en marcharse, no sin antes intercambiar algunas indirectas, bromas y miradas suspicaces, pero ya había pasado lo peor.
Y justo cuando se estaban yendo, Caro se agachó y recogió algo del piso. Fue hasta donde estaba Pedro y se lo alcanzó.
—Se te debe haber caído. – dijo conteniendo una carcajada antes de irse.
Pedro miró en sus manos, y vió el cinturón que en el apuro había salido volando. Disimuló una risa lo mejor que pudo mientras se ponía colorado como Paula al darse cuenta.
—Gracias. – contestó con un grito después que empezaron a salir por la puerta, y se tapó la cara en un gesto cómico.
Ella estalló en carcajadas sin poder contenerse. El la miró y
también se rió contagiándose. Sus amigos apenas habían salido y sus celulares ya habían empezado a sonar con mensajes.
—Es lejos, uno de los días más raros que pasé. – dijo ventilándose con la mano, entre risas.
—Todavía no se termina, señora Chaves – contestó riendo y acercándose de a poco.
Ella asintió.
—Aunque antes, estaría bueno que cenemos. – se acercó ella también y lo besó en la boca. —Me muero de hambre.
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