viernes, 8 de mayo de 2015

CAPITULO 77





Soledad se había dormido tardísimo, en sus brazos. Se había abrazado a él mientras de a poco dejaba de temblar. Y sin darse cuenta, él también se había quedado dormido.


Cuando abrió lo ojos, se vio acostado a su lado, suspiró. No quería que fueran por ese camino. Pero tampoco podía ser tan duro y rechazarle en un momento así.


Con delicadeza, se fue incorporando, y sin despertarla, se levantó.


Le había escrito unos 30 mensajes a Paula para saber si había llegado bien la noche anterior, pero no le había contestado. Sospechaba que lo tenía apagado, porque tampoco había atendido sus llamados.


Se había molestado. Se suponía que iban a pasar la noche juntos, y a él también le daba bronca que no hubiera sido el caso. Tenía tantas de dormir con ella, que estaba de un humor de perros. Pero también era cierto que Soledad estaba enferma… Tendría que haber entendido la situación
mejor.


No estaba siendo justa. Y él se sentía dividido.


Cerca del mediodía hizo otro intento, y esta vez lo atendió.


—Hola, bonita. – dijo aliviado de que molesta y todo hubiera
llegado bien a su casa.


—Hola. – dijo ella tranquila. —¿Cómo está todo? – no había sido una pregunta directa, pero la había entendido.


—Ahora mejor. – suspiró. —Te extrañé anoche.


Ella no le contestó, como si no lo hubiera escuchado, cambió de tema.


—Hoy a la tarde me junto con las chicas que volvieron de Córdoba, y van a estar tus amigos. ¿Querés venir? Es en casa de Caro.


—Claro. – pensó en Soledad que todavía dormía. Seguramente hoy ya se sentía mejor. —¿A qué hora nos vemos? ¿Te paso a buscar?


—A las 6. – sonaba distraída. —Dale, pasá por casa.


—¿Te pasa algo? – bueno, era obvio… pero quería hacerla hablar.


Quería que le dijera de una vez qué era lo que le había molestado así lo charlaban.


—Estoy cansada. – le contestó. —Cansada de tu ex. – él levantó las cejas. Se esperaba tener más problemas para sonsacarle las razones de su enojo, pero no. Había sido directa.


—Esta enferma, Paula. – dijo tranquilo. —No lo hace a propósito.


Ella se rió irónicamente.


—Bueno, como sea. – dijo restándole importancia. —Te veo a las 6, Pedro. – y le cortó.


No entendía por qué esa actitud. Estaba tratando de hacer las cosas bien. ¿Por qué no lo entendía?


Justo en ese momento, Soledad se acercó por detrás y lo abrazó.


—Gracias por quedarte. – lo besó en el cuello, y él, atento a ese detalle tomó sus manos y disimuladamente se la sacó de encima.


—No hay drama. – le sonrió. —Voy a pedir algo para comer.


El resto del día había sido bastante tranquilo. Habían comido, charlado, visto una película por cable, y ordenado el departamento como en viejas épocas. Podría haber sido un domingo cualquiera del año anterior.


Ella parecía sentirse bien, así que no se preocupó. Cuando se acercó la hora de salir, se duchó y se vistió mientras ella estaba sentada en la computadora.


Se acercó hasta la sala y repasó para no olvidarse de nada. Billetera, llaves, teléfono, carnet de conducir…


—¿Salís? – le preguntó de manera casual.


—Si. – le contestó. —¿Necesitás algo? – por Dios, que diga que no, pensó.


—No, nada. – su rostro había caído, y casi podía darse cuenta que empezaba a ponerse nerviosa. Para tranquilizarla, se acercó y le dijo.


—Cualquier cosa que necesites, me llamás. ¿Si? – ella asintió. —A la hora que sea. – la besó en la frente y salió.


Ahora que tenía un tema solucionado, le faltaba otro.


Le faltaba hablar con Paula.



****


Escuchó que golpeaban la puerta y se sobresaltó. Tenía la cabeza en cualquier lado.


Era Pedro.


—Hola. – lo saludó con un rápido beso. —¿Por qué no usaste la llave?


El se encogió de hombros.


—Hola, bonita. – la miró y se puso la mano en los bolsillos. —¿Podemos hablar?


Ella puso los ojos en blanco.


—Si. – no le quedaba más remedio.


—¿Por qué estás así? No entiendo. – dijo sinceramente mirándola a los ojos.


—No quiero pelear. – suspiró. —No te va a gustar lo que te voy a decir de ella…


—Decime. – la alentó. —Lo único que quiero es estar bien con vos.


Ella asintió y sentándose en el respaldo del sillón, habló.


—Mirá Pedro, sé que tus intenciones son buenas, y que la estás ayudando… pero me parece que ella se está aprovechando de… – la interrumpió.


—No se está aprovechando. Hace años que tiene ataques de pánico… – dijo un poco molesto. —Vos no la conocés.


—Si me volvés a interrumpir, no hablo más. – dijo ella mirándolo fijo.


—Perdón, seguí. – dijo resoplando.


—Yo no la conozco, pero puedo darme cuenta que hace ciertas cosas para que no estemos juntos. Y sabe que vos te vas a ir corriendo atrás de ella. – comentó. —Te mintió una vez diciendo que se sentía mal, y cuando fuiste no era cierto. Era que te había organizado una comida.


—Se lleva muy bien con mi mamá… que sé yo… – le quitó
importancia. —No lo hizo con mala intención.


—Con la intención de que vos no salieras conmigo esa noche. – dijo riendo.


—Eso no es así. – negó. —No la puedo dejar sola, Paula. Pensé que entendías. Yo no siento nada más que amistad por ella.


—No puedo creer que no te des cuenta. – dijo casi por lo bajo. —No me la banco, no me banco sus actitudes… no me banco como sos con ella.


El se quedó mirándola en silencio, esperando que terminara de descargarse. Y ella siguió.


—No le creo nada. – ya estaba sacada. —Te maneja.


El tensó los músculos de la mandíbula y con los ojos fríos como el hielo, contestó.


—Hay un montón de cosas con las que yo no estuve muy feliz, y cedí. – su tono era firme y decidido. —Me banco no poder decirte lo que siento, y andar con todo el cuidado del mundo, para que no te vayas a desesperar. – se quedó muy quieto. —Ahora te pido por favor que vos cedas, y que me banques en esta. Es una amiga, que está enferma.


Ella no sabía que decir.


El solía ser muy bueno y dulce. Nunca lo había visto así.


Enojados se miraron a los ojos esperando que alguno de los dos dijera algo.


Estaba furiosa, pero no podía evitar notar como él con el ceño fruncido y respirando con fuerza, era guapísimo. Le quedaba muy bien ponerse así. Involuntariamente un estremecimiento le recorrió el cuerpo, y un calor se apoderó del ambiente.


Vio que él, aun furioso, clavaba los ojos en su boca. Estaba
pensando lo mismo.


Pero justo en ese momento, los interrumpió su celular.


Lo atendió en seguida y escuchó.


—¿Qué pasó? – cerró los ojos por un minuto. —¿Tomaste algo? – silencio. —¿Cuántas pastillas te tomaste? – escuchó la respuesta y agregó.


—Voy para allá. No hagas nada.


Se lo veía desesperado.


Ella no le dijo nada, no tenía sentido. El ya había decidido. 


Le abrió la puerta mientras él seguía en el teléfono para que se fuera, y se fue a su habitación para no verlo.


Escuchó a lo lejos que la puerta se cerraba.


Se había ido.


Tenía ganas de llorar. Muchas ganas de llorar.


Sabía que estar celosa, era una estupidez. Le creía a Pedro cuando le decía que estaba enamorado de ella y no de su ex. Le creía que eso de que para él era una amistad.


Pero le daba bronca.


Sabía que Soledad no pensaba lo mismo. Todavía estaba enamorada, u obsesionada…


Se sentía impotente frente a la situación. No podía hacerle ver que ella mentía, y eso la mataba.


Era en vano quedarse a darle vueltas al asunto… ya por hoy, no había nada que pudiera hacer. Así que se secó las lágrimas, se arregló el maquillaje y salió a reunirse con sus amigos.


Se iba a divertir. Y si él se quería quedar a cuidar los caprichos de esa chica, era su problema.









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