Todavía sus palabras resonaban en su mente, confundiéndola. El nudo que venía teniendo en su garganta se derretía y se convertía en lágrimas. Se estaba desahogando, y se sentía tan bien… que también quería reír.
Como si esas palabras hubieran hecho algo en ella… nada podría haberla preparado para eso.
Como si la tierra se hubiera sacudido bajo sus pies.
Exactamente como eso.
****
Había sido una noche larga.
Apenas terminó ese largo abrazo que siguió a confesarle a ella lo que sentía, se fueron de nuevo a la cama.
La primera vez, de manera tierna, lentamente. Disfrutando de cada beso, de cada toque…tomados de la mano y mirándose a los ojos. Había sido romántico.
Justo cuando se dejaban ir, él le había repetido que la amaba al oído, y se habían quedado así por un rato más, abrazados.
Pero la segunda, fue con desesperación.
Comiéndose a besos, devorándose con fuerza…
En algún momento había terminado atado a la cabecera, y ella por debajo, entre gritos, clavándole las uñas por todas partes.
Se movió despacio, alcanzando el reloj para mirarlo y se sobresaltó.
Esto de quedarse dormido con ella, se estaba tornando una
costumbre.
Llegaba diez minutos tarde al trabajo.
Saltó de la cama y dándole un beso en el cuello a Paula se
encaminó al baño.
—Paula, nos quedamos dormidos. – abrió la ducha y se miró al espejo. Tenía el cuello rasguñado y el pelo hecho un desastre. Se rió.
La escuchó gemir a sus espaldas y se dio vuelta. Ella se le abrazó con dulzura y con los ojos todavía cerrados, fue entrando con él bajo el chorro de agua caliente de la lluvia.
De a poco fue abriendo los ojos, y cuando pudo hacer foco, se rió.
—Te atacó un gato. – dijo en tono de broma.
El le sonrió y tomando una de sus manos y acercándola a su rostro, contestó.
—Por el tamaño de las garras, yo diría que puede haber sido un puma. – ella le sonrió levantando una ceja. Sus uñas perfectamente arregladas y pintadas en rosado clarito, parecían cualquier cosa menos el arma en potencia que realmente eran. Se estremeció de placer recordando como era tenerlas en su espalda mientras se hundía en ella. Su anatomía reaccionó al instante, tensando su miembro y haciendo su respiración más rápida y superficial.
Llevó su mano a su boca y la besó, deteniéndose en cada dedo, mordiendo con mucho cuidado la punta de cada uno. Ella gimió y se pegó a su cuerpo.
Su erección en ese momento, quedó pegada a ella, apenas por encima de su vientre. Latiendo impaciente.
Paula, como siempre, parecía notarlo, porque se dio vuelta, y apoyándose en los azulejos, lo incitó a que se acercara.
Sin dudarlo ni por un segundo, la tomó con una mano por la cadera, y con la otra tomó su miembro, para de a poco entrar en su cuerpo, haciéndola gemir.
Ella se agitó moviendo su cadera rápido, pero él la frenó. Lo
necesitaba despacio.
La empujó más cerca de la pared y con el peso de todo su cuerpo la apretó ahí, sin dejarla mover ni un centímetro.
Retrocedió muy lentamente fuera de ella, y con la misma cadencia, volvió a entrar. La escuchó gemir lánguidamente, casi un quejido… y volvió a repetir su tortura. Una y otra vez, volviéndola loca. Con las manos le acariciaba la piel de todo su cuerpo… disfrutando del perfume del jabón, mezclado con el de ella.
Sus músculos se tensaban, poniendo a prueba toda su voluntad, pero resistió lo suficiente como para sentir como ella le clavaba las uñas en las nalgas, casi rogándole que se apurara.
En respuesta, totalmente llevado por el momento, le mordió el hombro y escuchándola reír, también se rió. Una risa entrecortada, que se interrumpía con jadeos.
Soltando el aire con la boca de manera brusca, aceleró hasta que llegaron juntos al final… quedando un rato abrazados contra la pared fría, volviendo a la calma.
Recién cuando volvieron a la normalidad, se dio cuenta que el agua caliente o el jabón le estaban dejando la espalda en carne viva.
Las marcas que Paula le había hecho, ahora le ardían una
barbaridad.
Frunciendo los ojos y cerrándolos, se corrió del agua.
Dándose cuenta de que estaba adolorido, ella lo dio vuelta y le besó cada uno de sus rasguños con suma dulzura y después lo abrazó.
Ojalá no tuvieran que ir al trabajo ese día, pensó.
****
responsabilidad, nadie se animó a cuestionar a Pedro.
Su humor había mejorado considerablemente.
Extrañaba estar así con él… y ese “te amo” todavía la ponía
histérica. Era recordar el momento, para de nuevo sentir que su pulso se disparaba.
Sonrió.
Después de una mañana dura llena de trabajo, lo único que quería era salir a almorzar, pero su teléfono sonó. Podía ignorarlo e irse de todas formas… puso los ojos en blanco.
Nunca sería ser así de irresponsable.
—Paula Chaves. – contestó.
—Hola, bonita. – dijo Pedro cariñosamente. —Mmm… que lindo te queda ese tonito profesional.
Se rió.
—Sabes perfectamente lo bien que me queda… – dijo bajando su tono de voz.
—Si, señora. – dijo él riendo.
—¿Vas a almorzar? – le preguntó entre risas.
—Gabriel nos compró para que comamos acá. Estamos muy
complicados con los tiempos. Pero salgo a las seis. – hizo una pausa. Algo tenía que decirle y dudaba.. Uff, pensó. Que no tenga que ver con Soledad…
—¿Esta noche tenés algo que hacer?
Levantó las cejas sorprendida porque no se lo esperaba.
—No. ¿Por? ¿Qué tenés en mente? – preguntó sonriendo.
—Mi mamá tiene ganas de salir a comer por ahí, y yo tenía ganas de que vengas con nosotros. – tartamudeó un poco. —S-si querés… o si te sentís cómoda. No me tenés que decir que si…
Se había quedado muy quieta en la silla con ojos como platos.
—No sé si estoy lista para eso, Pedro – cerró los ojos tratando de pensar en otra cosa que no fuera la mirada decepcionada que seguramente estaba poniendo.
—Está todo bien, bonita. En serio, no te hagas problema. – hizo una pausa. —Pero yo tengo que ir si o si, porque ya le cancelé antes…y tiene ganas de verme.. – se explicó.
—Claro. – no sabía bien que decir. —Perdón.
—Todo bien. – volvió a decir. —Después hablamos, un besito.
Y cortó.
Se golpeó la cabeza con la palma de la mano.
¿Por qué hacía eso? ¿Por qué tenía que ser tan valiente para algunas cosas y para otras todavía tan cobarde.
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